Cádiz parece una isla mínima pero fue la tierra máxima del
liberalismo. La urbe que marcó el paso de un viejo sueño anda últimamente con
marcapasos; quejosa, arrumbada y derruida. Hoy, la ciudad española más
americana vive sus peores días. El faro más antiguo de occidente apenas alumbra
coplillas protesta en su afamado carnaval que, en mi opinión, ha perdido toda
su frescura al vender su alma al diablo juntero por cuatro maravedíes.
La Habana, tatareaba ese insufrible cantautor andaluz, es
Cádiz con más negritos, Cádiz la Habana
con más salero. Y la sal gaditana parece
estar siempre en las olas que arrastran el paro africano a sus orillas. Tal
vez al gobierno de la taifa del sur, esa fábrica de crear pobres en serie, le
convenga tener de rodillas a nuestra princesa atlántica. Esa cenicienta que,
inocentemente, ha probado la manzana que le ofrecía la bruja del capullo. Lo
peor es que, lejos de aprender, se echa en brazos de un falso Príncipe que
lleva coleta y tiene marcado el número de la bestia venezolana.
Cádiz está alejada de cualquier tipo de idealismo platónico
y languidece de pena. No es difícil soñar con la fecha en la que ese león
gaditano despierte de nuevo junto a sus mujeres que se hacían tirabuzones con
las bombas que tiraban los fanfarrones. Si despabilara para volver a
asombrarnos con sus relámpagos, el sur estaría salvado. En cambio, apenas se
asoma al mundo para enseñarnos sus conflictos laborales en su Puente de
Carranza cuando la ciudad entera era la pasarela que unía América con Europa.
Sin Cádiz no hay futuro. Sin la Tacita de Plata no hay
Andalucía que valga la pena. Sin esa isla valiente nuestros rugidos sureños no
volverán a escucharse jamás. Sin nuestra vieja Dama, mejor sería plegar las
velas y abandonar esta aventura. Cádiz no vuela porque se ha cortado las alas y
encima presume de ello. Nada que ver con ese abejorro que desde el punto de
vista de la aerodinámica no puede volar. Sin embargo, ajeno a la verdad
científica, alza el vuelo cada amanecer en busca de su sustento. Y si ese
animalito vuela y los cerdos de la Junta despliegan sus alas negras cuan
buitres en busca de la carroña, no sé a qué esperan los gaditanos para surcar
los cielos.
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