Artículo de Eduardo Maestre
Me sabe mal. Tengo como un runrún de conciencia que no me deja
tranquilo cuando me acuerdo de lo que estuve haciendo durante años. Normalmente
no pienso en ello, pero cuando me viene a la memoria lo que hice… No sé. Me
reconcome! Me reconcome y me llena de inquietud. Aunque otras veces, la verdad,
no; otras veces es como un rugido lejano, como un silbar de obuses en la
provincia de al lado. Sí! Eso es! Es como un silbo canario: de ésos que uno no
traduce si no quiere; de los que puede dejar pasar de largo como si fuera un
ruido incomprensible. Indescifrable. Indescifrable, sí. Pero otras veces…
No sé… Quizás lo mejor sería decirlo de una vez y, verbalizándolo,
poder analizar qué proporciones de mala fe y de inocencia hubo cuando ocurría.
En muchas ocasiones, ponerlo por escrito ayuda a contemplar los hechos como
quien se aleja hasta un mirador para contemplar un panorama de forma global, y
así poder inscribir cada parte del mismo en un todo orgánico mucho más
comprensible.
Enfín… No sé… Bah! Qué más da! Lo contaré todo!
Cuando tenía 14 años, entré en el coro parroquial de Los Negritos, una Hermandad de las
muchas que hay en Sevilla; de las que sacan su paso de Cristo y su paso de
Virgen en Semana Santa (ésta, el Jueves Santo, concretamente). Me hice
nazareno? No, por Dios! Mi intención era tan solo formar parte de ese coro;
porque en ese coro cantaba Conchi, una niña del barrio que me gustaba. De no
haber existido Conchi, jamás habría intentado tamaña locura! Pero Conchi estaba
allí por las tardes, con su melena lacia de color canela y su perfume de
feromonas infinitas que lo inundaba todo, como un tsunami del siglo XI. Y yo,
como un perro medieval, seguía su rastro con gran ánimo.
Corría el año 1976, y yo acababa de aprender a tocar la guitarra hacía
seis meses, recibiendo clases particulares de una señora muy desagradable que
sobrevivía enseñando a tocar la guitarra y cogiendo puntos de medias. Ésta, mi
primera profesora de música, me desahució como alumno a los tres meses de
comenzar; las razones que adujo eran ajenas a mis capacidades musicales, que
según ella estaban fuera de toda duda; pero a mi padre le dijo que me dejaba
por indisciplinado y por anarquista. Y lo cierto es que la pobre
mujer llevaba toda la razón: yo me dedicaba a sacar las canciones de los anuncios de la tele, las de los Beatles
y las de cualquier chufla que pasara por mis oídos antes que seguir practicando
los ejercicios que ella me mandaba. Estuve dos meses aprendiendo a gran
velocidad, eso sí; pero en cuanto tuve recursos suficientes para cantar “Abuelito, dime tú…”, “Yesterday” y la melancólica “Bailemos el Bimbó”, comencé a abandonar
el estudio de las escalas y las tríadas de acordes. Y la profesora, claro, me
lanzó su anatema. Así que, repudiado por
el Orden y abrazado ya para siempre por el Caos, con mi guitarra de pésima
calidad al hombro, mi finísimo oído y un bagaje de armonía práctica
incontestable (tónica, dominante, subdominante y poco más!), me lancé a la
aventura y me metí en el coro de Los Negritos, en donde necesitaban
guitarristas sumisos y cantaba Conchi con sus feromonas.
En uno de los descansos que hacía el coro (que eran muchos y muy
largos), nos pusimos a cantar algunas canciones de las que en aquella época
empezaban a estar de moda entre la juventud de lo que ahora todo el mundo llama
la Transición. Solían ser canciones
de Víctor Jara, Inti-Illimani y otros solistas y grupos suramericanos que
cantaban a la Revolución. Estas
canciones se nos aparecían trufadas de mucho Ché Guevara, mucho Bahía Cochinos, enormes cantidades de el pueblo unido jamás será vencido y
demás ordinarieces comunistas que a mí, sinceramente, me traían sin cuidado,
pero que en aquellos años en los que el cadáver de Franco aún no acababa de
enfriarse daban muy buen tono a los
jóvenes que aporreábamos una guitarra.
Yo me sabía una de arriba a abajo: Soldadito
de Bolivia, de Paco Ibáñez. Me la sabía porque meses antes me había
enamorado de Mari Carmen, una niña del instituto que, además de aportar al
mundo una belleza indescriptible, cantaba como los ángeles y tenía esta canción
como bandera con la que lucirse. Conseguí ser su novio por un mes, y, con 14
años, el tiempo con Mari Carmen se me iba entre besos apasionados y acordes de
séptima infinitos. La cantamos mil veces; no había reunión del instituto que no
acabara con Soldadito de Bolivia como
broche. Me la sabía a carta cabal!
Así que, tocando junto a los mayores en uno de los descansos del coro
parroquial (los mayores tenían 18 ó
20 años, eh?), dije yo que iba a cantar este hit comunista y así lo hice. Cuando terminé, entre los aplausos de
todos se fue abriendo paso una cara seria, la de uno de los más mayores del
coro, un tal Vargas, que me preguntó, muy preocupado, si yo sentía la canción que acababa de cantar.
“Sentir?” le dije. “Sí”, me
respondió; “que si sientes la letra;
que si estás de acuerdo con lo que dice la canción.”
Mmmm… Tardé unos segundos en responder; los suficientes como para
repasar de memoria algunos fragmentos de la canción: No sabes quién es el muerto, soldadito boliviano;/el muerto es el Ché
Guevara, que era argentino y cubano…/ …Está mi guitarra entera, soldadito
boliviano,/de luto; pero no llora, aunque llorar es humano…/ … No llora porque
la hora, soldadito boliviano,/no es de lágrima y pañuelo, sino de machete en
mano… Y respondí, siendo consciente por vez primera de que alguien
pretendía obligarme a blandir un machete: “no; no siento la canción”. “Entonces,
no te sientes comunista?” me preguntó, ante el silencio súbito y
expectante del resto del coro. “No; no me
siento comunista.” Y añadí, tras una pausa dramática de tres segundos, “…Ni
soy comunista”. “Y por qué la cantas?”, inquirió, con un rictus entre media
sonrisa y muestra de desprecio. “Porque me gusta la música que tiene y también
me gusta la niña que la canta en el instituto”, respondí inmediatamente.
Vargas, que tenía al menos 20 años, se rio bastante con la respuesta y, mirando
al resto, sentenció: “Bueno; por lo menos es sincero!”
Esta secuencia jamás se me ha ido de la memoria: por lo visto, yo era sincero! Y la sentencia
absolutoria -reconociendo dicha sinceridad- del que años después supe que era
un jefazo de las Juventudes Comunistas Revolucionarias de Sevilla me abrió
inesperadamente las puertas a la posibilidad de decir lo que realmente sentía sin temor a recibir por ello un castigo.
Además, me dejó claro a mí mismo que el Comunismo y su estética de olor a pies
no entraban en mi plan de vida: ni yo sentía
el texto del soldadito de los cojones, ni el de otras canciones de Víctor Jara
que vinieron después –preciosas: eso es innegable!-, como Te recuerdo Amanda, Plegaria
a un labrador, El niño yuntero, Duerme duerme negrito, Las casitas del barrio alto y otras
muchas de otros autores, que yo tocaba y cantaba, por qué no decirlo, con
bastante arte.
Ya en la facultad de Filología, en cuyos pasillos, cafetería y campus
pasé cuatro años, aprendí a cantar con gran rigor las más complejas canciones
de Silvio Rodríguez y Pablo Milanés; la Nueva Trova Cubana abría el corazón y
las piernas de numerosas universitarias como si de una llave maestra se
tratara. El amor y el sexo eran indiscutiblemente amigos de la lírica
revolucionaria! No tengo más que palabras de agradecimiento a estos cubanos, a
estos chilenos, a estos hermanos suramericanos comunistas! Porque sus
hermosísimas canciones, impregnadas de una mística llena de unicornios, eran un
salvoconducto seguro hacia el vientre caliente e infinito de las mujeres! Si en
aquella época hubiera conocido a Silvio Rodríguez, me habría hincado de
rodillas y le habría besado las manos con el mismo arrobamiento que lo haría
una beata ante Juan Pablo II. Por desgracia, no supe, no pude viajar a La
Habana.
Pero, claro: cómo puede alguien ir con la cabeza alta sabiendo que ha
cantado durante años estas hermosas canciones sin sentir lo que en sus letras revolucionarias estaba tan
claramente expuesto? Cómo mirar a la cara de los comunistas, de los
socialistas, de los podemitas hoy,
sin avergonzarme por haber usufructuado durante tantos años ese A desalambrar,
ese Niño yuntero, ese maravilloso
estupor que describía a Amanda con la
sonrisa ancha, la lluvia en el pelo; no importaba nada: ibas a encontrarte con
él, que partió a la sierra, que nunca hizo daño, y en cinco minutos quedó
destrozado… Suena la sirena de vuelta al trabajo; muchos no volvieron. Tampoco
Manuel…?
Aunque, por otra parte, me pregunto si realmente os mentí,
socialistas; si en verdad os utilicé, comunistas. En rigor, creo que no. Ya
respondí con 14 años a la pregunta cargada de reproches que me hizo aquel
dirigente marxista-leninista oculto en la parroquia de Los Negritos; él fue
quien me indultó, para los restos! Y ése era de los duros, eh? Aquel joven agazapado
en el aparentemente dócil coro de Los Negritos era uno de los comunistas más
activos del momento. Y en plena vorágine preconstitucional;
no como los de ahora, que no pueden sobrevivir 24 horas sin su dosis de marisco
en vena! Lo siento: yo ya rendí cuentas ante Vargas, que era como rendirlas
ante el Tribunal de las Aguas Comunistas Revolucionarias.
Cantar esas preciosas canciones sin ánimo reivindicativo social
ninguno fue más un ejercicio de estética juvenil que una impostura política.
Jamás pensé, mientras las cantaba, que pudiera estar denunciando la situación
de injusticia social que las había originado. Cuando algún grupo de amigos, en
las reuniones, se unía para enfatizar aquello de “el pueblo, unido, jamás será
vencido”, nunca lo vi como el preludio de una toma de la Bastilla; sobre todo
porque, cada vez que ocurría, estábamos con la mesa llena de litronas de Cruzcampo ya tibias!
Siempre vi la revolución comunista como algo lleno de incomodidades y
molestias para los propios revolucionarios. Algo parecido a un camping
insufrible. El doctor Zhivago me lo
dejó muy claro siendo yo un adolescente. Los países en donde estaban instalados
los comunistas cuando yo era un joven espectador de la Política (la URSS, la
Alemania del Este, Cuba, China, Yugoslavia, Corea del Norte…) no dejaban salir
a sus ciudadanos más allá de sus oscuras fronteras. Bueno:
como hoy! De vez en cuando, saltaba la noticia de que una compañía entera de
ballet ruso se había refugiado en EEUU o en Inglaterra negándose a volver a su
país. A mí, aquello me parecía terrible! Me los imaginaba huidos con lo puesto! Sin haberse despedido de
sus familias! Renunciando a su círculo de amistades sin previo aviso! Todos nos
preguntábamos en qué condiciones vivirían en sus países de origen estos
expatriados voluntarios, estos refugiados del Comunismo para decidirse a llevar
a cabo una decisión así.
Qué quieren que les diga? Discúlpenme, pero el Comunismo y el
Socialismo han sido y siguen siendo un
castigo para la Humanidad! Joder! No hay ni ha habido un solo país en el mundo que haya aplicado estas doctrinas contra natura en toda su magnitud y que
no haya machacado, masacrado y envilecido hasta las últimas raíces del cuerpo y
del alma a sus desgraciados habitantes! Por fortuna, en España el Socialismo es
una impostura, una forma de esnobismo, un gesto: el de colocarse El País bajo
el sobaco los domingos. En España no ha habido más Socialismo que el que nos
llevó a la Guerra Civil en el 36. Aunque los socialistas light de Rubatero y Zapalcaba primero, y los acojonados
socialdemócratas de Rajoy después, en un perfecto tándem de estupidez y cretinismo
sin fronteras, son los responsables directos de que hayan surgido de nuevo los
nada divertidos monstruos del Comunismo y el Frente Popular, agazapados ambos
en la parroquia de Podemos, semiocultos tras las figuras asténicas de
aristócratas universitarios y perroflautas venidos a más; tragacervezas cotidianos
que, con el suficiente Poder en las manos, firmarían sin dudarlo ejecuciones
sumarias.
Los demócratas debemos recordar que los socialistas y el deplorable
Frente Popular del primer tercio del siglo XX fueron los que hicieron posible
que se levantara en armas gran parte del Ejército; un Ejército sin banderas
ideológicas pero que respondía salivando,
como el perro de Pavlov, ante tres premisas elementales: Dios, Patria y
Justicia. El Frente Popular se dedicó a mancillar las tres hasta que saltó el
Ejército. A los españoles de la época, inanes en su mayoría (como por desgracia
han sido siempre los españoles!), los socialistas les echaron encima a Franco y
sus rebeldes, y luego, ahogándose en sus propios escrúpulos impostados, no
supieron ponerse de acuerdo para enfrentarse al Leviatán que ellos mismos
habían despertado, consiguiendo que cayeran sobre los ajados hombros de los
españoles tres años de guerra civil, casi un millón de muertos y cuatro décadas de Dictadura y represión.
Y luego, muerto el dictador y firmada y sancionada en referéndum una
Constitución impresentable, cuarenta años
más de terrorismo, nacionalismo extractivo y majaderías sin límite! Coño!
Es que llevamos más de 80 años de anormalidad
política! Y tiene pinta de no parar! Porque no aprendemos.
Miren: los países que se quitaron de encima la posibilidad remota de
tomar en serio a los socialistas y comunistas son los únicos que han podido
crecer y desarrollarse bajo la Luz de la Inteligencia. McCarthy lo vio muy
claro en la década de los 50. Y gracias a lo que llamaron caza de brujas, las brujas…
desaparecieron! Se imaginan ustedes un país tan extraordinario como los
Estados Unidos de América prestando oídos a los rebuznos de los unicornios y a
la retahíla de culpas que cargan
sobre nuestros hombros los expertos culpabilizadores
socialistas para el espanto de todos? No es que los yanquis, de haber sido
permisivos con los socialistas, no hubieran llegado a la Luna: es que habrían
desaparecido ya de la faz de la tierra como Nación, que es lo que nos está
ocurriendo ahora a los españoles, vertiginosamente! (Vean, si no, lo que va a
ocurrir en las próximas elecciones yanquis: gracias a Obama, cuya inexplicable
política internacional ha dado alas a los iraníes para machacar Occidente en
poco tiempo, y ha hundido en el desconcierto y la desesperanza a todos los disidentes
cubanos, se podría instalar en la Casa Blanca nada menos que Donald Trump, un
republicano radical que conseguirá que Reagan y Georges W. Bush pasen a la
Historia como estadistas de la altura de un Taillerand o un Disraeli! Esto
habrá que agradecérselo sin duda a Barack Hussein Obama, el Presidente
estadounidense más parecido a un socialista que ha habido jamás. Paños
calientes, política internacional errática y buenismo, las tres características externas del Socialismo, están
presentes en Obama. Esto traerá sus consecuencias. Probablemente, gravísimas.
Ya lo verán.)
Pero volviendo al asunto: he tenido amigos, durante años, cuya actitud
buenista y cuya fobia a definirse han
causado siempre más daño que otra cosa; eran claramente gente de beato voto
socialista, cuando no abierta e ingenuamente comunistas; profesores de
Literatura, de Matemáticas, de Piano… Gente que, en principio, podrían pasar
por personas inteligentes! Y que lo son! Pero que en el momento en que tenían
que resolver algún conflicto en el que el
juicio de valores fuera la herramienta a utilizar, se bloqueaban. O, peor
aún, sustituían sus sinapsis cerebrales por una especie de máquina sordociega;
una especie de juez autómata, lleno de prejuicios, complejos y sinsentidos que
siempre -e invariablemente!- dejaba un amargo regusto de injusticia y desconsideración en aquéllos que habían
sido afectados por su decisión, ya fueran sus compañeros de trabajo, sus amigos
o sus propios hijos.
Así actúan los socialistas españoles desde siempre: cogiéndosela con
papel de fumar; moviéndose con una llamativa y extrema rigidez por los
estrechos callejones de un mundo cuya complejidad y aristas no parecen
comprender; arremetiendo sin mirar por la
calle de enmedio mientras claman con voz engolada –voz que algún día fue
humana pero que hoy es un remedo ridículo de sí misma- por una libertad y una
justicia a la que de facto
desprecian.
Y si ya nos vamos más a la izquierda del patio de recreo del manicomio
y observamos a los comunistas que estas semanas avergüenzan a España en la
prensa internacional (hoy, como se puede ver, más unidos que nunca por el
antisemitismo, el silencio ante la brutal violencia del Islam y la omertá como respuesta ante la violencia
extrema contra las mujeres en los países musulmanes), podremos verlos
disgregados, enfrentados entre sí, casi atomizados en mil partidos distintos: Podemos,
Izquierda Unida, Izquierda Plural, Somos, Equo, Los Verdes, Ungimos, Izquierda
Parmenoidea, Bolivarianos Redentores, Verdadera Izquierda, Izquierda Apócrifa,
Zenón de Zitia y los Marxistas de Tlocapetlehuacántl… Enfín: olvidando por
completo que la Civilización no surge de la Naturaleza, y que el Estado no es
producto del enfriamiento de los volcanes sino de decenas de miles de años
cultivando la Inteligencia, los comunistas españoles han rebasado una barrera
tras la cual sus unicornios nos parecen las únicas figuras serias que los
representan; figuras que, como animales mediúmnicos, aún les mantienen en
contacto -de algún modo- con la realidad; aunque sea una realidad mitológica!
De manera que el panorama es tal, que si bien empecé sintiéndome mal
por haber utilizado en mi adolescencia y juventud el cancionero socialista-comunista
para fines inconfesables que, de cualquier manera, no fueron ni
propagandísticos ni socializadores, debo concluir ahora que, tras haber
verbalizado de modo orgánico la
situación de la Izquierda española, Única
Depositaria y Verdadera Fideicomisaria de los Valores Sociales, Culturales y
Morales del Universo, me alegro de haberlo hecho. Por varias razones. A
saber:
1) porque las canciones eran preciosas (y siguen siéndolo!); 2) porque
es prácticamente lo único potable de
la producción propagandística totalitaria mundial; 3) porque, tras soportar
años de cursilería socialista, de pedantería comunista y, en general, de esa
culpabilización constante por no ser de izquierdas, alguna compensación
debíamos tener los liberales! Enfín: que me alegro! Me alegro de haber navegado
sobre la superficie del Socialismo sin que una sola gota de su estupidez mojara
mi voz ni mi guitarra.
Pero, sobre todo, me alegro de haber cantado esas hermosas canciones,
como decía el tal Vargas, sin sentirlas
políticamente; porque así pude dedicar toda mi atención a sentir en toda su intensidad a Mari Carmen, a Lourdes, a María
Jesús, a Cristina, a Mencía, a Dolores…
El tal Vargas no hacía sino utilizar la impostura socialista-comunista con mayor perversión e intenciones torticeras que tú, pero con todo eso, estoy seguro que tus recuerdos son mucho más gratos que los suyos. A mí me pasó algo parecido. Había muchos "Vargas" por entonces, y muchos de ellos acabaron ahogados en el fango de la corrupción.
ResponderEliminarAsí es.
EliminarD. Eduardo, no sabe usted cómo disfruto leyendo sus artículos, siempre brillantísimos. Los leo en voz alta, paladeando cada palabra, para que los oiga también mi marido, y es que no se puede escribir mejor. Muchas gracias porque desde luego es una delicia leerlos. Los que aún no conocen El Demócrata Liberal no saben lo que se pierden. Me gustan todos los colaboradores, pero usted es que me encanta. Enhorabuena y por favor, siga deleitándonos así por mucho tiempo. Un saludo afectuoso.
ResponderEliminarPues muchas gracias, Iluminada! No merezco tales elogios; sobre todo, atendiendo a quienes me acompañan en el Demócrata: grandes plumíferos y extraordinarios investigadores. Probablemente sea usted la que merece elogios como lectora, junto a su marido; ambos, por elegir una publicación tan fuera de lo común como es EDL.
EliminarMuchas gracias de nuevo. Y un afectuoso saludo a usted y a su marido!
Eduardo Maestre
Quienes son todas esas!! Eh?? Quienes!! Las mato!!
ResponderEliminarNo, en en serio. Me ha encantado el artículo. Y lo que me pasma es que, a día de hoy y entre la gente joven siga existiendo esa "culpa" por no ser de izquierdas, esas miradas acosadoras si se abomina de cosas como el feminismo caduco, el comunismo, la "paridad" independientemente de las cualidades de las personas...
Es un fenómeno que se acabará estudiando...
Tú sí que eres un fenómeno que hay que estudiar!
EliminarGuapa!
En 1976, año en el que usted suspiraba por las bragas de Mencía, de Lourdes y de media Sevilla, faltaban todavía dos para que naciese ese peligroso y temido comunista de la coleta.
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