Dije en la presentación de este diario que la urgencia en
Andalucía no era dilucidar si el mejor sistema sería liberal o socialdemócrata,
sino corregir un régimen que desde luego no es socialdemócrata, aunque este
concepto sea utilizado para justificar el trinque abusivo.
Andalucía podría haber sido una de las regiones punteras de
Europa si no hubiera habido una constante traición en la honradez de los
sedicentes socialdemócratas a una feliz fiscalidad progresiva, a unos servicios
públicos de calidad y, en definitiva, a todo aquello con el suave aroma a
Escandinavia. El golferío urbi et orbi prostituyó la fiscalidad y la convirtió
en represiva, menguó unos servicios públicos que nunca fueron de calidad y
transformaron el concepto de Escandinavia en escondieuros.
No veo, como digo, nada malo en la socialdemocracia. De
hecho toda Europa es, básicamente, socialdemócrata, y aglutina hasta el 50% de
todos los recursos de Estado de bienestar del mundo. Si cientos de miles de
personas se pegan tortazos por subir a esas pateras y naves a la deriva para
alcanzar nuestras costas, algo bueno debe de tener nuestro sistema. Pero
repito: ¡en Andalucía ese sistema ha sido desvencijado!
El que esto escribe se considera liberal, pero a veces no
renuncia a replantearse sus propios postulados. Un argumento muy frecuente del
liberalismo, por ejemplo, es que si una persona se arruina en su vida a
consecuencia de sus propias acciones, toda la responsabilidad ha de recaer
sobre sus hombros. ¡Esto es indudable!. El problema surge cuando esa persona
tiene descendencia. ¿Es justo que su indefenso retoño tenga más dificultades
que otros, si es que no pasa hambre directamente? No lo es. El liberalismo
tiene otro riesgo importante: que cada uno sea libre de establecer sus propios
límites a la libertad, no coincidiendo así con los demás. Vamos, lo que siempre
hemos entendido como libertinaje.
Y si esto sirve de reflexión a los liberales, más aún
deberían acercarse a la reflexión los socialistas (o socialistas
'democráticos', como diría Felipe González). Otro gallo cantaría si los
socialistas andaluces recapacitaran y se preguntaran si es buena la
omnipresencia de la administración de la Junta en la vida de los ciudadanos,
una omnipresencia que lleva a la inevitable dependencia de la ciudadanía de una
mona feudal que ya puede vestirse de seda, pero feudal se queda. Éste ha sido
el gran fracaso del socialismo: que quiso comparar el feudalismo absolutista
con la explotación capitalista y acabó adoptando un estilo calcado al señor
feudal, que en Andalucía no es otro que el señorito. Digámoslo claro: en
Andalucía sufrimos un Antiguo Régimen con olor a colonia entre Loewe y pescaíto
frito. No hemos llegado al socialismo de los gulags soviéticos o de los subbotniks de la Alemania oriental, pero
sí estamos estancados en un campo de concentración de chiringuitos y casas del pueblo.
¿Qué nos queda? El imperio de la Ley y el Estado de derecho,
que en Andalucía es el menos derecho de los estados. Nos quedan los partidos
que de verdad se comprometan a una socialdemocracia responsable. Incluso en
Estados Unidos, el país en teoría más liberal del mundo, hay socialdemocracia.
Porque allí donde hay impuestos hay socialdemocracia. Incluso Margaret Thatcher,
entrevistada en televisión, admitió a William F. Buckley que era necesario un
cierto gasto social por parte del Estado. Lo admitió cerrando el dedo pulgar y
el índice, como siempre hacía para ilustrar sus particulares gráficos en el
parlamento, indicando que tenía que ser mínimo, pero lo dijo.
¿Hay socialdemocracia en Andalucía? No. De la misma manera
que la República Democrática Socialista de Laos no es ni república, ni
democrática ni socialista. En Andalucía hubo una reconversión del absolutismo paralela
a la industrial, durante los 80, y lo que sufrimos actualmente es la
consecuencia del feudalismo. Una población nada despreciable se encarga en las
ciudades de pagar el diezmo mientras que, en la Andalucía rural, el señor
feudal reparte ventajas entre sus súbditos. Para colmo, cuando al señorito lo
pillan con las manos en la masa, éste es capaz de salirse con la suya. ''A
nadie le gusta ser ministro de las flores en invierno'', dijo José Antonio
Griñán en una entrevista en 2011. Y el expresidente acabó dimitiendo un día de
verano.
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