Artículo de la Divina Higea
Queridos mortales:
Hoy vuelvo a ponerme seria, porque el tema lo requiere. Hoy quiero hablar de enfermedad mental.
Hace unos días nos llevábamos todos las manos a la cabeza cuando leímos la noticia del batería de “Los Piratas”. Un enfermo mental, bipolar, al que le habían retirado la medicación.
En 1986 la Ley General de Sanidad reguló la situación de estos pacientes, con buena no, buenísima intención. La nueva organización priorizó la toma a cargo del paciente por los equipos ambulatorios y el desarrollo de unidades y programas de hospitalización parcial, atención ambulatoria, atención domiciliaria, rehabilitación psiquiátrica y alternativas residenciales a la larga estancia manicomial (pisos supervisados, minirresidencias, residencias de salud mental). Se crearon unidades en el hospital general y se procuró la disminución de camas y el progresivo cierre de los hospitales psiquiátricos. Los servicios de psiquiatría pasaron a llamarse “servicios de salud mental”.
¿En qué se traduce todo este palabrerío? Pues, al cerrarse los psiquiátricos, el enfermo mental pasaría a ser responsabilidad de su familia, en caso de tenerla, siempre bajo la continua supervisión de personal sanitario especializado en este tipo de dolencias.
¿Cuál es la cruda realidad? Hace muchos años, hablando con un psiquiatra, me comentaba que, en caso de enfermedad mental, “enferma toda la familia”. Toda la familia tiene que implicarse. Pero, ¿se da formación a estas familias para que sepan cómo tratar a sus enfermos? Y no me refiero a unas charlas, me refiero a FORMACIÓN EN PROFUNDIDAD. Formación sobre medicamentos, dosis, efectos secundarios; formación sobre cómo dirigirte a un enfermo de este tipo sin ser psicólogo; formación en cuanto a cómo deben comportarse en situaciones límite….
NO, NO EXISTE TAL FORMACIÓN.
En el caso concreto del SAS, con la cantidad de recortes en personal, ¿pensáis, queridos mortales, que se da la atención ambulatoria suficiente a este tipo de pacientes? NO.
El seguimiento de los pacientes se traduce en una visita de 15 minutos cada dos meses. No porque el facultativo opine que es lo adecuado, sino porque no da a basto, al igual que el resto de especialistas.
En estas visitas se les receta medicación, un cóctel de fármacos que convierte a sus propios cuerpos en los nuevos manicomios. Con efectos secundarios que los legos en materia psiquiátrica suelen tomar como síntomas de la enfermedad mental: obesidad, temblores “parkinsonianos”, babeo, miradas perdidas…. Enderezamos a los “renglones torcidos de Dios” haciendo que, en vez de renglones, sean cuadernos de cuadritos.
Y aquí, queridos mortales, vuelvo al tema de las subastas de fármacos. La medicación del enfermo mental debe estar perfectamente calibrada. Si estos enfermos se descompensan, sufren” brotes”, crisis. ¿Cómo (aquí pondría una palabrota que empieza con C y acaba por O, como diría mi hijo) van a estar compensados con una mierda de medicamentos de los que no se sabe si una pastilla y la de al lado del mismo blíster tiene la misma cantidad de principio activo?
Y aquí hago un inciso para comentar algo que siempre me ronda ¿Cómo (C…O) van los laboratorios punteros a invertir en investigación para lograr fármacos mejorados si les hacemos el negocio a los laboratorios carroñeros que se limitan a esperar que acaben las patentes para sacar copias baratas?
Eso si el enfermo se toma la medicación. Hay que tener en cuenta que, en muchos casos, cuando el enfermo está perfectamente compensado, se siente “curado” y podría pensar que sería bueno dejar de tomar “ese potingue” que le hace engordar, temblar, babear, etc. ¿Y si el paciente no tiene al lado a ese padre, madre, hijo, hermano, marido, mujer que le obliga a tomar la medicación y le controla las tomas? ¿Y si el paciente decide dejar la medicación y las visitas al psiquiatra? Ni tan siquiera cuando un paciente deja de asistir a consulta o abandona el tratamiento farmacológico, algo habitual en personas que sufren trastornos como la esquizofrenia y que empeora su estado de forma alarmante, los equipos de salud mental se desplazan al domicilio, y ello pese a que ya en 2003, el Plan de Salud Mental recogía la necesidad de incrementar la atención de estos pacientes en su entorno como espacio terapéutico.
¿Qué ocurre cuando se produce la temida crisis y el enfermo se desestabiliza, con el consiguiente riesgo para su entorno y él mismo? El Plan Integral de Salud Mental de Andalucía recoge que en estos casos se procederá al ingreso del enfermo en la Unidad de Agudos del hospital.
La ausencia de personal especializado en urgencias es otra de las grandes carencias que los familiares denuncian en la atención a los enfermos mentales. Por regla, el psiquiatra de urgencias nunca llega y es un enfermero o facultativo de medicina general quien tiene que asistir a estas personas a las que, en la mayoría de las ocasiones se les administra un sedante y reciben el alta.
Y es aquí cuando en enfermo llega a la unidad de agudos. Aunque el internamiento en estas unidades tiene como fin estabilizar a los enfermos mentales que sufren una crisis aguda y debe incluir, junto con el tratamiento farmacológico, una intervención terapéutica, tal y como contempla el Plan Andaluz de Salud Mental, la saturación que sufren los profesionales por la falta de personal lo hace imposible. Además, en el mismo recinto conviven todo tipo de enfermos mentales, incluso trastornos alimenticios. Lamentable…
En las unidades de agudos, saturadas, se estabiliza al paciente con medicación y, una vez se le encierra en su “Cuerpo-Manicomio”, se le vuelve a mandar a casa hasta la próxima.
Y, para terminar, os voy a dejar, queridos mortales, con un poema de Antonio Machado:
“Por los campos de Dios el loco avanza.
Tras la tierra esquelética y sequiza
¿rojo de herrumbre y pardo de ceniza?
Hay un sueño de lirio en lontananza.
Huye de la ciudad. ¡El tedio urbano!
¿¡ carne triste y espíritu villano!?.
No fue por una trágica amargura
esta alma errante desgajada y rota;
purga un pecado ajeno: la cordura,
la terrible cordura del idiota.”
Pues eso, que dejen de purgar los enfermos mentales y sus familias el pecado ajeno de esta Junta que tanto se vanagloria de ahorrar en sanidad.
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