Artículo de Luis Marín Sicilia
En vísperas vacacionales estamos asistiendo a la nueva versión de la política
vodevilesca, alentada por tanto debatillo de tertulianos que parecen trasladar
las discusiones tabernarias a los platós televisivos, y de ahí a las
instituciones. La nueva hornada de casta política resulta tan casposa como
ruinosa para el bienestar de la comunidad. El estilo que pudiéramos llamar "CARCOKI"
puesto en marcha por los Carmena, Colau, Kichi y demás demagogos del populismo
más primario, constituye una sucesión de gestos, actitudes y ocurrencias que,
con aparente afán justiciero, sin saberse bien qué ofensa se pretende reparar,
son solo aromas revisionistas e intransigentes, llenos de rencor y con
un
elevadísimo nivel de desmemoria e incultura.
Sin experiencia de gestión, los otrora ocupas activistas
gesticulan, haciendo bueno el dicho de que la ignorancia es muy atrevida.
Montan webs de desmentidos, quitan
retratos, prohíben los toros, cambian el callejero, izan banderas no oficiales,
suspenden misas... y colocan a los suyos. No gobiernan pero mantienen su
peculiar agitación y propaganda desde las instituciones. Habrá que mirar
también a quienes irresponsablemente, y con una frivolidad inconcebible en un
partido con experiencia dilatada en la gobernación del Estado, hicieron posible
su presencia institucional. Cierto es que, al menos en Andalucía, tal conducta
no sorprende en un partido como el socialista que no tiene más credo que el
poder, para cuyo mantenimiento ha protagonizado las más inverosímiles piruetas.
Para quienes ponen trabas al ejercicio de la acción judicial, soslayan los
criterios de los órganos de intervención y control, usan los presupuestos para
comprar voluntades y someten a los organismos de la Administración y a los funcionarios
que los sirven a una dependencia propia de comisariados políticos, resulta
"peccata minuta" dejar entrar en el gobierno de las instituciones a
quienes solo tienen el pecado de ser un poco más demagogos que ellos.
Pero en los tiempos actuales la demagogia tiene las patas
muy cortas. Las exigencias sociales y la propia dinámica de la economía
globalizada ponen a cada uno en su sitio, mucho antes de lo que los
oportunistas de todo signo quisieran. Basta mirar lo que ha ocurrido en Grecia
y lo que ocurriría en Andalucía de no disfrutar de los ingentes fondos
provenientes de la Unión Europea y de la solidaridad interregional española.
Las contrapartidas para hacer posible las ayudas a las zonas más necesitadas
van a ser cada vez más exigentes en la forma de administrar los recursos
públicos. La palabrería hueca sin buena administración está llamada al fracaso
y las nuevas generaciones se verán obligadas a competir en un mundo globalizado
donde quedarán en desventaja, como ha dicho Alain Minc, no quienes tengan menos
ricos inteligentes sino quienes dispongan de más pobres mediocres.
En definitiva, una política irrealizable en un momento
concreto es una utopía, y la historia nos muestra los daños de todo tipo que
tales ensoñaciones han provocado en los pueblos. Expertos activistas que hoy
han accedido a las instituciones han simplificado su acción política por una
panoplia de ocurrencias o ideas inesperadas de hacer algo pensando en su
originalidad. En el fondo, no hay nada nuevo bajo el sol. Con sus propuestas
ocurrentes, adobadas a veces de soflamas pretendidamente justicieras, no
resolverán ningún problema a la ciudadanía, ni disminuirán el número de pobres.
Pero, eso sí, muchos de ellos y sus familiares y amigos habrán salido de la
pobreza o habrán resuelto su problema. Es lo que sucede cuando una sociedad
adormecida asiste impasible a contemplar como una nueva clase dirigente pasa
del fracaso de la utopía al peligro de la ocurrencia.
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