El pasado 20 de abril,
un niño de 13 años, M. P., mató en un instituto de Barcelona, de una puñalada
en el vientre, a Abel Martínez, un profesor que cubría una sustitución desde
hacía dos semanas. El adolescente, además del machete, iba armado con una
ballesta profesional que habían
regalado a su padre hacía 20 años. Hirió a cuatro personas más: una profesora;
la hija de ésta; un compañero de su clase y otro docente. Cuando el profesor de
Educación Física lo convenció para que depusiera su actitud, M. P., que se
encontraba en la segunda planta del instituto fabricando un cóctel molotov con
los componentes específicos que llevaba en una mochila, se echó a llorar.
La muerte de Abel
Martínez no pudo evitarse. Y no sólo porque los servicios sanitarios, que
llegaron de inmediato, ya no pudieran hacer nada por su vida, sino porque el
asesino lo organizó con pulcritud: estaba bien pertrechado y decidido a matar a
quienes se le pusieran por delante; todo estaba planeado, y cuando blandió el
machete contra el joven sustituto que quiso evitar una matanza, lo hizo en
serio.
Las aficiones del
asesino eran las series y películas de zombies, el cine gore y las armas;
guardaba en su casa otras tres ballestas fabricadas por él, y en las paredes de
su habitación la Policía encontró numerosos carteles con imágenes de monstruos
abominables bajo los cuales podía leerse con claridad “Os voy a matar a todos”.
Cómo es posible que
sus padres, gente de izquierda (según ellos mismos se han
declarado), no se percataran de lo que este asesino de 13 años guardaba en su
cuarto? No les llamaba la atención la exposición permanente de carteles con
monstruos bajo la cual se leía clara y contundentemente la amenaza expresa? Es
más: sabiendo -como sabían- que su hijo estaba bajo tratamiento psicológico,
cómo es posible que no vigilaran de alguna manera las páginas de internet que a
diario visitaba este desgraciado niño?
En el instituto Joan
Fuster, que es donde ocurrieron los hechos, los compañeros de este asesino
adolescente declararon que venía avisando
desde hacía tiempo: “un día voy a venir y me los voy a cargar a todos”, decía,
a veces, refiriéndose a los profesores. Pese a todo, nadie avisó de lo que se
estaba fraguando. Qué fuerza oscura consiguió que ningún compañero de clase,
preocupado por estos comentarios amenazantes, lo comentara en casa? Y si alguno
lo hizo (porque es técnicamente imposible que ningún colegial se lo contara a sus padres!), qué suerte de inercia
terminal impidió que al menos un padre con conciencia o una madre preocupada se
lo comentara a algún tutor?
Yo se lo diré a
ustedes: el desprecio. El desprecio
hacia la figura del Profesor fue la inercia que impidió que ningún padre de
alumno comentara lo que se venía cociendo con este desgraciado adolescente
cuyos padres no ejercían control alguno sobre él; el desprecio, la
desconsideración hacia la figura que representa la Auctoritas fue la fuerza tenebrosa que permitió que este niño de 13
años asesinara impunemente a Abel Martínez e hiriera a cuatro personas más; no
fue, créanme, sino el desprecio por la
profesión de enseñar lo que paralizó las conciencias de todos los
compañeros de clase y de cuantos padres hubieran oído comentar a sus hijos las
barbaridades del jovencísimo asesino, prefiriendo acallar
el peligro inminente que se cernía como una sombra sobre el instituto antes que
denunciarlo, y refiriéndose luego, ante los periodistas, a las amenazas
explícitas de M.P. como las chorradas de
un bocazas.
El otro día escuché en
la radio a un comentarista decir que “no se puede culpar a los padres del
asesino, porque los padres españoles quedan despojados de cualquier posibilidad
de educar a sus hijos desde el punto y
hora en que darles una bofetada puede significar un año de cárcel”. En un
primer momento, me pareció que tenía cierta razón: todos hemos oído en los
noticiarios casos de padres condenados a la cárcel, o a multas cuantiosas, o a
órdenes de alejamiento a causa de haber dado un bofetón a un hijo; pero luego
lo pensé más detenidamente y recordé que son precisamente los padres quienes
tienen la sartén ardiente por el comodísimo mango en todos y cada uno de los
centros docentes, sean éstos colegios, institutos, academias o conservatorios.
Las asociaciones de madres y padres de alumnos (AMPA, para los iniciados)
gobiernan la vida y hacienda de los profesionales de la Educación; influyen
decisivamente en los Planes de Centro, y una sola queja suya a la Delegación
(al Inspector) puede abrir contra cualquier profesor un proceso inquisitorial
de consecuencias tales que dejaría los de Torquemada al nivel de un juego de
niños.
Si con todo este poder
acumulado en las últimas décadas resulta que no son los padres los responsables de un acto como el que ha
llevado a la tumba a Abel Martínez, quiénes tienen entonces la responsabilidad
última de esta barbaridad? Los jefes de estudio? Los directores del Centro? Los
inspectores? Los políticos que dirigen las Consejerías de Educación?
Aparte de mis muchos
años de clases particulares (empecé dando clases de guitarra a domicilio con 17
añitos), he impartido clases de Música en escuelas municipales durante 7 años,
simultaneándolas con clases de Primaria y Secundaria en diferentes colegios
concertados otros cinco cursos; más tarde, y ya mayorcito, entré a dar clases
en los conservatorios andaluces, labor en la que cumplo ya 10 años de docencia.
En total, llevo unos 18 años consecutivos dando clases oficiales: en la
privada, en la concertada y en la enseñanza pública; en pueblos pequeños y grandes;
en ciudades inmensas y recoletas; con alumnos de costa y de tierra adentro, de
valle y de montaña. Y a mi juicio, la presión que ejercen los responsables (sic) políticos de la
Consejería de Educación en cada región de España (yo sufro la andaluza desde
hace más de una década!) sobre los inspectores es tal que, éstos, se ven
obligados a presionar -a su vez- a los directores de los centros docentes a los
que controlan para que los resultados académicos que obtengan sean poco menos
que extraordinarios, con unos índices
de aprobados cuasi olímpicos y una tasa de fracaso escolar prácticamente
inexistente.
No sé qué ocurrirá en
otras regiones, pero en Andalucía, las directivas de los colegios, institutos,
conservatorios, etc. trabajan bajo la presión y la vigilancia de los
inspectores y los políticos; los directores, en muchísimos casos, se ven
obligados a presentar resultados brillantes que permitan al inútil de turno
colocado en la poltrona de la Consejería de Educación de la Junta presumir cada
fin de curso de los excelentes resultados obtenidos por la política educativa
de su partido ante los periodistas. Y esto, pese a que cada tres años aparezcan
los hombres de negro del Informe PISA
y coloquen a los niños andaluces donde en
realidad están: en el furgón de cola de la Enseñanza general en toda
Europa. Así, nos dan trianualmente el sofocón a los maniatados profesores;
sofocón que antecede al ya consabido tirón de orejas en las asignaturas de
Matemáticas y Lengua, consideradas universalmente las de contenido esencial para el futuro de cualquier
estudiante.
Cada vez que este
informe se publica, que es cada tres años, los políticos eluden hacer
comentarios, miran hacia otro lado, se tapan los oídos y vuelven de inmediato a
la Arcadia feliz en la que viven; se zambullen a toda prisa en la locura con la
que sueñan. Para estos vividores irresponsables, todos los estudiantes de
Andalucía, a tenor de los resultados, son poco menos que Amarilis y Galateas
que tañen sus pífanos y liras mientras entonan bucólicas romanzas deambulando
con la frente coronada de jacintos y recitando los sonetos del Petrarca entre
los verdes prados y al amor del rumor de un riachuelo.
Pero en qué mundo
viven? En qué unicornios se suben para ir de la Consejería o la Delegación a
los mullidos sofás de sus casas? No ven que ya hace años que hemos creado un mundo paralelo, falso como un
discurso de Susana Díaz, en el que los que más pierden son los alumnos? En
lugar de tomar cartas en el asunto y decir “no tenemos ni puta idea de lo que
significa esto de educar a los niños; así que vamos a dejar que los
profesionales de la Educación establezcan los parámetros educativos, los ítems,
los contenidos, la valoración de resultados… Vamos a dejar la Educación en
manos de los profesores!”; en vez de intentar tal cosa, lo que han hecho hasta ahora es –atención!-
crear un engendro monstruoso e inútil al que han bautizado como Agencia de Evaluación Educativa,
compuesta por contratados a dedo fuera de
la Función Pública (es decir: que no están ahí por oposición, sino por designación particular!), y cuyo
universo oscuro gira exclusivamente alrededor de la compulsiva acción de
evaluar.
Esta infame Agencia de
Evaluación Educativa se convirtió rápidamente en un búnker surrealista que,
amén de innecesario, es ilegítimo, inmoral y perfectamente inútil. La
Estadística es prácticamente la única herramienta que manejan; obligan a los
centros educativos de toda Andalucía a evaluar, evaluar y evaluar; reparten
estadísticas que hay que rellenar y que tienen que ser devueltas por las
Directivas de los centros; luego (en el mejor de los casos y si es que alguien
se las lee!), las cotejan y vuelven a publicar otras estadísticas con preciosos
gráficos de colores que van del rojo al amarillo, y flechitas hacia arriba y
hacia abajo; dictaminan qué centros tienen mayor afluencia de alumnos con
padres separados o de condición budista, y en función de los resultados
obtenidos deciden volver a evaluar la evaluación del evaluador que mejor haya
evaluado lo evaluable.
Sin ánimo alguno de
chancearme de este asunto, que es gravísimo, no me queda otro remedio que decir
lo que todo el mundo piensa y nadie se atreve a verbalizar: esta agencia, como
todas las demás de la Junta, es una excrecencia absolutamente nefanda,
asombrosamente inútil y perfectamente prescindible. Y, al contrario de otros
entes públicos pertenecientes a la Administración Superpuesta (como IDEA, EPSA, etc.), esta Agencia de Evaluación
está destruyendo no sólo la generación a la que afecta coetáneamente, sino a las
generaciones venideras; porque, mientras que los de Invercaria, IDEA, etc. han
robado y siguen robando a sus contemporáneos y, desapareciendo como entes,
desaparecería el daño, esta Agencia de la
Compulsividad Evaluante va mucho más allá; porque aunque se esfumara
repentinamente para alegría de todos, habría
dañado ya los resultados académicos de los próximos 10 ó 15 años en
Andalucía!
Ustedes no lo van a
creer, pero éstos se inventaron hace varios cursos un engendro social que
dieron en llamar Plan de Calidad, aún
vigente y aplicado en toda Andalucía pese a las dos Sentencias firmes del
Tribunal Superior de Justicia de Andalucía declarándolo ilegal (I y II), y la Sentencia del Tribunal Supremo fallando también en contra de su aplicación. Este
deplorable Plan de Calidad, denunciado por los sindicatos no afectos al Régimen, aparte de costarnos 500 millones de euros en cuatro años,
consiste básicamente en un doble insulto
al Profesorado: en primer lugar, nos llaman inútiles
por suspender a los alumnos, responsabilizándonos de la pereza o la incapacidad
de los niños suspendidos y sin pararse a pensar por un momento que el mayor
orgullo que pueda tener un docente es que sus alumnos demuestren que han
logrado aprender lo que él se ha esforzado en enseñarles y que si suspendemos a
alguien es porque realmente no se ha esforzado o no ha demostrado el mínimo
interés o capacidad para asumir los contenidos; y en segundo lugar, nos llama miserables, porque piensan que
ofreciéndonos más dinero (unos 6.000€ distribuidos en 4 años: una miseria!)
vamos -por fin!- a tomarnos la molestia de tener paciencia con los alumnos y a
esforzarnos mucho más en enseñarles.
Este desbarre
asombroso mediatiza de costado a costado los resultados finales de cada
profesor, de cada equipo educativo y de cada centro docente: la manga se
ensancha hasta alcanzar el aspecto de túnica borgoñona medieval y comienzan a
aprobarse alumnos que en cualquier otro lugar de España serían suspendidos sin
dudarlo, y en Inglaterra o Japón directamente expulsados del colegio. Los
resultados se maquillan inevitablemente; yo diría que de modo inconsciente. Y
la estadística que se entrega a la Delegación es irreal, fláccida y falsa.
Allí donde he ido a
dar clases y se me ha ofrecido entrar a formar parte de esta farsa insultante
amén de ilegal que es el Plan de Calidad, me he negado. Incluso en algún que
otro conservatorio en donde misteriosamente
me habían apuntado a la lista de los genuflexos, he tenido que solicitar
expresamente que me saquen de la misma: no quiero figurar entre los que por
cuatro perras aceptan que se les llame, primero, inútiles, y segundo,
miserables!
Acaso creen en la
Junta que yo, como profesor, al igual que la
inmensa mayoría de mis compañeros, no me tomo todas las molestias habidas y
por haber para que los niños aprendan? Es mi trabajo! No ven que soy interino?
Mi principal ocupación es tomarme todas las molestias que sean necesarias para
que mis alumnos progresen!
No alcanzan a comprender, estos políticos,
estos altos cargos, estos inspectores que algún día quizás fueron maestros
-pero que indubitablemente ya han perdido todo contacto con la dura realidad de
la Enseñanza cotidiana- que no hay mayor fracaso para un profesor que verse
obligado a suspender a sus alumnos? Porque –y hablo por mí- suspender a un
alumno es reconocer abiertamente que uno no ha encontrado la puerta de entrada
al universo del colegial, del escolar, del adolescente, del aprendiz de
violinista; es un lago desecado, una calle cortada, un bosque calcinado que no
hemos podido salvar de las llamas!
Que internet, la
televisión y los móviles hayan sustituido casi en su totalidad a la tutoría
natural de los padres puede ser un hecho, pero no una excusa para renunciar a
que los que han decidido tener hijos y los han criado con teta, biberón y
pediatra sigan siendo padres responsables cuando éstos comienzan a mostrar los
primeros síntomas de pereza, holgazanería y desinterés por aprender. Bien está
que muchos maestros sean dinámicos y muestren una energía sobrehumana para enganchar
a los niños en un mundo de diversión y fantasía, pero ese arma arrojadiza que
la mayoría de los padres de alumnos perezosos enarbolan, la motivación, no se puede exigir a quienes ven al niño cinco horas
a la semana (como en los colegios e institutos), o tan sólo una (como en los
conservatorios): el tan manoseado concepto de motivación es una semilla compleja que ha de plantarse en casa,
regarse en casa y podar y cuidar de las malas hierbas en casa. La mayoría de
los que nos dedicamos a esta ya ingratísima tarea de enseñar hemos sido niños
motivados por nuestros padres, por nuestro entorno y, no lo olvidemos, por
nuestra propia inteligencia. En mi vida de estudiante, que ha sido larguísima,
he conocido sólo a dos o tres profesores que ilusionaban a los alumnos con su
energía y su brillo personal; pero, ojo: no
a todos los alumnos! Siempre había un mínimo porcentaje de apáticos
integrales en clase; y con éstos no había profesor brillante que valiera!
La responsabilidad
última del aprendizaje se fundamenta en la actitud del alumno y la
responsabilidad de los padres. Un estudiante normal, ni muy brillante ni muy obtuso, puede aprender pese a tener enfrente a un mal profesor
(que también los hay, eh?); pero no hay alumno vago, indolente y maleducado que
pueda aprender en condiciones, pese a tener delante al mejor maestro del
planeta, si no hay detrás unos padres comprometidos, responsables y dispuestos
a enderezar una situación que casi siempre se ha torcido en casa.
Si a esta enorme
cantidad de padres y madres de alumnos se les hace creer desde las Instituciones que los profesores no merecemos la
confianza debida; si cualquier queja de unos progenitores soberbios (como
tantas veces ocurre) es considerada poco menos que el Evangelio según San
Marcos desde las oficinas de las
distintas delegaciones andaluzas y, como ya es habitual, se procede contra el profesor prácticamente sin
conceder la presunción no ya de inocencia sino de integridad personal y
profesional, qué mensaje llevan dándole a la sociedad andaluza desde hace
décadas estos soplagaitas que dirigen, para nuestro dolor, el destino
profesional de los docentes? Yo se lo diré a ustedes; el mensaje no es otro que
éste: los profesores no tienen criterio;
y en caso de que su hijo no dé un palo al agua, los únicos responsables son los profesores.
Estos técnicos de la Educación (de dónde los
sacan?) han destruido el Principio de Autoridad, despojando al maestro, al
profesor, al enseñante de su Dignitas
y su Auctoritas. Para colmo, nos
arrebataron ya hace tiempo también la Potestas
(el Poder: recuerdan ustedes el poder terrífico que detentaban algunos maestros
antiguos?), que en realidad no servía para nada y era el recurso último al que
acudían los profesores sin Auctoritas.
De modo que, despojados de dignidad, autoridad y capacidad de reacción,
quedamos los docentes a los pies de los caballos ante los alumnos, sus padres,
los cargos directivos de los centros docentes, los inspectores y los políticos.
Sólo faltaría que nos quitaran un 20% del sueldo y nos negaran las pagas extra,
que jamás han sido un regalo, sino el prorrateo del producto de nuestro
trabajo! …Ah! Que ya nos quitaron todo eso? …Uf! …Menuda profesión!
Qué clase de Realidad
virtual quieren imponer estos ineptos sobre la Realidad histórica? Hasta dónde
están estos (ir)responsables dispuestos a torcer la fuerza de los hechos?
Porque cuando se presiona tanto para que la Realidad, contra toda evidencia,
sea la que unos iluminados quieren que sea, se acaba subvirtiendo la naturaleza
de las cosas: los profesores dejan de suspender a los alumnos vagos, a los que
no estudian, con tal de no meterse en interminables
sesiones/tutorías/reuniones-de-Departamento en las que se suele culpabilizar al
profesor de todos los males de la Humanidad. Si un alumno no da golpe en todo
un trimestre, el profesor no puede demostrar tener suficiente criterio como
para suspenderle si antes no ha advertido a la familia del niño en diecinueve
mil tutorías firmadas y selladas por el centro y la madre del alumno; y aun
así, a los padres les queda el recurso de acudir a la Delegación a quejarse de
que el profesor, ese maldito inepto, no
ha motivado lo suficiente a su hijo. Entonces, podría abrirse una
investigación y se le podría hacer un Requerimiento formal al reo en el que
debe presentar, antes de 48 horas, todas las anotaciones del Diario de Clases,
la Programación del Centro, la Programación aplicada
al alumno, la Metodología y las
tutorías firmadas, amén de las reuniones con el Equipo Educativo (formado por
los profesores de las demás asignaturas), en las que debe existir una
valoración por especialidades!!! Si todo este trabajo lo tenía hecho desde antes del requerimiento, al
profesor le dará tiempo a entregarlo en plazo. Pero, aun así, a los padres del
alumno vago y disperso les queda recurrir a que el centro docente no rellenó en
su momento cualquiera de los once millones de papeles-trampa que la Delegación
o la ilegítima Agencia de Evaluación Educativa les exige tener rellenos. Y, créanme,
es muy difícil que un centro docente tenga todos, todos, tooooodos los papeles en regla.
Así, una alumna a la
que suspendió un compañero hace años por no estudiar jamás, por molestar a sus
compañeros de clase y, en definitiva, por ser la apología de la mala educación y de la falta de respeto por la
asignatura y por los demás, fue aprobada en el mes de julio, ya bien acabado el
curso, en la Delegación de Educación; la aprobó una cuadrilla de chupatintas
alegando que el centro docente no había
rellenado en el primer trimestre no sé qué papelito, lo cual era cierto;
pero ridículo.
Muchos profesores han
acabado tirando la toalla y aprobando a alumnos que no están para aprobar con
tal de no verse sometidos a procesos interminables que, al final, se van a
resolver en las oficinas de la Delegación. Para qué tantos sofocones? Para qué
enemistarse con los padres del alumno perezoso? A qué, poner en guardia al
equipo directivo del centro? Para qué enfrentarse a inspectores omnipotentes,
si al final se hará lo que digan aquéllos que no han tenido que sufrir día tras
día al holgazán de la clase?
A mí me ha llegado a
decir una directora de conservatorio “la verdad es que no entiendo cómo siendo
interino te metes a suspender alumnos!” …Dios mío!!! Como si la condición administrativa de interino tuviera algo
que ver con la pedagógica!!! Como si
ser interino lo incapacitara a uno para distinguir entre quiénes están
estudiando en serio y quiénes mareando la perdiz! Claro, con esta forma de
pensar, las consecuencias de poner en su
sitio a los vagos y a los maleducados me ha traído –a mí y a un buen número
de compañeros!- no sólo problemas profesionales, sino personales. Y muy serios.
Así, cuando uno se encuentra en su periplo de interino andaluz varios centros
seguidos en los que suspender a un alumno supone tener que dar explicaciones
hasta al Tribunal de las Aguas, por escrito, por triplicado y con juicios
cercanos a las ordalías, uno se lo acaba pensando y baja el escudo y la espada
anhelando ser atravesado de una maldita vez por las flechas del agresor para
acabar cuanto antes con la tragicomedia.
En qué hemos
transformado entre todos el Criterio
del profesor? Qué validez tiene un Título firmado por el Rey de España si cada
decisión de evaluación negativa que toma el que ha estudiado años y años para
conseguir discernir entre lo que es progreso y lo que no, es puesta en tela de
juicio y, lo que es peor, con la presunción de culpabilidad de antemano? Qué
clase de Administración es ésta, que despoja absolutamente al profesional de la
Enseñanza de la validez de su criterio? Qué instituciones son éstas, que
desmienten la veracidad de nuestras calificaciones? Qué directores, inspectores
y políticos son éstos, que nos desautorizan constantemente desde hace décadas?
Cómo hemos permitido a toda esta caterva de alfeñiques intelectuales que nos
traten así? …Cómo hemos llegado a esto?
Imaginen ustedes con
qué ánimo acude a dar clases un profesor que sabe que sus calificaciones, caso
de ser negativas, van a ser discutidas y puestas bajo la lupa intransigente de
un ejército compuesto por el tutor, el jefe de estudios, el director, el
inspector, el delegado y el mismísimo Consejero de Educación. Y todos ellos, no
lo olvidemos, capitaneados por unos padres omnipotentes que en numerosas
ocasiones (ojo: la mayoría de los padres no son así, por fortuna!), y cegados
sin duda por su amor paterno, son incapaces de ver que esa sobreprotección a
una actitud perezosa e irresponsable de su hijo no sólo incapacita al niño para
enfrentarse a la dura realidad del futuro (si no sabes, no vales!), sino que
desautoriza de un plumazo y para los restos la figura del profesor, del
maestro, del docente, impidiendo tomar muy en serio en el futuro a cualquier
mentor que pudiera aparecer ante sí en la vida real.
Si las Instituciones
no hubieran iniciado esa terrorífica escalada de deconstrucción de la Auctoritas, sin duda fundamentada en el
proceso inconsciente de rechazo a un padre o figura paterna dominante (caso de
la mayoría de los socialistas pata negra
de la Junta, que son hijos de militares, de abogados afectos a la Dictadura o
de empresarios franquistas en su mayor parte), los profesores no habríamos
llegado jamás a esta situación de indefensión, de descrédito, de
desautorización, de culpabilización y de deslegitimación de nuestros criterios.
Si los que tienen la fortuna de ordenar las estructuras sociales –los políticos-
fueran respetuosos con la figura del Profesor y la valoraran como lo hacen en
casi la totalidad de los demás países del mundo, la percepción del docente –sin
llegar a los extremos de deificación que hay en Japón- sería la que siempre ha
sido en una sociedad normal: la de la confianza, el respeto y la consideración.
Y jamás habríamos llegado a permitir que un miserable entrara con una ballesta
y un machete en un instituto para cumplir las amenazas que venía profiriendo
desde hacía semanas y que todo su entorno decidió callar.
Porque, amigos
lectores, una ballesta es un arma terrible. Según un compañero de mi
conservatorio, magnífico instrumentista y mejor persona, que lleva años
federado en Tiro con Arco, si un arco de competición normal tiene unas 38 ó 40 libras de peso y potencia, y un arco de
poleas (lo más heavy del mundo del
arco!) llega a más de 50
libras, una ballesta puede alcanzar las 70 libras de potencia:
una burrada! El maldito asesino que clavó su hoja en el abdomen de Abel Martínez,
antes lanzó a la cabeza de su profesora un bolígrafo disparado con una
ballesta, hiriéndole en la cara a la altura del ojo. Evidentemente, erró el
tiro, pues un bolígrafo lanzado con una ballesta es un proyectil mortal de
necesidad. Su intención, como demostró con Abel, era matar, acabar con los zombies que le exigían estudiar;
derramar la sangre de los monstruos
que sin éxito le reclamaban diariamente educación, buen comportamiento, estudio
y consideración hacia sí mismo y sus compañeros. Finalmente, una ballesta fue
la solución.
Pero la verdadera
ballesta, el auténtico proyectil lanzado a la cabeza del Profesorado es la
desconfianza vertida hacia los que a diario nos enfrentamos cuerpo a cuerpo no
ya con la ignorancia, sobreentendida en el alumno (para eso va a clases!), sino
con la pereza, la mala educación y la desconsideración (reflejo indudable de lo
que oye el niño en casa), que a mi entender son los grandes enemigos del
Conocimiento. Que este compendio de obstáculos no sólo no se consideren como tales,
sino que hasta se premien, es incomprensible; pero que quienes consientan y
alienten esta dinámica sean las Instituciones (la legal y la ilegítima: la
Consejería y la Agencia de Evaluación Educativa), será estudiado en el futuro
con la extrañeza y el espanto con los que hoy estudiamos la desequilibrada
lucha entre fieras y cristianos en el Coliseo romano.
Porque ya son muchos
los años que llevamos los profesores andaluces sintiendo cómo nuestra carrera,
nuestros estudios y nuestra prudencia en las clases no han servido para nada;
que nuestra titulación, pese a estar expedida y validada por el Estado, no es
suficiente para acreditar nuestras decisiones. Quizás, en un futuro no muy
lejano, la inútil Agencia de las narices sea desmontada como lo que es: un
chiringuito hediondo; un infame sacaperras. Y quizás los criterios de la
Consejería de Educación respondan a aquéllos en los que se fundamentan las
grandes naciones desarrolladas de Occidente: el esfuerzo, la competencia y la
valía personal. En ese día, la profesión de maestro, de profesor, de docente
habrá comenzado a recuperar la dignidad que estos más de 30 años de locura
institucional, llena de rencor hacia no se sabe bien qué, han pisoteado y
manchado de cieno.
Algún día, alguien caerá en la cuenta y subirá
al piso de arriba a quitarle la ballesta a quien dispara a diario contra los
profesionales de la Enseñanza. Porque, que nadie se engañe: quienes nos
disparan flechas mortales a diario no son los alumnos maleducados; ni siquiera
los padres sobreprotectores y sobreprotegidos. Los que a diario nos tienen
asaeteados como a San Sebastián son quienes permiten, alientan y estimulan este
genocidio cultural: los políticos.
La funesta logse de estos sociatas neofranquistas, tenía como objetivo principal crear una masa social plagada de analfabetos funcionales, que les mantuvieran en el poder durante mucho tiempo, a base de poco razonar y mucho pedir migajas. Eso lo consiguieron, pero no pensaron en los posibles daños colaterales causados, en forma de desaparición de la autoridad de docentes y padres, que sólo ellos, estos malnacidos, han causado.
ResponderEliminarPor eso, estos progretas malnacidos suelen llevar a sus hijitos a colegios privados y selectos. Y mientras, los andaluces tontos útiles: ¡¡¡¡¡¡beeeeeeeeee!!!!!!
ResponderEliminar