Artículo de Luis Marín Sicilia
“El PSOE ha vuelto a poner en escena la figura que mas le gusta, la del
"derogator", el derogador de las medidas puestas en marcha por sus
adversarios”
“Los propios socialistas parecen competir con quienes, a su izquierda,
le disputan su malquerencia religiosa, confundiendo interesadamente
aconfesionalidad con laicismo”
Nuestro diccionario, en una de sus acepciones, define a la
rutina como "el conjunto de hábitos en una actividad que impide el cambio,
la novedad o el progreso". Tal definición le cuadra, como anillo al dedo,
al conjunto rutinario de medidas que partidos de izquierda, de los nuevos y de
los viejos, han vuelto a poner en el escenario público, tan pronto se han
disuelto las Cortes Generales. Como ir a las instituciones en metro o en
bicicleta, quitar cuadros y bustos o arramplar con el callejero, las nuevas
propuestas son medidas y proposiciones gestuales absolutamente inoperantes para
el progreso de los pueblos.
Así, el PSOE ha vuelto a poner en escena la figura que mas le gusta, la del
"derogator", el derogador de las medidas puestas en marcha por sus
adversarios. Y se anuncia que lo primero que harán es derogar la reforma
laboral del PP, la legislación en materia energética, la reforma fiscal, los
acuerdos con la Santa Sede y un largo etcétera, que seguramente producirá un
incremento del paro, una subida del recibo de la luz, un incremento de la
presión fiscal y una innecesaria confrontación ideológica.
Conviene recordar que este empuje del "derogador" socialista ya
supuso para España un enorme freno en su prosperidad cuando el ínclito
Rodríguez Zapatero derogó, nada mas tomar posesión de la Presidencia del
Gobierno, tres normas de enorme trascendencia que hubieran ahormado y
modernizado España, como fueron el Plan Hidrológico Nacional, la Ley Orgánica
de Calidad de la Educación y la Ley de Estabilidad Presupuestaria. Las mejoras
de las cuencas hidrográficas y el racional aprovechamiento del agua, la
modernización educativa y el equilibrio presupuestario fueron así guillotinados
por una obsesión anulatoria de lo hecho por otros y cuyas nefastas
consecuencias aún estamos padeciendo.
En otros aspectos, los propios socialistas parecen competir con quienes, a su
izquierda, le disputan su malquerencia religiosa, confundiendo interesadamente
aconfesionalidad con laicismo. El respeto a la libertad de creencia y culto
implica, tanto desterrar la imposición de doctrinas, como la de evitar
actitudes inquisitoriales con alguna de ellas. Y por supuesto, las tradiciones
y costumbres populares no pueden perseguirse por el trasfondo religioso de
alguna de ellas. Estos nuevos inquisidores a la inversa deberían observar como
en países del Norte de Europa, profundamente laicos, se vive con el máximo
respeto la conmemoración de hechos religiosos que forman parte de la historia y
que merecen la consideración de acontecimientos trascendentes en el devenir de
la humanidad.
“Desde la hermana de un Rey a presidentes de autonomías, de
vicepresidente todopoderoso del Gobierno a gestores y tesoreros de partidos,
desde las cloacas de los clubes de fútbol hasta tonadilleras y artistas de todo
tipo, España va limpiando lo que con tanto descaro se ensució”
Lejos de estas minucias revisionistas, una vez convocadas las elecciones
generales, las fuerzas políticas concurrentes debieran hacer hincapié en el
rearme moral que le reclama una sociedad civil frustrada y exigente. Porque es
cierto que el presidente Rajoy y su equipo se han dedicado en estos difíciles
cuatro años a la política de salvar a España de la ruina, con una gestión tecnocrática
compleja. Pero, al mismo tiempo, también es cierto que se olvidó de la empatía
con el hombre de la calle que, mientras sufría los efectos de la necesaria
austeridad, oía mensajes facilones desde los platós televisivos de los
nuevos liderazgos, complementados por los guiones demagógicos de las redes
sociales.
Es cierto también que la corrupción ha dañado a la clase política, afectándola
en la misma proporción que la cuota de poder que ostentan. Como no puede
negarse que la lentitud de la justicia y su politización han quebrado la
confianza de la ciudadanía en sus instituciones. Pero también debe valorarse
que es ahora cuando, sin interferencias ni presiones, se está conociendo
la magnitud del desfalco, la estafa y el latrocinio que tantos políticos
llevaron a cabo en épocas pretéritas.
De forma lenta, pero implacable, la justicia va llegando a todos los rincones y
parece que no se va a escapar nadie. Desde la hermana de un Rey a presidentes de
autonomías, de vicepresidente todopoderoso del Gobierno a gestores y tesoreros
de partidos, desde las cloacas de los clubes de fútbol hasta tonadilleras y
artistas de todo tipo, España va limpiando lo que con tanto descaro se ensució.
Es un proceso lento y doloroso pero va devolviendo cierta confianza,
acrecentada con la última medida anticorrupción al haberse creado por decreto
la Oficina de Recuperación y Gestión de Activos, cuyo objetivo es recuperar
todos los bienes robados o expoliados por los corruptos. Aunque algunos
pretendan burlar las leyes, o aplicar tan solo las que le gustan, estamos en un
Estado de Derecho, donde todos somos iguales ante la ley, y el que la hace la
paga.
“La sociedad española está necesitada de un rearme moral que no se consigue
con rutinarios eslóganes rupturistas o derogatorios”
Es verdad que la desobediencia en Cataluña puede inducir la duda sobre la vigencia de la ley, pero, en cuanto se produzca el acto jurídico de rebeldía o sedición, tengo la seguridad que la reacción del derecho será eficaz e implacable. Como también es verdad la desazón existente en Andalucía sobre la politización de los procesos judiciales de corrupción en que están implicadas altas instancias de la Junta. No se concibe que, ante la duda sobre su imparcialidad ideológica, se hayan apartado a dos magistrados del caso Gürtel, mientras en Andalucía se han removido todos los obstáculos hasta conseguir que los escándalos de corrupción institucional hayan quedado en manos de auténticos depositarios del Régimen. Los órganos de gobierno de los jueces deben meditar el enorme daño que, con su actitud, están infringiendo a la credibilidad de la institución judicial.
La sociedad española está necesitada de un rearme moral que no se consigue con rutinarios eslóganes rupturistas o derogatorios que intentan, de forma expresa o velada, arrasar con el pasado. Lo que la sociedad demanda es mejorar, actualizar y hacer eficaz nuestro marco de convivencia. Para ello serán necesarios pactos que impulsen mayorías para regenerar la vida pública frente a los abusos de poder y los fraudes, engaños y cohechos que colapsan los juzgados. Y todo ello con el objetivo de garantizar la convivencia y la unidad territorial, corrigiendo los vicios de una democracia desgastada, sin destruirla ni refundarla sino reformándola en sintonía con el sentir ampliamente manifestado.
Tan sólo quería decirle que me encantan sus artículos, no son largos ni apasionados como los de Eduardo Maestre ni tampoco muy documentados como los de Luis Escribano pero son de observaciones muy lúcidas y de reflexiones muy serias, que yo comparto. Gracias.
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