Artículo de Eduardo Maestre
Ya había quedado claro en algunas fiestas y reuniones que él la trataba mal. Le
decía cosas desagradables en público. A lo mejor, no cosas insultantes -porque
él, las cosas como son, era demasiado inteligente como para insultarla en
público abiertamente-, pero sí le
lanzaba ciertos sarcasmos que ponían en situación violenta a los amigos.
Por ejemplo, cuando le
dijo aquello; además, delante de Rivera, de Sáenz de Santamaría y ante las cámaras
de Antena 3. Había necesidad de tratarla así? Era imprescindible avergonzarla
delante de todo el mundo? Claro: ella se azoró; casi se podía ver cómo la sangre
se le arrebolaba en las mejillas mientras balbucía, apenas articuladas, unas
palabras en descargo de su situación, que todos conocíamos. Todos.
Porque, bueno... todos
sabíamos lo que pasaba en su partido: cómo le estaban cortando la yerba bajo
los pies desde Andalucía; cómo la detestaban los todavía influyentes
socialistas de la vieja guardia, que veían en su insultante juventud y en su
belleza vestal la confirmación del final de su propia historia llena de
patillas y de chaquetas de pana, de Isidoros y de Suresnes, de Otan-de-entrada-No
y de piensodeques. Toda España conocía, además, los planes de decapitación inminente que sobre ella se cernían, orquestados por
esa killer trianera, agazapada y
maternal. Por eso, Pablo fue más cruel, si cabe, cuando le espetó aquello de “tengo la
impresión de que mandas poco, Pedro; en tu partido mandan otros”.
Luego, cuando se iba con
sus amigos a correr la parranda sin ella, la ponía a parir; en público y en
privado: “se puede debatir de una forma correcta, y no entrando en peleas sobre
el fango”, decía, en referencia a lo que Pedro le espetó al Presidente, aquello
de que no era una persona decente.
Después la machacó, cortando sus aspiraciones a presidir el Gobierno que
saliera de las elecciones inminentes: “España se merece un Presidente que
debata de otra forma”.
Siempre la trató con
desprecio, ésa es la verdad. La veía perdiendo el culo por los pasillos del
Congreso, llamando por el móvil a todas horas, acercándose por el Senado para
sobornar con cuatro senadores a los golpistas catalanes con el objetivo de
comprar su silencio en la investidura; observaba cómo corría desaforada tras
cualquier micrófono para negar el pan y la sal al maldito Rajoy, y de vez en
cuando se le acercaba para pellizcarla en el culo a escondidas. Pedro,
entonces, daba un respingo y le amagaba con el gesto de darle una falsa
bofetada entre sonrisas cómplices, y luego corría, loca de amor y preñada de
ilusiones por su castigador, a hacer declaraciones luminosas: “el señor
Iglesias y yo hemos mantenido conversaciones que auguran un posible
entendimiento entre las fuerzas políticas de izquierda que permitirán un
Gobierno estable de progreso y de cambio”.
Mientras ella se plantaba ante el pelotón de periodistas masticando hermosas palabras, Pablo la veía desde la tele de su casa y se sonreía yendo desde el microondas a la
mesa baja del salón con una bandeja de canelones precocinados. “Te voy a joder
como a una perra”, mascullaba entre dientes mientras metía el tenedor en la
bandeja de plástico; “…como a una perra”.
Muchas veces la maltrató.
Pero un día tuvo un gesto de esos que definen quién es el macho alfa, quién
lleva los pantalones en una relación: le pidió matrimonio en público! Fue
sonado! No lo recuerdan ustedes? “Pedro Sánchez será Presidente, y yo, Vicepresidente”. Fue como si hubiera dicho "ella vestirá de blanco y yo caminaré detrás, muy de cerca”. Por un momento,
los ojos de los periodistas se bañaron en lágrimas, pues aquel maltratador
tenía al fin un rasgo humano para con su víctima habitual; por una vez, la
ponía delante de él, la hacía protagonista!
Sin embargo, bien poco
duró el espejismo; nada más acabar aquella frase, añadió esta otra: “la posibilidad
histórica de Pedro Sánchez de ser Presidente es una sonrisa del destino que me tendrá que agradecer”. Dios! Pero
qué humillante! Quién podría aceptar una proposición de matrimonio envenenada
como ésta? Qué utilización de la propaganda! Qué manejo de la presión! Ella,
dentro del salón de la Zarzuela, hablando con el Rey, y él pidiéndole
matrimonio a sus espaldas ante la prensa estupefacta! Qué nuevo modo de
vejación sería éste?
Podrán ustedes creerme si
les digo que ella aceptó? Como lo oyen! Ella aceptó!!! Pese a que todos los
signos declaraban que iba a casarse con un monstruo, ella aceptó! Durante
semanas, les veían salir juntos de las salas de reuniones: ella, con un rubor
en sus mejillas que delataba un sexo satisfecho, la melena descompuesta y
electrizada, como sólo se les pone a las mujeres cuando les va bien en la cama
con su hombre; él, reprimiendo una sonrisa dominadora, pensando y creyendo que
todas las hembras lo deseaban. Y en cierto modo, así era.
Tras la pareja de recién
prometidos revoloteaba una cohorte de ayudantes, secretarios, especialistas en
Defensa, en Economía y en medios de comunicación; cualquier gesto de Pablo era
atendido de inmediato por tres solícitos comunistas de camiseta cuello de caja
con chaqueta barata encima; cualquier arrobo en la melena de Pedro era anotado
en diferentes cuadernos digitales de inmediato. Los cáterin iban y venían; cuando la
pareja salía a tomar café, en la puerta les aguardaba un enjambre de colibríes
con grabadora y un palmeral de micros enguatados.
Finalmente, hubo acuerdo:
se anunció el día de la boda y las condiciones de la misma. Se publicó la dote que se llevaría el novio; nada
menos que cinco ministerios: el de Defensa; el de Interior; el de Economía; el
de Asuntos Exteriores y el de Educación. La novia se reservaba el de Hacienda,
el de Cultura, el de Justicia, el de Administraciones Públicas y el de Sanidad,
amén de controlar la televisión pública. La novia iría de blanco roto, con un
vestido -por una vez, minimalista- de Ágata Ruiz de la Prada. Sería Presidente.
Por fin! El novio, un paso por detrás, llevaría una chaqueta de lino marfil
sobre camisa blanca de Alcampo y sería el Vicepresidente. Y, por lo tanto, la
voz del Gobierno en los medios. Nada menos.
El día de la boda, en las
Cortes no cabía un alfiler. Habían tenido que ampliar los palcos para sentar a
los invitados que llegaron desde Irán y Venezuela. Los iraníes, todos ellos
varones barbados, entraban silenciosos en el Congreso, muy solemnes y sin dar
la mano a las mujeres, especialmente a las diputadas de Podemos, quienes miraban hacia otro lado ocultando apenas esa molesta sensación de saber que el novio, por quienes ellas
estaban ahí, tenía esas -al parecer, inevitables- amistades peligrosas.
La comitiva venezolana, compuesta también exclusivamente por hombres (los amigos del novio eran, todos, hombres: Podemos, no lo olvidemos, es un universo de hombres), estaba compuesta por un buen número de obesos de mediana edad, muy morenos y lustrosos, cuyas carnes desmentían la falacia de que en Venezuela hubiera habido alguna vez hambre!
Por parte de la novia, la mayoría de los invitados entraban en el Congreso ocultando el rostro. No asistieron ni Felipe González, ni Alfonso Guerra, ni Bono; ni nadie de la vieja guardia. Griñán y Chaves excusaron asistir aduciendo que tenían comparecencia en los Juzgados. Susana dijo que no tenía con quien dejar al niño y tampoco fue. Pero los del entorno de Sánchez iban encantados y encantadas, llevando la cola del vestido de novia extendiéndolo para que se vieran los motivos bordados en el mismo color blanco roto: un puño agarrando una rosa; el perfil de un obrero con la estética de entreguerras; un arcoiris compuesto por diez tonos de blanco...
La comitiva venezolana, compuesta también exclusivamente por hombres (los amigos del novio eran, todos, hombres: Podemos, no lo olvidemos, es un universo de hombres), estaba compuesta por un buen número de obesos de mediana edad, muy morenos y lustrosos, cuyas carnes desmentían la falacia de que en Venezuela hubiera habido alguna vez hambre!
Por parte de la novia, la mayoría de los invitados entraban en el Congreso ocultando el rostro. No asistieron ni Felipe González, ni Alfonso Guerra, ni Bono; ni nadie de la vieja guardia. Griñán y Chaves excusaron asistir aduciendo que tenían comparecencia en los Juzgados. Susana dijo que no tenía con quien dejar al niño y tampoco fue. Pero los del entorno de Sánchez iban encantados y encantadas, llevando la cola del vestido de novia extendiéndolo para que se vieran los motivos bordados en el mismo color blanco roto: un puño agarrando una rosa; el perfil de un obrero con la estética de entreguerras; un arcoiris compuesto por diez tonos de blanco...
Los días pasaron. Y de la
mano de los mismos, las semanas. Las reformas que se acometieron en la enorme casa
que habitaban dejaban entrever un espíritu caprichoso: piscinas sobreelevadas
con el suelo transparente para poder ver a los bañistas desde abajo; salones
desprovistos de ornamentos; cocinas silenciosas; jardines abandonados a su
suerte… Todo había cambiado en poco más de un año. Los desplantes de Pablo en público habían incrementado su frecuencia y su virulencia. Una vez se subió al estrado para taparle la boca físicamente durante el debate sobre el estado de la nación!
De cualquier manera, eran noticias que se prodigaban casi exclusivamente fuera de España, porque la prensa oficial española, tras la Gran Reforma de la Comunicación, el primero de los proyectos que puso en marcha el Vicepresidente, se había quedado en el chasis: sólo algunos medios casi artesanales, en su totalidad blogueros, sobrevivían a la censura brutal.
Cuando salió ardiendo la casa de Ana Romero, la periodista que le había preguntado por la coalición de perdedores a Pablo durante la rueda de prensa en la que pidió matrimonio a Pedro, se descubrió que lo primero que había ardido fue su abrigo de pieles. La periodista y su familia se libraron de morir calcinados en sus camas gracias a las voces de los vecinos. Este suceso conmocionó al mundillo de la prensa, aunque, ya con la Gran Reforma emprendida, pocas voces se atrevieron a señalar como autor intelectual del atentado al Vicepresidente. Pero tras la aparición del cadáver de Eduardo Inda en la puerta de su casa con una hoz clavada en la frente y un martillo metido en la boca, la totalidad de los periodistas decidieron pensarse lo que iban a publicar.
La mansión que habitaban se había ido oscureciendo. Las puestas de sol se hacían eternas mientras Pablo navegaba entre papeles en su enorme despacho-biblioteca. Los amaneceres llegaban como sobrevenidos, empujados por la formidable personalidad del dictador, que parecía no dormir jamás. "Amanézcase!", gritaba en silencio mirando tras los cristales de su despacho en sombras.
Ella, Pedro, vagaba entre los rosales secos que algún día simbolizaron sus anhelos; aquellas ojeras oscuras delataban un espanto cotidiano que no alcanzaba a ser mortal. Nada más pasar la luna de miel, los modos vejatorios de Pablo volvieron; pero esta vez trufados de amenazas veladas, de secretos puñales que la mantenían con vida pero sin vivir, en pie pero muerta, mirando pero sin ver.
De cualquier manera, eran noticias que se prodigaban casi exclusivamente fuera de España, porque la prensa oficial española, tras la Gran Reforma de la Comunicación, el primero de los proyectos que puso en marcha el Vicepresidente, se había quedado en el chasis: sólo algunos medios casi artesanales, en su totalidad blogueros, sobrevivían a la censura brutal.
Cuando salió ardiendo la casa de Ana Romero, la periodista que le había preguntado por la coalición de perdedores a Pablo durante la rueda de prensa en la que pidió matrimonio a Pedro, se descubrió que lo primero que había ardido fue su abrigo de pieles. La periodista y su familia se libraron de morir calcinados en sus camas gracias a las voces de los vecinos. Este suceso conmocionó al mundillo de la prensa, aunque, ya con la Gran Reforma emprendida, pocas voces se atrevieron a señalar como autor intelectual del atentado al Vicepresidente. Pero tras la aparición del cadáver de Eduardo Inda en la puerta de su casa con una hoz clavada en la frente y un martillo metido en la boca, la totalidad de los periodistas decidieron pensarse lo que iban a publicar.
La mansión que habitaban se había ido oscureciendo. Las puestas de sol se hacían eternas mientras Pablo navegaba entre papeles en su enorme despacho-biblioteca. Los amaneceres llegaban como sobrevenidos, empujados por la formidable personalidad del dictador, que parecía no dormir jamás. "Amanézcase!", gritaba en silencio mirando tras los cristales de su despacho en sombras.
Ella, Pedro, vagaba entre los rosales secos que algún día simbolizaron sus anhelos; aquellas ojeras oscuras delataban un espanto cotidiano que no alcanzaba a ser mortal. Nada más pasar la luna de miel, los modos vejatorios de Pablo volvieron; pero esta vez trufados de amenazas veladas, de secretos puñales que la mantenían con vida pero sin vivir, en pie pero muerta, mirando pero sin ver.
Él había tomado las
riendas desde el principio: no había podido confiar en una mujer para llevar
las cuentas de una finca tan enorme! Sus amigos jamás le habrían seguido
respetando si hubiera permitido tal cosa! De ninguna manera! Así que Pablo,
cada vez más alejado de los círculos públicos, se encerraba cada día en su
enorme biblioteca inglesa de nogal para dirigir los destinos de todos. A su
alrededor, se extendía un silencio mineral sin ecos.
Mientras tanto, fuera de
la enorme mansión y en los recovecos del jardín inmenso, un mal día Pedro
enredó su melena confusa en unos matorrales del jardín, y su collar de cuero
negro, regalo de Pablo por su primer aniversario, encontró una rama de encina a
la que ungirse. Todo pasaría pronto. Todo, Pedro. La luz de la España confusa. Los
tremedales llenos de tinieblas. La desgarrada Cataluña. El sombrío País Vasco.
La sorprendentemente violenta Galicia. El cierre de Europa por los Pirineos. La
huida de las multinacionales. Los miles de muertos en las revueltas sofocadas
con mano de hierro. Las ciento doce mezquitas abiertas en sólo seis meses. La vuelta a
la peseta. El exilio a Francia de dos millones de españoles; a Estados Unidos;
a Alemania. Todo pasaría enseguida. Todo, Pedro. La vuelta a la oscuridad. Al
silencio.
Cuando Pablo la encontró
pendiendo de la encina, se arrodilló a sus pies, sosteniéndolos apenas con sus
nervudas manos. No lo entendía! No podía comprenderlo! Él había limpiado la
casa a fondo! Le había puesto un ejército de eunucos a sus pies! Había acabado con la casta! Había hecho huir a los banqueros! Había purgado las listas del falso socialismo de salón que tanto daño le hizo a ella desde que pactaron! A qué este arrebato de melancolía brutal? Cómo encajar ese bello cadáver que la encina mostraba como si fuera un hermoso pendiente? Por qué le hizo esto? …Él la quería!
Hay pocas, muy pocas personas, en nuestro idioma, capaces de hacer critica politica escribiendo algo tan magnifico en fondo y forma como el presente articulo. Gracias y en hora muy buena!
ResponderEliminarD. Eduardo, acabo de leer su artículo de hoy en EDL, Él la quería!, y tengo que confesarle que ha vuelto usted a sorprenderme una vez más. Cuando ya creía que no podría superarse, dado el altísimo nivel de todos sus artículos, hoy lo ha vuelto a hacer. Pero ¿cómo puede escribir usted de esa manera? Sepa que le envidio. Ya sé que no es periodista, pero créame, no le hace falta, podría escribir para cualquiera de los grandes periódicos de tirada nacional sin ningún problema. Es más supera a muchos de los que escriben actualmente en esos periódicos. Es un lujo poder leerle, de verdad. Ya sé que a veces se siente cansado, pero por favor, no se le ocurra nunca dejar de escribir porque muchos nos sentiríamos huérfanos sin sus artículos. Enhorabuena de corazón D. Eduardo.
ResponderEliminarBuenas tardes caballero,le felicito por esta genial parodia, digna de cualquier escritor laureado de nuestra lengua materna.Salud, y no pierda ni las ganas de escribir, ni ese humor acido con el que denuncia los desmanes a que nos tiene acostumbrados la clase politica. Saludos y que la fuerza le acompañe.
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