Artículo de Carolina Rodríguez-Cariño
Leo y releo la palabra “CORRALITO”, en los diarios españoles, y en especial los que se refieren a Cataluña y este “prusés” ilegal, pero amparado desde el poder regional, y aún no puedo creerlo. Tengo la plena certeza que quienes sí le han vivido, tan sólo su hipotética posibilidad implica sentir ese temor de estar ante un incierto futuro inmediato, donde la economía familiar, y en especial del ciudadano de a pie, es la que sin duda, sería la más afectada.
No puedo dejar de recordar cuando visité a la Argentina pre-CORRALITO. Estuve durante dos meses en la lluviosa primavera austral de 2001, volviendo a la Venezuela aún democrática un par de semanas antes que todo estallara. Si bien pude palpar durante ese tiempo y de primera mano una situación económicamente insostenible, no creo que ninguno los que vivió esos momentos previos pensara que la Argentina llegaría a tanto.
Creo pertinente reseñar que estuve en un curso que apoyaba y financiaba el Gobierno Japonés a través de su Agencia Internacional de Cooperación Japonesa, JICA. Era un sistema que tenían tanto en la Argentina como en Chile con diferentes resultados. Ambos países se han beneficiado con equipos y formación de su personal, en educación/investigación, lo que a la vez sus profesionales de altísimo valor "pagaban" organizando y dictando estos cursos de "formación". La idea era fomentar investigaciones y a su vez, impartir cursos similares en los diferentes países con los que se interrelacionaban, para lo que por supuesto, se debía contactar con el gobierno japonés. Los mismos han continuado ininterrumpidamente en universidades chilenas, no siendo así en la Argentina por razones de riesgo-país, a pesar de todo el esfuerzo que supuso para su gente.
Tenía la referencia de una Argentina de la época de la dictadura, cuando llegaron desde ese país al mío para hacerlo propio, entre los 70's y los 80's. Una referencia similar a la de Chile, repito, con diferentes resultados.
Me sorprendió una Argentina con una gruesa clase media, pero sumida en una profunda depresión económica. Me encontré con un personal con una formación increíble, pero lo más importante, con una calidad humana incomparable. A su vez conocí ese hermoso país a través de sus ojos y de todas esas personas con las que iba interactuando. Quienes luchaban en plena crisis, cuando se había establecido una falsa paridad dólar:peso. A los extranjeros se nos permitía cambiar hasta $400 por semana, y se recibía siempre una cantidad inferior a la debida.
Me encontré un país lleno de edificios hermosos, muchos impresionantes, donde los públicos en particular tenían ya graves dificultades para su manutención. En particular, en la Universidad Nacional de La Plata, UNLP, donde estuve gran parte del tiempo. Sus edificaciones presentaban filtraciones, pintura que se caía a trozos, se notaba la falta de mantenimiento por un presupuesto incompleto, el que apenas alcanzaba para una nómina que iba en detrimento. No había inflación sino deflación, los profesores universitarios veían como mes tras mes su sueldo disminuía de igual forma que el de la mayoría de los “empleados públicos”. Allí se encontraban esos equipos financiados por el JICA y lo más importante, ese potencial humano, extraordinariamente formado aplicando a medias o en un pequeño porcentaje todo el conocimiento y las ganas de generarlo.
Comparaba la situación con la que fue mi casa durante 20 años, la Universidad Central de Venezuela (UCV), en donde empezábamos a tener importantes faltas en el presupuesto universitario, pero al ser “patrimonio de la UNESCO” parecía que sería intocable en el tiempo, una creencia que se ha caído en pedazos, tal y como se ha destruido cada parte de Venezuela. Habíamos empezado a sentir el yugo de una dictadura militar que apenas asomaba el rostro.
Entonces, en esa Argentina que había conocido pasó lo impensable, el CORRALITO.
La crisis era terrible, tenía unos días de haber vuelto a Venezuela cuando llegaron las noticias de una Argentina envuelta en uno de sus momentos más terribles de su época democrática. Se desconoce cuántos suicidios ocurrieron, cuánta gente fue a la bancarrota, cuántos enfermaron para morir de tristeza y de mengua. Cuántos huyeron buscando un futuro mejor con una maleta con tres mudas, mucho miedo, dudas y a su vez expectativa, maletas cargadas de tristeza y esperanza, para recomenzar lejos de su querida patria, de su casa, de los suyos. De nuevo Argentina se enfrentaba a un exilio que había sido duramente vivido tan sólo 20-30 años atrás.
Contrapuesto a toda esa política vivida al este de la zona más austral de Los Andes, empezaba a repuntar un Chile hacia lo que es actualmente. Un país pujante, con gente en extremo trabajadora, que conoce de muy cerca las necesidades más grandes, las injusticias más terribles. El precio de su democracia actual es enorme y está teñido de sangre. Eso lo saben. Y quienes creen (realmente) en los derechos sociales luchan día a día por una educación y salud pública de calidad, sí, pero al oeste de esa misma cordillera, donde todo ocurre distinto. El JICA sigue “invirtiendo” en Chile, en sus universidades y en la investigación que allí se genera, no así en Argentina. Dos planteamientos partiendo de realidades similares para llegar a un día de hoy absolutamente diferente.
¿Políticas económicas?, quizás. ¿Madurez de un pueblo?, tal vez. Algo que es tan digno de estudio como toda la situación de América Latina.
Hoy la palabra CORRALITO se repite en la vieja Europa, donde nos creemos intocables por una Unión Europea (UE) que en teoría nos “ampara”. Al sur de Europa, hemos tenido extremada y peligrosamente cerca un CORRALITO, el aliento del ogro nos llega junto a la fetidez de la corrupción que ha minado instituciones mientras de nuevo, los ciudadanos de a pie son otra vez los más afectados.
Grecia ha tenido gobiernos, que a todas luces muestran signos de corrupción que han dilapidado los bienes de sus ciudadanos. Han planteado políticas que no les han favorecido para fomentar la inversión, el empleo, el crecimiento económico, la producción, la productividad. “El pueblo”, cansado de esperar por cambios optó por creer en encantadores de serpientes, han depositado en ellos sus esperanzas, algo mucho más fuerte que el optimismo porque implica una fe basada en el tiempo. Quienes han llegado, sabiendo los grandes y graves fallos de los gobiernos anteriores, exigiendo a sus socios europeos más y mejor financiación. Reclaman les concedan todos sus requerimientos a cambio de esa misma fe que han depositado en ellos sus votantes griegos. Demandan a todos los millones de europeos que la UE representa lo que desean para ese porcentaje de Europa, creer erróneamente, que el populismo les llevará a mejores fines. Pareciera que han “jugado” bien, elecciones, referéndum, CORRALITO, rescate y reelecciones. “El pueblo”, que no sus ciudadanos, deciden por un sistema que si bien les ha llevado a la bancarrota, se envalentona ante quienes les debe dinero. Es el mismo electorado de enero, poco ha cambiado. No ha habido concientización, ni formación, y menos aún madurez para con unos líderes que “deben” brindar todo tipo de explicaciones. Que son servidores públicos y deberían de actuar en consecuencia.
Me vuelvo a plantear las mismas preguntas de hace unos meses cuando las imágenes del CORRALITO Griego no podían dejar indiferente a nadie, ¿cómo pedir, por ejemplo, a los portugueses que tanto han sacrificado, más y mejor financiación para un país que no ha hecho lo mismo que ellos?, ¿cómo pedir a los españoles que olviden el dinero supuestamente “invertido” según las palabras de ZP, con relación a los millones entregados a Grecia?, ¿cómo pedir a los socios europeos que crean en políticas populistas que a todas luces no buscan la creación de empleo y mejorar la productividad?
Sin lugar a dudas, la amenaza del avance de Rusia sobre Europa ha sido decisiva en los hechos que nos han precedido. A todas luces, este continente necesita sus bases inamovibles, enfrentarse con firmeza a sus fantasmas y a un populismo que crece peligrosamente, sabiendo que es la ruta segura a la miseria.
Entre tanto, la palabra CORRALITO se repite y con ella la posible (y repito, hipotética) tragedia de millones de personas que vivimos en Cataluña. De forma descarada y soberbia quienes apoyan impunemente el secesionismo, restan importancia ante el riesgo que supone salir del euro, salir de la UE, quedar en un limbo legal al no tener el reconocimiento de los organismos internacionales. Esto poco afecta a quienes tienen a buen resguardo sus cuantiosos ahorros en la banca Suiza, o en otros paraísos fiscales. Lo ha advertido la UE, lo han dicho diferentes organismos y finalmente, la banca. Por activa y por pasiva avisan las terribles consecuencias para el pueblo catalán en caso de ocurrir una DUI. Hay consecuencias jurídicas, y obviamente económicas. Pero siguen mintiendo.
El secesionismo usa “el pueblo” para su beneficio. Usan el odio para dividir una región con fines megalómanos. Basan su insolencia en una serie de hechos ocurridos al margen de la ley. Donde el Gobierno de la Nación, y hablo de España, porque no hay otra en este territorio, ha actuado blandamente, permitiendo una serie de acciones que en otros países de la UE ni siquiera se hubiesen pensado, menos aún planificado.
Ese “pueblo” ha sido adoctrinado durante más de 30 años. La lengua ha sido usada para dividir y no para su fin original, comunicar. El odio ha sido sembrado como una mala semilla dentro y fuera de Cataluña. Lo sé, en eso han ganado. Amedrentan a quien se enfrenta a ese monstruo. Intimidan, sin duda en eso también han ganado.
Pero que todos recuerden en qué punto han terminado los nacionalismos que fueron creciendo desde finales del siglo XIX hasta la II Guerra Mundial. Que tengan presente qué ocurrió con esos líderes de pies de barros. No sé si los secesionistas ganen o pierdan el 27 de septiembre, no sé si tengamos que vivir como primeros actores, y no como figurantes, un CORRALITO. Pero lo que sí sé es que estamos en una carrera de fondo, y esto es tan sólo una parte.
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