Artículo de Paco Romero
Queridos Reyes Magos:
Este año creo que me he portado bien. He (sido) intentado
ser responsable y trabajador -noblesse
oblige-, algo más solidario y cariñoso si bien nunca suficiente,
pero sobretodo he sido y sigo siendo (extremadamente) pesimista ante las
-pareciera que irremediables- conductas propias y ajenas, otra vez muy alejadas
de los comportamientos que nos enseñaron a perseguir.
Aunque resulte pretencioso y pese a mis exiguos méritos, pero
méritos al fin y al cabo, este año no voy a pediros regalos para mí. Me
conformaré con intentar ser mejor persona y, sobretodo, con no perder lo que
tengo: mis seres queridos, mis amigos, esa taza de café sin azúcar pero con la
compañía de mis hijos, esas sobremesas compartiendo ocurrencias y experiencias,
unas agradables, otras menos placenteras, y conservar también la serenidad para
afrontar los problemas y dificultades que, seguro, se presentarán…
Pero sí requiero de vuestros mágicos logros, y trabajo os doy:
Quiero un mundo que descubra al individuo, por encima de
envolturas colectivas, como persona única y en ejercicio de su plena libertad;
donde esa libertad sea ciertamente, y no solo en la letra de las
constituciones, un derecho inviolable en todas sus vertientes: de pensamiento,
de expresión, de asociación, de prensa… y cuyo único límite lo imponga la
libertad y el derecho de los demás; donde la igualdad jurídica y política sea
real y no ficticia; donde el derecho a la propiedad privada sea
fuente inagotable de desarrollo e iniciativa individual y donde la libertad de
cultos sea respetada por todas las opciones políticas y religiosas.
Quiero una sociedad justa, razonable y equitativa donde prime
y se prime la prestancia, la excelencia y el emprendimiento y se auxilie legítimamente
a quien no los alcance; donde los sentimientos religiosos se plasmen en obras
que pregonen la paz y el entendimiento entre todos los pueblos y dejen caer en
terreno pedregoso la semilla de la discordia y de la guerra; donde, a resultas
de ello, los refugiados vuelvan a sus hogares; donde los frutos renten al
afanoso y no al indolente; donde el que precise, obtenga; donde el que abuse, escarmiente.
Quiero una España unida, que eche la vista hacia delante y
donde la mirada atrás solo se conciba como la mejor forma para no repetir
errores; donde tomen las decisiones los respaldados por el pueblo soberano sin
componendas ni remiendos extravagantes; donde los políticos interpreten
cabalmente las órdenes de sus representados; donde “el espíritu de las leyes”
resucite de una vez a Montesquieu en su enésimo y desesperado intento por
libertar a la justicia; donde la Educación y la Sanidad universales (que no
gratuitas) sean derechos en sentido amplio y no meros deseos de élites,
oligarquías, pandillas o círculos; donde el que aporte, se lucre; donde el que
“la haga”, la pague; donde, en resumen, “la libertad, Sancho, continúe siendo
uno de los más preciosos dones
que a los hombres dieron los cielos” y donde el libertinaje sea solo un
borroso y sombrío recuerdo de desenfrenos e impudicias de hombres -y mujeres-
ignorantes, aprendices ocasionales o habituales de las malas artes.
Quiero una Andalucía -no demando mucho- en la media, que no
a la cabeza, de las regiones españolas; donde sus potencialidades se
evidencien, se evalúen y coticen al alza; donde la empobrecedora subvención no
enquiste la iniciativa, el brío y el empuje de su gente; donde el mito audiovisual
de la chacha andaluza, que perdura desde La
Casa de los Martínez, toque a su fin de una puñetera vez; donde la alegoría
del flamenquito, de los chistes, del salero y de la grasia se exilie definitivamente de nuestras fronteras; donde
triunfen y se reconozca la labor de los mejores; donde la carrera laboral-profesional
no dependa del estático empresario curtido en públicas ayudas o del político de
turno, que sigue siendo el mismo tras casi cuatro décadas.
Quiero una Sevilla limpia, reluciente y pulcra, aunque me
conformaría con que algunos dueños de canes revirtieran de una vez su insolencia
en forma de desvergüenza; una capital desprendida, estimada y adulada en voz
alta por nuestros visitantes e invitados, mientras los oriundos nos tapamos un
poquito y atemperamos nuestra garganta-incensario.
Como un Alonso Quijano de la vida, quiero que en cada casa
dejéis una ración de ansias de libertad, porque por ella “así como por la honra, se puede y debe aventurar la vida”.
Un abrazo, majestades.
Paco.
P.S.- Perenne en mi recuerdo aquel 5 de enero del sesenta y
tantos, al alba, cuando aquellos esperados e ilusionantes -pero también
aterradores- pasos hacia mi habitación del Rey Baltasar -mi Mago de Oriente
preferido hasta hace relativamente poco en que supe de sus hazañas como Juez de
la Audiencia Nacional- me obligaron a taparme la cabeza con sábanas, mantas y
colcha (lo del edredón es cosa más moderna). Una vez concluyeron los que
entendí naturales ruidos removedores de la estancia, osadamente por el rabillo
del ojo vi alejarse una figura -imposible que fuera ella- que se parecía mucho
a la de mi madre. En mis zapatos, a los pies de la cama, un precioso estuche en
plástico de la época (el tres-dos que aún distingo con nitidez) que contenía
-no faltaba ninguna, lo que ya era un logro- 28 fichas de dominó y que acabé
gastando de tanto “mover” y “remover”.
Querido tocayo. Como siempre, chapeau, 100 % contigo pero, desgraciadamente y bien que me duele decirlo, una UTOPÍA. Feliz año a todos en EDL.
ResponderEliminarCierto es, Francisco, pero no vamos a dejar la utopía siempre en las mismas manos. Un saludo y feliz año para ti también.
EliminarQuerido tocayo. Como siempre, chapeau, 100 % contigo pero, desgraciadamente y bien que me duele decirlo, una UTOPÍA. Feliz año a todos en EDL.
ResponderEliminarY yo pidiendo un paloselfie que no me saque las fotos con papada y un pijama calentito... Ay,Paco, qué bonito escribes!
ResponderEliminarPara bonita tú. Felices Reyes
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