Artículo de Luis Marín Sicilia
“Entre la guerra y el deshonor, habéis elegido el deshonor, y tendréis
también la guerra”
“En la tensión permanente del binomio libertad-seguridad la
recuperación de la dignidad humana consiste en tener muy claro cuando la balanza
debe inclinarse, aún perdiendo parte de nuestra libertad, por un reforzamiento
de nuestra seguridad”
“La pretendida quiebra de la legalidad, unida a la ausencia de mayorías
sociales amplias, como ocurre en Cataluña, fracturan a la sociedad y arruinan a
la economía”
El líder de la izquierda extrema, Pablo Iglesias, continúa
su aparente conversión desde el radicalismo hacia la moderación y reconoce
ahora que la inmensa mayoría de los españoles está con la Constitución de 1978,
aquella cuyos candados decía que había que hacer saltar, defendiendo hoy que
solo precisa algunas reformas que deben abordarse por sus propios mecanismos.
Bienvenido al club de los demócratas, habrá que decirle, porque nada hay más
nocivo para la convivencia que el saltarse las normas establecidas como
garantía de la misma.
Por su parte, algunos prohombres del secesionismo catalán
hablan ahora de la conveniencia del pacto con un Estado cuyas reglas incumplen,
olvidando que cualquier acuerdo pasa por el
previo e ineludible respeto a la legalidad vigente. Es por ello que el
Gobierno hace perfectamente al establecer mecanismos de control de los 3.035
millones de euros que van destinados al pago de proveedores y farmacéuticos por
impagos de la Generalitat. Es la lógica derivada de la resolución parlamentaria
que insta a desobedecer las leyes estatales, amparando además a los
funcionarios autonómicos ante las posibles presiones del gobierno autónomo. No
importa que Mas y sus adláteres bramen ante lo que consideran una aplicación
encubierta del articulo 155 de la Constitución; lo que importa es que los
rebeldes vayan aprendiendo lo que significa desobedecer las leyes vigentes en
un régimen democrático.
Desde otra perspectiva, y ante los luctuosos y dramáticos
sucesos de París, se impone un sosegado análisis sobre las políticas buenistas
de cierta izquierda que tiende con demasiada facilidad a olvidar que la defensa
de nuestra libertad hace necesario, en determinadas ocasiones, el uso de la
fuerza por parte de quienes, en las democracias, tienen la titularidad de la
misma, que son los gobiernos constitucionales. Acoger refugiados que huyen del
horror es razonable y humanitario. Hacerlo de forma masiva y desordenada es
peligroso e irresponsable, máxime después de saber que dos de los “kamikazes”
del estadio de Saint-Denis entraron como refugiados por Grecia. La vista gorda
sobre los que vienen a participar de nuestro progreso y bienestar, como aquel
eslogan de “papeles para todos”, hay que abordarla con el rigor que demanda la
posibilidad de que, lejos de lo pretendido, resulte que con tal manga ancha
estemos provocando desolación y ruina. Por ello, hoy adquiere todo su
significado la famosa frase de Churchill al primer ministro británico
Chamberlain, advirtiéndole que “entre la guerra y el deshonor, habéis elegido
el deshonor, y tendréis también la guerra”.
Todas estas consideraciones nos alertan en definitiva sobre
lo que supone el desgobierno de los pueblos, es decir, el desorden, el
desconcierto, la falta de una acción decidida para mandar o ejercer la
autoridad en la dirección adecuada. La izquierda es muy propensa a hacer
demagogia a la hora de asumir el gobierno de las instituciones porque ello
facilita su aceptación popular. Es una forma de mantener una cierta mentalidad
tutelada, dependiente y agradecida que, como acertadamente ha escrito Luis M.
Fuentes refiriéndose al gobierno andaluz, pretende “mantener a los pobres para
acurrucarlos después”. Es el pensamiento débil de los buenistas
profesionales, frente al desafío al que se enfrentan las sociedades modernas.
Quizás la peor herencia del franquismo, en términos
políticos, haya sido la permanencia de una sociedad tutelada que se define por
el miedo a la libertad, lo que nos hace dependientes y protegidos. Por contra,
las sociedades modernas, en cuyas manos está el futuro, se reafirman en una
cultura que nos legitime como hombres libres. En la tensión permanente del
binomio libertad-seguridad la recuperación de la dignidad humana consiste en
tener muy claro cuando la balanza debe inclinarse, aún perdiendo parte de
nuestra libertad, por un reforzamiento de nuestra seguridad. Es el ejemplo de
la sociedad francesa que, ante el ataque feroz a sus principios, ha reafirmado
su voluntad de ser un pueblo libre que alienta la respuesta de fuerza contra
quienes perturban su libertad. Bien es cierto que, para algunos, queda la duda
de cual habría sido el proceder de cierta “progresía” europea, vistos otros
antecedentes, para el caso de que Francia hubiera tenido al frente un gobierno
de derechas.
Que en España vamos aprendiendo ante el desgobierno es una
realidad. La entidad empresarial más importante de Cataluña, el Circulo de
Economía, clama contra el secesionismo y pide la inmediata y urgente
rectificación del soberanismo, resaltando los efectos negativos que ha
provocado la pretendida ruptura de la legalidad y alegando que la inseguridad
jurídica y la incertidumbre empresarial perjudica enormemente a la economía
catalana, a la creación de riqueza y a la generación de empleo. La solidez
democrática que hemos alcanzado tras el fin del franquismo, ahora ha hecho 40
años, no puede ser puesta en riesgo mediante aspavientos y confrontaciones
estériles, ya que uno de los mayores logros de nuestra democracia ha sido
desterrar las rivalidades fratricidas, de ahí lo pernicioso que resulta
afanarse en resucitar tristes episodios del pasado.
Por todo lo anterior, bienvenido Pablo Iglesias y bienvenido
todo aquel que, lejos del desgobierno y la desobediencia del orden legal
establecido, plantee cuestiones y reformas de nuestro sistema, que siempre es
posible desde la ley pero nunca sin la ley. Porque la pretendida quiebra de la
legalidad, unida a la ausencia de mayorías sociales amplias, como ocurre en
Cataluña, fracturan a la sociedad y arruinan a la economía. España se va a
jugar muy pronto su estabilidad política y su futuro económico. Del acierto de
su ciudadanía dependerán ambas cuestiones.
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