Los andaluces
llevamos décadas sufriendo lo mismo. Por si fuera poco con las atrocidades
impunes de la Junta de Andalucía, las críticas que provienen de más allá de
Despeñaperros prescinden de toda profundidad y vienen envueltas de estereotipos,
debido a que Andalucía, por su poco peso económico y político en España, no
despierta el interés de una región que merecería ser estudiada con más detalle
y de una manera seria. Así, el criticón que no es andaluz suele asociar nuestra
región con la flojera o las pocas ganas de trabajar, pero por una
cuestión genética o histórica, tristemente, sin
pararse a analizar cuál es la
razón última de esa fama que nos acompaña desde hace tiempo. Y como la razón es
política, no puedo evitar que cuando alguien llama perezosos a los
andaluces me venga a la cabeza no el adjetivo, sino la imagen del mismísimo
mamífero desdentado de la América tropical.
En efecto, lo
que ocurre en Andalucía se puede explicar muy fácilmente con la etología de los
perezosos de tres pesuños. A diferencia de sus congéneres de dos dedos, que
habitan en los árboles la mayor parte del tiempo e incluso defecan desde las
alturas agarrados a la seguridad de las ramas, el perezoso de tres pesuños baja
de las frondas una vez por semana, a velocidad de caracol, para cavar un hoyo
en la tierra y hacer sus necesidades. Durante años, los científicos se han
preguntado qué es lo que lleva a estos misteriosos animales a jugarse la vida
ante el peligro de que, al depositar sus heces, los coyotes y otros
depredadores los descubran y acaben con ellos.
Pues bien, el
investigador Jonathan Pauli, de la Universidad de Wisconsin-Madison, pareció
dar con una explicación sensata a este comportamiento el año pasado, en la
revista Proceedings of the Royal Society. Pauli estudió a un grupo de
estos mamíferos en una selva de Costa Rica, y estableció una relación un tanto
enrevesada, pero que explicaba de alguna manera la diferencia con respecto a
los perezosos de dos pesuños. Los perezosos que bajan al suelo a defecar lo
hacen por pura supervivencia. Al alimentarse principalmente de unas
algas que nacen en su propio pelaje gracias a la lluvia, y dado que estas algas
le aportan más grasa que las hojas que arrancan de los árboles (actividad para
la que gastan más energía de la que ganan), su instinto les aconseja cagar en
un hoyo para que las polillas que viven agarradas a las algas puedan a su vez
depositar sus huevos en la caca del vertebrado. Las larvas de estos huevos
(¿están ustedes comiendo mientras leen este artículo?) se alimentan fácilmente
de las excreciones del perezoso, y al alcanzar la edad adulta, vuelan de vuelta
hacia las algas del mamífero, que normalmente se encuentra a pocos metros,
subido de nuevo al árbol (si no lo ha agarrado un coyote antes). Para el
perezoso, estas polillas son de extrema importancia, pues al morir se
descomponen gracias a los hongos que habitan también dichas algas, lo cual
favorece el alimento del perezoso.
Impresionante, la metáfora de la cadena de connivencias
ResponderEliminarAsí es Forevin, todos dependen de todos. Un saludo.
EliminarEfectivamente, es una metáfora interesante que describe muy bien el comportamiento de parte del voto cautivo de los sociatas. Pero no el comportamiento del espécimen de votante "tonto útil" de izquierdas: el estúpido (en el sentido que describe Carlo Maria Cipolla) que perjudicando a sus congéneres se perjudica a sí mismo. Haberlos haylos, y muchos. Y son los que más temo por que, como dijo Ortega: el malvado descansa algunas veces, el estúpido jamás.
ResponderEliminarMira que he buscado pero, que yo sepa, zoológicamente hablando, el único espécimen que así se comporta es el perteneciente al género humano, del cual el votante sociata es una subespecie.
Efectivamente Curro, el que describo es el voto cautivo. Para el votante ''tonto últil' del PSOE, dedicaré una entrada distinta. Gracias.
Eliminar