Artículo de Paco Romero
“Aquel providencial acuerdo del 78 se percibe ya como ese mediocampista
oscuro, tosco y sin relumbrón al que se echa más en falta cuando no está en el
césped que cuando es alineado”
“Más atractivo resultaría un acomodo a la modernidad de la división
territorial alejada de los designios decimonónicos de Javier de Burgos y de la
esquizofrenia autonómica uniprovincial, que la modificación de la propia ley
electoral”
La jornada de reflexión de ayer, mejor dicho, de elucubración
postelectoral, nos deja tantas interpretaciones como mentes febriles ocupadas y
preocupadas por el futuro de España o de Ex-paña, lo mismo da que da lo mismo.
Primero, un
somero repaso a las inobjetables cifras:
Con las connotaciones que más adelante expondré, casi un 27
por ciento de ciudadanos con derecho a voto han permanecido en sus casas,
haciendo caso omiso a los “cantos de sirena” de las formaciones políticas y autoproclamándose
como los auténticos vencedores de las elecciones. A no mucha distancia, 21 de
cada 100 componentes del censo (3 de cada 10 votantes) han optado por el PP, y
16, 15 y 10 de cada 100 censados han preferido, respectivamente, a PSOE,
Podemos y Ciudadanos.
A nivel nacional, y sin despreciar la mayoría absoluta
popular en el Senado que deja sin opciones los cambios constitucionales que
vienen pregonándose, obtiene un tan diáfano como insuficiente triunfo, venciendo
en 38 de las 52 circunscripciones y alcanzando 7.215.530 adhesiones, seguido
del PSOE que obtiene 5.530.693 votos. Los populares en el gobierno (rebajando de
186 a 123 el número de escaños) han extraviado casi el 34 % de asientos en el
Congreso y más del 35 % de los apoyos, mientras los socialistas de la oposición
(de 110 a 90 actas) pierden más del 18 % de los escaños y casi el 24 % de los
apoyos.
En lo que a Andalucía respecta, triunfo del PSOE, donde gana
en cinco de las ocho provincias obteniendo 1.400.399 adhesiones, seguido del PP, que se sitúa como
partido más votado en Almería, Granada y Málaga, obteniendo 1.292.652 votos. Los socialistas (que ven rebajados sus
actas de 25 a 22) pierden más del 12 % de los escaños y casi el 14 % de los
apoyos, y los populares (de 33 a 21) se desfondan al dejarse en el camino el mismo
porcentaje de actas que de votos (el 36 %). Aparecen por vez primera, a nivel
regional, Podemos con 10 diputados, merced a sus 749.081 electores (16,86 % de
los votos), y Ciudadanos, con 8 representantes gracias a sus 611.772 votantes
(13,77 % de apoyos).
Ahora llega el
momento del análisis y de la -libre- opinión, que, con mayor fortuna o menor
acierto, todos nos apresuramos a proclamar sobre esta minilegislatura en ciernes y ante cuya posibilidad surgen, en
principio y a borbotones, dos palabras: ingobernabilidad y caos, cualidades
negativas ambas que hacen vislumbrar a los grandes gurús de la información,
como mucho, un gobierno en minoría y elecciones a la vuelta de la esquina.
La carencia de grandeza y la ausencia de miras -con tan
legítimas como desiguales responsabilidades de los dos partidos llamados a dar
estabilidad a este denostado sistema- dibujan tan ensombrecido panorama que hay
quienes, habiendo contribuido a su exterminio, están ya echándolo en falta.
Ahora, en apenas horas veinticuatro, una importante mayoría ha descubierto que
el vituperado “contubernio” de la Transición no era, ni con mucho, el padre de
todos sus achaques. Extrapolando al fútbol, aquel providencial acuerdo del 78 se
percibe ya como ese mediocampista oscuro, tosco y sin relumbrón al que se echa
más en falta cuando no está en el césped que cuando es alineado.
Y para muestra, ahí tenemos recuperándose a nuestra antigua
parienta, esa prima de riesgo que ayer mismo ya expresó sus primeros temores
con un encarecimiento del 14 %, sin echar en saco roto la caída bursátil de más
de tres puntos, ambas patentizando como los inversores deshacen posiciones y se
alejan de las temibles incertidumbres, las mismas que, así lo hemos querido, se
han asentado en nuestro inmediato porvenir.
Frente a los abstencionistas convencidos se posicionan los
que entienden irresponsable su actitud; frente a los que pretenden adueñarse de
la totalidad de la abstención, haciendo suyas todas las causas (incluidas las originadas
por los óbitos), se manifiestan con éxito los responsables de dos nuevas
formaciones que de la nada se han situado en tercera y cuarta posición del
hemiciclo de la Carrera de San Jerónimo y han demostrado que, leyes electorales
aparte, quien convence, puede llegar a vencer.
Pareciera que hay algo que no cuadra en un sistema electoral
donde el ganador se asoma con cara de desenterrado y el subcampeón aparece con
rostro del museo de cera, mientras el tercero de la lista, epítome de cuatro
agrupaciones electorales o más, se muestra radiante, desmaquillándose de todos
los barnices, como un MacArthur redivivo, exhibiendo y exigiendo en la misma
noche electoral todo el maximalismo de un programa escondido durante la
campaña.
Sin embargo, más atractivo resultaría, seguramente, un
acomodo a la modernidad de la división territorial alejada de los designios
decimonónicos de Javier de Burgos y de la esquizofrenia autonómica uniprovincial,
que la modificación de la propia ley. En definitiva, territorios acordes a la
población que homogenicen población con extensión y, de paso, reduzcan administraciones.
¿Y ahora qué? El mapa tras el 20D dibuja una España dividida
justamente por la mitad (PP + C’s = PSOE + Podemos), con un centro derecha
reformista donde los populares, aún repartiendo la tarta de resultados de hace
cuatro años, siguen siendo hegemónicos, una izquierda también partida en dos y
un PSOE, a su vez fragmentado.
Todo apunta, pese a los desmentidos en campaña de Sánchez (“Ni con Bildu, ni con el PP” – “Para mí es
un fracaso quedar segundo”), a un gran pacto de legislatura de los grandes
partidos, con la excepción deliberada de Podemos, encabezados no se sabe aún
por quienes y obligados por las instituciones y los socialdemócratas europeos,
por Felipe González y por los barones socialistas, o, como mal menor, a un
gobierno en minoría que abocaría a nuevas y no deseables elecciones en un plazo
muy breve.
El otro escenario, el grecoluso, no se vislumbra… de momento.
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