miércoles, 12 de agosto de 2015

Nos, felices pocos…

Artículo de Eduardo Maestre


El pasado miércoles 5 de agosto tuve la ocasión de reunirme para comer, tomar café y hablar con las mentes calenturientas de El Demócrata Liberal. Faltaron Luis Marín Sicilia, Sergio Calle y Jesús Rubio; todos ellos por estar de viaje, lejos de Andalucía. Pero asistieron los demás: Cornelia Cinna, la divina Higea, Mara Mago, María Calvo, Luis Escribano, Paco Romero, Rafa G. Gª Cosío (y su padre, un tipo estupendo!), el señor Conde de Villamediana y yo mismo. Fue una reunión que hicimos aprovechando que Rafa venía de Alemania con una amiga suya a pasar unos días en España y se iba a acercar a Sevilla a ver a su familia. Uno no puede venir de Alemania cada semana, así que era una ocasión de oro para vernos.


Algunos no nos conocíamos personalmente. Llevamos escribiendo juntos y a diario en EDL desde hace más de seis meses, retuiteando nuestros artículos, debatiendo cada día en el chat privado que WhatsApp nos ofrece; pero aún no nos conocíamos en persona todos. Y nos hemos quedado con las ganas de conocer personalmente a Sergio Calle, a Jesús y a Luis Marín. En otra ocasión será; pero no muy tarde, pues pensamos organizar una presentación de EDL en Málaga en cuanto se reanude el curso, además de otra en Córdoba, y en alguna de esas dos ocasiones espero que acabemos de conocernos todos!



Como mi mujer, María Calvo -que fue la que creó la plataforma de EDL, dotó de estructura al blog y editó todos y cada uno de los artículos durante los dos primeros meses-, tiene que darle el pecho a nuestro hijo Beltrán, que tiene cinco meses, buscamos un sitio que tuviera sala de lactancia a fin de evitar imágenes de pintura costumbrista decimonónica; más que nada, por aquello de que en algunas zonas del Sur no hemos vuelto aún a la Edad del Bronce, pese a que las ferias podemitas lo pretendan. De modo que, pese a reunirnos en una ciudad tan hermosa como Sevilla, hubieron de renunciar mis compañeros de lucha política a quedar en bares de poderoso estímulo tertuliano como El Rinconcillo, el Café Europa o la Cervecería Internacional, resolviéndonos a citarnos en un feísimo centro comercial alejado de cualquier asomo de la estética apropiada para el complot: nos fuimos a Los Arcos, que sí tiene sala de lactancia.



Los Arcos es uno de esos centenares de macrocentros que asolan la estética de Occidente y que cuentan con un enorme aparcamiento gratuito en el que uno se siente siempre a punto de cocción; un espacio impersonal al que se ha de acceder irremediablemente a través de escaleras mecánicas para luego sufrir el impacto de una iluminación excesiva, más propia de tómbola de feria que de zoco contemporáneo; un mausoleo luminoso cuyas paredes, en vez de por tumbas de reyes olmecas, están flanqueadas por decenas de tiendas de ropa, bisutería, calzado, etc. Parafraseando a aquellos romanos acampados en las murallas de Numancia, Los Arcos es un asco de sitio.



Invariablemente con los cines arriba, Los Arcos –como todos y cada uno de estos macrocentros comerciales- también arroja a la cara del consumidor los típicos bares de masas; entre otros, el adelgazado Gambrinus, la cadena 100 Montaditos, y el inevitable Foster’s Hollywood, una franquicia yanqui en la que, a base de presentar una carta con unas fotografías que ya hubiera querido firmarlas Hamilton, han conseguido que una hamburguesa de medio pelo con una inane loncha de queso cueste 14 euros. Pero como era el que estaba menos lleno de gente (no es de extrañar, con esos precios!), allí nos reunimos, sentados todos frente a frente en una larga y tosca mesa con capacidad para 12 comensales; una mesa sin mantel, velas ni encajes, pero con una carta cuyas enormes fotografías a todo color nos hicieron soñar durante un rato -hasta que llegaron los camareros con la realidad servida en unos platos sin humo- con que la felicidad era posible.



La comida fue de lo más divertida. Piensen ustedes que en la misma mesa se concentraban algunos de los ingenios más terribles que hoy por hoy se atreven a alzar la voz en Andalucía; algunos, pioneros en ello! Las bromas, los juegos de palabras, las aseveraciones tragicómicas y, cómo no, también las sentencias graves se mezclaban con  unas enormes jarras de cerveza helada, unos aros de cebolla cuyos círculos perfectos habían sido trazados sin duda con un láser, y unas hormonadas hamburguesas a las que con gran cuidado se les había extraído previamente cualquier sabor a vaca.



De la comida pasamos al café, y de ahí a las copas. Cambiamos de ambiente para tomarnos estas últimas y fuimos, caminando de una forma extraña, a una cafetería sin paredes que lindaba con la entrada de un Hipercor que allí hay. Todo, bajo el día eterno de unas placas fluorescentes parecidas a las que les ponen a los pollos para que engorden. Ya ven ustedes: nada de la estética que podría mover a la puesta en marcha de una revolución romántica! Me quería imaginar allí a Danton, a Marat y a Robespierre confabulando cerca de las cajeras de Hipercor, pero no pude: mi venerando respeto por los padres de la Revolución me negaba tal imagen!



Sin embargo, y pese a la incomodidad del sitio, hubo un momento en que tuve una visión de lo que allí estaba ocurriendo: éramos una docena de ciudadanos en apariencia comunes y corrientes; cada uno con su familia, su trabajo, sus estudios y sus problemas personales; unos más jóvenes; otros, menos; todos con un aspecto de lo más normal, tanto en la ropa como en la actitud. Pero éramos los únicos -entre las miles de personas que por aquel monstruoso centro comercial pululaban sin rumbo- que estábamos luchando contra las instituciones putrefactas que impiden a la totalidad de los súbditos del Régimen prosperar y vivir con alguna dignidad y más esperanza de futuro que la que ahora tienen! Los únicos!



Nadie más! Mirabas en todas direcciones y veías gente del común, sevillanos del extrarradio o gente de los pueblos que, acercándose a este centro comercial a ver si encontraban unos Nike pasados de moda o un tanga que comprar, aprovechaban para dar un paseo a sus hijos; en sus caras se percibía la enorme capacidad de asumir su condición de súbditos (término que deriva de sumisión; de vasallaje) sin incomodarse lo más mínimo por ello. Claro! Casi cuatro siglos de decadencia y pereza han conseguido que los andaluces se adapten a una existencia inane, a un sobrellevarse a sí mismos sin atisbo de orgullo ni sombra de dignidad; una existencia que, a estas alturas de la Historia reciente de la Política andaluza, puede definirse ya como meramente zoológica, pues en nada influye: ni en la Ciencia; ni en el Arte, y mucho menos en la Política de Occidente desde mitad del siglo XVII. Y lo que es peor: que no quiere influir.



Es lógico que los caciques, aquí, pudieran prosperar casi sin límites! Y por las mismas razones que han hecho prosperar a las distintas mafias y familias mafiosas que dirigen cada una de las acciones –aparentemente, políticas- de la Junta de Andalucía: la indolencia, la desesperanza, el embotamiento del amor propio, la ignorancia extrema, la irresponsabilidad.



Sin embargo, los que estábamos en esa cafetería sin intimidad nada teníamos que ver con esta asunción del sistema que en Andalucía se ha implantado con la mayor naturalidad. Nosotros, los de El Demócrata Liberal, que hemos llegado a publicar en él no por nuestra calidad literaria, nuestra gracia sobrehumana o nuestros sesudos conocimientos de la legalidad sino por un prurito de dignidad personal que hace irreconciliable con nuestra propia conciencia de ciudadanos mantener en silencio toda la indignación, la pena y el espanto que esta tierra nuestra nos produce, estábamos allí reunidos para algo! Nosotros, los que caminando desde el Foster´s Hollywood hasta esa cafetería anestética nos desplazábamos de una forma extraña; que no participábamos de la mirada perdida de los demás viandantes ni plantábamos nuestros ojos en los objetos de los escaparates con la misma intención de aquellos otros que por allí paseaban, no parecíamos estar constituidos de la misma pasta que el resto de los andaluces que por allí arrastraban sus reales! Puede que en el músculo, en la sangre y en la carne sí; pero no en las sinapsis cerebrales; no en los chispazos neuronales que un epifánico día nos hicieron levantar la voz en un grito de espanto, ponernos en pie y salir de la fosa común en la que nos creían aplastados estos sinvergüenzas que hoy se reparten las subvenciones, las empresas, las ganancias, los favores y el patrimonio expoliado a mis coetáneos!



No éramos iguales! Ni caminábamos igual que los que por allí paseaban! Pero por qué? Mientras veía andar a Paco Romero junto a Luis Escribano; a Rafa Gª de Cosío al lado de la divina Higea; a Cornelia Cinna al lado de María, mi mujer; al Conde de Villamediana flanqueando a Mara Mago… Esa extraña forma de caminar… En qué consistía? No era algo físico; ninguna escoliosis deformaba nuestros pasos; no percibía cimbreos extraños. Y sin embargo, mis sentidos me alertaban de que estaba siendo testigo, al desplazarnos desde el Foster’s hasta la cafetería, de algo excepcional.



Esta sensación acuciante de que algo fuera de lo habitual ocurre pero no acierto a decir qué cosa sea, me ha sucedido cientos de veces en mi vida. Y, quizás por cabezota o por curioso, no suelo parar hasta que descubro qué es aquello que me llama la atención de manera vaga e indefinida y que, si uno no se esfuerza por desvelarlo, suele quedar oculto a mis ojos y a los de mis contertulios. Así que no abandoné este íntimo paradigma de sensaciones hasta que conseguí verlo. Y, créanme ustedes: lo vi con claridad!



La conversación, al salir de la hamburguesería, había alcanzado unas cotas de interés y densidad tales que caminábamos desde un sitio a otro procurando no dejar caer en el frío suelo de Los Arcos las enormes burbujas de energía que un rato antes habíamos creado y que ahora nos rodeaban! Para colmo, el aura de cada uno de nosotros estaba literalmente entrelazada con el aura de los demás; nuestro paseo de cinco minutos a través de la sobreiluminada superficie comercial era tácitamente lento, casi un adagio; pero se había vuelto así porque éramos los fideicomisos de un tesoro invisible!



Joder! Una central de energía japonesa no habría podido generar más sustancia que la que se materializaba en ese momento! Oh, dichosa Fortuna, que me ofreciste tamaño espectáculo! Oh, bendito Logos, que me permitiste descifrarlo! Estas diez o doce personas, caminando con el biorritmo del perezoso en su rama, lo hacíamos así porque inconscientemente transportábamos de un espacio a otro, físicamente, un arma letal, un ingenio de destrucción masiva: la inteligencia, fluyendo; la dignidad, efervesciendo!



Y no éramos gigantes! No éramos hidras, lestrigones ni hiperbóreos, sino gente normal y corriente: profesores, administrativos, músicos, farmacéuticos, pedagogos, químicos, algún periodista, algún leguleyo… En resumen: ciudadanos! Gente del común que un día decidió levantar la mano y llamar chorizo a quien lo es, cantar las cuarenta en bastos a quien lo está pidiendo a gritos y poner cuidadosamente cada punto sobre su i latina. Eso sí: afrontando las consecuencias, que no son pocas. Por ejemplo, sentir cómo te aislan en tu lugar de trabajo; contemplar cómo de pronto se silencian conversaciones de pasillo entre compañeros porque pasas tú; tener que presentar hasta el último papel del último documento de la última programación para justificar cada uno de tus actos, por muy honestos que éstos sean, ante un jefe o un director que casi siempre es de la cuerda socialista. Eso, por no hablar de mobbing, insultos, amenazas, descalificaciones generales y cosas peores. Pero uno ya se hace a la jauría del Régimen! A veces, hasta se les echa de menos! Escribes un artículo incendiario o publicas un vídeo brutal y, si no te saltan a la yugular inmediatamente, piensas algo estaré haciendo mal.



Pero la otra tarde, y echando en falta la contundencia inapelable de un Sergio Calle, la claridad meridiana de un Luis Marín o la profundidad de campo de un Jesús Rubio (que, como les digo, no pudieron acudir a la cita), fui consciente, hasta la última fibra de mi ser, de estar envuelto en los preliminares de algo histórico; más, sabiendo que cuando se publiquen estas líneas, dos valientes mujeres -Carolina y Mazelmind- se habrán unido a este paseo luminoso que estamos dando entre las tinieblas. Porque lo que yo vi en la calurosa tarde de Los Arcos fue mucho más que una simple reunión de gente que escribe contra un Régimen caduco, un Régimen que inevitablemente ha de caer a pedazos por su propia descomposición; lo que yo vi aquella tarde y que escapaba a mis ojos pero no a mis sentidos fue la mayor concentración de energía vital, de dignidad ciudadana y de inteligencia en acción que recuerdo haber presenciado. Porque nuestro aspecto externo de gente común, de madres y padres de familia con un sueldo medio no lograba ocultar el tremendo haz de luz que se había generado en un par de horas y que nos transfiguró hasta el punto de contemplar cómo se iban oscureciendo los fluorescentes a nuestro paso.



Que somos pocos? Que os parecemos pocos, siendo diez? Doce? Que una docena de simples hombres y mujeres en pie de guerra contra el nepotismo, la corrupción, el expolio y la indecencia de nuestros gobernantes no representan peligro alguno para el Régimen? Os parecemos pocos, diez? Doce? Catorce, ahora? Pues sí! Lo somos! Somos pocos! Muy pocos!



Pero, ay, Destino! Si son como los que yo vi en Los Arcos, una docena me parece un alto número de guerreros! Tan alto, que aún querría que fuésemos menos! Porque, así, puedo clamar a los cielos y gritar, sin miedo a la flecha o a la lanza enemiga y sin que me tiemble la voz, las eternas palabras que el Cisne del Avon puso en los labios de Enrique V para dirigirse a sus tropas, a punto éstas de enfrentarse en el glorioso día de San Crispín a los franceses, que les quintuplicaban en número: “Nos, pocos; nos, felices pocos; nos, banda de hermanos; porque aquél que hoy vierta su sangre conmigo, será mi hermano; porque, por muy vil que sea, este día ennoblece su condición. Y los demás caballeros, ahora en sus mullidos lechos de Inglaterra, se considerarán malditos por no haber estado hoy aquí. Y tendrán su hombría en baja estima cuando oigan hablar a aquél que luchara con nos el Día de San Crispín!”


Venga! Venid, paniaguados! Arremeted, corruptos! Atacad, cuñados infinitos, sobrealimentados por la subvención! Que no habrá rincón oscuro ni tiniebla en el mundo que os pueda librar de nuestras ballestas! Venga, bastardos de la Junta! Arremeted! Que aquí os esperamos nosotros, los doce; nosotros, pocos; nos, felices pocos…



http://www.eldemocrataliberal.com/search/label/Eduardo%20Maestre

2 comentarios:

  1. Joder, Eduardo, !muy bien! espero que hicierais fotos, pues algún día me gustaría poseer una copia. Sabed que os apoyamos muchos en la medida de nuestras capacidades.

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  2. Bueno, doce son más de los que yo esperaba. Más que una foto, que también me habría gustado, una grabación sobre lo que allí se habló, me habría encantado.Gustado, no, encantado. Retuiteo y facebookeo.

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