Artículo de Paco Romero
“En un último,
desesperado y reduccionista intento de apurar el análisis de la situación, los
nacionalistas y los “anti” han vuelto a utilizar el fútbol como campo de
batalla donde dilucidar la cuestión catalana”
“¿Quién ha
separado más a los catalanes del resto de España? ¿Mas y sus secuaces, Aznar o
Rajoy, el Madrid o el Barça, Jesús Álvarez o Manu Sánchez, los Manolos o García
Ferreras…?”
“La victoria de la tropa culé sobre la cutre
parentela de los héroes del 3 de mayo, ha robustecido las ansias
independentistas de los catalanes más que a Pep Guardiola tras una merienda con
Ada Colau y Pilar Rahola”
El desafío secesionista escenificado -elijan ustedes- por
una mayoría minoritaria o por una minoría mayoritaria del pueblo catalán, y
personificada en sus legítimos representantes en el Parlament, ha vuelto
a convertirse, tras el ínterin del terror parisiense, en ese incansable
martillo pilón soportado durante toda una vida y, singularmente, padecido en
los últimos tres años. Todo ello avivado y jaleado por un “ejecutivo” que ha
llevado a la ruina, al caos, a la anarquía, al desgobierno, a toda una región,
y que no ha sabido cultivar otra política que la del continuo desafío a la ley,
empleando a modo de zanahoria su desatinada huida hacia adelante en su exasperado
intento por apartar del primer plano los asuntos que verdaderamente importan a
la sociedad catalana.
El asunto catalán vuelve a ser “la” noticia; así, con
artículo determinado, femenino y singular. Pareciera de nuevo que en España no
hay vida más allá de los Mas, Junquera, Romeva, Baños o Forcadell de turno. Conocemos
al dedillo cada una de sus ocurrencias y somos capaces de ofrecer nuestra
opinión dibujando, ora a brochazos gordos, ora con finos pinceles, desde
nuestra más absoluta libertad, toda una gama de grises que van desde la
absoluta conformidad o la completa discrepancia con lo que allí acontece.
En la búsqueda de responsables son muchos quienes los
encuentran en la crisis económica o en la intolerancia de la clase política
catalana, casi tantos como los que achacan la fuente de todos los males a la
dejadez del gobierno central, a su escasez de mano izquierda, a su rígida
muñeca en la búsqueda de puntos de encuentro con quienes -enrocados en posturas
maximalistas- no ofrecen signo alguno de colaboración. Y, puede, que ni a unos
ni a otros les falte alguna parte de razón.
En un último, desesperado y reduccionista intento de apurar
el análisis de la situación, los nacionalistas y los “anti” han vuelto a utilizar
el fútbol como campo de batalla donde dilucidar la “cuestión catalana”. Y, para
ello, ¡qué mejor ocasión que aprovechar ese “clásico” con el que,
indefectiblemente, nos bombardean a su antojo desde ambas trincheras,
convirtiendo en “partido del siglo” lo que al menos son dos choques anuales!
Después pasa lo que pasa: el hecho de enmarcar en el plano
futbolístico un asunto tan trascendental conlleva serios inconvenientes, por lo
que resulta oportuno preguntarse, ¿quién ha separado más a los catalanes del
resto de España? ¿Mas y sus secuaces, Aznar o Rajoy, el Madrid o el Barça,
Jesús Álvarez o Manu Sánchez, los Manolos o García Ferreras…?
Son numerosas las ocasiones en las que, tras una estresante
jornada laboral, usted, catalán, extremeño, madrileño, manchego, riojano o
andaluz, habrá comenzado su almuerzo o saboreado los postres, “deleitándose” con
los deportes de La 1, de Antena 3, de la Cuatro, de Tele 5 o de La Sexta.
Soportar sin narcóticos media docena de esas sesiones
-sobresaltado, unas veces, por los centímetros cúbicos de más o de menos, o por
la turbidez, de la última micción de Cristiano de Ronaldo; extasiado, otras, en
la visión de Sara Carbonero acompañando a sus hijos a la guardería en Oporto, o
deslumbrado, asiduamente, por el porte de Raúl y Mamen de copas por
Gelsenkirchen- resulta pernicioso si no letal, al haberse cocinado cansinamente
ese caldo de cultivo idóneo para que cualquier mortal del norte o del sur, del
este o del oeste, catalán o murciano de Cartagena, haya suplicado a los cielos,
en más de una ocasión, el advenimiento de una independencia tan bien ganada
como merecida del centralismo madrileño, al menos de ese “polvo de estrellas”
que todo lo inunda.
La entrada hasta el mismísimo corral del La Castellana, la
victoria de la tropa culé sobre la cutre parentela de los héroes del 3 de mayo,
ha robustecido las ansias independentistas de los catalanes más que a Pep
Guardiola tras una merienda con Ada Colau y Pilar Rahola. Y ello sin necesidad
de argüir proclamas añejas como la de “Espanya ens roba” cuando -eran otros
tiempos- la culpa siempre era del Guruceta del pito.
Mezclar el fútbol con las cosas de comer tiene consecuencias
ingratas. Si de Madrid dependiera la solución, aviados íbamos: Cataluña no solo
sería independiente desde el pasado sábado a las ocho de la tarde, sino que se
habría anexionado, al menos, hasta la ribera del Tajo, por el Sur, y alcanzado
el Macizo Galaico-Leonés por el Oeste.
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