Majestad:
aunque es vuestro hijo Don Felipe el actual Rey en activo, os escribo a Vos por la razón de que sois Vos, y no
vuestro hijo, quien firmó mi Título de
Profesor de Violoncello. Os lo adjunto en sobre aparte. La firma, como veréis, es vuestra. “Yo, Juan Carlos I, Rey de
España, y en mi nombre el Ministro de Educación, concedo el Título de Profesor
de Violoncello a D. Eduardo Maestre, blablablá, firmado el día tal del año
cual”. Lo tenía en casa, sin enmarcar, porque como soy interino, cada cierto
tiempo tengo que fotocopiarlo para adjuntarlo en vaya su Majestad a saber qué
asuntos administrativos!
Pero
hoy se lo envío de vuelta a su Majestad. Quiero decir que se lo devuelvo. El original,
sí: el original. No una fotocopia compulsada! Os envío mi título de Profesor de Violoncello. Vamos: lo que se dice un
señor Título! Un montón de años de estudio! Y no sólo del instrumento, que son
horas y horas diarias; sino de Historia del Arte, Estética, Armonía,
Transporte, Análisis… Mucho más estudio
que para acabar Filología, carrera que abandoné tras cuatro años en la cafetería de la Facultad! Dónde va
a parar! Recuerdo, Majestad, que yo bromeaba con mi hermano, que es médico,
diciendo que la de Medicina era una carrera menor
porque eran sólo 6 años, mientras que Violoncello eran 10 (ahora son 14
añitos!). Y eso, si no estudiabas además, como hice yo, los cuatro años de
Armonía, los tres de Contrapunto y Fuga simultaneados con los de Composición:
una locura! Las demás carreras serias,
como Medicina, Derecho, Física, etc. me parecían un juego de niños al lado de
mi brutal currículo académico (esto es broma, Don Juan Carlos: lo digo para que
no se me cabreen los señores arquitectos, notarios y químicos!)
Pero
ahora veo, Majestad, que todo era un espejismo; que haber
estudiado como una bestia durante tantos años, asistido a tantos y tantos
cursos de verano con profesores extranjeros, haber participado en decenas de
grupos de cámara, en montones de orquestas; haber hecho, además, un Máster de
Dirección de Orquesta de dos años; haber estudiado Dirección de Coro, haber
dirigido coros profesionalmente durante siete años, haber creado una orquesta
minimalista de alto estandin y haberla hecho debutar, haber impartido clases en
la privada durante ocho años y en la pública durante diez más, por lo visto no
sirve de nada a la hora de juzgar si un alumno está o no capacitado para
aprobar.
E
incluso si un alumno ha sido aprobado por mí, tampoco vale mi criterio para
decidir con qué nota: si un notable,
un sobresaliente o un simple aprobado raso. Porque mi criterio ya no es válido, Majestad! No, al menos,
si no se fundamenta en las Tablas de la Ley que han confeccionado unos cuantos
contratados laborales de la Consejería de Educación de la Junta de Andalucía;
tablas que, a mi juicio, están tan fuera de la Realidad como lo estaría Manuel
Chaves en el Primer Congreso Mundial de Hombres Íntegros.
Desde
hace años vengo denunciando el neovictorianismo que tapona y obstruye las
arterias por las que debería fluir la iniciativa, la creatividad y, en
definitiva, la inteligencia. Agazapados y ocultos bajo el disfraz de
abanderados del Progreso, los altos cargos, los técnicos y los políticos que
componen el corpus central de la Administración socialista (la única que nos ha
gobernado a los andaluces desde que
murió Franco, el otro dictador que
hubo antes de este Régimen) representan el más intolerante e hiperburocrático lobby -y el más alejado del verdadero
progreso- que haya gobernado cualquier región de Europa (salvando la Grecia que
destruyeron los socialistas griegos, el PASOK, cuya situación es hoy noticia de
primera plana cada día).
Esta
intolerancia, esta rigidez de la que hacen gala los socialistas andaluces ante
la casuística diaria que supone la verdadera docencia ha sumido a nuestra
Enseñanza en las simas de la abyección. Los informes PISA nos abofetean
públicamente cada tres años, situándonos en el furgón de cola de la Educación
en Europa. Y esto sucede sin que dimitan, inmediatamente y en bloque, todos y cada uno de los responsables de
la Consejería de Educación andaluza!!!
A
ver, Don Juan Carlos: intento comprender cómo hemos llegado a esto. En serio:
lo intento!!! Y, siendo todo lo comprensivo que me permite mi carácter, acierto
a dilucidar que hubo un tiempo, en origen, en el que, con el ánimo indiscutible
de garantizar a los alumnos una enseñanza libre de abusos, y para que no
volviéramos a los tiempos oscuros en los que un maestro te cateaba y no había
modo ni manera de explicar ni modificar dicho suspenso, se establecieron
mecanismos que impidieran los abusos que en esa época sucedían sin posibilidad
de recurrirlos. Pero la hipertrofia de los mecanismos urdidos por esta
Administración socialista para dotar de garantías
de limpieza las calificaciones de los alumnos ha logrado que pasemos al
extremo opuesto; porque ya no es
suficiente que el profesor aplique su experiencia docente, su juicio, su
capacidad de discernir la calidad del trabajo de cualquier alumno, Majestad,
sino que tiene que justificar cada una de
sus decisiones calificativas basándolas en criterios previos a la actividad del docente; criterios que podrán coincidir
o no con los que verdaderamente aplica el profesor a diario con cada alumno,
pero que en prácticamente ningún caso (ni en institutos, ni en colegios, ni en
academias, ni en conservatorios, y ni mucho menos en la Universidad) son en los
que se fundamenta en realidad una decisión a la hora de calificar.
Porque,
y esto nadie se atreve a decirlo, existe en el complejo circuito cerebral de
los seres humanos algo mucho más fiable, integrador y completo que la
aplicación de una serie de ítems estándar; se trata de una actividad tan
milagrosa como sencilla, que hemos utilizado desde siempre y a la que
últimamente se ha dado en llamar fuzzy
logic o lógica difusa.
La
lógica difusa se utiliza cuando la complejidad del proceso en cuestión es muy
alta y no existen modelos matemáticos precisos, o bien en procesos que
claramente no son lineales. Y también
la usamos cuando se mezclan definiciones con conocimientos que no están
estrictamente definidos porque por su carácter impreciso o subjetivo no pueden
estarlo! Un ejemplo de lógica difusa es el típico caso de estar conduciendo
durante un día muy nuboso hacia un destino al que debemos llegar a determinada
hora y, al mirar el reloj del coche, constatamos que vamos a llegar tarde: la
lógica difusa hará que incrementemos la velocidad en la proporción exacta sin necesidad de arriesgar nuestra vida y
con ciertas garantías de llegar en punto. Combinamos factores imposibles, en
ese momento, de medir exactamente
(velocidad, tiempo, distancia, riesgo de accidente, potencia del vehículo,
pericia del conductor, aceleración, posibilidades de que llueva, etc.) y los
cuadramos todos a la perfección.
Sin
embargo, al corregir un examen de Matemáticas, y aunque algún alumno
superdotado pueda utilizar la lógica difusa para alcanzar los resultados
correctos en los problemas planteados, el profesor no puede (ni debe) calificar
los exámenes de sus alumnos aplicando dicha lógica difusa, pues las respuestas
o son exactas o no lo son.
Pero
en una enseñanza artística, cuyo mejor resultado posible es arrancar las
lágrimas o la ovación emocionada a un auditorio al final del curso escolar, se
hace no ya sólo imposible aplicar criterios y parámetros predefinidos en una
arrogante Programación, sino también indeseable. No puede ser más que a través de la fuzzy logic como hay que
llegar a valorar el conjunto de factores que han determinado, grosso modo, el
progreso técnico-artístico de cada alumno.
De
hecho, es así como se hace, Majestad. Y quien me discuta esto e insista en que
para calificar a un estudiante de piano se coloca ante la ristra de Objetivos y
Contenidos de la Programación del centro en el que imparte clases y va
valorando una tras otra las frases hediondas que componen dicha retahíla
exangüe, o no se ha enterado de qué significa la Enseñanza Artística, o se ha
equivocado de profesión de medio a medio!
Que
luego, a la hora de enfrentarse a la reclamación oficial de una calificación,
se agite como un espantajo sobre nuestras cabezas la Programación para
justificar un suspenso o una nota mediocre, vale; pero el proceso de calificación
que ha llevado al docente a valorar al alumno con esa nota mala o floja se ha
basado, en todos los casos que conozco,
en la lógica difusa, también conocida como sentido
común más pericia.
A
qué viene tanto miedo a confiar en los profesores? Es que los que nos dedicamos
a la Enseñanza no disfrutamos mucho más aprobando y dando buenas calificaciones
a nuestros alumnos que teniéndoles que dar malas noticias a sus padres? No
hablo sólo por mí, sino por la práctica totalidad de los profesores que conozco,
que son muchos: los de conservatorio, los de instituto de Secundaria, los
maestros y los profesores universitarios. Cuando se suspende a algún alumno,
uno se lo piensa muchísimo antes de hacerlo; pero no por la lucha
conceptual/emocional encarnizada que a veces se abre inmediatamente después con
los padres del suspendido, sino porque suspender a un alumno implica un revés
que actúa a menudo como un golpe a la
totalidad del alumno. Aunque sé que hay casos excepcionales en sentido
contrario, no conozco personalmente a ningún docente que esté contento con su
trabajo cuando tiene que suspender a algunos alumnos.
Y
es que el suspenso al alumno lleva implícito un fracaso del profesor! Creedme,
Don Juan Carlos: un fracaso! Yo lo siento así! En algunas ocasiones he vivido
como un fracaso personal no haber conseguido que un alumno consiga tocar piezas
que teóricamente debería poder tocar. Bien porque el alumno no sabe medir el
valor de las notas; bien porque no estudia en casa; bien porque tiene profundos
problemas de coordinación psicomotriz. En cualquier caso, a veces he topado con
niños que no han progresado nada en todo un curso y yo no he sabido modificar,
romper esa homeostasis en la que el alumno entró: malos resultados, desidia,
desánimo, malos resultados, etc. Sé perfectamente que esto se despacha en la
conciencia de cada uno con un “es que este niño no vale para la Música”. Y en
no pocos casos, y tal y como está planteada la Educación Musical en España,
ésta suele ser la cruda realidad; pero si aceptamos el sueldo, debemos también
aceptar las reglas del juego, y todos los niños que entran en un conservatorio
tienen el mismo derecho a ser atendidos, sean un Napoleón o sean un Mozart.
Quiero
decir con este circunloquio que suspender a un alumno es, para el profesor, un
acto de rendición, una entrega de las llaves de la ciudad al enemigo, un
desfilar cabizbajo entre tambores destemplados. Pero, y a pesar de todo, el
suspenso define, clarifica, ilumina el camino del progreso individual. Un
profesor que suspende con criterio es un experto en la materia que ejecuta el
juicio de valor, un guía que porta un candil entre las sombras: la última
esperanza de que haya justicia en el mundo, a ojos de los alumnos!
Pero
lo ideal es que un maestro sea un buen comunicador, factor que no se tiene en
cuenta en absoluto en las decimonónicas oposiciones que la Administración
plantea como única entrada válida al universo de la Enseñanza, y que para
desgracia de los alumnos futuros es lo
que realmente debería importar a la hora de dedicarse a tan compleja
profesión. Su actividad docente no sólo construye
edificios internos en el
currículo del alumno respecto a la Literatura, la Física, el Derecho Romano o
la Historia del Arte, sino que edifica en el espíritu del que asiste a sus
clases toda una urbanización personal
por la que podrán pasear y hacer futin otras disciplinas en el futuro.
Suspender a unos es ratificar al resto y mostrar nítidamente cuál es el camino
a la excelencia. Si se persigue y se castiga el acto doloroso de suspender, se
están bombardeando las carreteras, los puentes y los aeropuertos hacia el
futuro.
Y
esto, Majestad, es lo que hace la Administración andaluza desde hace décadas:
perseguir, castigar, desautorizar a los profesores que cometen el terrible
pecado de suspender a algún alumno. Cada curso que acaba, miles de alumnos
suspendidos por su falta de disciplina en el estudio, por su desidia y la de
sus padres o porque directamente no tienen capacidad para abordar los
contenidos que se prevén en la Programación de las muchas materias que
conforman el currículo de un estudiante elevan reclamaciones a las distintas
Delegaciones de Educación de la Junta de Andalucía, y allí son valoradas por
comités de expertos (expertos en
cuestiones administrativas!) que, en la mayoría de los casos, anulan el
suspenso y, desautorizando de por vida al profesor ante los alumnos, aprueban
al reclamante, calcinando para siempre en la cabeza de éste los conceptos de esfuerzo, disciplina y amor por el
conocimiento.
Lo
importante para la Consejería de Educación andaluza, a mi juicio y basándome en
los años que hace que estoy viendo lo que veo, es la obtención de estadísticas
que “demuestren” que la Educación en Andalucía es de altísima calidad. De nada
importan ni los informes PISA que nos lanzan violentamente contra la pared cada
tres años, ni los pobres resultados, en la contratación por las empresas, de
profesionales egresados de las Universidades andaluzas: para nuestros políticos
socialistas no hay realidad lo suficientemente contundente como para estropear
una buena mentira!
Es
tal el infierno de papeleo abstruso que se abre bajo los pies del profesor que
ha decidido suspender a un alumno; son tantas las explicaciones pormenorizadas
que hay que dar por escrito ante la Directiva de los centros docentes (y para
las que hay que desandar por el
camino de la lógica lineal lo que se trazó gracias a la más rápida y fiable
lógica difusa), que los profesores, los maestros y hasta los catedráticos (aún
hay catedráticos?) antes prefieren aprobar -aunque sea por los pelos y basando
dicho aprobado en la innegable capacidad del alumno para papar moscas- que
suspender y enfrentarse a un castillo kafkiano que, al final, será resuelto
injustamente a favor del alumno holgazán por un comité de bien pagados en unas
oficinas que, al contrario que las aulas en donde damos clases los verdaderos
profesionales de la docencia, están frescas y bien iluminadas.
A
qué nos conduce esto, sin remedio y dramáticamente? A qué situación nos aboca
esta presión deplorable a la que los políticos socialistas, cuyo único objetivo
es la estadística final (aunque sea falsa como un abrazo de Pablo Iglesias),
someten a sus directivos, éstos a los inspectores, éstos a los directores de
los centros de enseñanza, y éstos –finalmente- a los profesores? Pues es
sencillo responder: al falseamiento de la realidad; a la ocultación de la
verdadera situación académica. Y al correr de los años, encontramos alumnos con
una casi total ausencia de recursos pero que han ido promocionando sin que
nadie se haya atrevido a levantar la liebre; alumnos desprovistos de cualquier
posibilidad real de ejercer una profesión que requiera cierta destreza
expresiva, cognitiva, abstracta o psicomotriz.
Nuestras
Universidades andaluzas se están poblando de jóvenes con un bajísimo nivel de
preparación académica. En los conservatorios prosperan adolescentes sin
cualidades artísticas ni recursos técnicos suficientes como para plantarse en
un escenario y ofrecer no ya un concierto, sino una simple pieza.
Pero
el problema no se puede contemplar ya desde la Física newtoniana, sino desde la
cuántica! Porque no sólo entran en la Universidad alumnos con baja capacitación
académica, sino que la plantilla de profesores de la Universidad misma se está
nutriendo desde hace años de los alumnos que salen de nuestros institutos y
colegios, y que, si bien son lo más granado de entre los estudiantes, no dejan
de ser –no lo olvidemos- lo más granado
de la población estudiantil andaluza:
la de más bajo resultado académico en toda Europa!!!
Quién
va a detener, Majestad, esta procesión con banda de música, nazarenos y
penitentes, monaguillos con incensario y hermano mayor que se dirige sin
remisión hacia el abismo? Quién podrá salirse de ella y empezar a quitar la
venda de los ojos a los que caminan hacia el despeñadero? Yo no tengo las
soluciones, qué más quisiera yo! Pero sí creo vislumbrar las preguntas que hay
que hacerse como parte esencial de la Educación, como profesional de la
Enseñanza y como ciudadano; porque, además de profesor, soy padre de dos hijos,
uno de los cuales ya tiene 15 años y es técnicamente imposible que conozca otro
universo educativo ya que el andaluz (el más inadecuado y retrasado de Europa),
y un bebé de cuatro meses de vida para el que reclamo un giro copernicano en la
política educativa, además de un cambio drástico de rumbo en la manera de
comprender la formación de la juventud.
Por
supuesto, apoyo sin fisuras el establecimiento de garantías suficientes que
impidan o dificulten extraordinariamente los casos de calificaciones
arbitrarias por parte de algún profesor que haya perdido el norte de su
profesión; pero reclamo enérgicamente y también sin fisuras la confianza en el juicio del docente,
en su capacidad de discernir, en su criterio experto y en su buena fe. Ya está
bien de persecuciones y castigos a los profesores que deciden calificar con un
suspenso a aquellos alumnos que realmente lo merecen!
Habrá
que abrir un debate profundo acerca de lo que estamos consiguiendo con esta
forma de gestionar la Educación; toda la Educación: desde la base hasta la
cúspide! Habrá que plantear, sobre la mesa y sin paños calientes, la angustia
que produce en los profesionales de la Enseñanza tener que renunciar, por la
fuerza o, peor aún, por la autocensura, a los propios valores educativos que lo
llevaron a dedicarse a formar a los más jóvenes. No nos queda otra: o paramos y
damos marcha atrás buscando un camino mejor, o caemos todos al precipicio al
que el neovictorianismo de los que se la cogen con papel de fumar nos arrastra
sin remedio.
Y
si no hacemos nada por impedirlo y los años que me quedan como profesor debo
pasarlos contemplando este genocidio cultural, ruego a Su Majestad tenga a bien
recibir este Título que me otorgó hace años pensando en que quien lo recibía
habría adquirido la capacidad de discernimiento y juicio suficiente como para
impartir clases y lo utilice para limpiarse sus reales posaderas, pues, tal y
como está la cosa, es para lo único que sirve.
Como siempre, tus artículos son el agua fresca de las mañanas al levantarnos. Lo único achacable es que no tengas una mayor frecuencia. El de hoy, genial. Soy hijo de un maestroescuela de hace más de 50 años y su criterio no difería en nada del tuyo.
ResponderEliminarComo siempre, tus artículos son el agua fresca de las mañanas al levantarnos. Lo único achacable es que no tengas una mayor frecuencia. El de hoy, genial. Soy hijo de un maestroescuela de hace más de 50 años y su criterio no difería en nada del tuyo.
ResponderEliminarMuchas gracias, amigo, por sus amables palabras. La verdad es que es un honor para mí coincidir con la opinión de su padre.
ResponderEliminarReciba un afectuoso saludo.
Eduardo Maestre