No, no voy a referirme al sufrido por el concejal de
Seguridad del Ayuntamiento de Madrid, Javier Barbero, a manos de sindicalistas
del Colectivo Profesional de Policía Municipal que, además de golpear su coche
oficial -sí, han leído bien, su coche oficial que la bicicleta duró una semana-
y como perfectos conocedores de la semántica léxica, lo que no es habitual, lo
injuriaron al grito de “rojo”, “perroflauta”, o “dictador”… valga la
redundancia. Tampoco me referiré al inmediato respaldo de sus compis-escracheadores profesionales que apreciaron
ipso facto actitudes fascistoides en el hostigamiento, todo lo contrario que
ven cuando son ellos los sujetos activos y el
resto los pasivos; está claro que en tales casos, sus acosos siempre son heroicos
y fundamentados en la libertad de expresión.
No son pocos los que, todavía a estas alturas, propugnan que
lo mejor para España, y para enterrar definitivamente las incertidumbres
políticas y económicas, es un pacto a todas luces imposible propiciado por el
fraude que supondría la abstención del partido ganador de las elecciones.
Quiénes proclaman el chantaje lo explican como el mal menor
necesario que evite un pacto PSOE-Podemos que nos expida el billete definitivo al
furgón de cola de la economía mundial donde pastan, por ejemplo, la Grecia de
Tsipras en Europa o la Venezuela de Maduro en América. A estos vaticinadores de
“lo menos malo” sí me referiré:
Los primeros, los propios socialistas que espetan: “Tú
decides, Mariano, o un gobierno socialdemócrata con Riverita de la Barceloneta
(Cornelia dixit), u otro bolivariano-leninista, por el que bebemos los vientos,
con el otro Pablo Iglesias”.
Los segundos, los escaldados y las escocidas del partido de
la madrileña calle de Génova que, hostigados por la fiscalía y la UDEF abandonan
el barco sabedores de que es para siempre, y de que, con egoísta derrumbamiento
arrastrarán al resto al precipicio: “dejémosles gobernar antes de que llegue
Podemos”.
Los terceros, las nunca insaciables empresas de comunicación
que, cegadas de resentimiento por aquella frecuencia televisiva no concedida,
ofrecen solo opiniones favorables mientras esperan la canonjía y demuelen
proyectos si aquella no llega, y cuyos consejeros delegados, eso sí, serán los
primeros en atravesar el charco para continuar “creando opinión” desde el
exilio, mientras los moradores a la fuerza de lo que quede al sur de Europa sufrimos
las consecuencias de la extorsión.
Los cuartos, los del IBEX subvencionado, a los que,
siguiendo el ejemplo anterior, les importa un comino el mañana de aquí si esta
tarde reciben tentadoras ofertas de localización por el ancho mundo de la mano
de obra barata y de los derechos laborales decimonónicos.
En fin, los quintos y no necesariamente los últimos, los
propios ciudadanitas que, inventados con
los votos de la derecha, pretenden desde su inopia, desoyendo el pacto
tripartito que las urnas entonaron hace ya más de dos meses, encumbrar a un
partenaire que continúa escribiendo cartas públicas de amor sincero, que no
puro, a los podemitas y con los que
les viene poniendo continuamente los cuernos, antes, incluso, de sellar el
enlace.
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