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lunes, 1 de febrero de 2016

La Derecha


Artículo de Mara Mago


Lo que está ocurriendo en España desde las elecciones del 20D es reflejo y consecuencia de lo acontecido en los últimos 40 años.

La Derecha es ese ente indigno de gobernar este país por siempre jamás, al margen de lo que digan las urnas. Así nos lo han contado los estrategas políticos de la izquierda desde tiempos inmemoriales a nuestros propios registros existenciales y así se sigue transmitiendo, al margen de lo que digan las urnas.

La Derecha nunca ha superado el complejo de organización política menor a la que se le  condenó históricamente a cambio de perdonarle la vida en el nuevo escenario ‘’democrático’’ establecido en la Constitución de 1978. Al margen de que haya llegado a ser el partido conservador europeo con mayor respaldo social en número de afiliados, simpatizantes y votantes.    

La Derecha aceptó su papel de apestada, como el pariente sucio al que se invita de compromiso  a la boda,  para evitar el qué dirán de los vecinos y aparentar una reconciliación imposible. Pero siempre tendrá reservada la esquina más alejada de la presidencia y menos visible al conjunto de comensales. Nunca, nunca, le será permitido alardear o exhibir virtud alguna. En ese caso, los fantasmas del pasado irredento tendrán que resurgir. 

Sin embargo, cuando el ágape derrapaba entre platos de gambas en mal estado, resbalones tremendos del servicio  sobre el piso aceitoso de tanto untar aquí y allá, y hasta las mantelerías empezaban a rasgarse, los novios recurrieron a sentar a la parienta con posibles en la mesa nupcial. Gran parte de los invitados, hastiados por el hedor insoportable del marisco corrompido, empezó a jalearla para que exhibiera sus dotes artísticas en el manejo de los malos humores, convirtiéndola en protagonista de la fiesta.

Entonces, airados los músicos que marcaban el ritmo por la pérdida de control del baile,   y mosqueada la familia de la novia mancillada por su honor relegado, tocaron a rebato, entre gran estruendo y algarabía. Rodeando la pista central, gritaban sin cesar aquello de ¡¡¡No nos representan!!!   

Timorata, avergonzada y traumatizada por 40 años de acoso y degradación moral, la Derecha se echaba atrás. Se retiraba a sus zonas de confort. Cedía el escenario a los  cafres y, en su frustración, se dedicaba a hacer lo que sí le permitía el director de la orquesta, atiborrarse hasta engordar como una cerda. De esta manera,  los felones podían mantener su discurso de repudio permanente contra la vieja, fea y gorda  tía abuela, por su atracón con el correoso arroz valenciano y los indigestos callos madrileños. Mientras, los padrinos del Norte metían la mano en la cartera al dueño del restaurante, para llevarse el 5 por ciento de las ganancias del banquete. Y los primos sureños de la novia ultrajada se llevaban la tarta de nata y menta ante la mirada displicente de todos los presentes, entretenidos en el ir y venir de la rancia Derecha al excusado judicial, acompañada de la Guardia Civil.              

El sacrificio

En su deambular sonámbulo por los pasillos monclovitas durante las noches previas a su paso por el patíbulo, el adalid de la nueva Socialdemocracia que se decía líder de la Derecha se dispone a desperdiciar la oportunidad que le han dado las urnas otra vez. Y, como víctima propiciatoria de maltrato psicológico, suplica perdón a quien le llamó indecente. En lugar de tomar la iniciativa, implora diálogo a quien le niega la palabra. Desprecia la dignidad otorgada por el pueblo, en un último intento,  ofreciéndose a un nuevo pacto ignominioso con quien sólo aspira a erigir su reino sobre sus cenizas.

Alea jacta est. Su vida política, que no su hacienda, a cambio de España. El fin merece el sacrificio. Morirá orgulloso de su épica. ¡Ya está bien! afirmará Elvira, liberada al fin de la pesada carga de su rol de segunda dama del baile.

El antihéroe de este drama nunca admitirá que,  junto a su corte de tecnócratas, ha dado la puntilla a su país, tirando por el sumidero la mayor oportunidad histórica que la Voluntad Popular  ha ofrecido jamás a la Derecha.  Ha tenido en su mano el bisturí y en su mesa de operaciones al enfermo abierto en canal, entregado, dispuesto a la extirpación total del tumor causante de la metástasis que lo corroía. Soportaría el dolor, sin anestesia,  se dijo en los albores de 2011. Todo lo que fuera necesario, a cambio de la cura. 

Pero, el cirujano, en el último momento, no se atrevió a cortar por lo sano. Se amilanó. Le empezaron a sacar papeles fantasmas de los armarios de Génova, cacofonías y mensajes de ánimo enviados a malhechores. Le mentaron a sus muertos y a sus peligrosas amistades de otras épocas. Y no tuvo el valor de tirar adelante, de ejecutar  el relevante papel que la Historia le había reservado. En lugar de limpiar, parcheó y cerró en falso aquel organismo enfermo. Cosió mal y, con las prisas, olvidó gasas impregnadas de sangre en el intestino. Incluso las tijeras. Posiblemente, aquel sería  el foco de la futura infección que provocaría el choque séptico y, finalmente, la disfunción multiorgánica.

A ver quién tiene narices

Tal vez, como pretendía decir Machado, recurriendo al refranero popular, en su nunca leído discurso de ingreso en la Real Academia de la Lengua Española, “Dios da pañuelo a quien no tiene narices”. 

Así ha sido. Mariano Rajoy y sus ministros no han tenido narices de cumplir el mandato que recibieron de una mayoría rotunda de españoles. Fue infiel a su programa electoral y al compromiso que adquirió en su discurso de investidura, en el que dijo que haría las “reformas que España necesitaba”. Y traicionó valores fundamentales de su base tradicional de votantes. 

Después de ocho años de dar la matraca, una mayoría expectante de españoles se quedó  sin confirmación sobre quién fue el autor intelectual del 11M  y qué hubo detrás de la negociación con ETA.  Eso sí, sin dilación, condecoró a Zapatero y a sus ministros como si hubieran sido ilustres patriotas.   

La rebaja de impuestos, la defensa de la unidad nacional y la libertad individual o la lucha contra el terrorismo devinieron en presión fiscal, incapacidad de aplicar la ley contra el separatismo y excarcelación de terroristas, violadores y pederastas. Ni una sola de las leyes de revancha histórica ha sido derogada. La ley electoral y la estructura autonómica insostenible, disgregadora y creadora de agravios y desigualdades entre españoles permanecen intocables.

A  las puertas de una nueva Legislatura, la Justicia sigue hecha unos zorros, la Educación sin ley de consenso y  el presupuesto público continúa desangrándose por la vía de unas administraciones despilfarradoras y faltas de control. La deuda supera el 100 por cien del producto interior bruto. Los trabajadores y sus hijos tienen menos derechos que nunca y sus vidas más hipotecadas que hace cuatro años, mientras partidos políticos, organizaciones empresariales y sindicatos mayoritarios continúan chupando de la teta pública a cambio de un silencio cómplice.

Después de consentir el chalaneo de medios de comunicación y supuestos nuevos partidos que sirven a intereses extranjeros y que vienen a romper con todo, ahora el gran mantra se reduce a una reforma constitucional, a modo de rito purificador, de exorcismo que expulse todos los males del pasado.

Otra vez el truco de la zanahoria en lugar de exigir el cumplimiento ejemplar de las leyes, en primer lugar de la Constitución, siempre y en todo caso, caiga quien caiga, afecte a quien afecte.

Otra vez millones de españoles han quedado huérfanos de referente político que defienda sus ideas, principios, valores e intereses.

Las reformas estructurales básicas que necesita España siguen estando pendientes de un Gobierno que, de forma cabal en su proceder, y leal a quienes representa  mayoritariamente, tenga las narices de hacer lo que hay que hacer sin miedo a que su pasado lastre cualquier intento de forjar el futuro.

A ver quién tiene narices.



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