Manu Ramos
La ilusión de los españoles en la política parece que no tiene límites. Pero no esa ilusión comprensible en los niños, ajenos a la realidad, que esperan los regalos de los reyes magos. O esa otra ilusión del que trabaja y se esfuerza, confiando en que al final los réditos se corresponderán con sus aspiraciones. No, la ilusión que abunda en política es la que no está basada en la realidad teniendo la realidad justo en frente. En Andalucía esa realidad se llama 30% de paro, ruina, corrupción, enchufismo, dedocracia, clientelismo... Esa es la realidad material, palpable.
Luego está otra realidad que no es material sino que es formal. Esta suele ser anti-intuitiva la mayoría de las veces pues la costumbre o la forma acomodada de ver las cosas hacen que el observador se conforme con lo que ve. Imagínese explicarle a un individuo del siglo V que la tierra es redonda. El dirá, “¿pero cómo va a ser redonda, si el horizonte es siempre plano?” No obstante está sostenido sobre el firme de un planeta de forma esférica. Cambiar esa forma de pensar, lo que el filósofo Thomas Kuhn llamó “paradigma”, implica un esfuerzo tal que la propia mente se rebela y no acepta un enfrentamiento con esa novedad. Los cambios radicales formales son más complicados que los cambios radicales materiales. De hecho, para que se produzcan los segundos son necesarios los primeros.
En España no hay democracia, eso es algo que no muchos admiten. Sin embargo se admite sin dudar que hay corrupción, paro, escasez. Es importante al menos ver lo material, pero si queremos de verdad que nuestra patria prospere, hemos de dar un cambio formal a la manera de solucionarlo. Si digo que no hay democracia es fundamentalmente por dos motivos: ni los poderes están separados ni hay elecciones representativas. Yo, en mi optimismo vital, creo que la mayoría de mis conciudadanos entienden que esto es así aunque no sepan poner nombres a sus némesis. Saben que hay connivencias sin control entre los poderosos y más que sospechan, sufren, el poco caso que le hacen los políticos a sus votantes.
Aún así, siguen esperando que los políticos que vienen, jugando con las mismas reglas aunque introduciendo cartas nuevas (otras cartas tendrán que sustituirse por estar viejas y ajadas) esta vez van a ganar la partida para los españoles y no para los partidos estatales, que es lo que ha venido ocurriendo todos estos años de partidocracia. Piensan, con ilusión, que ahora sí que sí. Ahora se van a portar bien porque lo han prometido y ha sonado convincente. No quieren mirar las reglas del juego y, de forma irracional, vuelven a meter dinero en la máquina tragaperras pensando que la moneda está provista de una magia especial que sorteará la realidad y la obligará a responder a sus deseos.
El poder no responde nada más que a los deseos del ambicioso. No se puede ser iluso con el poder porque se paga caro como siempre que se acaba jugando a que la realidad no existe. Seguir alimentando esta máquina tragaperras de votos que es la partidocracia no es más que la adicción, la pasión por la servidumbre voluntaria que diría Étienne de la Boétie, que se alimenta de la irracionalidad de no querer ver lo que es. Ni con este sistema electoral ni con esta constitución podremos ser ciudadanos políticamente libres y por tanto, tener representantes que puedan solucionar los problemas materiales que a (casi) todos nos acucian. Desde este pequeño hueco en el que me dejan participar aviso a mis allegados y seres queridos: no votéis en este sistema corrupto pues, como ese novio/a malvado que sabemos que os va a traicionar, romperá vuestro corazón en pedazos cuando, irremediablemente, incumpla cada una de sus palabras.
Aunque a veces a uno le tienen que romper el corazón para que sepa lo que es amar de verdad.
Vale. Pero nos quedamos de brazos cruzados....?
ResponderEliminar¡Con los brazos cruzados estamos ahora!. No hacemos nada, todo lo hacen y deshacen los partidos del Estado. Nosotros, la sociedad civil, tenemos que dejar de estar con los brazos cruzados y funcionar como siempre se ha funcionado: asociaciones, parroquias, peñas, agrupaciones, confederaciones, sindicatos... todo fuera del Estado. Porque una cosa está clara, el cambio no va a venir de dentro del régimen. Viene de fuera.
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