domingo, 23 de agosto de 2015

Una distopía para reflexionar

Artículo de Rafa González

Esta es una brevísima historia, el trazado de un plan pesimista irrealizable en su formulación: les presento una distopía, en oposición a la utopía, que es optimista. Imagínense ustedes un país destrozado absolutamente. Me refiero a que no hay nada en pie. De ahí la distopía, ya que no se conoce guerra alguna donde no haya quedado algo en pie, aunque fuera un bunker, el palacete de cualquier irresponsable o una simple antena parabólica. Piensen en un país destruido donde todo el mundo (pongamos 1.000 personas) sea igual de pobre. Una pobreza extrema, donde la gente no tiene nada en los bolsillos.

Ahora piensen en un inversor que, de repente, decide invertir en ese país. Quiere abrir una tienda de kebab y otra de bicicletas. En total, no podrá emplear a más de 50 personas en ese país (construcción, diseño, venta, distribución, mantenimiento de ambas tiendas, etc). La idea sería, en el hipotético (y de nuevo distópico) caso de que las fronteras del país permanecieran cerradas, que los trabajadores del kebab compraran en la tienda de bicicletas y viceversa. Estarían ustedes a favor de esta inversión, a sabiendas de que el bienestar sería asequible solo para 50 personas? De que el 100% de la riqueza sólo estuviera en manos del 5% de la población?

Si le preguntaran a Alberto Garzón, de Izquierda Unida, probablemente les diría que no. Que, para garantizar la igualdad, mejor que las 1.000 personas siguieran siendo extremadamente pobres.

Yo, sin embargo, no sólo estaría a favor de que al menos 50 personas salieran de la pobreza, sino que además votaría sin dudarlo a un partido que fomentara más inversión aun. Aquel partido que abriera de par en par las puertas a la inversión sin límites sería liberal, y aquellos que intentaran corregir de alguna manera los desequilibrios de ese liberalismo mediante la intervención serían los llamados socialdemócratas.

El problema está cuando la gente pide socialdemocracia cuando antes no ha habido liberalismo (no confundir con corporativismo). El caso más palmario es África. El continente negro -perdón, de color- pese a quien le pese está lleno de gobiernos compuestos por patanes y sátrapas, y de países que mucho se parecen a la distopía con la que he comenzado este artículo. Y sin embargo, muchos achacan los males de sus naciones al capitalismo mundial. Cómo puede haber liberalismo en un país como Guinea Ecuatorial, donde su presidente Teodoro Obiang gana las elecciones con el 97% de los votos tras un control total de las grandes empresas (todas estatales o en manos de amiguetes) tras retener a su pueblo en la más absoluta miseria?

Es la libertad, y no otra cosa, la que suprime las dependencias y por tanto las corrupciones en un Estado. Es, además, esa libertad la que luego puede favorecer la más sana igualdad: que un comerciante africano venda su producto más barato que un europeo y luego, los compradores, decidan a quién se lo adquieren. Ganará el que lo venda más barato, como por cierto ganan los ciudadanos asiáticos cuando Pablo Iglesias y sus amigos compran camisetas en Alcampo 'made in Vietnam', a costa del obrero europeo que cuesta más por el mayor coste de sus derechos laborales. Es de puro cajón.


http://www.eldemocrataliberal.com/search/label/Rafa%20G.%20Garc%C3%ADa%20de%20Cos%C3%ADo

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