Artículo de Eduardo Maestre
La famosa secuencia cinematográfica de Los Hermanos
Marx en el Oeste en la que
Groucho grita desaforado a sus hermanos "Más madera! Es la guerra!"
con el objetivo de seguir alimentando la caldera de la locomotora para perseguir
a los malos me ha inspirado el título de este artículo; sólo que cambiando un
combustible natural, la madera, por otro
intelectual: Voltaire.
Pero por qué Voltaire? Pues
porque hay dos hechos incontestables: Voltaire representa a Francia, y Francia
está en guerra.
Pero no se asusten! No se crean que voy a llevarme un piano al fatídico
sitio donde murieron decenas de ciudadanos libres a manos de esos enfermos que se hacen llamar yihadistas! No voy a entonar el lánguido Imagine con
la ilusión de contrarrestar la enorme cantidad de sangre vertida por las calles
de París. Porque con las canciones de Lennon se podrá follar, pero jamás
solucionar el tremendo desafío que tiene hoy Occidente; desafío que de ninguna
manera podemos ya obviar.
Cuando hablo de echar más Voltaire
a la caldera -porque es la guerra-,
no me refiero a echárselo a los asesinos fundamentalistas islámicos del ISIS. No.
Porque éstos no tienen ya más solución que la de pasar a la otra vida y
disfrutar de ese paraíso en el que
les esperan 72 huríes y ríos de leche, miel y vinos aromáticos. Ojalá pasen
cuanto antes a mejor vida! Yo, a éstos, les deseo lo mejor!
Pero no: con lo de echar más Voltaire en la caldera no me refiero a la de
éstos: los yihatas no tienen ya solución! A los que
apunto como destinatarios de un atracón de Voltaire es a los nuestros. A los
occidentales. A los jóvenes. A nuestros hijos. Y cuando digo Voltaire, estoy
diciendo la Ilustración. Porque
Voltaire, ese hombre de la peluca, representa la inteligencia, el escepticismo sistemático,
la duda constructiva, la crítica aguda, la guerra contra los dogmas. Y, especialmente, la denodada lucha contra el fanatismo, viniere de donde
viniere!
Curiosamente, Voltaire tiene entre sus magníficas obras una titulada Mahoma
o el fanatismo. Ya, en el siglo XVIII, lo uno era sinónimo de lo otro! Sin
embargo, no es por esa obra por lo que Voltaire condensa en sí mismo el
precipitado de luces de Occidente, sino por su trayectoria vital, una vida
marcada por un carácter agudísimo que le valió varias veces ser encarcelado por
enemigos poderosos, todos ellos pertenecientes a la nobleza prerrevolucionaria
o a la Iglesia Católica.
Sí: Voltaire no se callaba ante la estupidez; no aceptaba las ideas
preconcebidas, las frases hechas, las creencias ciegas, los dogmas. Su
capacidad crítica sobrepasaba todo lo visto hasta entonces; su sentido del
humor se convirtió en un estilete que tocaba de muerte el orgullo de los
poderosos. Y su inteligencia lúcida y brillante era un hacha que decapitaba sin
esfuerzo las mil cabezas de la Estupidez. En España, hoy, Voltaire no daría abasto! Tanta estupidez hay!
Este hombre de mirada intensa, que en realidad se llamaba François-Marie
Arouet, fue el padre de la Ilustración, y su vida larguísima y prodigiosa vino
a representar el Siglo de las Luces. Nació y murió en París, pero viajó por
toda Europa y abrió una nueva perspectiva del mundo gracias a su extraordinaria
capacidad de análisis crítico. Dio pie a la creación de un nuevo enfoque
intelectual. Ustedes saben lo difícil que es eso? Porque no estamos hablando de
un simple erudito, de un intelectual, de un ilustrado
más! Cuando afirmo que construyó una nueva forma de contemplar el mundo, estoy
hablando de que modificó, para el resto de la Historia, la estructura interna de las sinapsis cerebrales! Aunque la mejor
manera de que me comprendan es instarles a que lo lean. Les recomiendo, para
abrir boca, su Diccionario Filosófico
y, cómo no, su maravilloso Cándido,
libro que me descubrió al genio francés a mis 16 años.
Arrojar mucho Voltaire a la caldera de nuestros hijos no significa ponerlos
de cara a la pared a leerse, una tras otra, las obras del francés universal, sino
educarlos en el espíritu volteriano,
que no es otro que el del escepticismo militante, la duda sistemática, la crítica total; ejercicios espirituales -todos ellos- que ineludiblemente los llevarán a adquirir la capacidad de arrancarles la careta a los imbéciles. Porque Voltaire encarna
la lucha constante contra el dogmatismo, contra el fanatismo, contra todas las
formas de coerción social, política y religiosa. El espíritu volteriano no es
otra cosa que la voluntad de imbuir en nuestros hijos una estructura crítica; incluso viendo la televisión (especialmente,
viendo la televisión!); para que
nunca, nadie, pueda venirles con objetos brillantes, con cuentas de cristal y con
espejitos para embaucarlos. Eso es Voltaire! La capacidad de ejercer una
actitud crítica con la que defendernos de los charlatanes, de los vendedores de
salvación, de los buenistas estomagantes, de los dogmáticos y, por descontado, de los fanáticos
de cualquier signo.
Voltaire en el desayuno, antes de ir al colegio. Voltaire a media mañana,
en el recreo. Voltaire a la hora de comer. Voltaire para merendar, y Voltaire
para cenar. Voltaire a todas horas! Porque es la única manera de impedir a los
malos que en el futuro, cuando ya no estemos nosotros, seduzcan a nuestros hijos!
Porque el parisino de la peluca condensa en sí mismo todo lo que de brillante y emocionante hay en
Occidente: desde Aristóteles hasta Ortega y Gasset; desde Aristófanes hasta
Ionesco; desde Fidias hasta la Bauhaus; desde Catulo hasta Bukowsky. Porque
nuestro deber es combatir a los fanáticos después de haber muerto nosotros
mismos, y Voltaire representa la educación crítica, la educación escéptica: la
única educación posible que tenemos que dar a nuestros hijos si los queremos
libres; libres, incluso en el caso de que ganaran los malos.
Y, por descontado, bombas! Hay que bombardear las bases yihadistas; destruir
incontestablemente los centros desde los que el fundamentalismo islámico está
organizando esta locura supremacista que supone el ISIS. Que son miles de
muertos los que se contarán entre las filas yihadistas? Pues miles! Que son
cientos de miles? Pues cientos de miles de fanáticos que subirán al paraíso en
el que les esperan sus vírgenes! Mientras menos enfermos dispuestos a decapitarnos, acuchillarnos o ametrallarnos en las terrazas de
nuestros bares haya en el planeta, mejor! No hay nada que hablar ya! Sólo cabe
ir a por ellos: en sus guaridas; en sus patios; en sus casas. Y borrarlos de la
faz de la tierra.
Pero a nuestros hijos, Voltaire! Más Voltaire! …Porque es la guerra!
Eduardo me gustas más cuando escribes, hoy insuperable. Te reenvío a todos mis compañeros de C...,lo siento tengo que compartir tu genialidad ya que ellos no quisieron.
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