martes, 24 de noviembre de 2015

El “clásico” y la cuestión catalana


Artículo de Paco Romero


“En un último, desesperado y reduccionista intento de apurar el análisis de la situación, los nacionalistas y los “anti” han vuelto a utilizar el fútbol como campo de batalla donde dilucidar la cuestión catalana”



“¿Quién ha separado más a los catalanes del resto de España? ¿Mas y sus secuaces, Aznar o Rajoy, el Madrid o el Barça, Jesús Álvarez o Manu Sánchez, los Manolos o García Ferreras…?”



“La victoria de la tropa culé sobre la cutre parentela de los héroes del 3 de mayo, ha robustecido las ansias independentistas de los catalanes más que a Pep Guardiola tras una merienda con Ada Colau y Pilar Rahola”




El desafío secesionista escenificado -elijan ustedes- por una mayoría minoritaria o por una minoría mayoritaria del pueblo catalán, y personificada en sus legítimos representantes en el Parlament, ha vuelto a convertirse, tras el ínterin del terror parisiense, en ese incansable martillo pilón soportado durante toda una vida y, singularmente, padecido en los últimos tres años. Todo ello avivado y jaleado por un “ejecutivo” que ha llevado a la ruina, al caos, a la anarquía, al desgobierno, a toda una región, y que no ha sabido cultivar otra política que la del continuo desafío a la ley, empleando a modo de zanahoria su desatinada huida hacia adelante en su exasperado intento por apartar del primer plano los asuntos que verdaderamente importan a la sociedad catalana.



El asunto catalán vuelve a ser “la” noticia; así, con artículo determinado, femenino y singular. Pareciera de nuevo que en España no hay vida más allá de los Mas, Junquera, Romeva, Baños o Forcadell de turno. Conocemos al dedillo cada una de sus ocurrencias y somos capaces de ofrecer nuestra opinión dibujando, ora a brochazos gordos, ora con finos pinceles, desde nuestra más absoluta libertad, toda una gama de grises que van desde la absoluta conformidad o la completa discrepancia con lo que allí acontece.



En la búsqueda de responsables son muchos quienes los encuentran en la crisis económica o en la intolerancia de la clase política catalana, casi tantos como los que achacan la fuente de todos los males a la dejadez del gobierno central, a su escasez de mano izquierda, a su rígida muñeca en la búsqueda de puntos de encuentro con quienes -enrocados en posturas maximalistas- no ofrecen signo alguno de colaboración. Y, puede, que ni a unos ni a otros les falte alguna parte de razón.



En un último, desesperado y reduccionista intento de apurar el análisis de la situación, los nacionalistas y los “anti” han vuelto a utilizar el fútbol como campo de batalla donde dilucidar la “cuestión catalana”. Y, para ello, ¡qué mejor ocasión que aprovechar ese “clásico” con el que, indefectiblemente, nos bombardean a su antojo desde ambas trincheras, convirtiendo en “partido del siglo” lo que al menos son dos choques anuales!



Después pasa lo que pasa: el hecho de enmarcar en el plano futbolístico un asunto tan trascendental conlleva serios inconvenientes, por lo que resulta oportuno preguntarse, ¿quién ha separado más a los catalanes del resto de España? ¿Mas y sus secuaces, Aznar o Rajoy, el Madrid o el Barça, Jesús Álvarez o Manu Sánchez, los Manolos o García Ferreras…?



Son numerosas las ocasiones en las que, tras una estresante jornada laboral, usted, catalán, extremeño, madrileño, manchego, riojano o andaluz, habrá comenzado su almuerzo o saboreado los postres, “deleitándose” con los deportes de La 1, de Antena 3, de la Cuatro, de Tele 5 o de La Sexta.



Soportar sin narcóticos media docena de esas sesiones -sobresaltado, unas veces, por los centímetros cúbicos de más o de menos, o por la turbidez, de la última micción de Cristiano de Ronaldo; extasiado, otras, en la visión de Sara Carbonero acompañando a sus hijos a la guardería en Oporto, o deslumbrado, asiduamente, por el porte de Raúl y Mamen de copas por Gelsenkirchen- resulta pernicioso si no letal, al haberse cocinado cansinamente ese caldo de cultivo idóneo para que cualquier mortal del norte o del sur, del este o del oeste, catalán o murciano de Cartagena, haya suplicado a los cielos, en más de una ocasión, el advenimiento de una independencia tan bien ganada como merecida del centralismo madrileño, al menos de ese “polvo de estrellas” que todo lo inunda.



La entrada hasta el mismísimo corral del La Castellana, la victoria de la tropa culé sobre la cutre parentela de los héroes del 3 de mayo, ha robustecido las ansias independentistas de los catalanes más que a Pep Guardiola tras una merienda con Ada Colau y Pilar Rahola. Y ello sin necesidad de argüir proclamas añejas como la de “Espanya ens roba” cuando -eran otros tiempos- la culpa siempre era del Guruceta del pito.



Mezclar el fútbol con las cosas de comer tiene consecuencias ingratas. Si de Madrid dependiera la solución, aviados íbamos: Cataluña no solo sería independiente desde el pasado sábado a las ocho de la tarde, sino que se habría anexionado, al menos, hasta la ribera del Tajo, por el Sur, y alcanzado el Macizo Galaico-Leonés por el Oeste.


Menos mal que todavía pululan reductos de ancestrales tribus por la vieja piel de toro, como aquellas celtíberas asentadas en Balaídos o estas iberas que reinan en Nervión, únicas capaces, hoy por hoy, de plantar cara a los quincalleros de este enfrentamiento artificial, defensoras de la tradicional unidad y convertidas en germen de la revuelta popular contra los protervos opresores de lo que resta de la Hispania del XXI.

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