Fue en los años sesenta del pasado siglo
cuando se popularizaron en Israel unos curiosos cuadernos eróticos llamados
Stalag, abreviatura de Stammlager o campo de concentración. En ellos,
jóvenes alemanas nazis de grandes pechos e indumentaria militar más bien ligera
esposaban y torturaban a soldados y líderes de la resistencia que, una vez
liberados, se vengaban de sus carceleras por medio de escenas porno más propias
del manga actual que de aquel entonces.
Inició la serie el comic Stalag 13,
creado por Eli Keidar, un hijo de supervivientes judíos de los campos de
exterminio nazis. O mejor dicho, hijo de una madre superviviente que vio
perecer al resto de su familia en los hornos alemanes. Tan depravada idea
triunfó en realidad en una juventud israelí que vivía en la confusión de
pertenecer a un pueblo que se debatía entre la humillación y la tragedia del
pasado y el heroísmo del presente (el recién creado estado judío vivía bajo
constante amenaza de los países árabes). Los lectores de los cuadernos Stalag
eran hijos de supervivientes del Holocausto que no se atrevían a hablar de los
miedos del pasado y buscaban refugio en las fantasías obscenas de chicas de las
SS alemanas. Ello correspondía a un deseo surgido de aquel sentimiento amargo
que nadaba entre el terror y la culpa, dos acicates para la visualización de
pornografía por parte de la juventud judía.
Aunque es verdad que el 22 de marzo los
andaluces dieron el peor resultado de su historia al PSOE-A y mostraron, a
primera vista, una inclinación al cambio, es un hecho que el partido gobernante
de las tres últimas décadas consiguió mantener sin ningún tipo de castigo los
47 diputados de hace tres años y la primera fuerza de la oposición vio
reducidos sus escaños de 50 a 33. El hecho de que esto ocurra en una comunidad
autónoma con un desempleo del que se burlan en Libia o Sudán da idea de los
millones de euros que un sucesor de Eli Keidar amasaría en Andalucía si le
diera por crear un Stalag de la Junta, para regocijo o consuelo de los
muchos andaluces que se sienten maltratados a diario por un gobierno que ha
aprendido a sobrevivir con los escándalos.
Y sobrevive porque el pueblo andaluz
tiene una serie de criterios y prioridades que no están a la altura de la
realidad de la que tanto se queja (cuando no hay elecciones, claro). Cuando
Juan Marín fue designado candidato de Ciudadanos en Andalucía y algunos nos
interesamos por su palmarés político, no fue difícil adivinar que Ciudadanos se
ablandaría con facilidad a la hora de la investidura de una Susana Díaz sin
mayoría. Ésta ya dio incluso pistas en la misma noche electoral, dando por
sentado que 'la gente' la había elegido para dirigir los destinos de la
comunidad, olvidando que el sistema político en España es parlamentario, y no
presidencialista. Olvidando, en fin, que los andaluces habían votado a un
partido, no a una persona.
Pero da igual. Susana Díaz sabe que el
pueblo andaluz es muy indulgente y disfruta eligiendo al partido que los
maltrata, mostrando un masoquismo parecido al de los lectores del Stalag, quién
sabe si por la culpa de haber estado durante décadas en el furgón de cola o por
el heroísmo actual de ser 'la comunidad donde mejor se vive'. Alguien me
dijo hace poco que era injusto que pensara así, ya que esos tercos andaluces se
encontraban solo ''en el ámbito rural'' y no en el urbano; mas yo les invito a
consultar de nuevo los resultados en las grandes capitales, donde también se
reproduce el derrumbe del PP a cambio de un mantenimiento numantino del PSOE.
Además de una abstención importante que, de una manera u otra, tolera el status
quo de esta desaprovechada comunidad autónoma.
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