viernes, 26 de febrero de 2016

Cameron de la Isla

Artículo de Eduardo Maestre

Que la orquesta que formé hace cuatro años, tras meses y meses de arduo trabajo y sin apoyo público ni privado alguno desapareciera tras su primer y único concierto, me apena; no por mí, que también, sino por constatar que no hay en mi tierra instituciones avispadas capaces de captar de un vistazo que una orquesta de 34 profesores superiores que interpretaba exclusivamente música minimalista, y con sede en Andalucía, era un lujo con el que sólo cuentan ciudades como Londres o Colonia. Sevilla y Andalucía perdieron la oportunidad de contar con el Ensamble Nueva Música, probablemente el grupo orquestal más moderno, interesante y -con el tiempo- de sonido
más sólido de todo nuestro país. Y todo por la miopía artística y gestora de las Instituciones a las que se lo presenté.

Igualmente, que UPyD, el partido al que he votado desde hace años, tanto en las autonómicas andaluzas como en las generales, no sólo no haya sacado muchos escaños sino que directamente haya desaparecido del arco parlamentario me llena de un estupor que se acerca al galope a la inquietud. Empiezo a sentirme, en serio, parte de una minoría. Pero no de una minoría chupiguay, una minoría selecta; de iniciados; una minoría de connaisseurs… Qué va! Estoy valorando muy seriamente la situación: creo que formo parte de una minoría de apestados sin representación alguna en ningún foro con posibilidades de acción!

Por ello, ya no me cuesta tanto trabajo asumir que la idea de Europa que tengo, bastante cercana al ideal vertebrado de Ortega y Gasset, está empezando a ser arrinconada en alguno de los sórdidos callejones que el Soho londinense tenía a principios del siglo XX. A mi alrededor, no paro de oír que Europa está acabada; que Europa es un fracaso como proyecto; que la crisis europea no ha hecho más que empezar. Y, ciertamente, el concepto de Europa como unidad sociopolítica, cultural y financiera está no diré herido de muerte pero sí de consideración.

La avalancha de los refugiados sirios, encauzados sibilinamente por sus correligionarios saudíes, primero, e iraníes, después, han arrojado a más de dos millones y medio de personas a aporrear la puerta de atrás de Europa, que es Turquía, país en el que dos millones de refugiados esperan para mejorar sus expectativas de vida en el umbral de Occidente. Mientras tanto, de estos dos millones de seres humanos arrancados de sus barrios, de sus consultas médicas y de sus supermercados han nacido en 2015 nada menos que 150.000 niños. En suelo turco!

Los otros 550.000 están en Europa; la mayoría de ellos entre Alemania, Suecia, Serbia, etc. Los europeos no sabemos qué hacer con ellos. Los países menos poderosos económicamente y más cercanos a las fronteras turcas han ido reventando el Tratado de Schengen a base no ya sólo de declaraciones incendiarias, sino de acciones de rechazo evidente a abrir sus puertas a esta gente desesperada. Emilia Müller, ministra de Asuntos Sociales de Baviera dijo hace poco en una conferencia celebrada en Münich que “se espera que en Alemania lleguen más de un millón de refugiados en 2016; si esto sigue así, habrá campamentos de refugiados también en Baviera”. Imaginen la carita que se les está poniendo a los alemanes!

Pero no sólo la crisis de los refugiados sirios está machacando el ideal prístino que habría supuesto una verdadera Unión Europea. Aquí ocurre algo más; desde luego, algo más profundo que una crisis circunstancial, por muy grave que ésta se presente.

Verán ustedes: Europa es un proyecto que, a mi juicio, se empezó por el final. Y digo esto porque, antes de acuñar una moneda común habría que haber acuñado un sentimiento común. Pero, claro, eso es tarea de cíclopes! Sobre todo, teniendo en cuenta lo que siempre se me aparece ante la vista como la confluencia de tres grandes obstáculos -de distintas densidades y texturas- que hacen complicadísima una verdadera unión entre los distintos Estados europeos; obstáculos que, en mi opinión, son éstos: la diversidad de idiomas; las muy diferentes y arraigadísimas tradiciones, y la distancia entre credos religiosos.

Sin embargo, una buena programación sociocultural, pensada y planificada con inteligencia emocional por especialistas y enmarcada para desarrollarse en el transcurso de 15 ó 20 años podría haber sido puesta en funcionamiento antes de sacar los euros a la calle. Que los polacos conocieran a los españoles, los franceses a los húngaros y los belgas a los italianos, mucho más allá de los tópicos, habría sido una tarea cuyos frutos podrían haberse empezado a recoger hoy día. No estoy diciendo que tuviéramos que aprender lituano! Pero desde luego, sí conocer con quiénes estamos compartiendo no sólo billetes y monedas, sino leyes, planes y proyectos. En definitiva: deberíamos haber conocido en profundidad, antes de haber acuñado el euro, a quiénes íbamos a entregar, voluntariamente, una gran parte de nuestra soberanía; igual que ellos a nosotros.

De manera que, como nada de esto se hizo, llega una avalancha de refugiados cuya cultura y religión les hace sospechosos y se lía un pandemonium de aquí te espero. Los lazos culturales, no trabados en ningún momento entre los miembros de la UE, estallan por los aires, y el fantasma del nacionalismo sobrevuela de Este a Oeste la fragilísima Unión Europea, a la que contemplo como un enorme brontosaurio cuyas patas tiemblan en inestable equilibrio sobre el canto de una moneda de euro. Los polacos, que parecen no acordarse de lo que les entró por Dantzig hace poco más de 75 años, publican en su prensa habitual soflamas xenófobas que avergonzarían al propio Le Pen; los húngaros dicen hasta aquí hemos llegado con los refugiados; los austríacos, siempre tan austríacos, sólo acogen un máximo de 80 refugiados diarios, lo cual hace un total anual de 960 almas -parece enteramente que los austríacos confían en que el invierno acabe con los refugiados fuera de sus fronteras.

Sin embargo, estas actitudes populistas pueden comprenderse: la gente normal, la masa, teme siempre a los extraños; no comprende que hay tratados supranacionales que han sido firmados por aquéllos a quienes ellos mismos eligieron como representantes políticos, y que estos tratados, cuando llega la hora, hay que cumplirlos. Pero que sean los políticos los que se pongan de perfil…

El caso de Cameron, el Primer Ministro inglés, es harina de otro costal. Y, más que Cameron, el Reino Unido; concretamente, los ingleses. Cameron está haciendo algo parecido a lo que hizo Artur Mas los últimos cuatro años; sólo le falta decir Europa ens roba! Europe robs us!

Según todas las encuestas, los ingleses están divididos, half and half, entre los que se quieren salir de la UE y los que quieren seguir vinculados al Continente. Pero es muy curioso el modo en el que querrían permanecer en la Unión Europea aquéllos que votarían por quedarse: 1) manteniendo la libra esterlina; 2) impidiendo el paso de refugiados e inmigrantes; 3) negando la asistencia médica a los extranjeros que no hayan residido un mínimo de cuatro años en UK y puedan documentarlo, y, atención a esto, 4) que las normas fiscales que ciñen con espantosa firmeza el cinturón al resto de los miembros de la Unión no tengan validez sobre la vida y hacienda de los británicos, y mucho menos sobre las finanzas -rayanas en la delincuencia común- que se celebran a diario en la City londinense.

Pero bueno! Qué es esto? Cuáles son, entonces, las ventajas de mantener en el seno de un proyecto hoy asediado por los nacionalismos emergentes, por la brutalidad predemocrática rusa y por la barbarie fundamentalista islámica a estos ingleses herméticos, desconfiados, egoístas y pueblerinos? Existe acaso algún punto de coincidencia entre la idea de Europa como unión de Estados y lo que quieren para sí mismos los ingleses que quieren ser europeos? Yo no la veo por ninguna parte! Para qué quieren formar parte de un club aquéllos que, para seguir en él, ponen como condición no cumplir las normas básicas del mismo? Y lo que es más sangrante: para qué queremos el resto de los europeos a los ingleses? Y, sobre todo, si plantean tantas condiciones! Condiciones que no son más que privilegios. Cómo puedo exigir a mis compañeros del Club de Ajedrez que, si me quieren seguir viendo por allí, los álfiles tienen que empezar a moverse como los caballos, y la reina contraria sólo puede avanzar en diagonal?

La pregunta clave es: por qué los ingleses ven normal reclamar estos privilegios, incluso aquéllos que están a favor de seguir vinculados a la UE? Pues por una razón muy sencilla: porque no tienen desarrollado el concepto de Europa. Recuerden aquel famoso titular de The Daily Mail; titular que define magistralmente el carácter de estos isleños: “Niebla en el Canal de la Mancha: el Continente, aislado”. Toma ya!

Los británicos llevan demasiados siglos en un universo propio, ajenos a la forma de ver el mundo del resto de Europa. La prueba no sólo es que conduzcan por la izquierda, sino que mantengan un sistema medieval de pesos y medidas pasando por encima de todos los intentos de Occidente para allanar la comprensión del espacio y la materia. El mismo hecho de mantener aún los últimos vestigios coloniales del planeta y ni siquiera plantearse el anacronismo –y la vergüenza- que ello supone para un país que quiera ser llamado occidental me empuja a considerarlos como outsiders sociales.

El papelón de Artur Mas durante los últimos cuatro años oscila entre el de hazmerreír y el de golpista; haber conseguido instalarse en una institución pública como lo es la Generalitat catalana gracias a las leyes constitucionales españolas, sin las cuales no existiría ni el Parlament, ni el carguito de Molt Honorable, ni las consejerías, ni las escuelas públicas en donde se entorpece la enseñanza en castellano para después torpedearlas todas, subirse al carro de la Muerte y llevar a más de siete millones de españoles a dividirse en dos mitades perfectamente enfrentadas de por vida es no haber entendido jamás qué significa la Ley, qué cosa sea el Derecho y en qué consiste la estructura de un Estado moderno.

Artur Mas, y lo que le cuelga (su cohorte de Narnia, los puchdemonios y los calvos de Exteriores de la Masía), ensombrecen la idea de qué debe ser un político. Y mucho ojo: no lo digo por las más que razonables sospechas de corrupción mantenida durante años con el manido asunto del 3%, que eso sólo sería suficiente para haberse encerrado en su casa a tomar antidepresivos de por vida, sino porque hay algo peor aún que la corrupción digamos crematística: la corrupción legal. Es decir: saltarse una tras otra, a la torera, todas y cada una de las Leyes que rigen -mal que bien- una nación de la que indubitablemente forma parte! Y parte sustancial! Collons! Ha sido nada menos que el representante del Estado español en su Comunidad Autónoma; puesto allí a través de unas elecciones autonómicas refrendadas por la Constitución española; siguiendo las Leyes españolas que se lo permitieron, y, ya en la última época, en la que ha terminado de arruinar su propia tierra, otrora la región más próspera de España, ha tenido que ser financiado por el bolsillo común del resto de los españoles, vulgo Fondo de Liquidez Autonómica!

Las coincidencias entre Artur Mas (ahora Puigdemont) y David Cameron, sin embargo, no pasan más allá del establecimiento de un paralelismo en la actitud: los dos pertenecen a un ente superior regulado por una Legislación en uso (Mas/Puigdemont, a España; Cameron, a Europa); los dos quieren seguir trincando de la teta gigante que les nutre desde hace décadas; los dos encabezan y representan ese sentimiento receloso, pueblerino y protopaleto, de tinte populista y casi medieval que luce siempre y sin excepción el sello inconfundible y característico del nacionalismo.

Los ingleses no es que se crean superiores, es que son superiores! Al menos, éste es el sentir general que destila toda la literatura, el cine y la política inglesa desde Marlowe hasta Tolkien, desde Birt Acres filmando en 1895 El derby de Epson (chisteras, monóculos, levitas) hasta Trainspotting, desde Enrique VIII hasta –salvando las distancias- el propio Cameron. No hay película inglesa (y conste que me encanta el cine inglés!) que no rezume una reconcentrada soberbia chauvinista del género “pero Mistress Peabody, es que acaso cree que hay vida inteligente fuera de la Isla?”

Por descontado, la diferencia entre este nacionalismo flemático e irritante que sobrevuela la pérfida Albión y el nacionalismo bronco, desabrido e insultante de Artur Mas y los puchdemonios estriba en que los españoles sentimos como propia la tierra catalana; en que más de la mitad de sus habitantes, además, se sienten indudablemente españoles, mientras que no nos va nada en que Cameron de la Isla y sus normandos cubiertos de pieles se desvinculen definitivamente del Continente; es más: si finalmente se separaran de la Unión Europea, podríamos aprovechar para invadir Gibraltar, invocando el incumplimiento por parte de Inglaterra del Artículo X del Tratado de Utrech (vean mi antiguo vídeo de agosto de 2013 al respecto, si quieren saber más). El Reino Unido, ya fuera de la UE, tendría que plantar batalla en los Tribunales internacionales para recuperarlo, pues jamás se atrevería a entrar en guerra con España, ya que sería hacerlo contra toda Europa! Y menos, por una roca llena de piratas!

Como ciudadano europeo sujeto a las Leyes y a los Tratados que rigen Europa desde hace ya muchos años, y confiando aún en que, pese a las crisis, a las avalanchas humanas y al florecimiento de los nacionalismos hay una luz de esperanza para la Inteligencia, me manifiesto absolutamente a favor de que el Reino Unido se dé de baja en la Unión Europea. Que se queden con su libra esterlina, sus yardas, sus pulgadas y sus coches con el volante a la derecha. Por mí, pueden hacer un parque temático dedicado al aislamiento del mundo. Total, a fin de cuentas, y aunque sí haya sido miembro de pleno derecho (porque, sencillamente, se lo han concedido y siguen concediéndoselo los países del Eje franco-alemán), nunca ha formado parte verdaderamente del sueño europeo; no han creído jamás en Europa como unidad política; han disfrutado de todos los privilegios habidos y por haber sin aportar nada sustantivo ni al desarrollo económico, ni al político, ni al sociocultural. No hay más que ver las condiciones impuestas por Cameron a fin de que evitemos su salida de la UE para constatar que se comportan y seguirán comportándose como isleños, como pueblerinos ensimismados.

Por mí, y creo que por la mayoría de los europeos que, como yo, llevan décadas soportando el peso de las dificultades que supone ceder soberanía en aras de una estructura superior, los súbditos de la reina Elizabeth II, los torys, los laboristas, los lores, los cockneys, las diseñadoras de sombreros para asistir a Ascot y el señor Cameron pueden cerrar aún más su Isla. Incluso vallarla.


…Los del Continente asumiremos con gusto el riesgo de quedarnos aislados.




1 comentario:

  1. Simplemente genial, como siempre. Sigue así Eduardo, con ese ojo y esa pluma!

    ResponderEliminar