Artículo de Eduardo Maestre
El
pasado miércoles 5 de agosto tuve la ocasión de reunirme para comer, tomar café
y hablar con las mentes calenturientas de El
Demócrata Liberal. Faltaron Luis Marín Sicilia, Sergio Calle y Jesús Rubio;
todos ellos por estar de viaje, lejos de Andalucía. Pero asistieron los demás:
Cornelia Cinna, la divina Higea, Mara Mago, María Calvo, Luis Escribano, Paco
Romero, Rafa G. Gª Cosío (y su padre, un tipo estupendo!), el señor Conde de
Villamediana y yo mismo. Fue una reunión que hicimos aprovechando que Rafa
venía de Alemania con una amiga suya a pasar unos días en España y se iba a
acercar a Sevilla a ver a su familia. Uno no puede venir de Alemania cada
semana, así que era una ocasión de oro para vernos.
Algunos
no nos conocíamos personalmente. Llevamos escribiendo juntos y a diario en EDL
desde hace más de seis meses, retuiteando nuestros artículos, debatiendo cada día en el chat privado que WhatsApp
nos ofrece; pero aún no nos conocíamos en persona todos. Y nos hemos quedado
con las ganas de conocer personalmente a Sergio Calle, a Jesús y a Luis Marín.
En otra ocasión será; pero no muy tarde, pues pensamos organizar una presentación
de EDL en Málaga en cuanto se reanude el curso, además de otra en Córdoba, y en
alguna de esas dos ocasiones espero que acabemos de conocernos todos!
Como
mi mujer, María Calvo -que fue la que creó la plataforma de EDL, dotó de
estructura al blog y editó todos y cada uno de los artículos durante los dos
primeros meses-, tiene que darle el pecho a nuestro hijo Beltrán, que tiene
cinco meses, buscamos un sitio que tuviera sala
de lactancia a fin de evitar imágenes
de pintura costumbrista decimonónica; más que nada, por aquello de que en
algunas zonas del Sur no hemos vuelto aún a la Edad del Bronce, pese a que las ferias podemitas lo pretendan. De modo
que, pese a reunirnos en una ciudad tan hermosa como Sevilla, hubieron de
renunciar mis compañeros de lucha política a quedar en bares de poderoso
estímulo tertuliano como El Rinconcillo, el Café Europa o la Cervecería
Internacional, resolviéndonos a citarnos en un feísimo centro comercial alejado
de cualquier asomo de la estética apropiada para el complot: nos fuimos a
Los Arcos, que sí tiene sala de
lactancia.
Los
Arcos es uno de esos centenares de macrocentros que asolan la estética de
Occidente y que cuentan con un enorme aparcamiento gratuito en el que uno se
siente siempre a punto de cocción; un espacio impersonal al que se ha de
acceder irremediablemente a través de escaleras mecánicas para luego sufrir el
impacto de una iluminación excesiva, más propia de tómbola de feria que de zoco
contemporáneo; un mausoleo luminoso cuyas paredes, en vez de por tumbas de
reyes olmecas, están flanqueadas por decenas de tiendas de ropa, bisutería,
calzado, etc. Parafraseando a aquellos romanos acampados en las murallas de
Numancia, Los Arcos es un asco de sitio.
Invariablemente
con los cines arriba, Los Arcos –como todos
y cada uno de estos macrocentros comerciales- también arroja a la cara del
consumidor los típicos bares de masas; entre otros, el adelgazado Gambrinus, la cadena 100 Montaditos, y el inevitable Foster’s Hollywood, una franquicia yanqui en la que, a base de presentar una
carta con unas fotografías que ya hubiera querido firmarlas Hamilton, han
conseguido que una hamburguesa de medio pelo con una inane loncha de queso
cueste 14 euros. Pero como era el que estaba menos lleno de gente (no es de
extrañar, con esos precios!), allí nos reunimos, sentados todos frente a frente
en una larga y tosca mesa con capacidad para 12 comensales; una mesa sin
mantel, velas ni encajes, pero con una carta cuyas enormes fotografías a todo
color nos hicieron soñar durante un rato -hasta que llegaron los camareros con
la realidad servida en unos platos sin humo- con que la felicidad era posible.
La
comida fue de lo más divertida. Piensen ustedes que en la misma mesa se
concentraban algunos de los ingenios más terribles que hoy por hoy se atreven a
alzar la voz en Andalucía; algunos, pioneros en ello! Las bromas, los juegos de
palabras, las aseveraciones tragicómicas y, cómo no, también las sentencias
graves se mezclaban con unas enormes
jarras de cerveza helada, unos aros de cebolla cuyos círculos perfectos habían
sido trazados sin duda con un láser, y unas hormonadas hamburguesas a las que
con gran cuidado se les había extraído previamente cualquier sabor a vaca.
De
la comida pasamos al café, y de ahí a las copas. Cambiamos de ambiente para
tomarnos estas últimas y fuimos, caminando de una forma extraña, a una
cafetería sin paredes que lindaba con la entrada de un Hipercor que allí hay.
Todo, bajo el día eterno de unas placas fluorescentes parecidas a las que les
ponen a los pollos para que engorden. Ya ven ustedes: nada de la estética que
podría mover a la puesta en marcha de una revolución romántica! Me quería
imaginar allí a Danton, a Marat y a Robespierre confabulando cerca de las
cajeras de Hipercor, pero no pude: mi venerando respeto por los padres de la
Revolución me negaba tal imagen!
Sin
embargo, y pese a la incomodidad del sitio, hubo un momento en que tuve una
visión de lo que allí estaba ocurriendo: éramos una docena de ciudadanos en apariencia comunes y corrientes; cada
uno con su familia, su trabajo, sus estudios y sus problemas personales; unos
más jóvenes; otros, menos; todos con un aspecto de lo más normal, tanto en la ropa como en la actitud. Pero éramos los únicos -entre las miles de personas
que por aquel monstruoso centro comercial pululaban sin rumbo- que estábamos
luchando contra las instituciones putrefactas que impiden a la totalidad de los súbditos del
Régimen prosperar y vivir con alguna dignidad y más esperanza de futuro que
la que ahora tienen! Los únicos!
Nadie
más! Mirabas en todas direcciones y veías gente
del común, sevillanos del extrarradio o gente de los pueblos que,
acercándose a este centro comercial a ver si encontraban unos Nike pasados de
moda o un tanga que comprar, aprovechaban para dar un paseo a sus hijos; en sus
caras se percibía la enorme capacidad de asumir su condición de súbditos (término que deriva de
sumisión; de vasallaje) sin incomodarse lo más mínimo por ello. Claro! Casi
cuatro siglos de decadencia y pereza han conseguido que los andaluces se
adapten a una existencia inane, a un sobrellevarse
a sí mismos sin atisbo de orgullo ni sombra de dignidad; una existencia
que, a estas alturas de la Historia reciente de la Política andaluza, puede
definirse ya como meramente zoológica,
pues en nada influye: ni en la Ciencia; ni en el Arte, y mucho menos en la
Política de Occidente desde mitad del siglo XVII. Y lo que es peor: que no quiere influir.
Es
lógico que los caciques, aquí, pudieran prosperar casi sin límites! Y por las
mismas razones que han hecho prosperar a las distintas mafias y familias
mafiosas que dirigen cada una de las acciones –aparentemente, políticas- de la Junta de Andalucía: la
indolencia, la desesperanza, el embotamiento del amor propio, la ignorancia
extrema, la irresponsabilidad.
Sin
embargo, los que estábamos en esa cafetería sin intimidad nada teníamos que ver
con esta asunción del sistema que en
Andalucía se ha implantado con la mayor naturalidad. Nosotros, los de El Demócrata Liberal, que hemos llegado
a publicar en él no por nuestra calidad literaria, nuestra gracia sobrehumana o
nuestros sesudos conocimientos de la legalidad sino por un prurito de dignidad personal que hace
irreconciliable con nuestra propia conciencia de ciudadanos mantener en
silencio toda la indignación, la pena y el espanto que esta tierra nuestra nos
produce, estábamos allí reunidos para
algo! Nosotros, los que caminando
desde el Foster´s Hollywood hasta esa cafetería anestética nos desplazábamos de
una forma extraña; que no participábamos de la mirada perdida de los demás
viandantes ni plantábamos nuestros ojos en los objetos de los escaparates con
la misma intención de aquellos otros que por allí paseaban, no parecíamos estar
constituidos de la misma pasta que el resto de los andaluces que por allí
arrastraban sus reales! Puede que en el músculo, en la sangre y en la carne sí;
pero no en las sinapsis cerebrales; no en los chispazos neuronales que un
epifánico día nos hicieron levantar la voz en un grito de espanto, ponernos en
pie y salir de la fosa común en la que nos creían aplastados estos
sinvergüenzas que hoy se reparten las subvenciones, las empresas, las
ganancias, los favores y el patrimonio expoliado a mis coetáneos!
No
éramos iguales! Ni caminábamos igual que los que por allí paseaban! Pero por
qué? Mientras veía andar a Paco Romero junto a Luis Escribano; a Rafa Gª de
Cosío al lado de la divina Higea; a Cornelia Cinna al lado de María, mi mujer;
al Conde de Villamediana flanqueando a Mara Mago… Esa extraña forma de caminar…
En qué consistía? No era algo físico;
ninguna escoliosis deformaba nuestros pasos; no percibía cimbreos extraños. Y
sin embargo, mis sentidos me alertaban de que estaba siendo testigo, al
desplazarnos desde el Foster’s hasta la cafetería, de algo excepcional.
Esta
sensación acuciante de que algo fuera de lo habitual ocurre pero no acierto a
decir qué cosa sea, me ha sucedido cientos de veces en mi vida. Y, quizás por
cabezota o por curioso, no suelo parar hasta que descubro qué es aquello que me llama la atención de manera vaga e indefinida
y que, si uno no se esfuerza por desvelarlo, suele quedar oculto a mis ojos y a
los de mis contertulios. Así que no abandoné este íntimo paradigma de
sensaciones hasta que conseguí verlo. Y, créanme ustedes: lo vi con claridad!
La
conversación, al salir de la hamburguesería, había alcanzado unas cotas de
interés y densidad tales que caminábamos desde un sitio a otro procurando no dejar caer en el frío suelo de Los
Arcos las enormes burbujas de energía que un rato antes habíamos creado y que
ahora nos rodeaban! Para colmo, el aura de cada uno de nosotros estaba
literalmente entrelazada con el aura de
los demás; nuestro paseo de cinco minutos a través de la sobreiluminada
superficie comercial era tácitamente lento, casi un adagio; pero se había
vuelto así porque éramos los fideicomisos
de un tesoro invisible!
Joder!
Una central de energía japonesa no habría podido generar más sustancia que la
que se materializaba en ese momento! Oh, dichosa Fortuna, que me ofreciste
tamaño espectáculo! Oh, bendito Logos, que me permitiste descifrarlo! Estas
diez o doce personas, caminando con el biorritmo del perezoso en su rama, lo
hacíamos así porque inconscientemente transportábamos de un espacio a otro, físicamente, un arma letal, un ingenio
de destrucción masiva: la inteligencia, fluyendo; la dignidad, efervesciendo!
Y
no éramos gigantes! No éramos hidras, lestrigones ni hiperbóreos, sino gente
normal y corriente: profesores, administrativos, músicos, farmacéuticos,
pedagogos, químicos, algún periodista, algún leguleyo… En resumen: ciudadanos!
Gente del común que un día decidió levantar la mano y llamar chorizo a quien lo
es, cantar las cuarenta en bastos a quien lo está pidiendo a gritos y poner
cuidadosamente cada punto sobre su i latina. Eso sí: afrontando las
consecuencias, que no son pocas. Por ejemplo, sentir cómo te aislan en tu lugar
de trabajo; contemplar cómo de pronto se silencian conversaciones de pasillo
entre compañeros porque pasas tú; tener que presentar hasta el último papel del
último documento de la última programación para justificar cada uno de tus actos, por muy honestos que éstos sean, ante un
jefe o un director que casi siempre es de
la cuerda socialista. Eso, por no hablar de mobbing, insultos, amenazas, descalificaciones generales y cosas
peores. Pero uno ya se hace a la jauría del Régimen! A veces, hasta se les echa
de menos! Escribes un artículo incendiario o publicas un vídeo brutal y, si no
te saltan a la yugular inmediatamente, piensas algo estaré haciendo mal.
Pero
la otra tarde, y echando en falta la contundencia inapelable de un Sergio
Calle, la claridad meridiana de un Luis Marín o la profundidad de campo de un
Jesús Rubio (que, como les digo, no pudieron acudir a la cita), fui consciente,
hasta la última fibra de mi ser, de estar envuelto en los preliminares de algo histórico; más, sabiendo que cuando se
publiquen estas líneas, dos valientes mujeres -Carolina y Mazelmind- se habrán
unido a este paseo luminoso que estamos dando entre las tinieblas. Porque lo
que yo vi en la calurosa tarde de Los Arcos fue mucho más que una simple reunión de gente que escribe contra un
Régimen caduco, un Régimen que inevitablemente ha de caer a pedazos por su
propia descomposición; lo que yo vi aquella tarde y que escapaba a mis ojos
pero no a mis sentidos fue la mayor concentración de energía vital, de dignidad
ciudadana y de inteligencia en acción
que recuerdo haber presenciado. Porque nuestro aspecto externo de gente común,
de madres y padres de familia con un sueldo medio no lograba ocultar el
tremendo haz de luz que se había generado en un par de horas y que nos
transfiguró hasta el punto de contemplar cómo se iban oscureciendo los
fluorescentes a nuestro paso.
Que
somos pocos? Que os parecemos pocos, siendo diez? Doce? Que una docena de
simples hombres y mujeres en pie de guerra contra el nepotismo, la corrupción,
el expolio y la indecencia de nuestros gobernantes no representan peligro
alguno para el Régimen? Os parecemos pocos, diez? Doce? Catorce, ahora? Pues sí!
Lo somos! Somos pocos! Muy pocos!
Pero,
ay, Destino! Si son como los que yo vi en Los Arcos, una docena me parece un
alto número de guerreros! Tan alto, que aún querría que fuésemos menos! Porque,
así, puedo clamar a los cielos y gritar, sin miedo a la flecha o a la lanza
enemiga y sin que me tiemble la voz, las eternas palabras que el Cisne del Avon
puso en los labios de Enrique V para dirigirse a sus tropas, a punto éstas de
enfrentarse en el glorioso día de San Crispín a los franceses, que les
quintuplicaban en número: “Nos, pocos;
nos, felices pocos; nos, banda de hermanos; porque aquél que hoy vierta su
sangre conmigo, será mi hermano; porque, por muy vil que sea, este día
ennoblece su condición. Y los demás caballeros, ahora en sus mullidos lechos de
Inglaterra, se considerarán malditos por no haber estado hoy aquí. Y tendrán su
hombría en baja estima cuando oigan hablar a aquél que luchara con nos el Día
de San Crispín!”
Joder, Eduardo, !muy bien! espero que hicierais fotos, pues algún día me gustaría poseer una copia. Sabed que os apoyamos muchos en la medida de nuestras capacidades.
ResponderEliminarBueno, doce son más de los que yo esperaba. Más que una foto, que también me habría gustado, una grabación sobre lo que allí se habló, me habría encantado.Gustado, no, encantado. Retuiteo y facebookeo.
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