Artículo de Sergio Calle Llorens
El teatro, al menos
el teatro con mayúsculas, no se basa en ideas sino en emociones. Nadie, y menos
en España, llega a emocionarse con las ideas. Empero, a partir de las
emociones se puede construir un teatro muy intelectual, como a un servidor le
parece el de Pirandello. La locura
catalana parece un teatro de lo absurdo, pero si lo piensan detenidamente, la
cosa tiene su explicación. Los nacionalistas catalanes basan todo su discurso
en la emoción de sentirse diferentes. En la exaltación de una patria que nunca
existió. Y esa ilusión se va acrecentando a medida en que se escriben
constituciones donde hay preceptos que obligan a los catalanes a ser felices.
Al mezclar ilusión con la manipulación educativa que sufren los niños en las
escuelas, el resultado es un teatro singular en el que, aunque no muere el
apuntador, sí apunta a unos guionistas con serios problemas mentales.
Pirandello era un
catalizador del genio siciliano, tan Mediterráneo
por otra parte, un conductor de la angustia de un grupo étnico tan híbrido y
extraño. Algo que, salvando las distancias, tan bien se da en tierras
catalanas. Luigi Pirandello se casó con una loca para experimentar todas la
insensateces del amor. Como los catalanes porque, no lo duden nunca, aman a su
esposa catalana por encima de todo. Un amor que limita con la enajenación. Por
eso, a la gran mayoría de artículos que escribimos sobre esa región, les falta
el componente de la emoción que podría llegar, en mi modestísima opinión, a
entender la problemática. Incluso he llegado a leer a alguno afirmando que, de
todas las columnas de fusilamiento que versaban
sobre el tema, la suya era el que más le había gustado. Desconocía,
pobre iluso, que amar o haber amado a esa loca puede llevar a esta lúgubre
verdad que es la irresolución trágica del problema catalán. Dicho de otra manera, él que no ha amado
racionalmente a Cataluña, aunque sea
solo como un elemento más de la riqueza cultural del conjunto español, no
debería escribir ni una línea porque corre el riesgo de caer en el ridículo.
Tal vez mi torpeza estilística impida entender a algunos lo
que aquí les dejo escrito y, por ello, tomaré prestadas las palabras de José Ortega y Gasset pronunciadas en el Parlamento español en 1931 para que me
saque del apuro comunicativo: “Pues bien señores, yo sostengo que el problema
catalán, como todos los parejos a él, que han existido y existen en otras
naciones, es un problema que no se puede resolver, que solo se puede conllevar,
y al decir esto, conste que significo con ello, no solo que los demás españoles
tenemos que conllevarnos con los catalanes, sino que los catalanes también
tienen que conllevarse con los demás españoles”.
El teatro de
Pirandello siembra la duda en el espectador como ocurre en la
representación catalana donde la mayoría no se cree, especialmente en la
intimidad, que Cataluña vaya a
ganarle la partida al Estado. El personaje que ha introducido la duda, como en
todas las obras del siciliano, es Albert
Rivera -hoy cómplice de la mafia del sur- que hace sentir culpable al
espectador catalán por no haberse movilizado antes en una sociedad putrefacta y
corrupta. Desgraciadamente, el líder de Ciudadanos
no ha podido hacer que el espectador andaluz se sienta corresponsable de la
cloaca propia.
Tal vez, en la taifa del sur el teatro no tiene la emoción que
en el noreste español. Simplemente, no hay prácticamente andaluces que se emocionen
con el himno de Blas Infante o con
el trapo árabe. Esa carencia que impide que la gran mayoría sienta exaltación
por pertenecer a una de las regiones más pobres de la Unión Europea. Literariamente
Cataluña y Andalucía son dos mitos.
Políticamente ambas autonomías representan el teatro del absurdo en el que la
forma de tragediar conduce siempre a una sonora carcajada.
Creo que para superar este espectáculo, sería conveniente
dirigir, como en el teatro de Pirandello,
al espectador hacia la conciencia particular de éste, marginándolo del resto de
los ciudadanos alineados. Y eso, queridos amigos, no se logra juntado palabras
que expliquen ideas, sino creando emociones a través de la imagen de las listas
de espera en los hospitales andaluces y del impago a las farmacias catalanas.
El resultado sería un salvoconducto hacia la higiene democrática. Tal fácil de
escribir, tan difícil de lograr.
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