No hace muchas lunas que Pedro Sánchez defendía el escrache
como forma de protesta. Yo también entiendo esa rebeldía contra el
representante de los fanáticos del fraude, más conocidos como la secta del capullo,
cuyo impulso siempre ha sido, al margen del latrocinio institucionalizado, la
permanencia intemporal del grupo en el poder. Para lograrlo, han asaltado la
administración autonómica andaluza desde donde conceden subvenciones y ayudas
de forma sectaria.
Sánchez, que parece que nació ayer, arribó al sur afirmando
que la corrupción es incompatible con el PSOE. Y se quedó tan contento, con esa
cara de zangolotino que se le pone cuando intenta mostrarse
trascendente. El
socialista que tiene todas las virtudes que detesto y ninguno de los vicios que
admiro, nos dejó la perla en la misma semana que conocíamos el escándalo de
Aznalcollar. Y en estas que se mete en pleno corazón de Málaga con un ligero
viento de levante y, allí una población levantisca que le recibe con las
intenciones del turco; ex trabajadores de Hitemasa que llevan años esperando el
dinero que les robó la Junta. Hay
insultos, empujones y una pitada generalizada. También hay quienes gritan por
la patética situación de la sanidad malagueña en la que, lean bien, a los
enfermos de cáncer se les cierra salas de radioterapia por falta de personal.
Eso unido a que es la provincia de España con menos camas de hospitales por
habitante, tiene al ciudadano soliviantado. Para el recuerdo la cobardía de los
socialistas locales que no sabían dónde meterse. Esas caras de terror bien
valen toda una existencia porque, aunque algunos no lo entiendan, la violencia
verbal es lo único que nos queda a aquellos que sufrimos al gobierno de la
patética República bananera de Andalucía. Desgraciadamente, los socialistas no
podrán entender jamás, dada su proverbial bobaliconería, el odio que despiertan
en los ciudadanos honrados del sur.
El socialismo andaluz es como aquel hombre que viola a una
señora y, tras ser pillado en el acto, convoca una comisión de investigación
para ver qué ha hecho su pene. Una forma, como otro cualquiera, de no tener que
asumir responsabilidades propias. La culpa siempre es del vecino y, si no
tiene, señala a cualquiera que pasara por allí; los interventores, los
funcionarios, los Reyes Católicos, el subdesarrollo del pueblo y, hasta la
expulsión de los cabrones de los moriscos
sirven para ese menester.
El socialcretinismo es como introducirse una raya de coca en
la nariz por aquello de meterse donde nunca te llaman. Y aunque no te llamen, la
propaganda oficial trata de convencernos de que esa izquierda es la única
salida al problema del paro cuando es justo lo contrario. En verdad, las parvas
posibilidades de vencer a los que manejan las subvenciones de las que viven los
hombres y mujeres del régimen, son escasas. Por ello, creo que ha llegado el
momento de aceptar los escraches a esa banda de gángsters. Simplemente no
podemos tolerar que, encima de robarnos, se paseen por Calle Larios como si
fuese suya. De todas formas, como le dijo el zote de Zapatero a Iñaki
Gabilondo; “Necesitamos cierta tensión”. Pues que cunda el ejemplo.
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