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domingo, 7 de junio de 2015

El Club Soho de Moscú



Hay tres tipos de sitios que no soporto. Primero los hospitales, por la sensación de tristeza, desesperanza y casi de guerra. Luego están los controles de seguridad de los aeropuertos, con sus reglas diferentes según qué país y personal y con tanto novato en la cola. Y por último están las discotecas, esos templos dedicados a las divinidades del sudor y el alcohol en los que raramente me lo he pasado bien alguna vez. Vamos, que mientras Dios descansaba al séptimo día, el diablo estaba componiendo el Danza Koduro para ponerlo a tope y que nadie se entendiera más que con el dinero y las copas. Todo esto lo pensaba hasta el pasado mes de abril, cuando visité el club Soho de Moscú (calle наб. Саввинская, 12, стр. 8) y se me cambiaron todos los esquemas.

Llegué en un taxi con seis alemanes. Nos encontraríamos con otros 13 dentro de la discoteca. Frente a la puerta, varios Ferrari y Bugatti. Al ascender por una alfombra roja, dos rusas vestidas de doncella nos pidieron las entradas. Estaba todo adornado como una casa de montaña. Al subir teníamos nuestra mesa preparada: asientos bajos, cojines blancos, camareros preparando las primeras bebidas y comienzo de los ensayos del grupo de música a nuestras espaldas. La coordinadora nos informó de que teníamos un bote de 90.000 rublos (unos 2.000 euros, el total de todas las entradas) para gastar libremente. Como se trataba de una mayoría de alemanes, y no juerguistas hispanos, al salir yo el último a las 7 de la mañana nuestra mesa seguía con superávit, y no déficit. Pero no adelantemos acontecimientos.

Cuando estaba convencido de que aquella noche solo la dedicaríamos al vodka, empezaron a llegar tapas de gambas fritas y cazón en adobo (cazón en adobo en la capital del antiguo imperio de los Romanov!), además de sushi, lo cual formaba una perfecta combinación. La gente se empezó a animar para bailar, y ya saben ustedes como son las rusas: el hombre paga, y es algo indiscutible. Forma parte de la cultura rusa como para un andaluz puede ser... no sé, votar al PSOE de Andalucía. Es algo paisajístico y, si en Andalucía el que hace lo contrario es un facha, en Rusia el rarito no se come un rosco. Así que tonto de mí, cuando mi presa me pidió que la invitara a champán, en vez de cargarlo a la mesa, que es lo que hubiera hecho cualquier sindicalista, me acerqué a la barra y me quedé más tieso que la mojama cuando me cobraron 18€ por una simple copa de cava.

Llegaba la hora de bajar a la primera planta (todo esto sucedía en la terraza, en primavera aún cubierta), y allí nos encontramos con una plataforma en la que bailaban dos rusas en bikini rodeando a un chaval con gafitas, una especie de Errejón, que agarraba un violín con fruición y miraba a todo el público en silencio. Esta Aufführung no la he visto nunca. No entiendo mucho de música, pero encontré muy agradable esa mezcla de House con violín. Todavía no me había dado tiempo a saborear este espectáculo cuando una camarera, en medio de la pista de baile, se hizo paso detrás de mí con una bandeja de platitos con caviar para los presentes. Un servidor alucinaba. Yo ya no tenía claro si allí se celebraba la nueva edición de Miss Rusia -motivo por el que escogimos este club- o el recibimiento a algún nuevo consejero de Educación en la Junta.

La guinda a la noche la puso el amanecer. Cuando el Sol entra por los infinitos cristales del Soho, el juerguista puede contemplar los rascacielos del distrito financiero de Moscú, su río principal y, en general, la tranquilidad muerta de las mañanas poscomunistas. En Soho viví una de esas mañanas en las que puedes contemplarte también a ti mismo, pidiendo una cocacola a la hora del lechero. Es la ventaja de la introspección. La herramienta más potente del progreso!


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