martes, 24 de marzo de 2015

Amarga victoria


Andábamos por 1996 cuando Aznar ganó sus primeras elecciones generales. Victoria tildada de amarga por Alfonso Guerra, pero victoria al fin y al cabo que podría servir para calificar, veinte años después, el resultado electoral de anteayer.
Es preciso recordar que, a finales de enero, Díaz anunciaba la convocatoria de elecciones: “Necesitamos un Gobierno con estabilidad y ahora no lo hay... mi Gobierno tiene ahora que dar respuesta a la gente y si no tiene la estabilidad necesaria no lo hará”.





Parece claro que la desconsolada victoria viene propiciada por una derrota sin paliativos del PP-A (¡mal de muchos... !) , cuyos votantes -o al menos una significativa parte de ellos- han demostrado que el asunto de la indignación es transversal, que la calle es de todos y ocupable con el mismo derecho, que las paredes son de sus dueños y que por eso no se pintarrajean, y que son capaces de otorgar y denegar la confianza a la vista de planteamientos políticos erróneos, empecinados, tozudos u obstinados.
Mientras los socialistas obtienen los peores resultados de la historia, extraviando casi 120.000 votos y cosechando los mismos escaños que en 2012, los populares -debacle absoluta- se dejan más de medio millón de respaldos y, con ellos, 17 sillones en el antiguo Hospital las Cinco Llagas. Los convocantesporandalucíaizquierdaunidalosverdes, por su parte, han visto volar 165.000 papeletas y siete escaños que lo llevan al ostracismo cual peá de la vida.
A grandes rasgos, a los tres se le esfuman casi 800.000 votos de los que se lleva la palma el PP-A con el 62,50 %. Sufragios que, sumados a los 130.000 nuevos votantes, han recalado en Podemos (60,00 %) y Ciudadanos (38,00 %), recogiendo Rosa Díez unas insulsas, fútiles y también inmerecidas, migajillas.
Si no hay sorpresas, excluyendo a los populares por vergüenza torera, junto a los anulados, desairados, humillados y degradados de Maíllo, y los descartados (hasta ahora, que luego ya veremos si “podemos”) bolivarianos, todo apunta a que son los ex votantes del PP los que han convertido a la formación de Albert Rivera en el amo del calabozo del futuro. En sus manos está, bien su perpetuación, bien la implantación de las bases para su desmantelamiento en virtud del artículo 118.3 del Estatuto de Autonomía para Andalucía que establece que, para ser elegido presidente/a, el candidato deberá, en primera votación, obtener mayoría absoluta y, de no obtenerla, se procederá a una nueva votación cuarenta y ocho horas después de la anterior, y la confianza se entenderá otorgada si obtuviera mayoría simple en la segunda o sucesivas votaciones.
Así que don Albert -complicada papeleta para estrenarse a nivel extracatalán- tendrá que retratarse en breve, propiciando la convocatoria de nuevas elecciones en el plazo de dos meses o tragándose sus principios y sus palabras de campaña, dando el beneplácito a la continuidad.
Pero seamos positivos, solo hay dos razones que nos ayudan a mantener la confianza. Primera: se ha evidenciado que la indignación no es patrimonio de nadie, lo que se manifiesta en la capacidad de los peones de ambos lados del tablero para apostar por torres, alfiles y caballos ganadores, en detrimento de tarambanas figuras acomodadas. Y segunda: que la “nueva casta” caribeña, aun obteniendo un gran resultado, puede bastante menos de lo que la autopropaganda y La Secta nos han vendido inmisericordemente.




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