Hace tiempo que el pueblo sureño olvidó, si es que alguna vez lo supo, que en la vida no hay atajos posibles. Que todo tiene un precio y que el destino no hace visitas a domicilio. Lo andaluz es apostar por aquellos que prometen el paraíso y soluciones de sueldos potentes para la cofradía del no te muevas nunca del sillón. Sin embargo, esperar que un partido político andaluz, cualquier partido político, vaya a resolver nuestros problemas es como solicitar una beca del altísimo.
La autonomía andaluza, independientemente de lo que digan los libros de textos, es la historia de un fracaso. La crónica del triunfo de una mafia socialista que, al amparo de la carraca de la igualdad, roba a manos llenas sin que a nadie le importe en exceso.
Ante tanto descalabro regional, algunos apuestan por no participar en este sistema corrupto como si la turba no fuera la cantera que rellena las filas de la Junta ladrona. No votar me parece una temeridad. Votar corruptos supone, creo, un aporte de nutrientes a la tierra de la eterna chapuza. La solución, en cambio, podría venir con la supresión de la autonomía más inútil que parió madre. Cualquier cosa antes de tener que aguantar este tormento basado en el sueño del cretino de Blas Infante.
Recordemos que la finalidad de la autonomía era asegurar una mejor vida a sus ciudadanos. Al haber fallado estrepitosamente en el intento, no vale la penar pagar la contribución que alimenta este fracaso. Cualquier observador de la política empírica se daría cuenta de que Andalucía no puede funcionar jamás. Discutir este punto esencial es síntoma de rusticidad social y primitivismo. En definitiva, no es cuestión de buscar el mejor violonchelo del parlamento andaluz, sino encontrar al flautista de Hamelin que toque esa tonada mágica que aleje a esas gigantescas ratas de nuestros pueblos y ciudades.
Sergio, como le acabo de comentar a Eduardo Maestre en su artículo, la ÚNICA (aunque muy larga) solución para nuestro desgraciado país será la educación, el acabar con el analfabetismo galopante (no hablemos de los mayores que en dos o tres generaciones son ya irrecuperables) DE NUESTROS NIÑOS Y JÓVENES. El flautista de Hammelin no deja de ser un CUENTO, válido como ejemplo virtual pero, ¿ tu crees que tantos millones de analfabetos compulsivos han leido ni saben siquiera sobre quien fué el flautista? Esa es la tara de Andalucía, la ignorancia supina.
ResponderEliminarPor cierto, hace años le dije a un concejal socialista la necesidad de crear Universidades populares para que la turba aprendiera algunas nociones básicas. Su respuesta fue la siguiente; ¿Y eso para qué? Con eso está dicho todo.
EliminarSergio, como le acabo de comentar a Eduardo Maestre en su artículo, la ÚNICA (aunque muy larga) solución para nuestro desgraciado país será la educación, el acabar con el analfabetismo galopante (no hablemos de los mayores que en dos o tres generaciones son ya irrecuperables) DE NUESTROS NIÑOS Y JÓVENES. El flautista de Hammelin no deja de ser un CUENTO, válido como ejemplo virtual pero, ¿ tu crees que tantos millones de analfabetos compulsivos han leido ni saben siquiera sobre quien fué el flautista? Esa es la tara de Andalucía, la ignorancia supina.
ResponderEliminarSi es que da igual porque no está hecha la miel para la boca del asno. Hace años la indigencia intelectual andaluza se podía entender pero hoy, desgraciadamente, es un acto voluntario de ceguera. En consecuencia, los andaluces que valen se van fuera maldiciendo el estercolero andaluz. Y es que Andalucía es un caso único en la historia de occidente. No cabe un tonto más. Luego se enfadan cuando el resto de España se cachondea de ellos. En fin, para qué seguir.
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