Rafa G. García de Cosío
Mi amiga alemana Nadine comparte vivienda con dos amigos, Stephan y Alex, en una céntrica calle de Heilbronn. Se trata del típico piso de estudiantes, en alemán Wohnungsgesellschaft, con tres habitaciones, cocina y baño para compartir. Lo que suele distinguir a las Wohnungsgesellschaften de los pisos a secas, o Wohnungen, es que estos últimos sí tienen salón. Por tanto, mi amiga Nadine tan sólo comparte las zonas comunes de la cocina y el baño.
Cuando llegué a la ciudad hace dos años cual Alfredo Landa en la película ‘‘Vente a Alemania, Pepe‘‘, yo no tenía nada, y Nadine me invitó a pasar la noche en su casa. A la mañana siguiente descubrí un bote en la cocina con un par de billetes de 5 euros y varias monedas. Por lo visto, me dijo, es algo típicamente alemán: los que comparten el piso hacen sus pequeñas aportaciones mensuales en un bote de la encimera para comprar utensilios y productos de limpieza para la casa. No es la aportación lo que me sorprendió, pues eso se hace en todos los pisos compartidos del mundo, sino el hecho de que el bote estuviera sobre el mostrador de la cocina y al alcance de cualquiera, incluso durante las visitas. Todo un signo de la salud de la que aún gozan en Alemania la honradez y la confianza.
No obstante, no tengo planeado comentar los paralelismos entre la transparencia gubernamental y la doméstica en un país como Alemania en contraste con España, sino que me voy a centrar en el bote en sí. Esto es, en el concepto de presupuesto. Me gustaría reflexionar sobre lo que está pasando en España en estos momentos con el ejemplo de ese bote, para que mis amigos lo entiendan. Antes que nada, habría que señalar la diferencia entre déficit y deuda. El déficit es la diferencia entre lo que se ingresa y lo que se gasta, es decir, si el bote recibe unos ingresos de 15 euros mensuales y se gastan 20 en productos para la casa que benefician a todos sus ocupantes, el déficit mensual de ese bote será del 25%. En el presupuesto del mes siguiente, por tanto, a los gastos previstos hay que incluir ese déficit de 5 euros, que suele financiarse con deuda (pedir prestado a otros, pongamos el vecino de arriba). Si mi amiga Nadine quiere endeudarse para poder financiar el bote, lo que hace es emitir unos bonos de deuda que gente con dinero compra. El bono es un simple ticket que dice ''te debo este dinero en el futuro, más los intereses'', y estaría avalado por mi amiga Nadine.
Hace pocas semanas hemos conocido con gran alarmismo la noticia de que la deuda española roza el 100% del PIB, la cifra más elevada del último siglo. La noticia la han dado los mismos medios que día a día nos informan con gran regocijo e irresponsabilidad de los ''éxitos'' del Tesoro Público (órgano encargado de emitir bonos de deuda) en la emisión de títulos de deuda. Así que cuando leas una noticia, querido amigo, con el Tesoro en el titular, más vale que te eches a temblar, porque están informando de lo que tú (o tus hijos) van a deber a los acreedores en el futuro.
¿Qué está sucediendo con el bote español? Hablando en plata, que mucha gente está chupando de él. Y si analizamos el bote concreto de Andalucía, la situación es para echarse a llorar arrinconado y abrazado a una almohada. ¿Por qué continuamos con un alto déficit desde que estalló la crisis? Ésta no es una pregunta metafísica, pese a que a muchos interesados les guste compararla al ''ser o no ser'' de Shakespeare o a juegos esotéricos. La pregunta tiene una respuesta más fácil de lo que parece, y es simple: el Estado gasta más de lo que ingresa. Inmediatamente surge otra pregunta: ¿cómo es posible, con esos recortes que no paran desde el estallido de la crisis? La respuesta es ''depende de qué recortes'', y de qué entiendes por recortes. Esta me parece a mí la clave de todas nuestras desgracias: que se recorte donde no hay que recortar; que se recorte lo justo para que el presupuesto no lo note y la ciudadanía sí; y que lo que de verdad hay que recortar continúe intocable en la sombra del húmedo y putrefacto sótano al que nunca bajan los medios de comunicación: asesores, autonomías, enchufados, gastos sin justificar, ayuda a la cooperación (que en realidad es un eufemismo para dádivas a regímenes amigos).
Vayamos a un ejemplo claro de mala gestión y supuesta redimensión del Estado. En una reveladora noticia de El Confidencial de septiembre de 2013, a la Comunidad de Madrid se le había desbocado el gasto sanitario un 37% en pleno proceso de privatización. Es decir, mentira aquello de que la privatización traiga automáticamente más eficiencia. Se cumple el vaticinio del castizo de que ‘‘más que izquierda o derecha, lo que necesitamos es la honradez a la hora de ejecutar las medidas‘‘. Si acudimos al ejemplo de Andalucía, podríamos invocar aquel vídeo de Eduardo Maestre en el que calculaba cuántos hospitales podrían haber funcionado sin el latrocinio de los ERE (más los casos que están saliendo en los últimos años). En efecto, el recorte brutal de camas y personal sanitario que la Junta ha efectuado en la última legislatura, pese a haber tenido como consecuencia el colapso de las urgencias e incluso la muerte el mes pasado de un paciente en silla de ruedas tras esperar hasta 12 horas, este recorte, digo, ´´apenas´´ supone unos cuantos millones de euros del presupuesto público. Calderilla, si se compara la cantidad con el dinero malversado en los sucesivos casos de corrupción que se investigan en la actualidad.
Con estos datos, y mientras la deuda sigue creciendo, no le queda a uno más remedio que aceptar la encrucijada que Luis del Pino nos propone: los españoles hemos de decidir entre autonomías y estado de bienestar. Sin embargo, cuando uno vive en Alemania y es consciente de que aquí también hay descentralización y las regiones son sostenibles, cabe preguntarse si no es un problema sobre todo de la vigilancia que los españoles hacemos de ese bote que es nuestro Estado, independientemente de cómo lo dividamos. España es actualmente una pocilga resultante de aquellos polvos que levantábamos al bailar, convertidos con la lluvia ácida de la crisis en lodos en los que patéticamente nos peleamos a garrotazo limpio, como en un cuadro de Goya, bajo el motto de que ‘tú robas más‘. Estas peleas tienen lugar sobre todo en ese patio de vecinos que es Twitter, en palabras del periodista Francisco Robles. Curiosamente tengo la impresión de que hay muchos más rebeldes que antes, especialmente en la red, y concretamente ''rebeldes sin causa'', como los define Julio Anguita, gente que, mientras toda nuestra mierda se gestaba, no protestaba, porque se conformaba al ver dinero entrando y saliendo del bote sin control. Es gente que en los buenos tiempos bailaba, reía y frivolizaba. La Historia de España está en la película del Gran Gatsby: ''en aquel tiempo todos bebíamos demasiado. Mientras más armonía teníamos con la época más bebíamos''.
Genial el artículo, debería ser obligatorio vivir uno o dos años en otro país.
ResponderEliminarGracias por tus agradables palabras, un saludo.
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