domingo, 1 de noviembre de 2015

El patriotismo es...


Artículo de Rafa González


En mi masoquismo de seguir las noticias y debates de la atribulada España desde Alemania, hace poco di con un debate en Youtube de no sé qué canal en el que una joven emigrante le echaba en cara a Isabel San Sebastián que dijera que salir al extranjero era ''una experiencia terriblemente enriquecedora'', porque, decía la exiliada, ''la diferencia entre los españoles emigrantes de ahora y los de su generación es que ahora no hay perspectiva de retorno''. Vivimos una época notablemente infantil, en la que aceptamos cosas de la globalización que nos vienen bien, pero rechazamos las que no nos convienen tanto. Cada vez queremos más movilidad y flexibilidad con las tecnologías, más rapidez, más omnipresencia, pero al mismo tiempo rechazamos ser desplazados por motivos de trabajo. Cómo es eso?
 
Y, sobre todo, por qué ese ansia de retornar a España? Este sentimiento tan contradictorio de tener pensado volver al país del que se huye es más español que el jamón serrano. Se trata de la estrechez de miras de considerar que el único mal de España es la economía. Es curioso que las grandes masas de inmigrantes europeos que decidieron asentarse para siempre en países como Australia, Canadá, Estados Unidos o Argentina siempre fueron italianas, griegas e incluso alemanas, pero nunca españolas. Me llama la atención sobre todo el caso de los italianos, que, siendo tan parecidos a los españoles, han llegado a establecerse (y adaptarse) en todos los rincones del planeta sin haber explorado o colonizado un solo continente.

El caso es que llevo días meditando sobre ese patriotismo a escondidas del español. España es el país donde el patriotismo se vive en un plato de lomo ibérico o croquetas, en una toalla extendida en la arena de la playa o en una universidad que te permite acabar la carrera en 10 años sin pasarte la factura, que diría Pablo Iglesias; pero nunca es vivido este patriotismo con la identificación, la solidaridad y la curiosidad por otras regiones, la defensa de la unidad, de la historia o de la decencia en general. En definitiva, es un país donde generalmente todo el mundo critica pero nadie hace, y nadie hace porque, al final, todo el mundo está a gusto, todos demuestran (a su manera) 'amor a la patria', la primera definición de la RAE para patriotismo. A veces, hasta yo me veo reflejado en esta sensación: pese a la mierda que todo lo tapa, sigo las noticias de mi país y me fumo muchos vídeos, porque en el fondo echo de menos España. Y creo que, después de estos días de reflexión, he dado con la clave del por qué.

No echo de menos España por lo que me ofrece (corrupción, golferío, maniqueísmo, ignorancia, mala educación, ruido, envidia, xenofobia, reinvención de la historia (véase secesionismo o, de nuevo, ignorancia), falta de cultura, irracionalidad, exceso de pasiones, picardía, impaciencia, burocracia, intervención, pésima conducción, suciedad, etc.), sino por lo que conozco de ella. Es, en definitiva, el refrán de ''más vale lo malo conocido que lo bueno por conocer''. Yo no tengo planeado volver, pero es comprensible que el típico inmigrante español tiene en mente retornar a España no porque tenga la sensación de haber dejado atrás un paraíso, sino porque, al encontrarse en su exilio con un mundo que no conoce, con una lengua que no domina y con gente de otros intereses, costumbres y problemas, lo conocido, aunque malo, se le antoja cómodo y accesible.

Y a mí mismo me pasa. A veces echo de menos estar sentado en una mesa con gente que conozco de toda la vida, hablando de cosas comunes que conocen mis interlocutores, con expresiones comunes que ni siquiera los cordobeses o gaditanos conocen, sabiendo qué se cuece en cada administración, a qué hora cierra el local y cómo reaccionarían los que me rodean, desde el camarero hasta la persona que va a cruzar una calle, ante una acción mía. Sí, sé que las expresiones comunes pueden ser malsonantes, que las administraciones son corruptas hasta la médula, que el local cierra demasiado tarde y molesta a los vecinos que quieren dormir, que el camarero incluso puede que no sepa atender al cliente y que el peatón cruza la calle en rojo, pero son cosas que conozco y que puedo predecir, me resultan familiares y eso me protege.

Hablando de expresiones, el lenguaje tiene una importancia vital en la autoestima del ser humano (y de ahí que el nacionalismo se sirva de la lengua como vehículo para lograr sus propósitos). Y es que esta reflexión que hago me viene especialmente a la mente cuando dialogo con alemanes. Me entiendo bastante bien con ellos, pero siempre habrá un diferencial lingüístico, por hablar en términos matemáticos, que me impedirá expresar mis sentimientos al 100% o entenderlos al 100%. Lo cual hace que no considere lo que veo u oigo como propio y vice versa. Seguro que ya han oído ustedes alguna vez la mala fama que tienen los alemanes en temas en temas de humor. Es rigurosamente cierto. El alemán no domina la picaresca como el español, y tan solo es mordaz con Schnitzel que le ponen por delante. Por poner un ejemplo, si yo llego a la estación de Santa Justa de Sevilla y pido un taxi, desde el primer momento en que el taxista abre la boca sé si está de buen o mal humor, si es un charlatán o un pragmático. 

De todas formas, la 'expresión' o el 'lenguaje' pierden cada vez más peso en favor de otros factores, pues ni yo mismo me siento comprendido ya en España. Cada vez más, cuando escribo un comentario en Youtube o Facebook para rebatir las ideas de un compatriota que confunde 'a ver' con 'haber' o las gés con las jotas, me caen chuzos de punta, simplemente porque mi opinión (argumentada) logra contener como una presa sus prejuicios, ideas preconcebidas o doctrinas impuestas, y eso fastidia. En el mejor de los casos no entienden mi punto de vista porque trato de rebozarlo con datos difíciles de digerir para un ignorante. Y es que al final de ignorantes va la cosa. Menos cuando tenemos un Gintonic en la mano y juega la selección, que es cuando el español arregla sus problemas con dos decretos.


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