Artículo de Eduardo Maestre
Que
la orquesta que formé hace cuatro años, tras meses y meses de arduo trabajo y
sin apoyo público ni privado alguno desapareciera tras su primer y único
concierto, me apena; no por mí, que también, sino por constatar que no hay en
mi tierra instituciones avispadas capaces de captar de un vistazo que una
orquesta de 34 profesores superiores que interpretaba exclusivamente música
minimalista, y con sede en Andalucía, era un lujo con el que sólo cuentan
ciudades como Londres o Colonia. Sevilla y Andalucía perdieron la oportunidad
de contar con el Ensamble Nueva Música,
probablemente el grupo orquestal más moderno, interesante y -con el tiempo- de
sonido
más sólido de todo nuestro país. Y todo por la miopía artística y
gestora de las Instituciones a las que se lo presenté.
Igualmente,
que UPyD, el partido al que he votado desde hace años, tanto en las autonómicas
andaluzas como en las generales, no sólo no haya sacado muchos escaños sino que
directamente haya desaparecido del
arco parlamentario me llena de un estupor que se acerca al galope a la
inquietud. Empiezo a sentirme, en serio,
parte de una minoría. Pero no de una minoría chupiguay, una minoría selecta; de iniciados; una minoría de connaisseurs… Qué va! Estoy valorando
muy seriamente la situación: creo que formo parte de una minoría de apestados
sin representación alguna en ningún foro con posibilidades de acción!
Por
ello, ya no me cuesta tanto trabajo asumir que la idea de Europa que tengo,
bastante cercana al ideal vertebrado de Ortega y Gasset, está empezando a ser
arrinconada en alguno de los sórdidos callejones que el Soho londinense tenía a
principios del siglo XX. A mi alrededor, no paro de oír que Europa está
acabada; que Europa es un fracaso como proyecto; que la crisis europea no ha
hecho más que empezar. Y, ciertamente, el concepto
de Europa como unidad sociopolítica, cultural y financiera está no diré
herido de muerte pero sí de consideración.
La
avalancha de los refugiados sirios, encauzados sibilinamente por sus
correligionarios saudíes, primero, e iraníes, después, han arrojado a más de
dos millones y medio de personas a aporrear la puerta de atrás de Europa, que
es Turquía, país en el que dos millones de refugiados esperan para mejorar sus
expectativas de vida en el umbral de Occidente. Mientras tanto, de estos dos
millones de seres humanos arrancados de sus barrios, de sus consultas médicas y
de sus supermercados han nacido en 2015 nada menos que 150.000 niños. En suelo
turco!
Los
otros 550.000 están en Europa; la mayoría de ellos entre Alemania, Suecia,
Serbia, etc. Los europeos no sabemos qué hacer con ellos. Los países menos
poderosos económicamente y más cercanos a las fronteras turcas han ido
reventando el Tratado de Schengen a base no ya sólo de declaraciones
incendiarias, sino de acciones de rechazo evidente a abrir sus puertas a esta
gente desesperada. Emilia Müller, ministra de Asuntos Sociales de Baviera dijo
hace poco en una conferencia celebrada en Münich que “se espera que en Alemania
lleguen más de un millón de refugiados en 2016; si esto sigue así, habrá
campamentos de refugiados también en Baviera”. Imaginen la carita que se les
está poniendo a los alemanes!
Pero
no sólo la crisis de los refugiados sirios está machacando el ideal prístino
que habría supuesto una verdadera Unión Europea. Aquí ocurre algo más; desde
luego, algo más profundo que una crisis circunstancial, por muy grave que ésta
se presente.
Verán
ustedes: Europa es un proyecto que, a mi juicio, se empezó por el final. Y digo
esto porque, antes de acuñar una moneda común habría que haber acuñado un sentimiento común. Pero, claro, eso
es tarea de cíclopes! Sobre todo, teniendo en cuenta lo que siempre se me
aparece ante la vista como la confluencia de tres grandes obstáculos -de
distintas densidades y texturas- que hacen complicadísima una verdadera unión
entre los distintos Estados europeos; obstáculos que, en mi opinión, son éstos:
la diversidad de idiomas; las muy diferentes y arraigadísimas tradiciones, y la
distancia entre credos religiosos.
Sin
embargo, una buena programación sociocultural, pensada y planificada con
inteligencia emocional por especialistas y enmarcada para desarrollarse en el
transcurso de 15 ó 20 años podría haber sido puesta en funcionamiento antes de sacar los euros a la calle. Que
los polacos conocieran a los españoles, los franceses a los húngaros y los
belgas a los italianos, mucho más allá de
los tópicos, habría sido una tarea cuyos frutos podrían haberse empezado a
recoger hoy día. No estoy diciendo que tuviéramos que aprender lituano! Pero
desde luego, sí conocer con quiénes estamos compartiendo no sólo billetes y
monedas, sino leyes, planes y proyectos. En definitiva: deberíamos haber
conocido en profundidad, antes de haber acuñado el euro, a quiénes íbamos a
entregar, voluntariamente, una gran parte de nuestra soberanía; igual que ellos
a nosotros.
De
manera que, como nada de esto se hizo, llega una avalancha de refugiados cuya
cultura y religión les hace sospechosos y se lía un pandemonium de aquí te espero. Los lazos culturales, no trabados en
ningún momento entre los miembros de la UE, estallan por los aires, y el
fantasma del nacionalismo sobrevuela de Este a Oeste la fragilísima Unión
Europea, a la que contemplo como un enorme brontosaurio cuyas patas tiemblan en
inestable equilibrio sobre el canto de una moneda de euro. Los polacos, que
parecen no acordarse de lo que les entró por Dantzig hace poco más de 75 años,
publican en su prensa habitual soflamas xenófobas que avergonzarían al propio
Le Pen; los húngaros dicen hasta aquí
hemos llegado con los refugiados; los austríacos, siempre tan austríacos, sólo
acogen un máximo de 80 refugiados diarios, lo cual hace un total anual de 960
almas -parece enteramente que los austríacos confían en que el invierno acabe
con los refugiados fuera de sus fronteras.
Sin
embargo, estas actitudes populistas pueden comprenderse: la gente normal, la masa, teme siempre a los extraños; no comprende
que hay tratados supranacionales que han sido firmados por aquéllos a quienes
ellos mismos eligieron como representantes políticos, y que estos tratados,
cuando llega la hora, hay que cumplirlos. Pero que sean los políticos los que
se pongan de perfil…
El
caso de Cameron, el Primer Ministro inglés, es harina de otro costal. Y, más
que Cameron, el Reino Unido; concretamente, los ingleses. Cameron está haciendo
algo parecido a lo que hizo Artur Mas los últimos cuatro años; sólo le falta
decir Europa ens roba! Europe robs us!
Según
todas las encuestas, los ingleses están divididos, half and half, entre los que se quieren salir de la UE y los que
quieren seguir vinculados al Continente. Pero es muy curioso el modo en el que
querrían permanecer en la Unión Europea aquéllos que votarían por quedarse: 1)
manteniendo la libra esterlina; 2) impidiendo el paso de refugiados e
inmigrantes; 3) negando la asistencia médica a los extranjeros que no hayan
residido un mínimo de cuatro años en UK y puedan documentarlo, y, atención a
esto, 4) que las normas fiscales que ciñen con espantosa firmeza el cinturón al
resto de los miembros de la Unión no tengan validez sobre la vida y hacienda de
los británicos, y mucho menos sobre las finanzas -rayanas en la delincuencia común-
que se celebran a diario en la City londinense.
Pero
bueno! Qué es esto? Cuáles son, entonces, las ventajas de mantener en el seno
de un proyecto hoy asediado por los nacionalismos emergentes, por la brutalidad
predemocrática rusa y por la barbarie fundamentalista islámica a estos ingleses
herméticos, desconfiados, egoístas y pueblerinos? Existe acaso algún punto de
coincidencia entre la idea de Europa como unión de Estados y lo que quieren
para sí mismos los ingleses que quieren
ser europeos? Yo no la veo por ninguna parte! Para qué quieren formar parte
de un club aquéllos que, para seguir en él, ponen como condición no cumplir las normas básicas del mismo?
Y lo que es más sangrante: para qué queremos el resto de los europeos a los
ingleses? Y, sobre todo, si plantean tantas condiciones! Condiciones que no son
más que privilegios. Cómo puedo exigir a mis compañeros del Club de Ajedrez
que, si me quieren seguir viendo por allí, los álfiles tienen que empezar a
moverse como los caballos, y la reina contraria sólo puede avanzar en diagonal?
La
pregunta clave es: por qué los ingleses
ven normal reclamar estos
privilegios, incluso aquéllos que están a favor de seguir vinculados a la UE? Pues
por una razón muy sencilla: porque no tienen desarrollado el concepto de Europa. Recuerden aquel famoso titular de The Daily Mail; titular que define
magistralmente el carácter de estos isleños: “Niebla en el Canal de la Mancha:
el Continente, aislado”. Toma ya!
Los
británicos llevan demasiados siglos en un universo propio, ajenos a la forma de
ver el mundo del resto de Europa. La prueba no sólo es que conduzcan por la
izquierda, sino que mantengan un sistema medieval de pesos y medidas pasando por
encima de todos los intentos de Occidente para allanar la comprensión del
espacio y la materia. El mismo hecho de mantener aún los últimos vestigios
coloniales del planeta y ni siquiera plantearse el anacronismo –y la vergüenza-
que ello supone para un país que quiera ser llamado occidental me empuja a
considerarlos como outsiders
sociales.
El
papelón de Artur Mas durante los últimos cuatro años oscila entre el de
hazmerreír y el de golpista; haber conseguido instalarse en una institución
pública como lo es la Generalitat catalana gracias a las leyes constitucionales
españolas, sin las cuales no existiría ni el Parlament, ni el carguito de Molt
Honorable, ni las consejerías, ni las escuelas públicas en donde se entorpece
la enseñanza en castellano para después torpedearlas todas, subirse al carro de
la Muerte y llevar a más de siete millones de españoles a dividirse en dos
mitades perfectamente enfrentadas de por vida es no haber entendido jamás qué
significa la Ley, qué cosa sea el Derecho y en qué consiste la estructura de un
Estado moderno.
Artur
Mas, y lo que le cuelga (su cohorte de Narnia, los puchdemonios y los calvos de Exteriores de la Masía), ensombrecen
la idea de qué debe ser un político. Y mucho ojo: no lo digo por las más que
razonables sospechas de corrupción mantenida durante años con el manido asunto
del 3%, que eso sólo sería suficiente para haberse encerrado en su casa a tomar
antidepresivos de por vida, sino porque hay algo peor aún que la corrupción digamos
crematística: la corrupción legal. Es
decir: saltarse una tras otra, a la torera, todas y cada una de las Leyes que
rigen -mal que bien- una nación de la que indubitablemente forma parte! Y parte
sustancial! Collons! Ha sido nada menos que el
representante del Estado español en su Comunidad Autónoma; puesto allí a
través de unas elecciones autonómicas refrendadas por la Constitución española;
siguiendo las Leyes españolas que se lo permitieron, y, ya en la última época,
en la que ha terminado de arruinar su propia tierra, otrora la región más
próspera de España, ha tenido que ser financiado por el bolsillo común del resto
de los españoles, vulgo Fondo de Liquidez Autonómica!
Las
coincidencias entre Artur Mas (ahora Puigdemont) y David Cameron, sin embargo,
no pasan más allá del establecimiento de un paralelismo en la actitud: los dos
pertenecen a un ente superior regulado por una Legislación en uso (Mas/Puigdemont,
a España; Cameron, a Europa); los dos quieren seguir trincando de la teta
gigante que les nutre desde hace décadas; los dos encabezan y representan ese
sentimiento receloso, pueblerino y protopaleto, de tinte populista y casi
medieval que luce siempre y sin excepción el sello inconfundible y característico
del nacionalismo.
Los
ingleses no es que se crean superiores, es que son superiores! Al menos, éste es el sentir general que destila
toda la literatura, el cine y la política inglesa desde Marlowe hasta Tolkien,
desde Birt Acres filmando en 1895 El
derby de Epson (chisteras, monóculos, levitas) hasta Trainspotting, desde Enrique VIII hasta –salvando las distancias-
el propio Cameron. No hay película inglesa (y conste que me encanta el cine
inglés!) que no rezume una reconcentrada soberbia chauvinista del género “pero Mistress Peabody, es que acaso cree que
hay vida inteligente fuera de la Isla?”
Por
descontado, la diferencia entre este nacionalismo flemático e irritante que
sobrevuela la pérfida Albión y el nacionalismo bronco, desabrido e insultante
de Artur Mas y los puchdemonios
estriba en que los españoles sentimos como propia la tierra catalana; en que
más de la mitad de sus habitantes, además, se sienten indudablemente españoles,
mientras que no nos va nada en que Cameron de la Isla y sus normandos cubiertos
de pieles se desvinculen definitivamente del Continente; es más: si finalmente
se separaran de la Unión Europea, podríamos aprovechar para invadir Gibraltar,
invocando el incumplimiento por parte de Inglaterra del Artículo X del Tratado
de Utrech (vean mi antiguo vídeo de agosto de 2013 al respecto, si quieren
saber más). El Reino Unido, ya fuera de la UE, tendría que plantar batalla en
los Tribunales internacionales para recuperarlo, pues jamás se atrevería a
entrar en guerra con España, ya que sería hacerlo contra toda Europa! Y menos,
por una roca llena de piratas!
Como
ciudadano europeo sujeto a las Leyes y a los Tratados que rigen Europa desde
hace ya muchos años, y confiando aún en que, pese a las crisis, a las
avalanchas humanas y al florecimiento de los nacionalismos hay una luz de
esperanza para la Inteligencia, me manifiesto absolutamente a favor de que el Reino Unido se dé de baja en la Unión
Europea. Que se queden con su libra esterlina, sus yardas, sus pulgadas y sus
coches con el volante a la derecha. Por mí, pueden hacer un parque temático
dedicado al aislamiento del mundo. Total, a fin de cuentas, y aunque sí haya
sido miembro de pleno derecho (porque,
sencillamente, se lo han concedido y siguen concediéndoselo los países del Eje
franco-alemán), nunca ha formado parte verdaderamente
del sueño europeo; no han creído jamás en Europa como unidad política; han
disfrutado de todos los privilegios habidos y por haber sin aportar nada
sustantivo ni al desarrollo económico, ni al político, ni al sociocultural. No
hay más que ver las condiciones impuestas por Cameron a fin de que evitemos su salida de la UE para
constatar que se comportan y seguirán comportándose como isleños, como
pueblerinos ensimismados.
Por
mí, y creo que por la mayoría de los europeos que, como yo, llevan décadas
soportando el peso de las dificultades que supone ceder soberanía en aras de
una estructura superior, los súbditos de la reina Elizabeth II, los torys, los
laboristas, los lores, los cockneys, las diseñadoras de sombreros para asistir
a Ascot y el señor Cameron pueden cerrar aún más su Isla. Incluso vallarla.
…Los
del Continente asumiremos con gusto el riesgo de quedarnos aislados.
Simplemente genial, como siempre. Sigue así Eduardo, con ese ojo y esa pluma!
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