Artículo de Rafa González
Al volver este fin de semana de un viaje a Inglaterra, traje conmigo el Daily Mirror, que por su carácter sensacionalista sólo ojeé por encima. Sí me detuve en una noticia de la que se han hecho eco otros diarios serios del Reino Unido. Se trata de un nuevo escándalo de los diputados ingleses, en concreto 26, tanto conservadores como laboristas y liberales. Según la independent Parliamentary Standards Authority, el ente regulador de los dineros del parlamento británico, estos 26 representantes, incluyendo a tres ministros del Gobierno de David Cameron, tienen aún deudas a devolver por gastos mal justificados.
Pero atención a las sumas: el que más debe, el laborista Joe Benton, retiene la ridícula cantidad -ridícula para las anchas gargantas andaluzas- de 309,15 libras, mientras que el que menos, Frank Dobson, también laborista, debe a las arcas públicas 7,50 libras por una malhadada factura. Menús del Burger King más caros se han visto. Entre los ministros, Caroline Dinenage debe 13,50 libras (aunque el Parlamento ha admitido un error de cálculo en una factura telefónica), Tobias Ellwood sigue sin devolver 26 libras y Edward Timpson retiene 127,70 en su poder.
En total son 2,150 libras las que aún no se han devuelto al parlamento, y el asunto lleva ocupando todas las portadas esta semana, al igual que ocurrió hace seis años en Westminster. Sobrevuelo la sección de Cartas al Director y, de repente, me paro en un mensaje de un tal Bill Cook, de Teignmouth:
''It is scandalous to hear 26 MPs have still not paid back to the taxpayer...''
La carta sigue, son 22 renglones, pero algo me impide seguir leyéndola. Me he quedado paralizado con el adjetivo scandalous, que de alguna manera me empieza a revolver el estómago por una asociación que aún no percibo al completo. Mi parálisis es como la de aquellas arañas sudafricanas a las que la avispa azul inyecta un veneno que las deja petrificadas, para luego ser perforadas, sus vísceras devoradas por dicha avispa. Ahora lo entiendo. Scandalous me recuerda al gentilicio inglés de andaluz, Andalusian. Y más aún me recuerda al francés, andalous.
Se me ha ocurrido, pues, contactar con algún miembro de la RAE para introducir el adjetivo escandaluz para definir el carácter de aquellos latrocinios que suceden a diario en Andalucía, a años luz de lo que ocurre en Inglaterra. Sin mencionar, por supuesto, las reacciones en la prensa (nos hemos vuelto locos? hablar en los medios nacionales del saqueo silencioso del sur?). He pensado en Javier Marías, afamado miembro de la Academia constantemente indignado por la pobreza y la falta de oportunidades que generan los gobiernos del PP. Solo los del PP.
Es tremendo lo que ayer sábado nos desvelaba Luis Escribano en este diario. La trama de sobornos de Fitonovo afecta ya tanto a PSOE como a PP e IU, pero es en Andalucía donde sus ramificaciones alcanzan los niveles astronómicos a los que los andaluces tan dócilmente se han acostumbrado. Mi amigo Luis comentaba ayer los datos de una sentencia judicial según la cual, en Fitonovo, hubo entre otras cosas caballos, sueldos Nescafé de 2.000 mensuales por no hacer nada, coches, comisiones... Pero es que según Isabel Morillo, de El Confidencial, la empresa llegó a llevarse los contratos de mantenimiento de nada menos que... los jardines del Palacio de San Telmo, por 181.889 euros!
La cuestión, sin embargo, ya no está en las enormes diferencias que hay entre lo que se defrauda en Reino Unido y lo que se roba en España (especialmente en la clientelar Andalucía). Y eso que son unas diferencias dignas de estudio, acaso de sesiones de diván. La cuestión es la diferencia de poder y cultura que tienen los ciudadanos en uno y otro país para quitar a sus corruptos del Gobierno, pues si en una nación como Reino Unido la población es claramente más ilustrada que en la España meridional y sus políticos son elegidos, al margen de sus partidos, por el voto directo de los ciudadanos de un distrito, ese diputado que esconde 10 libras en el cajón de su casa procurará, para las próximas elecciones, no sólo devolverlo, sino convencer a sus electores de que sigue siendo el mejor para representarlos en Westminster, pese a que habrá siempre otro candidato, conocido por todos en el distrito, dispuesto a arrebatarle el sillón por haber fallado a su circunscripción.
Nada hay de ello en nuestra escandaluza autonomía bética, donde tiempo ha sus ciudadanos dejaron de votar a un partido, sino más bien a una empresa de colocación y compra de voluntades donde la mentalidad que ha cuajado es que jamás ganará el que mejor gobierne, sino el que más reparta.
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