Los
resultados de las elecciones municipales y autonómicas del domingo pasado
demuestran, una vez más, que los españoles
siguen siendo los mejores actores para encarnar ''Waiting for Godot'', la
genial obra de teatro de Samuel Beckett. Ese ejemplo del teatro del absurdo
que tan bien refleja la deriva borrosa y sin sentido de España, una
nación capaz de debatir durante años -décadas- a la sombra de una encina
sobre su pasado, acerca de todo tipo de temas banales de la vida, sobre el
tiempo, el fútbol, los toros y hasta la televisión, pero sin llegar a perseguir
unas ambiciones, si es que alguna vez las tuvo.
Y es que la tragicomedia en dos actos del dramaturgo
irlandés relata la conversación entre los existencialistas Vladimir y Estragon,
quienes, en medio de la noche, son visitados por otros dos hombres: Pozzo, un
vendedor de esclavos, y Lucky, su mercancía. Mientras Pozzo se pone a charlar
con ellos, Lucky los entretiene con bailes. Poco después de irse los
visitantes, aparece un chaval que se presenta como mensajero de Godot, y
anuncia a Vladimir que Godot no va a poder venir esta noche, pero que 'seguro'
que viene al día siguiente. Vladimir intenta sacarle más información, pero el
misterioso chico desaparece, y se baja el telón.
En el segundo acto, Vladimir y Estragon vuelven a
reflexionar junto a un árbol, y de nuevo son visitados por Pozzo y Lucky. Sin
embargo, esta vez Pozzo es ciego y Lucky retrasado. La historia de la noche
anterior se repetiría, porque también aparecería poco después el chaval de las
noticias, aunque éste no recordaría a Vladimir y, además, le anunciaría de
nuevo que Godot no iba a pasarse por ahí. Aquí acaba la absurda obra.
Cuál es el mensaje? Un servidor lo interpretó en
seguida como una alabanza al carpe diem (hazlo hoy, mañana puede que no sea
posible o que haya cambiado), y también a la perseverancia (ten paciencia e
insiste, mañana puede ser el día).
En política, sin embargo, la obra puede tener un
significado muy distinto. En realidad, define a la perfección la situación de
falta total de pulso de España. Parece ser que nunca llegará al gobierno aquel
Godot que acabe con los enormes problemas que de verdad acucian al país, por la
simple razón de que la ciudadanía, directa o indirectamente, y siempre mediante
elecciones, rechaza la resolución de esos problemas. Como este año me
confesó el diputado alemán del SPD (socialdemócrata) Josip Juratovic, ''los
ciudadanos no quieren que los políticos les mientan, pero, a menudo, también
rechazan que les digan la verdad''.
Pertenecemos los españoles a una tribu que no duda
en criticar, al unísono en un estadio de fútbol, el performance de un
entrenador. Nos gusta hacer herida del fracasado de nuestro entorno cercano,
coincidiendo en el diagnóstico de sus errores. Disfrutamos poniendo todos
juntos etiquetas fáciles, como puede comprobarse en cualquier monólogo del Club
de la Comedia. Pero a la hora de la política, que es la hora de organizarnos,
nada menos, hay, por lo menos, dos maneras totalmente opuestas de analizar la
realidad. Y, curiosamente, si en el fútbol no hay solo dos lugares en los que
catalogar a un técnico sino tantos como técnicos hay, en el terreno político
nos empeñamos en que solo haya dos parámetros que no evolucionan nunca: la
izquierda y la derecha.
Si Godot no aparece es porque los españoles, para
empezar, no creen en él. Nuestra división irreconciliable nos hace imposible
aceptar que nuestro mesías sea aquel que el otro bando también acepta como
mesías. Desde el pasado domingo, ha quedado claro que España es un barco a la
deriva que hace aguas y en el que, para solucionar el tema, nos convencemos a
nosotros mismos de que hemos de postrarnos todos juntos bien en la proa, bien
en la popa para equilibrarlo. Estamos tan cegatos como Pozzo para no darnos
cuenta de que, la solución mejor, que desgraciadamente es la más incómoda, es
remar todos juntos en busca de la isla más cercana. Y, junto a la ceguera, no
faltan por supuesto los retrasados como Lucky que cada día nos recuerdan el
peligro serio de naufragio.
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