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domingo, 14 de junio de 2015

Les cuento un secreto



Mediodía de julio de 2013, día soleado y con mucho calor en el pueblo sevillano de Guadalcanal. Un servidor, que trabaja durante una semana como intérprete de una delegación de ministros de las Islas Salomón en el municipio, espera la llegada de la delegada de Fomento, Vivienda, Turismo y Comercio de la Junta de Andalucía en Sevilla, Granada Santos (IU), que viene en representación del ejecutivo autonómico para asistir a los eventos. Granada Santos es una mujer muy atractiva, joven, bien vestida y sobre todo tranquila, y viene andando con sus altísimos tacones desde una esquina del pueblo para saludarnos. Desde la lejanía, se la ve apurando un cigarrillo. Cuando arriba a la acera donde me encuentro con los ministros del exótico archipiélago, la representante de Turismo de la Junta en la provincia de Sevilla se deshace del cigarrillo tirándolo al suelo y, lo que es peor (si es que puede haber cosa peor), sin pisarlo siquiera. Andalucía imparable, y sin cenicero.

Independientemente de que Izquierda Unida-Los Verdes sea una coalición andaluza de comunistas y ecologistas, detalle que define como paradójica la situación descrita, que no voy a perder el tiempo en comentar porque estamos hartos de hipocresías, hoy me quiero centrar en la esencia misma de lo que ha sido el régimen andaluz desde los inicios de la autonomía, ocupada desde entonces por la misma gente.

Verán ustedes. Tras el tremendo error de Ciudadanos pactando la investidura con Susana Díaz esta semana, una mayoría clara de sus votantes no ha dudado en criticar el acuerdo en las redes sociales, con un inapelable sentimiento de decepción. Pero también ha habido algunos, no pocos, que han dado su visto bueno con el débil y, en mi opinión, infantil argumento de que ''mejor era así que un pacto entre PSOE y Podemos''. Este razonamiento hace aguas por todas partes por dos motivos. Primero, porque expele un complejo de esclavo insoportable, según el cual Andalucía está condenada, en este siglo y en los que vienen, a elegir entre corrupción y bolivarianismo (valga la redundancia), y que por ello, el apoyo de los naranjitos regeneradores a la investidura de los corruptos de siempre está plenamente justificado, con tal de evitar la llegada de Podemos. Yo personalmente no creo, para nada, que Andalucía pueda estar peor con Podemos influyendo, ya que todo eso que tememos de Podemos a nivel nacional ya existe en Andalucía. Y segundo, porque analiza mal lo que los contables llaman opportunity cost, el coste de oportunidad de haber hecho una cosa u otra.
Cuál es el coste de oportunidad de Ciudadanos? El partido de Rivera ha perdido una oportunidad de oro en Andalucía. Si Ciudadanos se hubiera mantenido firme contra el PSOE, en honor a una verdadera resistencia, se habría erigido fácilmente como principal partido de la oposición en esta región, sobre todo aprovechando la parálisis generalizada del PP y el bochorno de los cambios de cromos a los que Juan Manuel Moreno Bonilla ha cedido. El votante del PP en Andalucía no depende de una subvención de la Junta para sobrevivir, y cambiar de partido le resulta más fácil que a cualquier cliente del PSOE. Sí, votantes cerriles de Ciudadanos, quizá sin vuestro providencial apoyo el PSOE tendría que haberse entendido forzosamente con el lobo Podemos, pero entonces habría sido Podemos, y no Ciudadanos, el que al cabo de unos meses lo habría pagado caro en las elecciones. Porque a día de hoy, el que pacta con el PSOE en Andalucía está firmando una de esas excursiones japonesas donde los chavales se suicidan con dióxido de carbono en sus coches. Se está quemando como un cigarrillo, lentamente, hasta que la responsable de la Junta decide deshacerse de ellos tirándolos al suelo, ya calcinados. 

Nunca lo sabremos, pero de haberse negado hasta el final en la investidura, Ciudadanos quizá podría haber contemplado cómo una leve masa de andaluces de repente empezaba a confiar en una alternativa clara a la corrupción total. No ha sido así. Y por tanto, lo que veremos será un PSOE creciéndose bajo la batuta de Susana Díaz, unos Ciudadanos derrumbándose en las generales y un Podemos blindándose como únicos sans-culottes con manos limpias para dar lecciones de moral en nuestra pobre tierra. Y, tras mucho tiempo perdido, nos habremos dado cuenta de que el problema real, el más grave de Andalucía por ser el que más generaciones necesita para resolverse, no es una corrupción que pretendemos combatir con un papelito firmado en un despacho, sino la Educación y la Cultura, así, con mayúsculas. El problema en definitiva es que, cuando el jodido papelito es inútil, no lo metemos en la papelera, sino que lo tiramos a la acera, como el puto cigarrillo de una delegada ecologista.



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