en el tálamo. A ambos grupos me ofrezco, y de forma gratuita, a enseñarles un par de trucos para que mejoren sus paupérrimas prestaciones.
La Bolivia de Evo Morales, en cambio, siempre me ha recordado a ese viejo hechicero vestido con plumas de gallina que trata de curar un cáncer con un sonajero. Por tanto, no es extraño que el presidente de ese cochambroso país haya regalado al Papa Paco un crucifijo con la hoz y el martillo. El símbolo de la ideología que ha causado más de cien millones de muertos en todo el mundo. Algunos señalan al consumo excesivo de la hoja de coca como el causante de sus desvaríos. Esas perlas que van desde apuntar “al consumo de pollo cargado de hormonas femeninas como responsable de las desviaciones sexuales de los hombres”, hasta sus revelaciones eróticas; “cuando voy a los pueblos quedan todas las mujeres embarazadas y en sus barrigas escriben Evo cumple”. Y qué decir de ese otro “mujeres aguantan, Evo no se cansa”. En definitiva, el presidente bolivariano es el mejor haciendo lo que hace; el indio. No hace falta añadir nada más.
Pablito Iglesias intentó marcarse un Alfonso Guerra forzando a retrasar la salida de un avión de la Compañía Iberia. Y eso sin ni quiera haber llegado, al menos de momento, a presidente de la comunidad de vecinos de su bloque. El bolivariano, que siempre me ha recordado a una hiena antes de un ataque, tiene un ego tan grande que está convencido que tras Jesucristo- el de la cruz de Morales- es el hombre más importante nacido en este mundo. Lástima que Tsipras, algo estresado el hombre, no supiera nada al respecto y pasara olímpicamente de él el otro día en el parlamento europeo para alegría de Alberto Garzón, hombre celoso donde los haya.
Independientemente de la ideología y de las lecturas de cada cual, es absolutamente incomprensible que haya alguien en su sano juicio que quiera ponerse en las manos de indocumentados como los citados en este artículo. Y los que lo hacen, terminan creyéndose que Maduro habla con el espíritu de Chávez a través de un pájaro o que Andalucía podrá funcionar algún día desde un punto de vista político. En cualquier caso, a esta gente no hay que tenerle ningún temor más allá de aquel que proviene del estropicio que pueden causar los estúpidos. Nada más. Cierto que las páginas de los libros de historia están llenas de patanes pero también de héroes dispuestos a batirse hasta la última gota de sangre. Si tienen dudas de lo que aquí les dejo escrito, convoquen a los espíritus de la Cochabamba para que les cuenten historias sobre unos tipos rudos, con armadura y que manejaban el acero como nadie. Recuerdos, y muy buenos, que evocan una leyenda muy española; “con la espada y el compás y más y más y más”.
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