martes, 1 de septiembre de 2015

No basta con ser jóvenes

Artículo de Luis Marín Sicilia

El afán regeneracionista de la política está llevando a confundir juventud con limpieza democrática. Y puede que nos estemos equivocando al impulsar de forma exagerada una invasión juvenil en todas las esferas de poder, circunstancia que nos aleja muy ampliamente de la media de edad de los políticos ejercientes en las democracias más avanzadas.

No se trata, por contra, de demonizar a una cierta efebocracia como la que, en parte, han puesto en marcha prácticamente la totalidad de las formaciones políticas españolas. Pero no cabe duda de que la inexperiencia, por muy buenas intenciones que, sin duda, tendrán los jóvenes valores, suele costar a la comunidad un periodo de aprendizaje, con saltos y vaivenes poco aconsejables en una acción política que debe ser eficaz. En todas las actividades humanas el aprendizaje tiene un coste y la política, con mayor fundamento, no puede ser ajena a tal realidad, máxime teniendo en cuenta que, en esa actividad, los caprichos y los errores los soportan siempre el conjunto de los ciudadanos.

España es el país donde con más voracidad se han sacrificado generaciones enteras de buenos políticos desde la Transición. Con las querencias demoscópicas actuales, que valoran por encima de todo el aspecto juvenil, es posible que pase mucho tiempo sin que la clase política cuente con unos cuadros tan capaces y preparados como los que alumbró aquel proceso de cambio político no traumático de la dictadura a la democracia. Y no era un partido, eran todos los partidos los que aunaban preparación intelectual y voluntad de diálogo. Una pléyade de gente preparada, en gran medida perjudicándose económicamente con su dedicación a la política, hizo posible aquel proceso de apertura democrática que hoy se estudia como ejemplar modelo en todas las universidades del mundo libre.

Y es aquí, en este análisis, donde tropezamos con el primer y craso error de algunos de los nuevos adanes: intentar descalificar un proceso ejemplo de concordia y mirada de futuro. Produce estupor, desagrado y, a veces, repugnancia, escuchar a algunos de la nueva casta cómo inventan tutelas y presiones inmorales en la consecución del mayor proyecto de convivencia y prosperidad que jamás conoció generación española alguna. Allí se decidió, sin ira y en libertad, mirar hacia adelante y quienes hoy se empeñan, desde el rencor o la ignorancia, en mirar otra vez atrás pueden infringir, a ellos mismos y al futuro de sus hijos, la mayor de las traiciones, olvidando aquello que tantas veces ha sido dicho, de que los pueblos que ignoran su historia están condenados a repetirla.

En todo caso, cuando se gestionan intereses de todos, hay que ser cautelosos con los principios: Ni la edad avanzada garantiza éxitos y capacidades, ni el hecho de tener un carnet de identidad con fecha reciente de nacimiento es merecedor por sí mismo para otorgar el mando y la dirección política. Ni gerontocracia ni efebocracia. Unas veces el paso del tiempo aporta experiencia, pero en otras ocasiones la edad esteriliza las mentes y hace caducas las iniciativas. Y de otra parte, tampoco es suficiente con ser joven, por mucho que las oleadas demoscópicas, quizás abducidas por el espejo televisivo, insistan en premiar a los nuevos efebos porque están limpios e inmaculados. Obviamente, sin tentación no se puede pecar, y si no se tiene poder es imposible corromperse.

Lamentablemente España ha padecido un fenómeno anómalo en la sociología mundial: sus máximos dirigentes desde la Transicion han sido arrumbados y su gestión amortizada cuando apenas rozaban los cincuenta años, edad en la que la mayor parte de los países pioneros del mundo explotaban la capacidad política de sus dirigentes. Ante retos difíciles se echa en falta, en estos momentos, el temple y el sentido de Estado que tantos ilustres jubilados podrían aportar a la estabilidad institucional, que es la garantía del bienestar futuro.

Por todo lo anterior, la nueva invasión juvenil nunca es mala si su proyección en la esfera política lo es en positivo, sin afanes exterminadores o revisionistas de una historia compartida. Es bueno, pues, que los jóvenes accedan a la política. No lo es tanto que lo hagan pensando que con ellos, y solo gracias a ellos, comienza todo lo bueno y lo justo porque eso es adanismo puro y duro. Y como ha dicho Pedro G. Cuartango "el adanismo no es una solución sino una grave amenaza para la convivencia".


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