Artículo de Mara Mago
La noche mágica de los Goya transcurrió tan progre, tan sectaria y tan insolidaria como de costumbre. Ni el sagaz Dani Rovira, a pesar de sus esfuerzos por ofrecer un espectáculo digno del motivo que los congregaba, logró evitar las escenitas de golpes en el pecho, los manidos discursos y los clichés que año tras año, y van muchos, la convierten en un aquelarre contra la perversa derechona.
¡Pobres artistas! ¡Incomprendidos siempre por el Poder! ¡Víctimas de la Incultura de los gobernantes! Como los titiriteros de Manuela Carmena y Celia Mayer, “reprimidos en sus derechos fundamentales por transmitir Cultura a los niños y niñas madrileños y madrileñas”, protestó Juan Diego Botto, del grupo de actores de la ceja zapatera.
El guiñol, lo ha dicho Alberto Garzón, y después Ada Colau, no es más que una muestra sincera de su memoria histérica, que presenta, entre otras metáforas de paz y concordia, a un juez ahorcado, un empresario estrangulado, un policía apaleado, la violación de una monja o un aborto en directo, sin anestesia. Y, como decorado anexo, un cartel de 'Gora Alka-ETA'. ¡Pobres artistas incomprendidos! También por unos padres, madres y abuelas retrógradas que se escandalizan por nada.
No podía faltar, en la reunión anual que reúne a más apesebrados y pedigüeños profesionales del cine español, el apoyo reivindicativo a las víctimas de este atropello a la Cultura, acusadas por “apología del terrorismo”. Fruto de la manipulación mediática a que nos tiene acostumbrados la caverna, por supuesto. Y resultado de la claudicación vergonzosa de Carmena, y de la enviada oficial del régimen castrista en Madrid que, lejos de asumir su responsabilidad en esta nueva maniobra de adoctrinamiento ideológico, dirigido otra vez a la más tierna infancia, escurren el bulto y matan al mensajero -despiden al técnico de turno-.
Ellas no sabían. Ni siquiera tenían que saber. Como si la concejala cultural y la alcaldesa-ex juez estuvieran en el Ayuntamiento sólo para cobrar el sueldo a final de mes. Mejor pasar por tontas. Táctica más propia de la añeja política que de la ola de cambio que inunda este país. Pero cuando hay que salvar el sillón, se aprieta el culo. Y ya escampará.
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