Artículo de Sergio Calle Llorens
Toda acción se mejora con la práctica, con la excepción del suicidio, aunque en Andalucía la manía de quitarse la vida votando al PSOE puede considerarse un acto sublime, casi cercano a la perfección. Los habitantes de la taifa del sur me recuerdan a esas mujeres que siempre dicen que todos los hombres son iguales y por eso les cuesta tanto encontrar uno bueno. Su destino es vivir en una prisión junto a ese estúpido marido al que dicen despreciar. Le pasa igual a la gran mayoría de votantes andaluces que se sienten esposados, y nunca mejor expresado, a esa secta del capullo que olvidó todas las promesas que les llevaron al altar.
En verdad, hay que ser muy tontos del capirote para aceptar un matrimonio en el que la pareja te roba hasta el dinero que habías reservado para tus herederos pero, por supuesto, no hay ser más abyecto, cretino y papanatas como el amante socialista medio. Y encima pagando miles de euros por no disfrutar ni de los prolegómenos porque al final, háganse cargo, la coyunda termina indefectiblemente en gatillazo.
Es evidente que para aceptar a Andalucía como cónyuge se debe estar rematadamente mal de la azotea. Vivir en ese hogar familiar en una atmósfera permanente de proyectismo mientras los planes prometidos nunca se ejecutan o se quedaron a medias, solo puede ser aceptado por un loco o por alguien ciertamente desesperado.
Andalucía es esa pareja que si se dedica a entrenar a un club deportivo, lo lleva a regional preferente y, encima, presume cada temporada en que es mucho mejor jugar en esa categoría que competir en la liga de campeones. Y el consorte progresista aplaudiendo con las orejas o con los cuernos porque con los socialistas nunca se sabe.
Andalucía es ese marido que monta un circo y no solo le crecen los enanos sino que, ya lo creo que sí, se turna con los liliputienses para ponerte mirando a Cuenca una y otra vez, y sin vaselina ninguna.
Andalucía es una mujer que tiene más reglas que una piscina en verano pero que nunca se las aplica por aquello de que las lagarteranas no tienen vergüenza.
Andalucía es una compañía de seguros deficitaria en la que el único rigor que impera a la hora del trabajo es el mortis. Una empresa que abusa de la publicidad engañosa donde se antepone la fuerza testicular a la racional.
Andalucía es el sindicato del crimen -la Onorata Societá- que durante el día te susurra al oído palabras en dialecto siciliano y, de noche hace lo propio con la parla napolitana. Vocablos que hablan de amenazas directas o veladas mientras corre el whiskey y la cocaína y te sientes, no te queda otra, como una vulgar prostituta. Visto lo visto nadie puede extrañarse que sueñe con una oficina atendida por bellas y dirigentes señoritas que, tras la pertinente presentación del pasaporte, anularan mi matrimonio con Andalucía. Una unión a la que se opusieron todos mis familiares. Una boda a la que dije, y a voz en grito, no quiero. Allí sentado por esas maravillosas damiselas podré decirle al fin a la zorra de Andalucía; cariño para despedirme voy a hacerte el amor a la australiana, yo me cepillo a la canguro y tú te vas pegando saltos. Una vez satisfecha mi lujuria, mis manos abrazarán ese certificado compulsado que me libera de la mujer tarada. Obtenido el divorcio, me sentaré frente al mediterráneo para contemplar un crepúsculo de una luminosidad blanca haciendo de contraste a esas olas turquesas y azules que me acercan esta certeza: Sin Andalucía vivía infinitamente mejor. Y es que algunos nacimos para vivir en permanente soltería.
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