Artículo de Eduardo Maestre
Una
novia que tuve hace más de treinta años me contó en una ocasión que, habiendo
asistido de pequeña y con sus padres a un espectáculo de magia en París, fue testigo de un hecho insólito. Por lo visto, el mago
le pidió a una señora del público que le diera un objeto de valor; algo caro,
insustituible. La señora en cuestión, tras resistirse con sonrisas tensas, le dio su collar, un collar de perlas
auténticas; con mucho reparo, pero se lo dio. El ilusionista lo metió en un
jarrón chino, hizo dos pases de magia y luego, con un golpe teatral, rompió el
jarrón, comprobando el público asistente que allí no estaba el collar. Lo hizo
desaparecer con gran arte!
Hasta
aquí, este episodio de la niñez de aquella novia mía no habría pasado de un
mágico recuerdo. De no ser porque luego ocurrió algo inaudito: el collar de la
señora del público no aparecía! El mago sacó un pañuelo del
que teóricamente
tenía que salir el collar de perlas, pero no conseguía volver a traerlo a este plano de la realidad. La señora empezó a ponerse nerviosa, aunque el público pensaba que eran las clásicas bromas de los magos. Pero no lo eran;
sencillamente, el ilusionista se había quedado en blanco y era incapaz de
recordar el desenlace del truco! El hombre comenzó a sudar visiblemente y a
hacer gestos de angustia, e incluso a buscarse en todos los bolsillos ocultos
de su atuendo de mago. Sin embargo, el collar no apareció.
La
sala se cerró por orden del empresario, allí presente, con el público dentro; al cabo de un rato se personó la policía francesa, y al mago se lo llevaron esposado ante el
estupor de los asistentes y el llanto de la señora! Al ilusionista, literalmente, se
le había olvidado cómo finalizaba el truco, cómo regresar el objeto de valor
solicitado al público. Nunca apareció el collar!
El
pasado 20 de noviembre se cumplieron cuatro años completos desde las últimas
elecciones generales. En estos cuatro años han ocurrido muchas cosas; algunas,
terribles; otras, inquietantes; ocasionalmente, también han ocurrido sucesos
felices. Lo terrible ha sido, en
estos años, la cantidad de empresas pequeñas, medianas y grandes que han
cerrado en España para siempre jamás, dejando en la calle, con una mano delante
y otra detrás, a cientos de miles de trabajadores. Los empresarios que arriesgaron
su capital, su tiempo y su nombre en los bancos, han sufrido el espanto que
supone una quiebra; algunos, porque la gente, de repente, dejó de gastarse el
dinero en artículos que habitualmente tenían buena salida; otros, porque no
recibieron el pago de las constructoras, quebradas a su vez, y no les quedó
otra que resistir un tiempo para sucumbir luego.
Por
descontado, no responsabilizo al Gobierno de Mariano Rajoy. No, al menos, en lo
que respecta a esta vorágine de cierres, quiebras y quebrantos que comenzó poco
antes de que el mayor imbécil que ha tenido ocasión de ver la luz en el planeta
abandonara la Moncloa para (esperemos!) no volver jamás. La depresión fue algo
que afectó a todo Occidente, pero que en un país como España, gobernado por un imbécil redomado como Zapatero, se multiplicó exponencialmente: primero, por
el empecinamiento en negar que existiera una crisis, y luego, por no saber cómo
atajarla.
Recuerdo
perfectamente, cuando aún vivía en Sevilla a principios del 2012, recién
investido Rajoy, cómo mi espíritu se descuadraba al pasear a Aquiles, mi
perro, por las aceras de las inmediaciones de la Puerta de la Carne. Y la
desazón la provocaba ver cómo las antiguas tiendas de aquel barrio, que yo
había conocido abiertas de toda la vida, se habían ido cerrando una tras otra: Confecciones
Mary, cerrada; Pastelería Las Rosas, con los escaparates tapiados; Muebles González e Hijos, cuyo dueño era un filósofo, cerrada para
los restos… Todas cerradas para siempre jamás! En donde hubo alguna
alegre puerta decorada, aparecía ahora una cortina de acero con ajados carteles
de fiestas de fin de año y tristísimos folios con números de teléfono de
pintores a domicilio que te ponían la pintura, el andamio y la brocha por tres
perras gordas!
Todos
los días la prima de riesgo sobrepasaba los 400 puntos; a veces, los 500! Y más
de una vez se sostuvo sobre los 600 puntos, igualando casi la de Grecia y
Portugal, ya rescatadas e hipotecadas hasta las cejas para muchos años! La
presión arterial de España estuvo meses y meses al borde del ictus! Recuerdo
perfectamente a Rubalcaba llamando poco menos que inconsciente a un Mariano
Rajoy hipotenso por no solicitar el rescate a Europa. Desde todo el espectro
socialista, y más allá (sus medios de comunicación) llovían anatemas contra un
Presidente recién estrenado que parecía el epítome de la ataraxia.
Finalmente,
no hizo falta rescatar a España; aunque sí a algunos de sus organismos
bancarios, siendo Bankia la que se llevó el bocado del león. Las cajas de
ahorro, cuyos directivos habían sido miles de políticos autonómicos –por cierto:
hoy todos libres y sin cargos, y paseando tranquilamente por la calle-,0 cuyas
delincuentes manos eran las responsables del derroche ultraterreno que vivimos
en los tiempos de la locura hemorrágica, fueron también rescatadas, fundidas en
entidades superiores, absorbidas, asimiladas, ascendidas al Cielo en cuerpo y alma
por la Gracia del Altísimo! …Del
altísimo comité de los hombres
de negro norteuropeos, que
por aquellos días veían un español por los pasillos de Bruselas y se echaban la
mano a la cartera a ver si se la habían robado.
Luego,
tras superar la ola gigante que amenazó con hundir la macroeconomía española, y
cuando parecía que se empezaba a abrir el cielo, surgió en el horizonte la vela
del barco a la deriva independentista de Artur Mas, que hasta ese momento había sido poco más que un correctísimo vendedor de paños de Tarrasa. Pero como su desastre
electoral en Cataluña fue de tal calibre, decidió emprender no una huida hacia
delante, sino una locura con visos románticos, llevándose tras de sí todas las
leyes constitucionales españolas y hasta europeas, y abanderando un movimiento
independentista que hasta entonces había estado recluido en los bares de
Esquerra Republicana como signo de la clásica bravuconería gafapasta, traducida
siempre en espectáculos de mimos y alguna que otra falta de educación puntual.
Artur
Mas les dio alas a los que hasta entonces habían sido poco más que profesores
de institutos de Secundaria que se reunían para gritar mueras a Felipe V mientras pedían otra
cañita y dos de bravas. Les dio alas, sí; pero también cientos de millones de
euros de los Presupuestos Generales del Estado español; fomentó el crecimiento
exponencial de las asociaciones neofascistas conocidas como ANC y Ómnium
Cultural (...cultural! Ya ve usté!);
les dio autobuses y trenes, y billetes de 500 euros como para empapelar el
Parque Güell; les inyectó dinero para organizar y acudir a las algaradas
norcoreanas que formaban espectáculos acojonantes en forma de V o de bandera
cuatribarrada, demostraciones totalitarias en las que participaron cientos de
miles de norcoreanos/catalanes perfectamente comandados por Kim Yon Forcadell y
desfilando con su paso de oca estelada por las calles de Barcelona. Les regaló urnas de cartón como microondas en los que cocer los sueños de Narnia, casi hechos realidad!
No
ha sido Bárcenas el que ha dañado al Partido Popular; ni el desgaste que
siempre conlleva el ejercicio del Poder. En el caso de Rajoy, me atrevo a
afirmar que ha sido la
ausencia de dicho
ejercicio la que ha
pulverizado las posibilidades de que los populares ganen de nuevo el próximo 20
de diciembre por mayoría absoluta. Porque -nadie se engañe!- Rajoy, en estos
cuatro años de obsesión por recuperar el latido de la macroeconomía española
(latido que ha recuperado: eso es innegable!), quizás por esa misma obsesión
monomaníaca ha descuidado algo esencial en un pueblo como el español, y este
descuido ha hecho desaparecer
el Estado de tres territorios
en los que debería haber sido fortalecido: Cataluña, el País Vasco y Navarra.
Discútanmelo ustedes! Niéguenme que Mariano Rajoy se ha desvinculado -desvinculando también a
su Gobierno, y por ende al Estado- de las zonas de España más proclives a
confundir libertad de acción ciudadana
con invitación a la independencia.
Por
más que el delincuente común Artur Mas se ha saltado la Ley a la torera; por
más que ha actuado con felonía; por más que los proetarras de Bildu han
pisoteado las Leyes y vilipendiado a las Víctimas del Terrorismo, una y otra vez;
por más que una adanista como la tal Uxúe Barkos (de dónde sacan estos
nombres?), que es nada menos que la Presidente del Gobierno foral navarro,
proclame que quiere ser anexionada, penetrada y elevada al séptimo cielo sabinoaranista por los amigos de la
Parabellum; por más burradas que todos éstos han perpetrado, Rajoy, el hombre sin pulso, no ha reaccionado; no ha movido un párpado; no ha hecho nada. Pero nada! Joder! Es
que ante todo lo que ha estado ocurriendo con los separatistas estos últimos
tres años es muy difícil no
hacer nada!
Sin embargo, esto es lo que estamos viendo a diario desde hace tres años: la desaparición
del Estado, de sus Leyes y de las
consecuencias penales que debería acarrear su aplicación a aquéllos que las
están no ya incumpliendo, sino arrastrándolas por el abyecto barro del golpismo
más explícito! Y con nuestro dinero! El de los Fondos de Liquidez del Estado!
Dejémonos
de historias: el insufrible Zapatero abrió la caja de los truenos diciendo aquello de que "España
es un concepto discutido y discutible" y dando el famoso cheque en blanco
a los nacionalistas catalanes para llamar nación a una región española que nunca lo
fue; porque Cataluña jamás fue nación; ni reino; ni nada que no estuviera adscrito
a una entidad superior. Zapatero, el presidente más abyecto y deplorable que la
Humanidad ha conocido y conocerá jamás (salvo que invistan en enero al
incoloro, inodoro e insípido Pdro Snchz,
que todo podría ocurrir! ...Dios nos asista!) dio los primeros martillazos
sobre la superficie de cristal del Estado español, quebrándolo e hiriéndolo de
muerte; pero quien realmente lo ha hecho desaparecer con su actitud
negacionista, con su catalepsia política y su avestrucismo irresponsable es
Mariano Rajoy.
El
Estado ha desaparecido de, al menos, tres regiones españolas. Y el ilusionista
que ha logrado semejante truco terrorífico no se acuerda, no cae, no acaba de
recordar cómo volverlo a llevar allí donde estuvo desde hace quinientos años;
el mago no sabe cómo regresarlo! El ilusionista se ha quedado en blanco, el
collar está en el limbo y la señora se deshace en llanto.
...Sólo
falta la policía llevándose al mago a la cárcel!
Eduardo, una reflexión perfecta salvo por un pequeño(?) detalle. El impresentable Zp, además de tus suaves apelativos sobre su persona, solo se merece estar recluido de por vida ante la ruina que ha generado en España y los años y años que serán necesarios, si alguna vez se consigue, para recuperar parte del bienestar que este individuo nos destruyó. Y, por si era poco, enchufado en el Consejo de Estado, la guinda final,!!! acompañado por su sicaria!!!....De la Vega. El mundo al revés. En cualquier caso, enhorabuena por tu artículo, como todos los tuyos
ResponderEliminarD. Eduardo, muchas gracias por enésima vez por entregarnos otro de sus brillantísimos artículos. No sabe cómo disfruto leyéndolos. Y una vez más tengo que darle la razón, lo del Sr. Zapatero no tiene nombre, pero lo del Sr. Rajoy no sé ni cómo calificarlo. Con razón hay quien lo denomina "el estafermo", creo que no hay calificativo mejor para este señor. Un saludo afectuoso.
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