Debatían ayer mis camaradas -y sin embargo amigos- de El
Demócrata Liberal sobre el baboso y remilgado artículo publicado
el pasado domingo en El Correo de Andalucía, obra -¡qué fiesta sin la tía
Juana!- de Antonio Yélamo.
Haciendo de tripas corazón, y saltándome las buenas
prácticas, me embarqué en la lectura de la que resultó ser una roñosa oda prisaica de forzadas alabanzas y
rebuscados halagos, mezclada con un cúmulo de embates hacia los funcionarios de
la Junta de Andalucía y de sermones a los compañeros del partido que, al
parecer, la han dejado, si no en la indigencia, al menos en la estacada. En
definitiva, un ensayo que sonrojaría al fundador del diario decano de la
capital de Andalucía.
Dicen sus biógrafos que el cardenal Spínola fue un hombre de
visión histórica, un santo en la tierra, un pastor comprometido con las
necesidades de sus conciudadanos de finales del XIX y principios del XX,
testigo directo del abandono de la clase obrera, un adelantado de su época que
intuyó no solo el poder de los medios de comunicación para el desarrollo de la
sociedad sino también el papel fundamental que habría de jugar la mujer en la misma,
además de la influencia decisiva de la educación en la formación de la persona
y en la transformación de la colectividad. Y que, para no quedarse solo en
buenas palabras, acometió la fundación de El Correo de Andalucía a comienzos de
1899. Su mandamiento al primer director no dejaba lugar a dudas: «Ni un solo
trabajo, ni una sola línea, ni una letra de la nueva publicación deje de
encaminarse a la defensa de la verdad y de la justicia».
En estas andábamos cuando -otra vez, de forma recurrente-
aparece el útil de turno para dar por
enterrados los cánones del purpurado y para dejar bien clara -junto a los
reproches a sus compañeros de partido y contigua a la ristra de
descalificaciones hacia los que han padecido sus decisiones- la “grandeza” de
los logros de doña Carmen: “Podría ser,
en fin, que determinados responsables de su partido o del Gobierno repararan…
para situarla en otra posición aunque sólo fuera para obtener así de ella un
mayor rendimiento dada su valiosa experiencia en la gestión pública y sus
amplios conocimientos”.
No esconde ni desaprovecha la ocasión de dejar entre
renglones su tierna cercanía; tampoco el bombo ni las lisonjas hacia la
decisión de lo que debe ser la obligación de cualquier servidor político que se
precie, la de volver a sus responsabilidades una vez finalizada la etapa
pública, en este caso la reentré en el ambulatorio de la susodicha: “Conociéndola como se la conoce,
difícilmente hubiera aceptado otra propuesta en aplicación del viejo sistema de
«puerta giratoria»”.
No oculta los “temores” por lo que, tras el paso de la
moqueta al barro, pudiera ocurrirle cerca de tanto “descerebrado”, ni soslaya
el socorrido ataque a quienes osaron ponerla contra las cuerdas: “… ella, que lo ha sido todo en la Junta
asumiendo entre otras responsabilidades la de acometer una reforma de la
administración pública andaluza muy contestada internamente por sus empleados,
podría haberse preparado un destino algo más cómodo, un puesto, tal vez, fuera
del alcance de los enfurecidos funcionarios autonómicos que no le guardan
especial afecto que digamos… Por ello, tendrá que resignarse a soportar
estoicamente las invectivas de algún impertinente que otro que aún tiene
acumulado determinado resentimiento hacia la que quiso meter en cintura tanto organismo
público, tanto empleado recalcitrante a asumir reformas”.
Y, por supuesto -para eso sirve la subvención- no deja pasar
la oportunidad del afianzado guiño: “No
es, desde luego, una historia nueva. Bajo esas duras circunstancias se
encuentran otros, en su momento, altos cargos de la Junta que dieron lo mejor
de sí en favor de una acción pública en la que siempre creyeron y que ahora se
ven atrapados en una tupida maraña de diligencias, inculpaciones, embargos,
costosas facturas de abogados o paseíllos al juzgado de turno. Un proceso
parece que interminable que se está llevando por delante, también, la salud de
más de uno de los implicados y sus allegados más cercanos. Una pesada carga, en
fin, que habrán de llevar en la más absoluta soledad sin ni siquiera un mínimo
gesto de comprensión o apoyo moral de esos que no cuestan dinero pero que
reconfortan, al menos”.
En definitiva, unos desgraciados a los que la justicia
persigue injustamente, la injusticia les priva la salud y la enfermedad le
lleva al ostracismo, a la soledad más absoluta de los apestados del Medievo:
“En la cuneta están
quedando muchos, malheridos, arruinados, poco menos que apestados y sin que
nadie tenga en cuenta lo que han sido y lo que han podido aportar al servicio
de los andaluces. Su error ha sido que han formado parte de un sistema que lo
intentó todo para salvar a Andalucía del declive masivo que le afectaba”.
«Ni un solo trabajo, ni una sola línea, ni una letra de la
nueva publicación deje de encaminarse a la defensa de la verdad y de la
justicia». ¡Si el prelado levantara la cabeza!
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