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sábado, 27 de febrero de 2016

Hablando no se entiende la gente



Artículo de Manu Ramos


Una de las conocidas frases del anterior rey, fruto de la monarquía designada por Franco, es la que le dijo al presidente del Parlamento de Cataluña, Ernest Benach: “hablando se entiende la gente”. Pues no. Hablando no tiene por qué entenderse la gente. El simple hecho de mantener una conversación entre dos personas no implica que ambas partan de unos conceptos básicos para poder comprender lo que el otro está diciendo. Obviemos por un momento que se habla en el mismo idioma, el español en nuestro caso. ¿Cómo podemos estar seguros que cuando alguien dice la palabra “democracia” está refiriéndose al mismo concepto del otro interlocutor? Si en una charla o conversación política el significado está oculto por un significante aparentemente sencillo, se pueden pasar horas hablando que nunca llegarán a entenderse. Las palabras no nos dejan ver el significado de las cosas.


Antes de decir que alguna cuestión está clara o que no admite discusión, es necesario hacer un juicio de claridad sobre dicha cuestión. Es decir, analizar cada concepto, separarlo por partes, con criterio, y dilucidar si se está hablando de lo mismo o no.
La partidocracia española ejercita todos los días una jerga (no se puede llamar a eso lenguaje) que intenta con el uso dar consistencia a unas palabras cuyos significados han sido lamentablemente desdibujados cuando no prostituidos: libertad, democracia, voto, representante, separación de poderes, justicia... En cada intervención de un político español se pueden observar varios de ellos. Algunos han dado en llamar esta forma de hablar “politiqués”. En ella aparecen con profusión, sobre todo la palabra “democracia” cuya advocación invocan constantemente como si se santiguaran y rezaran un letanía: “Democracia, ruega por nosotros”. Parece como si, cuanto más se dijera, más realidad es. Algo mágico.
No, hablando no se entiende la gente. Principalmente porque la función del lenguaje en el ser humano no es la de comunicarse. Si sólo quisiéramos comunicarnos emplearíamos un código parecido al de las abejas o inventaríamos una conexión de datos por el que pudiéramos transmitirnos información en código binario, sin perder ni un bit. El lenguaje humano está hecho para mentir: para la poesía, para el teatro, para expresar pasiones. Deformamos la realidad con nuestro lenguaje y la constante interpretación del código es lo que caracteriza un buen uso del idioma. No sólo es necesario el conocimiento exacto de los significados sino los registros, las situaciones, la educación de quien habla, el lugar... etc.
En el “Charlamento” de Andalucía también se habla mucho pero se entiende poco. No obstante las intenciones quedan claras entre los miembros de la oligarquía del sur de España, aún cuando sus palabras siguen siendo huecas, vacías de significado profundo. Teresa Rodríguez y Susana Díaz han intercalado una serie de intervenciones en las que se han dirigido palabras que aparentemente suenan mal. Esa era la idea: escenificar otro día más el teatro de la partidocracia española. Y la prensa, como siempre, sostiene los focos y pone la música al espectáculo.
Dice Teresa Rodríguez que "el cortijo de la Junta apesta a corrupción". Pues bien, busquen de dónde viene la peste. Porque algún origen tendrá. ¿O se trata de una peste general, producida por todos? ¿se trata del edificio?. Esto me recuerda a Gila: “Alguien ha matado a alguien”. Cuando algo apesta, en la realidad, es difícil permanecer cerca de ello. Los forenses tienen una crema que adhieren debajo de la nariz para poder realizar su trabajo y no oler los efluvios propios de un cuerpo en descomposición. ¿Llevará Teresa Rodríguez algún protector que le haga soportar los citados hedores? Me pregunto, en este caso, qué emplearán en el partido Ciudadanos, dada su cercanía con el centro del “cortijo”.
La presidenta de la Junta ha respondido que las decisiones allí tomadas son fruto de la “libertad y democracia”. Toma ya. Libertad la suya, eso sí, pero quisiera saber a qué libertad se refiere ella. Desde luego la política no pues en España no hay. Ni elegimos a nuestros representantes ni ha separación de poderes, así que probablemente se refiera a que ella es libre de hacer lo que quiera, según el código del régimen, eso sí. “Democracia”, eso sí que tiene tela que cortar. La probabilidad de aparición de esta palabra en una verborrea política española es directamente proporcional al miedo e inseguridad en el cargo. De hecho, en estos últimos años de corrupción hemos visto incrementado el uso de este término de una forma exponencial. Será porque el significado se está desgastando. Será porque hay más miedo.
Para un repúblico como yo (alguien que desea de verdad la democracia en España) no hay mayor desazón que contemplar a un partidócrata explicarse sobre la democracia. La confusión es tal que primero, para poder empezar a luchar por la libertad colectiva, es necesario la batalla, no de las ideas, sino de los conceptos. Primero hay que aprender a hablar y a expresarse con corrección y luego podremos, no sólo hablar, sino dialogar (dia “a través”, logos “razón”).





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