Mi padre tuvo una forma muy peculiar de educarnos, y cuando aún no habíamos cumplido los tres años nos tiraba a la piscina sin manguitos para que aprendiéramos sufriendo. Encima he tenido la
mala suerte de tener un progenitor poco hablador, que cada vez que ha abierto la boca nos ha recordado a mis hermanos y a mí que aprendiéramos idiomas. Ya con 7 años dominábamos el inglés, y con sucesivos viajes al extranjero lo perfeccionamos. Luego, vinieron temporadas más largas fuera, y antes de cumplir los 18, mi padre volvió a tirarme a otra piscina: un año en Canadá, donde estudié Comercio y Relaciones Públicas rodeado de norteamericanos sin haber llegado a la mayoría de edad. En Montreal tuve mi primer trabajo remunerado, que además fue en dólares y me hizo mucha ilusión. Pasé toda la Semana Santa en un mercadillo vendiendo flores -y aprendiéndome sus nombres en francés, la mayoría de los cuales ya he olvidado- en el mercado de Atwater. Aún siendo un menor de edad cogí un autobús de 13 horas a Washington D.C, la capital de Estados Unidos, parando en Vermont por las ganas que tenía de ver los puentes de la famosa película de Clint Eastwood. Me perdí, pero les aseguro que perderse en Estados Unidos es una aventura que vale más que una luna de miel.
Al volver a España entré de cabeza en la carrera para la que, de alguna manera, mi padre también me motivó: el Periodismo. Quizá fuera por aquellos fines de semana en los que él nos ayudaba con las matemáticas y la química de bachillerato, cuando, al quejarnos por su dureza, él nos decía ''¿pero qué os pensáis, que no hago esto por vuestro bien? ¿que no me gustaría estar leyendo el periódico ahora?''. Me resultaba curioso su interés por la prensa. Mi madre, en cambio, me alertaba con razón de la falta de salida dado que la entonces princesa Letizia había popularizado el oficio en los últimos años. Fue a mi vuelta de Norteamérica, en la Facultad de Comunicación de la Universidad de Sevilla, donde tuve que aguantar prejuicios de colegas -supuestos futuros periodistas- del tipo ''¿tú que escusha, la Cope?''. Por todo esto que cuento, me han llegado a llamar facha o niño de papá.
Poco a poco, mi padre insistió en que abandonara Andalucía por medio de un traslado de expediente a Madrid. Ciertamente, la capital de España ofrecía algo más de oportunidades, aunque solo fuera por la capitalidad. Para no quedarme atrás y acabar la carrera de Periodismo en los 5 años prescritos, hice segundo, tercero y el resto que no me habían convalidado de primero en un año. El segundo año fue más calmado y aproveché para hacer prácticas, obviamente no remuneradas, en la misma Radio Complutense y luego en medios locales de Madrid.
Pero, sobre todas estas experiencias, subrayo la de mi condición de periodista. Maldigo a mi padre por haberme inspirado la pasión por esta profesión (más que por el propio gremio), porque siempre he estado condenado a ver la realidad desde una atalaya privilegiada. He conocido cómo funcionan los medios, por cuánto se venden los periodistas, la falta de humildad de mucha gente y, sobre todo y lo más doloroso, la indolencia de la gran mayoría de la sociedad ante los acontecimientos que, en teoría, deberían invadir día tras día su rutina. No me gusta ver un breve que debería ocupar la extensión de un bombazo a cinco columnas y viceversa. No me gusta saber más que alguien en política y que el otro pretenda tener razón, del mismo modo que no me gusta hablar de fútbol en un país tan futbolero como el mío, donde todos son expertos en alineaciones (desde mi punto de vista, en realidad son muchos los que están alienados).
¿Por qué, papá? ¿Por qué no dejaste que fuera como los demás, con esa felicidad envidiable del que, simplemente, no es consciente?
Poco a poco, mi padre insistió en que abandonara Andalucía por medio de un traslado de expediente a Madrid. Ciertamente, la capital de España ofrecía algo más de oportunidades, aunque solo fuera por la capitalidad. Para no quedarme atrás y acabar la carrera de Periodismo en los 5 años prescritos, hice segundo, tercero y el resto que no me habían convalidado de primero en un año. El segundo año fue más calmado y aproveché para hacer prácticas, obviamente no remuneradas, en la misma Radio Complutense y luego en medios locales de Madrid.
Un verano, sin tener ni papa de alemán, me piré a un periódico alemán de Renania-Palatinado: mis primeros pasitos en el país de Goethe. Poco a poco, en mis prácticas de España fui ascendiendo y me caían algunas migajas. Me parecía lo normal, no como a la mayoría de jóvenes españoles, que esperan primero un buen sueldo y luego, si eso, deciden si se dignan a trabajar. Pasé de Radio Complutense a la agencia Reuters, seleccionado de entre 25 candidatos. Me perdí muchas fiestas los fines de semana. Me perdí, y esto es peor, muchas fiestas y muchas chicas. Eso sí, durante la carrera me escapé de vacaciones alguna que otra vez a Italia solo, con una Vespino como única amiga, y en otra ocasión a Reino Unido para ver y entrevistar a gente en el transcurso de las elecciones de 2010. Por todo esto que cuento, mis compañeros de clase me llamaban 'el friki'.
Mi padre me animaba a viajar y, durante la carrera, me fui a Cuba un mes para grabar un reportaje sobre el 50 aniversario de la Revolución, que se publicó en Intereconomía TV. Una tarde lluviosa, en Camagüey, entré en una panadería para comprarme la merienda, y la dependienta me dijo que hacía falta libreta de racionamiento, pero aún así me regaló dos bollos. Me los comí a palo seco, viendo cómo unas goteras propias del Iguazú caían del techo entre la puerta de entrada y el mostrador. En estos años de carrera también visité a mi hermano gemelo en Francia, donde ya había empezado a trabajar.
Mi padre me animaba a viajar y, durante la carrera, me fui a Cuba un mes para grabar un reportaje sobre el 50 aniversario de la Revolución, que se publicó en Intereconomía TV. Una tarde lluviosa, en Camagüey, entré en una panadería para comprarme la merienda, y la dependienta me dijo que hacía falta libreta de racionamiento, pero aún así me regaló dos bollos. Me los comí a palo seco, viendo cómo unas goteras propias del Iguazú caían del techo entre la puerta de entrada y el mostrador. En estos años de carrera también visité a mi hermano gemelo en Francia, donde ya había empezado a trabajar.
Como para entonces yo ya dominaba el francés, me colé en una tertulia local de Orleans, localidad donde vive mi hermano Juan. Como siempre, me mostraba como un pato en un garaje, un español al que ningún gabacho había dado vela para el entierro. Pero yo me sentía libre y potente. Me gustó. Tanto como mi Erasmus, en el último año de mi carrera, que hice en Bamberg, Alemania, donde terminé quinto de un tirón, volviéndome a saltar las principales fiestas.
En realidad, para mí la fiesta siempre ha sido entrar en una tienda hablando en alemán y que los demás no supieran. De alguna manera, lo percibes como un premio o recompensa por el esfuerzo realizado. Durante mi Erasmus viajé, hice contactos, conduje hasta Eslovaquia 10 horas en un día, reforcé continuamente los idiomas, seguí leyendo como un poseso y participando en eventos a los que no me invitaban. Al terminar la carrera, en 2011, no lo dudé, y con 25 años me lancé al último continente que me quedaba por escudriñar: Oceanía. En Australia fui profesor voluntario y asistente de ferias de marketing en las que me pagaban vale de comida. Para mí, lo más valioso, por encima del dinero, era el nombre de empresas australianas en mi curriculum. En Nueva Zelanda sí pude cobrar en varios trabajos y, con lo ahorrado, viajé por nueve países de Asia durante dos meses. Encuentro mil veces más placer e interés a estas experiencias que a una tarde de pasos de Semana Santa o a una noche de feria de abril.
Actualmente vivo en Alemania, donde no paro de flipar a diario con comercios que no cierran con barrotes de esos que hacen tanto ruido; con ventajas sin rejas; con bicicletas que aparcan sin atar; con funcionarios que te atienden con la atención de un familiar, y no como alguien que te estuviera perdonando una deuda; con gente que te coge el teléfono sonriendo; con políticos que dimiten cuando le pillan con una tesis doctoral copiada; con gente que te dice que no se baja música de Internet porque 'entonces los creadores no cobran'; con niños de tres años que van con sus padres por el parque y te dicen a ti, español que viajas en bicicleta, que es demasiado oscuro como para que vayas sin luces. Por esto que afirmo, por todo esto que admiro, me llaman el desarraigado, y me dicen que no soy andaluz o no lo parezco.
Pero, sobre todas estas experiencias, subrayo la de mi condición de periodista. Maldigo a mi padre por haberme inspirado la pasión por esta profesión (más que por el propio gremio), porque siempre he estado condenado a ver la realidad desde una atalaya privilegiada. He conocido cómo funcionan los medios, por cuánto se venden los periodistas, la falta de humildad de mucha gente y, sobre todo y lo más doloroso, la indolencia de la gran mayoría de la sociedad ante los acontecimientos que, en teoría, deberían invadir día tras día su rutina. No me gusta ver un breve que debería ocupar la extensión de un bombazo a cinco columnas y viceversa. No me gusta saber más que alguien en política y que el otro pretenda tener razón, del mismo modo que no me gusta hablar de fútbol en un país tan futbolero como el mío, donde todos son expertos en alineaciones (desde mi punto de vista, en realidad son muchos los que están alienados).
¿Por qué, papá? ¿Por qué no dejaste que fuera como los demás, con esa felicidad envidiable del que, simplemente, no es consciente?
Gracias, Rafa. Que sorpresa. Pues no te dejé, no os dejé, porque quería que fuerais como ahora sois. Y, habiéndolo conseguido, me siento muy orgulloso y le he encontrado, de paso, un sentido a mi vida. Se que fuí muy duro con vosotros, como muchos otros padres visionarios, pero también sabía que esa apuesta tenía premio. Y pido perdón a todos los lectores por no reservar mi satisfacción en privado. Gracias de nuevo por hacerme ver que hice lo correcto.
ResponderEliminarGracias, Rafa. Que sorpresa. Pues no te dejé, no os dejé, porque quería que fuerais como ahora sois. Y, habiéndolo conseguido, me siento muy orgulloso y le he encontrado, de paso, un sentido a mi vida. Se que fuí muy duro con vosotros, como muchos otros padres visionarios, pero también sabía que esa apuesta tenía premio. Y pido perdón a todos los lectores por no reservar mi satisfacción en privado. Gracias de nuevo por hacerme ver que hice lo correcto.
ResponderEliminarRafa, eres un afortunado por haber tenido un padre con una visión de futuro tan amplia. Por desgracia los padres tendemos a tener a nuestros hijos alrededor nuestro como polluelos aunque tengan 40 años. La gente con una experiencia tan amplia como la tuya aportáis mucho a esta sociedad. Es incomprensible la cantidad de gente joven que no se mueven de su ciudad, a veces ni de su barrio. Independientemente del futuro que te espere, las vivencias que has tenido son envidiables. Me "guardo" tu nombre porque sé que te voy a ver con frecuencia en los medios de comunicación. Sigue así
ResponderEliminarGracias Victoria, un comentario muy amable! Así es. Ojalá todos supieran aprovechar las oportunidades que se les ofrece. Un saludo.
EliminarRafa, te agradezco que hayas contado parte de tu vida, no por el hecho sino por lo que representa. El esfuerzo siempre tiene su recompensa, y te lo dice alguien que casi te dobla la edad. La lucha y sacrificio de una madre o un padre –lo soy- con sus hijos no siempre es comprendida por éstos hasta pasados muchos años. Es ley de vida, como lo es que repitamos con nuestros hijos mucho de lo que nuestros padres hicieron con nosotros, a veces inconscientemente.
ResponderEliminarPor cierto, mi padre también se empeñó en enseñarme a nadar sin flotador (no había manguitos en mi época, jejejeje) y a hacer cualquier trabajo casero. De niño y de joven no me agradaba nada, pero más tarde entendí por qué lo había hecho: me había enseñado a ser independiente, a valerme por mí mismo, y le estaré eternamente agradecido por ello. He intentado hacer lo mismo con mis hijos, y al menos, hablan varios idiomas, han estudiado en la Universidad, y han viajado al extranjero mucho más que yo.
Casi todo lo que he conseguido en la vida se debe a mi esfuerzo personal, que me ha supuesto muchos sacrificios y renuncias: veranos estudiando, sin ferias ni Semanas Santas, sin salir los fines de semana; actitudes que no fueron entendidas por muchas personas de mi entorno, que me veían como un “bicho raro” porque no salía con los amigos, no me iba de fiesta, a la piscina o a la playa a darme un baño. Por eso comprendo todo lo que relatas en tu artículo. Ya una vez conseguida mi independencia, fue cuando empecé a hacer lo que de joven casi no hice: viajar, salir, divertirme...
Por esta razón valoro tanto lo que he conseguido, y por eso jamás he dejado ni dejaré que nadie me pisotee mi dignidad, aunque algunos lo han intentado en la Administración de la Junta de Andalucía abusando de su poder o cargo. Por desgracia, hay otros compañeros y personas que perdieron su dignidad hace años...
Exactamente, querido Luis, como cuentas, eres uno más de los grandes ''incomprendidos''. Es tremendo. Tenemos una recompensa, eso es indudable: pero también llevamos una condena: la de ser insultados, tratados con prejuicios, o la de pagar un precio por nuestra independencia. Es la eterna filosofía del Ying-Yang, el quid pro quo, no hay bien sin mal y viceversa. En tu caso, además, eres una persona excelente, respetuosa, generosa y muy educada. O sea, no solo independencia y formación, sino valores; y eso es algo que a veces no se obtiene solo de los padres, sino de la vida en sí. En definitiva, que la corrupción nos repugna como a nadie! jaja. Un abrazo.
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