Artículo de Luis Escribano
En estas fechas navideñas es habitual ver en televisión las
diversas versiones cinematográficas de las obras literarias de Charles Dickens
sobre los Fantasmas de las Navidades Pasadas, Presentes y Futuras (“Un Cuento
de Navidad” y “Una canción de Navidad”). En dichas obras los distintos
Espíritus visitan a Ebenezer Scrooge,
protagonista de la historia, con el objetivo de redimirlo.
En la presente Navidad, estos Fantasmas han tenido la
gentileza de visitarme, no con el fin de redimirme, que trabajo les costaría
sin duda, sino para que haciendo gala de mi apellido, escribiera lo que me
mostraran para conocimiento de todos los españoles, fueran mujeres u hombres,
pobres o ricos, sanos o enfermos, alegres o tristes, avaros o generosos, creyentes
o ateos, cultos o analfabetos, malvados o bondadosos, empleados o desempleados,
jóvenes o mayores, de izquierdas o de derechas, liberales o totalitarios... Con
ello creo que han pretendido avivar nuestras mentes y corazones, a fin de no
cometer errores de muy difícil solución.
El primero en visitarme fue el Fantasma de las Navidades Pasadas. Se dedicó a mostrarme la España
de otras épocas, y fue una mala experiencia: invasiones sangrientas, epidemias,
tiranías, revueltas, analfabetismo, desigualdades, racismo, plagas, etcétera. No
tuve estómago para aguantarlo. Todo eso era inconcebible para mí en comparación
con lo que había vivido en estas últimas décadas.
Pero uno de los peores episodios estaba aún por llegar: el Fantasma me llevó a los
años de la Guerra Civil española. Lo que me mostró no era propio de seres
humanos con un mínimo de razón. En esa época surgieron las más bajas pasiones
que los humanos pueden mostrar. Independientemente de que algunos tomaron
partida por un bando u otro (a veces fue fruto del azar o por simple
supervivencia), el Fantasma me mostró también como muchos españoles
aprovecharon la ocasión para vengarse por rencillas pasadas matando a sus
“enemigos personales”, o denunciando a familiares para quedarse con todos los
bienes por pura avaricia; incluso algunos hombres, para quedarse con la mujer
que querían, mataron o hicieron matar al “obstáculo” (marido o pretendiente), y
otras veces fueron los celos el origen de las muertes de mujeres y hombres.
La consecuencia de esos años fueron numerosas pérdidas
humanas, incluyendo los muertos en combate, los represaliados en la retaguardia
por ambos bandos y los ejecutados por los vencedores tras la guerra. A ello hay
que añadir el exilio masivo por muchos años y la llegada del hambre por la
desaparición de los recursos económicos: destrucción de las infraestructuras, comunicaciones,
industrias, viviendas, cabaña ganadera, parque automovilístico y ferroviario, etcétera.
La ausencia del “espíritu navideño” fue innegable, y hasta al Fantasma se le
escaparon algunas lágrimas.
La lección fue evidente: jamás deberíamos repetir este gran
error de aniquilarnos entre nosotros, y para ello es necesario cerrar
definitivamente estas heridas históricas. En cuestión de política, no se trata
de vencer, sino de convencer con las ideas y los hechos.
Tras despedirme del primer Fantasma, se me apareció el Fantasma de las Navidades Presentes. Lo
que me mostró era otro cantar en comparación con el anterior, pues han sido momentos
de cierta prosperidad y paz, aunque también hubo momentos terroríficos: los
vividos con los actos terroristas, que tantos heridos y muertos han dejado por
el camino.
No obstante, el Fantasma también me mostró otros grandes
errores: la ausencia de valores como la responsabilidad, sinceridad, esfuerzo,
voluntad, honestidad, honradez, etcétera, en muchos ámbitos de la sociedad
española; la avaricia económica y ambición de poder, que ha traído una
corrupción moral y política a nuestra sociedad de consecuencias negativas
descomunales, como el desempleo y la injusticia material; la ausencia de
debates sustanciales para convencer y la cada vez más peligrosa presencia del
“vencer” con argumentos banales; grandes desequilibrios entre razón y espíritu;
el fracaso escolar y la incultura que se extiende a todos los ámbitos; medios
de comunicación sesgados por criterios político-económicos, sin atender un
nivel intelectual adecuado en su misión fundamental de formación e información;
un aumento de la crispación y radicalización de la política, que en nada
contribuye a nuestra prosperidad, etcétera.
Respecto a esto último, el Fantasma se dedicó a mostrarme las
barbaridades que dicen muchos dirigentes políticos españoles, así como esos
simpatizantes de partidos radicales que, ocultando sus rostros en avatares y
pseudónimos por cobardía (Twitter, Facebook, etc.), se dedican a insultar y
amenazar en las redes sociales a cuantos denuncian a totalitarios y radicales -separatistas, bolivarianos, fascistas o similares-.
La enseñanza de este Fantasma ha sido obvia: o cambiamos el
rumbo que llevamos corrigiendo los citados errores, o cada vez nos costará
mucho más dejar a nuestras futuras generaciones con un país lleno de
oportunidades y suficiente riqueza para que el desempleo y las pensiones de
jubilación no sean un problema, un país donde los derechos y libertades brillen
por su presencia, y la cordura (y cultura) inunde nuestras mentes.
Por último, el Fantasma
de las Navidades Futuras hizo su aparición cuando menos lo esperaba. Me
encontraba investigando otro caso de corrupción en Andalucía, cuando la mano
del Fantasma me cogió el hombro y me transportó a un lugar desconocido. Era el
aula de una escuela, cuya ubicación ignoraba. En una de sus paredes había dibujado
un mapa de lo que conocía como Europa. Mi sorpresa fue encontrarme con nombres
muy extraños, y ninguno era el de España, Francia, Italia…. Le pregunté al
Fantasma que había pasado, y como no podía hablar, se limitó a enseñarme un
libro de Historia contemporánea. Tras ojear su índice, y leer algunos pasajes
del mismo, comprendí que ya no existía la nación española….¡ni la Unión
Europea!
Lo más llamativo que leí fue que volvieron a repetirse
episodios pasados de una gran inestabilidad política, donde grupos radicales se
hicieron con el poder en España, y dejaron que los nacionalismos impusieran sus
criterios, rompiendo la unidad del país, hasta el punto de que otras regiones,
incluso provincias, que hasta la época presente nunca habían mostrado
ambiciones separatistas, decidieron hacer lo mismo. Esta inestabilidad provocó
una gran crisis en la Unión Europea, porque nadie quiso hacerse cargo de las
deudas que tenía España, arrastrando a otros países a crisis profundas, y además
porque los conflictos internos en España trajeron una gran crisis económica,
paro y violencia a las calles.
Ese momento fue aprovechado por potencias económicas como
Rusia -que invadió parte de Europa-, China, Emiratos Árabes Unidos -y otros
países árabes-, etcétera, para intentar hacerse con el control de sus economías
y con el poder político, lo que provocó la llegada de nuevos conflictos armados
a Europa, incluida España, que se resistían a ser “controlados” por esos
Estados foráneos. Los intentos desde el primer momento por llegar a acuerdos de
paz fueron infructuosos, a pesar de los esfuerzos de Estados Unidos por mediar,
cuya economía llegó a sufrir negativamente por estos conflictos.
De nuevo la Historia mostró su peor cara. Las epidemias y el
hambre inundaron toda Europa, cuyas infraestructuras, comunicaciones,
viviendas, etc., habían sufrido grandes destrozos.
Una vez acabaron los conflictos, los vencedores acabaron
dibujando líneas en los mapas totalmente desconocidas para mí, apareciendo
nuevos Estados, repartidos entre China, Rusia y algunos países árabes. Era un
mundo nuevo, originado por el país que había llegado a ser el mayor imperio
mundial y que ahora había dejado de existir. ¡Ni siquiera entendía los idiomas
que en esa época futura se hablaban en los territorios de la antigua España!
Creo que no es necesario explicar lo que el Fantasma de la
Navidad Futura había intentado hacerme ver: radicalizar la política en un mundo
globalizado nunca trae nada bueno. A la vista están sus consecuencias.
La sensatez, el debate con fundamentos fácticos, fortalecer
la sociedad en detrimento del exceso de Estado, convertir a los ciudadanos en
los verdaderos protagonistas de la nación española y no en simples receptores
de las decisiones de dirigentes políticos oportunistas y corruptos, asumir que
la educación y la enseñanza de valores son pilares fundamentales de nuestra
sociedad y actuar en consecuencia, y tantas otras ideas y acciones que nos
muestran nuestros particulares fantasmas, son hoy tan necesarias e
imprescindibles como respirar o comer.
La lección está aprendida. No hay tiempo que perder. En este
planeta somos muchos habitantes, y todos aspiramos a sobrevivir de la mejor
manera posible. Pero eso no nos da derecho a pisar a los demás: creernos
superiores es un gran error, como lo es creer que siempre tenemos la razón en
todo. Reconocer nuestros errores y aprender de ellos puede convertirnos en
mejores personas. No existe una única fórmula para conseguir el bien de la
humanidad. Hay que trabajar para encontrar el equilibrio. Desde la divergencia,
sí, pero sin perder nunca el verdadero objetivo.
Y en España, siguiendo a Carlo
María Cipolla en su teoría de la estupidez, “bandidos” y “estúpidos” en la
política hay muchos, pero hoy necesitamos con urgencia a los “inteligentes”.
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