Artículo de Luis Marín Sicilia
“No tengo duda de
que la resolución que ayer aprobó la Cámara legislativa catalana terminará con
el mismo fracaso que las tres anteriores intentonas golpistas de los
secesionistas de la barretina”
“Afortunadamente,
España es un Estado de derecho, y quienes lo dudan van a tener la oportunidad
de comprobarlo muy pronto”
Mientras ese remedo de asamblearismo revolucionario se reúne
en la sede del Parlamento de Cataluña para intentar consumar un golpe de Estado
llamado al fracaso, rememoro algunos episodios y trayectorias de personajes
que, como el insulso y petulante Artur Mas, han producido lamentables desgarros
en la sociedad a la que han pretendido conducir con ínfulas mesiánicas. No
tengo duda de que la resolución que ayer aprobó la Cámara legislativa catalana
terminará con el mismo fracaso que las tres anteriores intentonas golpistas de
los secesionistas de la barretina. Y con los responsables de los actos ilegales
debidamente sancionados, primero por vía administrativa, como reos de
desobediencia y, de persistir en su conducta, por la vía penal, como reos de
sedición y rebeldía. Sin necesidad de suspender ninguna autonomía, como
gustaría a los sediciosos, sino simplemente condenando a los culpables y, en
último término, interviniendo su gestión por el interés general de los
catalanes.
Más que la proclamación del 14 de abril de 1931de la
República catalana, realizada por Maciá en el balcón de la Generalitat, es la
proclamación del Estado catalán, que hizo Companys el 6 de octubre de 1934, lo
que más se asemeja a la situación actual, dada la colaboración del secesionismo
burgués con los anarquistas de entonces y con los antisistema de ahora. La
ambición desmesurada de los golpistas, los de antes y los de ahora, la dibuja
perfectamente Azaña en sus memorias cuando decía "yo no he sido nunca lo
que llaman españolista ni patriotero, pero ante los incidentes antiespañoles en
Barcelona me indigno. Y si esas gentes van a descuartizar España prefiero a
Franco. Con Franco ya nos entenderíamos nosotros, nuestros hijos o quien fuere.
Pero esos hombres son inaguantables. Y mientras, venga poderes, dinero y más
dinero".
El factótum de la situación actual ha sido Jordi Pujol, el
patriarca de la nueva patria catalana y el padrino de la organización mafiosa
familiar que tan pingües réditos le ha dado... siempre envolviéndose en la
bandera protectora de su “patria”, como hacen todos los totalitarios. Artur Mas
es tan solo el acólito que de forma patética, torpe y obsesiva intenta salvar
los muebles de una aventura que debe conducir a todos los responsables al lugar
destinado a los delincuentes. Y puede que algunos tensionen la vía política
para que los suyos les tengan por héroes en vez de por chorizos, ya que la
trayectoria del jefe del clan, desde el caso de Banca Catalana, es
paradigmática del apego a conductas irregulares y enriquecedoras que,
posiblemente, no sean ajenas al ínclito Artur Mas, al que muchos tienen por su
testaferro y heredero político.
Pujol siempre fue un astuto maniobrero que supo sacralizar
su proyecto nacionalista envolviendo a las masas en el mismo mediante el
control de los resortes que moldean la opinión pública y el sistema educativo,
regando de sinecuras y dinero todos los medios, personas y entidades afines, y
condenando al ostracismo a todo el que no se sometiera a la
"redención" de su pueblo. Consiguió que la fiscalía abandonara el
caso Banca Catalana y, con el desparpajo del desvergonzado llegó a afirmar que
"de ética y moralidad solo hablaremos nosotros" los separatistas. Se
refería a los que llenaban mientras sus faltriqueras en detrimento del
contribuyente, como hoy se está poniendo de manifiesto ante la opinión pública
que aún no comprende como el clan familiar que él encabeza no tiene el mismo
destino cautelar que otros sospechosos de menor rango.
Afortunadamente, España es un Estado de derecho, y quienes
lo dudan van a tener la oportunidad de comprobarlo muy pronto. La ley se
impondrá, y no tengo duda de ello, de forma adecuada al desafío, es decir con
proporcionalidad a cada acto de rebeldía. Y para los andaluces, sobre todo los
que tiene nuestras raíces y viven en Cataluña, debe ser reconfortante que aquel
que nos menospreció como pueblo reciba el mayor de los repudios públicos que
merece quien nos definió como "hombres incoherentes, destruidos y poco
hechos", "ignorantes y miserables cultural, mental y
espiritualmente", hasta afirmar que "si por la fuerza del número
llegasen a dominar sin haber superado su propia perplejidad, los andaluces
destruirían Cataluña". Esto y más escribió Pujol en un libro de 1958
reeditado en 1976, refiriéndose a los andaluces. Y aunque se disculpó después,
su palabra debe tener el mismo valor que las comunicaciones escritas dirigidas
a los bancos donde depositaba sus mordidas. Es obvio, de todas formas, que los
andaluces han engrandecido a Cataluña, como otros muchos españoles, y
especialmente la mayoría de catalanes no separatistas, mientras que quienes la
están destruyendo son esos golpistas que, por no respetar, no respetan ni sus propios
símbolos ni sus propias normas.
Ante el estado actual de la cuestión catalana, lo más
sorprendente es que aún haya grupos políticos con vocación de gobierno que no
tengan claro lo que representa el principio de soberanía nacional y la igualdad
de todos los españoles. Es el caso de quienes surgieron aprovechando la ola de
indignación que la tremenda crisis auspiciaba por los recortes económicos y las
desvergüenzas políticas. Con habilidad y oportunismo acudieron a la mesa del
apetitoso pastel del inconformismo que se le presentaba, especímenes de todos
los gustos: activistas antidesahucios, supermanes grotescamente disfrazados,
chirigoteros y cuentachistes, meonas feministas, asaltantes de capillas,
tetonas descamisadas y tuiteros de dudoso gusto y escaso afán conciliador. Se
quitaron, si alguna vez la tuvieron, la corbata, enseñaron su bono bus,
quitaron enseñas y banderas, llamaron a los fotógrafos para inmortalizar cómo
utilizaban el metro o la bici, paralizaron licencias y obras... y colocaron a sus
parejas, parientes y amigos, aprobando unas normas de selección de candidatos
absolutamente controladas por los líderes de la nueva casta. Tan participativos
eran que apenas un 4 % de sus afiliados han aprobado su programa... pero ellos
ya están colocados.
“Se trata de
repetir una frase para liberar la mente con la finalidad perversa de evadir
responsabilidades”
Las apetencias de poder que los podemitas acreditan les
hace, a veces, jugar a una especie de moderación que no se corresponde con su
trayectoria. Así lo ha demostrado la postura de su líder, negándose a formar
parte del bloque constitucional ante el reto separatista. Llamar búnker a
quienes se comprometen a la defensa de la unidad de España, de su soberanía, de
la igualdad de los españoles y del respeto al Estado de derecho, es alinearse
con quienes quieren romper la nación más antigua de Europa, pretendiendo
reconocer un derecho a decidir que es la viva entelequia de quien desconoce lo
que significa el respeto a la legalidad, ya que, como ocurre en los países que
han aplicado sus principios, solo se aplica aquello que se corresponde con su
ideología trasnochada.
Que Podemos haya fichado a un general de “cuatro estrellas”
para sus candidaturas al Congreso y que el ex Jemad se haya pronunciado en
términos políticos ante un reto a la Constitución que prometió defender,
confirma, primero, que eso de las primarias es una mentira más de quienes
confunden al personal al optar por designaciones digitales. Y en segundo lugar,
que el concepto de democracia de esta nueva casta tiene pocas semejanzas con
los sistemas occidentales y subyace en el fondo su vocación bolivariana.
Es hora de desenmascarar el socorrido mantra al que recurre la izquierda, en cuya virtud la forma de encarar las afrentas a la Constitución consiste en hacer política en vez de reintegrar el orden legal quebrantado. Se trata de repetir una frase para liberar la mente con la finalidad perversa de evadir responsabilidades. Hay que decir, con toda claridad, que la ley se respeta y a quien la incumple se le sanciona. Y acto seguido, que hacer política, aquí y ahora, y respecto a la cuestión catalana, es no tolerar que un grupo sedicioso se apropie del 20 % del PIB español, que corresponde al conjunto de la nación española.
No se comprende que una izquierda tan amante de la justicia distributiva, se oponga a actos individuales de insolidaridad, mientras habla de dialogar políticamente con los mayores insolidarios colectivos que pululan por nuestra patria. Si la izquierda española, en sus diversas formas, pretende consagrar la desigualdad entre los españoles es hora de que lo diga sin más ambages ni ambiguas apelaciones a la política. Porque a esa desigualdad nos conducen quienes olvidan que la función de la política en una sociedad libre es resolver los problemas que le plantea su convivencia colectiva, bajo los principios de igualdad y soberanía del conjunto de ciudadanos libres, con arreglo al marco legal que previamente se han dado. En una democracia no es posible hacer política si no se respeta la ley. Eso solo es posible en los totalitarismos, sean dictaduras de derechas o lo sean de izquierdas. Que cada cual se ubique en el espacio que más le guste, pero que no prostituya los conceptos apelando a políticas antidemocráticas.
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