martes, 7 de julio de 2015

Las reglas del juego

Artículo de Luis Marín Sicilia

Las decisiones emocionales, propiciadas desde el poder mediante concesiones y halagos, no son expresiones democráticas sino producto de la más rancia demagogia. La Grecia actual, cuya reminiscencia otomana la aleja de lo que fue la Grecia clásica, ha sido sometida a una decisión populista que sirviera de coartada a quienes, para alcanzar el poder, prometieron “el fin del ahorro y del austericidio” y dieron por fenecida a la “Troika” y extinguida la pobreza. Hoy, cualquiera que sea el veredicto de la Comisión europea que ha sido convocada, lo cierto es que la ineptitud provocadora y la osadía mentirosa de sus dirigentes han aislado a Grecia del resto de sus socios.

La democracia, antes que nada, es respeto a las reglas del juego. Quien pide prestado bajo unas condiciones no puede unilateralmente imponer otras distintas y, además de no devolver lo prestado, pedir nuevas cantidades. Hurgar en la rabia, el odio, las privaciones de la gente y sus agravios, dará réditos electorales pero no será fructífero como base de un futuro más próspero.

La economía globalizada ha obligado a todos los Estados con un mínimo de voluntad de permanencia y bienestar a revisar sus políticas sociales. Y fueron precisamente los países nórdicos, en cuyo modelo dicen inspirarse los nuevos populistas, los primeros que impusieron limitaciones al gasto desaforado estableciendo porcentajes máximos de déficit presupuestario. Era la única forma de mantener el llamado Estado de Bienestar. En Alemania la llamada “Agenda 2010” supuso una serie de reformas puestas en práctica por el canciller socialdemócrata Gerhard Schröder en 2003 que supusieron recortes en los subsidios y otras prestaciones sociales y provocaron el relanzamiento económico del país germánico. En tales reformas se han inspirado los países rescatados para salvarse del empobrecimiento y de la ruina económica y financiera.

No cabe duda de que el ajuste al que han debido someterse las economías del primer mundo, amenazadas por el crecimiento económico de China y los países asiáticos, ha provocado situaciones que habrá que abordar con cautela, aunque con firmeza, como son el incremento del riesgo de pobreza y la creciente desigualdad. Pero sin olvidar que la economía global tiene unos retos de tal envergadura que cualquier irregularidad en el respeto a las reglas del juego implica una inseguridad jurídica que ahuyenta de inmediato a los inversores, provocando una masiva fuga de capitales y el empobrecimiento subsiguiente. La permanencia de la Unión Europea solo será posible respetando las reglas del juego que inspiran a todo Estado de Derecho. Dentro de ese respeto caben matizaciones para hacer posible que nadie quede descolgado de las vías del progreso. Así se aceptan principios de solidaridad que permiten cumplir más lentamente a los rezagados. El problema se produce, como en todos los casos de convivencia, cuando se abusa de la solidaridad hasta soliviantar y transgredir las propias reglas del juego.

Como todos los principios, la solidaridad tiene un límite: la paciencia de quienes la financian ante los abusos de los beneficiarios. En términos europeos es lo que ya está pasando con Grecia, donde, como bien ha dicho Daniel Lacalle, “han votado los que cobran; veremos ahora que piensan los que pagan”. Y en términos españoles es lo que está empezando a pasar en Andalucía, donde la falta de respeto a las reglas del juego con concursos que no son tales, como el de Aznalcóllar, y el abuso de la sociología de la corrupción para mantener la red clientelar, comienzan a ser nauseabundos para aquellos que, vía impuestos, mantienen el presupuesto.



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