Artículo de Rafa González
En mi masoquismo de seguir las
noticias y debates de la atribulada España desde Alemania, hace poco di con un
debate en Youtube de no sé qué canal en el que una joven emigrante le echaba en
cara a Isabel San Sebastián que dijera que salir al extranjero era ''una
experiencia terriblemente enriquecedora'', porque, decía la exiliada, ''la
diferencia entre los españoles emigrantes de ahora y los de su generación es
que ahora no hay perspectiva de retorno''. Vivimos una época notablemente infantil,
en la que aceptamos cosas de la globalización que nos vienen bien, pero
rechazamos las que no nos convienen tanto. Cada vez queremos más movilidad y
flexibilidad con las tecnologías, más rapidez, más omnipresencia, pero al mismo
tiempo rechazamos ser desplazados por motivos de trabajo. Cómo es eso?
Y, sobre todo, por qué ese ansia de
retornar a España? Este sentimiento tan contradictorio de tener pensado volver
al país del que se huye es más español que el jamón serrano. Se trata de la estrechez de miras de considerar
que el único mal de España es la economía. Es curioso que las
grandes masas de inmigrantes europeos que decidieron asentarse para siempre en
países como Australia, Canadá, Estados Unidos o Argentina siempre fueron
italianas, griegas e incluso alemanas, pero nunca españolas. Me llama la
atención sobre todo el caso de los italianos, que, siendo tan parecidos a los
españoles, han llegado a establecerse (y adaptarse) en todos los rincones del
planeta sin haber explorado o colonizado un solo continente.
El caso es que llevo días meditando
sobre ese patriotismo a escondidas del
español. España es el país
donde el patriotismo se vive en un plato de lomo ibérico o croquetas, en una
toalla extendida en la arena de la playa o en una universidad que te permite
acabar la carrera en 10 años sin pasarte la factura, que diría Pablo
Iglesias; pero nunca es vivido este patriotismo con la identificación, la
solidaridad y la curiosidad por otras regiones, la defensa de la unidad, de la
historia o de la decencia en general. En definitiva, es un país donde
generalmente todo el mundo critica pero nadie hace, y nadie hace porque, al
final, todo el mundo está a gusto, todos demuestran (a su
manera) 'amor a la patria', la primera definición de la RAE para patriotismo. A
veces, hasta yo me veo reflejado en esta sensación: pese a la mierda que todo
lo tapa, sigo las noticias de mi país y me fumo muchos vídeos, porque en el fondo echo de menos España.
Y creo que, después de estos días de reflexión, he dado con la clave del por
qué.
No echo de menos España por lo que
me ofrece (corrupción, golferío, maniqueísmo, ignorancia, mala educación,
ruido, envidia, xenofobia, reinvención de la historia (véase secesionismo o, de
nuevo, ignorancia), falta de cultura, irracionalidad, exceso de pasiones,
picardía, impaciencia, burocracia, intervención, pésima conducción, suciedad,
etc.), sino por lo que conozco de ella. Es, en definitiva, el refrán de ''más vale lo malo
conocido que lo bueno por conocer''. Yo no tengo planeado volver, pero es
comprensible que el típico
inmigrante español tiene en mente retornar a España no porque tenga la
sensación de haber dejado atrás un paraíso, sino porque, al
encontrarse en su exilio con un mundo que no conoce, con una lengua que no
domina y con gente de otros intereses, costumbres y problemas, lo conocido,
aunque malo, se le antoja cómodo y accesible.
Y a mí mismo me pasa. A veces echo
de menos estar sentado en una mesa con gente que conozco de toda la vida,
hablando de cosas comunes que conocen mis interlocutores, con expresiones
comunes que ni siquiera los cordobeses o gaditanos conocen, sabiendo qué se
cuece en cada administración, a qué hora cierra el local y cómo reaccionarían
los que me rodean, desde el camarero hasta la persona que va a cruzar una
calle, ante una acción mía. Sí, sé que las expresiones comunes pueden ser
malsonantes, que las administraciones son corruptas hasta la médula, que el
local cierra demasiado tarde y molesta a los vecinos que quieren dormir, que el
camarero incluso puede que no sepa atender al cliente y que el peatón cruza la
calle en rojo, pero son cosas
que conozco y que puedo predecir, me resultan familiares y eso me protege.
Hablando de expresiones, el
lenguaje tiene una importancia vital en la autoestima del ser humano (y de ahí
que el nacionalismo se sirva de la lengua como vehículo para lograr sus
propósitos). Y es que esta reflexión que hago me viene especialmente a la mente
cuando dialogo con alemanes. Me entiendo bastante bien con ellos, pero siempre habrá un diferencial lingüístico, por
hablar en términos matemáticos, que me impedirá expresar mis sentimientos al
100% o entenderlos al 100%. Lo cual hace que no considere lo
que veo u oigo como propio y vice versa. Seguro que ya han oído ustedes alguna vez
la mala fama que tienen los alemanes en temas en temas de humor. Es
rigurosamente cierto. El alemán no domina la picaresca como el español, y tan
solo es mordaz con Schnitzel que le ponen por delante. Por poner un
ejemplo, si yo llego a la estación de Santa Justa de Sevilla y pido un taxi,
desde el primer momento en que el taxista abre la boca sé si está de buen o mal
humor, si es un charlatán o un pragmático.
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