Artículo de Paco Romero
El pasado viernes, el presidente del Gobierno en funciones
puso la pelota en el tejado de Sánchez que aprovechó la ocasión para hacer
mutis por el foro y dar por finiquitado un fin de semana para el que había
anunciado conversaciones definitivas en pos de formar gobierno con Podemos.
La decisión de Pablo Iglesias de ofrecer a su partenaire un
gobierno prefabricado -anunciada con toda la intención de dinamitar el proceso
de conversaciones por la que suspira el líder socialista, lo que abocaría a la repetición
de elecciones que dieran la puntilla al partido fundado por el otro Pablo
Iglesias- puso en bandeja la renuncia de Mariano Rajoy a someterse a una sesión
de investidura en la que quedaría patente su incapacidad numérica para ser
reelegido.
Aún hoy, desde diversos sectores y principalmente desde los
cercanos al histórico partido de Ferraz, se califica la maniobra del presidente
en funciones como una burla al Estado de derecho. Nada más lejos de la realidad:
es la primera vez que un presidenciable llega a la audiencia regia sin
posibilidad alguna de obtener el respaldo de la cámara baja y es hora de
recordar -en términos jurídicos- que una sesión de investidura tras unas
elecciones generales, en virtud del artículo 99 de la Constitución, en nada se
compadece con la moción de censura de los artículos 113 y 114, la cual obliga a
la inclusión de un candidato a la Presidencia del Gobierno que sale nombrado
ipso facto tras la derrota del censurado. Esa es la fórmula con la que se ha fantaseado
no solo en las cuatro últimas semanas sino durante los postreros cuatro años,
pero que no ha podido hacer efectiva simplemente por la tozudez de la
aritmética parlamentaria, la misma que ahora obliga a Rajoy, al modo Cruz y Raya, a afirmar que “si hay
que ir se va, pero ir pa ná... es tontería”.
Todo ello en detrimento del meridiano mandato de las urnas
que no ha sido otro que se produzca un definitivo
entente entre las tres
formaciones aún dispuestas a gestar una Segunda Transición que sea capaz de
recauchutar las múltiples grietas de la Primera, como viene denunciándose en
este diario, pero idónea también para proyectar a España, si se logran soterrar
definitivamente los conflictos del pasado, a un futuro prometedor durante otros
siete lustros de paz y avances. En sus manos está. Rajoy dio el viernes un
primer paso atrás y todo apunta a que, llegado el caso, no será el último en
pos del interés general, gesto que, también, se espera del secretario general
socialista.
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