Artículo de Rafa G. García de Cosío
Javier Marías es probablemente el escritor español
que más se parece al premio Nobel alemán Günter Grass. Prolífico, con multitud
de premios colgando en su escritorio y todo un referente de la izquierda en su
país; pero sobre todo, tiene esa manera de escribir ensayos que es muy sibilina
y que intenta alcanzar a todo tipo de ideologías para, en el momento menos
esperado, vacunarlas con su progresía disfrazada de despertadora de
conciencias. Yo, cada vez que leo un artículo de Marías en El País Semanal, no
puedo evitar acordarme de la gran reseña que el Frankfurter Allgemeine
Zeitung hizo en 2012 de Grass, ''Was Grass uns sagen will''
(lo que Grass
nos quiere decir), firmada por Frank Schirrmacher.
En sus páginas, Schirrmacher criticaba duramente al escritor nacido en
Gdansk por sus poemas recién publicados en el Süddeutsche Zeitung,
en los que líricamente acusaba a Israel de querer destruir el mundo y llamaba a
la población de Occidente ''supervivientes'', con una clara intención de
nazificar al Estado judío, o al menos de darle la vuelta a la tortilla del
Holocausto, que supuestamente los israelíes llevan ahora a cabo en el siglo
XXI. Según la teoría de Schirrmacher, y de muchos críticos literarios en
Alemania, Grass simplemente trataba de tapar las vergüenzas de su confesión de
2007, en la que admitió haber formado parte de un batallón del régimen
nacionalsocialista durante su juventud. Lo que Grass hacía, en definitiva, era
ajustar sus propias cuentas.
Que por qué el autor madrileño me
recuerda a Grass? Porque probablemente no haya visto nunca tanta hipocresía
periodística como hay en los artículos dominicales de Javier Marías. Veamos:
para cualquier lector asiduo de periódicos, El País es un diario
especialmente político, en el que muchos reportajes, demasiadas noticias y más
columnas de la cuenta tienen un componente ideológico e incluso de odio
-naturalmente siempre hacia el Partido Popular. No obstante, es preciso
reconocer que hace años la situación era mucho más desacarada. Aun así, el
suplemento de El País Semanal nunca ha rebajado sus cotas de
sectarismo. Si hacen un ejercicio de observación, y exceptuando a mi admirado
Javier Cercas, todos los firmantes de las columnas en esta publicación tienen
que mencionar, tarde o temprano, en el primer o segundo párrafo, al partido de
todos los demonios, al PP. No esperen ustedes nunca una crítica del Rey de
Redonda al otro gran partido con raíces en Andalucía que lleva décadas robando
a los parados.
Pero anyway, el artículo
concreto que me ha llevado a escribir esta reflexión es ''Que esto no se
cuente'', del 15 de septiembre de 2013. En este panfleto, que bien podría haber
servido de inspiración a los muchachos de Pablo Iglesias que entonces se encontraban
escalando como locos en el panorama mediático español, Marías viene a
reflexionar sobre por qué las redes sociales, pese a su ruido, no consiguen
provocar grandes cambios en la política; y por qué la política, en cambio,
sigue experimentando e influyendo en la ciudadanía y pudiendo ''desorientar a
las poblaciones'' (sic).
Según Javier Marías, es una vergüenza
que Estados Unidos culpe al soldado Manning o al delator Snowden por la
revelación de secretos, en vez de asumir responsabilidades. Y, comparándolo con
el caso español, acusa al Gobierno de reaccionar contra quieres perjudican la
Marca España en vez de hacerlo contra ''quienes han llevado a que muchos no
tengan qué comer, ni contra quienes han despilfarrado el dinero público en sus
megalomanías personales'' (de nuevo sic). Y hay más: ''Quienes perjudican la
imagen de España son los banqueros que nos han conducido a la ruina''. Me
pregunto si Marías, desde su cómoda y gigante biblioteca, se ha parado a pensar
alguna vez que quien lleva a los políticos al poder no es la banca sino el
censo electoral, y que por esa regla de tres aquellos que han llevado, por
ejemplo, al hambre de los 5 millones de parados en 2011 no fueron sino los que
votaron a José Luis Rodríguez Zapatero dos veces seguidas.
Pero como la izquierda ya es inmune a
este argumento desde hace pocos años, le pongo uno más de calle, que yo viví en
mis tiempos de estudiante en la Universidad Complutense de Madrid. Era el año
2007, y había que pagar matrículas y tasas. Resulta que la Universidad
Complutense, al igual que la de Sevilla, donde empecé Periodismo en 2006, tenía
una especie de convenio con el Banco Santander por el que Botín podía abrir
sucursales de su entidad dentro de las mismas facultades, que ordenaban el pago
en la cuenta del banco más grande de España. En el caso de Ciudad Universitaria
(la avenida de la Complutense), las sucursales del Santander y de Bankia
estaban en un edificio propio junto a la Facultad de Ciencias de la Información
y en uno del Vicerrectorado, respectivamente. No recuerdo ningún artículo de
Javier Marías llamando al boicot de los estudiantes contra Santander o Bankia,
a la sazón patrocinadores de la revista que le paga el sueldo por sus artículos
del domingo.
A decir verdad, no recuerdo en general
nada de Marías criticando al Banco Santander, a El Corte Inglés o cualquiera de
esas empresas con las que anónimamente se mete. Quizás es porque es plenamente
consciente de que el boicot algún día podría volverse contra él y sus libros.
Lo que Marías nos quiere decir es que él es una voz de la conciencia nacional,
un Querkopf o ''cabeza transversal'' como Grass, siempre
dispuesto a alertarnos de no sé muy bien qué diablos malísimos, y que sobre
todo es capaz de pedir a los demás lo que él no puede hacer o en absoluto le
conviene. ''Consejos vendo y para mí no tengo''. Bueno, yo le doy uno: escriba
su próximo artículo aquí, en El Demócrata Liberal, y aproveche para meterse con
todos aquellos de los que depende su fama. Seguro que lo está deseando.
Muy bueno, Rafa. Hay que ir destapando poco a poco a los chaqueteros que en sus armarios disponen de todo tipo de chaquetas de distintos colores para que no les falte la apropiada a cada momento para no perder la correspondiente nómina. Y éste es uno de los muchos que pululan por el mercado periodístico.
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