domingo, 31 de mayo de 2015

Seguimos esperando a Godot




Los resultados de las elecciones municipales y autonómicas del domingo pasado demuestran, una vez más, que los españoles siguen siendo los mejores actores para encarnar ''Waiting for Godot'', la genial obra de teatro de Samuel Beckett. Ese ejemplo del teatro del absurdo que tan bien refleja la deriva borrosa y sin sentido de España, una nación capaz de debatir durante años -décadas- a la sombra de una encina sobre su pasado, acerca de todo tipo de temas banales de la vida, sobre el tiempo, el fútbol, los toros y hasta la televisión, pero sin llegar a perseguir unas ambiciones, si es que alguna vez las tuvo.

Y es que la tragicomedia en dos actos del dramaturgo irlandés relata la conversación entre los existencialistas Vladimir y Estragon, quienes, en medio de la noche, son visitados por otros dos hombres: Pozzo, un vendedor de esclavos, y Lucky, su mercancía. Mientras Pozzo se pone a charlar con ellos, Lucky los entretiene con bailes. Poco después de irse los visitantes, aparece un chaval que se presenta como mensajero de Godot, y anuncia a Vladimir que Godot no va a poder venir esta noche, pero que 'seguro' que viene al día siguiente. Vladimir intenta sacarle más información, pero el misterioso chico desaparece, y se baja el telón.

En el segundo acto, Vladimir y Estragon vuelven a reflexionar junto a un árbol, y de nuevo son visitados por Pozzo y Lucky. Sin embargo, esta vez Pozzo es ciego y Lucky retrasado. La historia de la noche anterior se repetiría, porque también aparecería poco después el chaval de las noticias, aunque éste no recordaría a Vladimir y, además, le anunciaría de nuevo que Godot no iba a pasarse por ahí. Aquí acaba la absurda obra.

Cuál es el mensaje? Un servidor lo interpretó en seguida como una alabanza al carpe diem (hazlo hoy, mañana puede que no sea posible o que haya cambiado), y también a la perseverancia (ten paciencia e insiste, mañana puede ser el día).

En política, sin embargo, la obra puede tener un significado muy distinto. En realidad, define a la perfección la situación de falta total de pulso de España. Parece ser que nunca llegará al gobierno aquel Godot que acabe con los enormes problemas que de verdad acucian al país, por la simple razón de que la ciudadanía, directa o indirectamente, y siempre mediante elecciones, rechaza la resolución de esos problemas. Como este año me confesó el diputado alemán del SPD (socialdemócrata) Josip Juratovic, ''los ciudadanos no quieren que los políticos les mientan, pero, a menudo, también rechazan que les digan la verdad''.

Pertenecemos los españoles a una tribu que no duda en criticar, al unísono en un estadio de fútbol, el performance de un entrenador. Nos gusta hacer herida del fracasado de nuestro entorno cercano, coincidiendo en el diagnóstico de sus errores. Disfrutamos poniendo todos juntos etiquetas fáciles, como puede comprobarse en cualquier monólogo del Club de la Comedia. Pero a la hora de la política, que es la hora de organizarnos, nada menos, hay, por lo menos, dos maneras totalmente opuestas de analizar la realidad. Y, curiosamente, si en el fútbol no hay solo dos lugares en los que catalogar a un técnico sino tantos como técnicos hay, en el terreno político nos empeñamos en que solo haya dos parámetros que no evolucionan nunca: la izquierda y la derecha.

Si Godot no aparece es porque los españoles, para empezar, no creen en él. Nuestra división irreconciliable nos hace imposible aceptar que nuestro mesías sea aquel que el otro bando también acepta como mesías. Desde el pasado domingo, ha quedado claro que España es un barco a la deriva que hace aguas y en el que, para solucionar el tema, nos convencemos a nosotros mismos de que hemos de postrarnos todos juntos bien en la proa, bien en la popa para equilibrarlo. Estamos tan cegatos como Pozzo para no darnos cuenta de que, la solución mejor, que desgraciadamente es la más incómoda, es remar todos juntos en busca de la isla más cercana. Y, junto a la ceguera, no faltan por supuesto los retrasados como Lucky que cada día nos recuerdan el peligro serio de naufragio.

Los que hoy en día controlan de manera casi totalitaria la opinión pública en nuestro país, y no son solo ya, por cierto, únicamente periodistas sino también importantes pundits de Twitter, gritaron el pasado domingo ''Godot ya está aquí''. La buenanueva, para cualquier persona medianamente informada, sonó tan absurda como el propio teatro en que se enmarca la obra de Beckett. Y sin embargo, cuaja. Especialmente entre los más jóvenes. La verdad es que España no va a parar, en mucho tiempo, de buscar a Godot. A pesar de que nos empeñemos, cada cuatro años, en comprarle la moto a cualquier mediocre que nos visite a la sombra de nuestra encina.


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