Artículo de Eduardo Maestre
La Palma del Condado es un pueblo de la provincia de
Huelva que está cerca de Moguer, la cuna de Juan Ramón; cerca de Palos de la
Frontera, que es desde donde salieron las Tres Carabelas buscando una ruta
alternativa para llegar a las Indias; también está cerca de la aldea de El
Rocío, y muy próxima al griterío de pájaros que envuelve Doñana. La Palma
pertenece a la generosa comarca de El Condado, de antiquísima tradición vitivinícola;
es tierra de grandes mostos, frescos vinos, vinagres de altísima calidad y
brandis extraordinarios, amén de albergue de muchas bodegas que merecen la pena
ser visitadas.
Entre las bodegas de La Palma hay una que guarda un
tesoro imposible de comparar con nada que usted, amigo lector, pueda imaginar:
el brandy Luis Felipe. Lo crían en las antiquísimas Bodegas Rubio, en las que,
entre otros productos, tienen el privilegio de hacer este aguardiente que los
expertos llaman brandy pero que es mucho más que un brandy. Por qué digo
esto? Pues porque yo, que ni soy catador ni sumiller ni perito en enología, he
tenido la fortuna de probar a lo largo de mi vida todo género de alcoholes;
particularmente vinos tintos, vinos espirituosos, bourbon y brandis, y, de estos
últimos, desde cognacs y armagnacs franceses hasta toda suerte de
brandis españoles; desde engendros como el Soberano –que beberlo era, en
efecto, cosa de hombres!- o esa
aguachirle dorada que era el 103 (Dios mío! Las cosas que uno bebe en su
adolescencia!) hasta maravillas como el brandy Gran Duque de Alba, el
fantástico Constitución -que es murciano!-, el impresionante Torres de 15 años
o el enorme Cardenal Mendoza, todos ellos realmente maravillosos. Pero el Luis
Felipe… El Luis Felipe es otra cosa.
El
de Montpensier
En 1890 murió, víctima de una apoplejía cerebral,
Antonio María Luis Felipe de Orleans,
Duque de Montpensier y III Duque de Galliera, conocido como Antonio de
Orleans. Hijo de Luis Felipe I de Francia -rey posnapoleónico que puso pies en
polvorosa durante la revolución de 1848-, a la caída de su padre hubo de
refugiarse en Inglaterra con su mujer, la española Luisa Fernanda de Borbón,
hija de Fernando VII y hermana de nuestra reina Isabel II. Pero como allí
incomodaba la presencia de la hermana de la reina de España (ya saben ustedes
cómo son los ingleses, y más en pleno siglo XIX), les invitaron con grandes muestras de flema británica a irse a tomar
por saco.
Antonio de Orleans y su mujer, por lo tanto,
decidieron venirse a España. A Madrid, concretamente. Pero los políticos
españoles de aquella época, conociendo como conocían los intereses de este
destacado militar francés que, además, aspiraba al Trono español, procuraron
alejarlo de la Villa y Corte. Así que el Duque de Montpensier se marchó a vivir
a Sevilla, instalándose nada menos y como el que no quiere la cosa en el
Palacio de San Telmo, que compró sin mayor problema para regalárselo a su
mujer. Allí nació y se crio su hija María de las Mercedes Isabel Francisca de
Asís Antonia Luisa Fernanda Felipa Amalia Cristina Francisca de Paula Ramona
Rita Cayetana Manuela Juana Josefa Joaquina Ana Rafaela Filomena Teresa de la
Santísima Trinidad Gaspara Melchora Baltasara de Todos los Santos de Orleans y
Borbón, más conocida por el pueblo como María de las Mercedes, mi rosa más sevillana, por qué te vas de mis
redes de la noche a la mañana?
El
Trono y el vino
El caso es que Antonio de Orleans conoció la
maravillosa ciudad gaditana de Sanlúcar de Barrameda y quedó tan prendado de la
villa que se compró una casa allí, con terrenito. Y aficionado como era a
degustar los caldos de la zona, se interesó también por los vinos de Jerez, y
luego por los del Condado de Huelva. Desconozco si esta gran afición al vino y
los alcoholes fue la que le empujó a conspirar contra el rey recientemente
elegido Amadeo I con el objetivo de ocupar su trono, pero lo cierto es que el
de Montpensier contrató a una docena de sicarios que dieron muerte al mismísimo
general Prim -valedor y sostén del de Saboya- con la mala suerte de ser
descubierto como el instigador, apresado, acusado de ser el cabecilla y
condenado al destierro.
De cualquier modo, a la muerte del inquieto Antonio
de Orleans quedaron olvidadas en La Palma del Condado unas pocas barricas cuyo
extraordinario contenido no sabían definir quienes las descubrieron tres años
después de morir el Duque. Así, en 1893 los gerentes de las Bodegas Rubio se
hallaron ante unas botas que tenían en altorrelieve el escudo de la casa de
Orleans –la de Luis Felipe I, su padre, el destronado rey de Francia-; unas
cubas que contenían un aguardiente color caoba en su interior, envejecido desde
Dios sabía cuántos años atrás y cuyo sabor no podía compararse a nada que nadie hubiera paladeado
antes. Así que, en vez de bebérselo, decidieron utilizar estos barriles como el
embrión del siguiente brandy, creando desde hace más de cien años y de forma
ininterrumpida el magma más delicioso que pueda pasar por la garganta de un ser
humano: el brandy Luis Felipe.
Luis
Felipe en vaso de plástico!!!
Hace unos años, paseando por las desconocidas calles
de una ciudad andaluza cuyo nombre no quiero decir por no poner un baldón en su
escudo, paramos una amiga y yo en un bar de copas a altas horas de la noche. De
repente, vi entre las decenas de botellas que había a las espaldas de los
camareros -casi oculta pero aguardando, como la Bella Durmiente, un beso que la
liberara- una botella de Luis Felipe y, no sé por qué, se me ocurrió que en ese
bar no iban a tener ni idea del precio de la misma. Así que me aventuré a
preguntar cuánto vale una copa de coñá,
a lo que el muchacho de la barra, oculto en su melena rubia, me dijo que lo
mismo que un cubata: seis euros. Le dije: pues ponme una de ése. Y la bajó de la alacena de las bebidas con gran trabajo, ya
que no quedaba muy a mano. Por desgracia, en el preciso instante que se
disponía a escanciar el preciado licor en una copa de balón, su compañera nos
comunicó que iban a cerrar y que lo que nos fueran a servir tenían que dárnoslo
en vasos de plástico. De modo que nos sirvió un gintónic a mi amiga y una copa de Luis Felipe a mí. Pero en vasos de plástico. Y nos fuimos a la
calle a tomarnos esa última copa; mi amiga con su gintónic y yo con mi botín.
Luis Felipe en vaso de plástico!!! Pero en qué
ciudad puede seguir abierto al público y con licencia para servir alcohol un
establecimiento que permite verter una obra de arte como es ese ultraterreno
brandy de La Palma en un deprimente vaso de plástico? Cómo es que no apareció
una pareja de la Benemérita -de la División de Enología- para clausurar el
local justo en el momento en que el inconsciente camarero vertía las primeras
lágrimas untuosas de Luis Felipe en ese recipiente de poliestireno con forma de
tubo?
Pero, amigo lector, la Guardia Civil no apareció. Y
tuve que degustar ese néctar olímpico en un tubo de plástico. La experiencia
fue muy extraña y llena de contrastes. Y por mi tendencia insufrible a sacarle
punta -hasta que escriban- a ramitas que no tienen mina en su interior, hice
partícipe a mi amiga de que nos encontrábamos ante un choque de estructuras irreconciliables: por un lado, un recipiente
diseñado por sus fabricantes para recibir en su interior cualquier tipo de
bebida sin alterar las características de la misma en absoluto; un vaso
producido con el mínimo gasto y el mínimo peso posible; por otro lado, la
inminente ingesta de un líquido cuya composición organoléptica excepcional
requería de una copa de cristal (ni siquiera de vidrio!) con una clara forma de
balón que permitiera la acumulación de los vapores para olerlos y tan fina que
favoreciese el paso del calor de la mano a fin de atemperar el brandy. Qué
hacer en esta situación? Asumir el choque de Universos? Pues sí: lo asumí!
Lo asumí y me bebí entre lamentos entreverados por
momentos de éxtasis el extraordinario brandy. Resultado: no pude apreciar en
toda su extensa paleta cromática el maravilloso Luis Felipe. Porque, miren
ustedes, las sustancias complejas tejen a su alrededor una urdimbre de
circunstancias sine qua non es
imposible apreciarlas en su totalidad. No es lo mismo ver La Guerra de las Galaxias en la oscuridad del cine y con el temblor
de la sala, que en tu casa por la tarde. No es lo mismo releer el Discurso de Don Quijote a los Cabreros
en la intimidad de tu salón, sintiendo el peso del libro en la mano y bajo la
luz de la lámpara colocada ad hoc
encima del sillón orejero, que leerlo en un ebook
acompañado de los traqueteos del Metro, de pie, rodeado de gente a lo suyo y
pendiente de no pasarte la parada. Cómo va a ser lo mismo? Claro que no! Un
brandy con ese espíritu ha de paladearse en una buena copa de balón acunada en
el calor de nuestra mano, sentados en un sitio confortable y con la parsimonia
que sea necesaria; no en un vaso de plástico y andando por la calle!
Elvira
Roca
El otro día, Ana, una amiga muy comprometida con la
situación política y cultural no sólo andaluza sino española y que tiene una
enorme actividad social en este sentido, envió a mi cuenta de wathsaap un enlace a YouTube en donde se
podía ver y escuchar una entrevista de media hora celebrada en Andalucía TV,
una especie de canal secundario de Canal Sur y gestionado por esta deplorable
cadena pública andaluza. La entrevista la realizaba Jesús Vigorra, un
presentador/realizador que lleva en la inefable televisión pública andaluza
desde los primeros asentamientos de Atapuerca y que, al parecer, se ha
especializado en entrevistas culturales. La invitada era Elvira Roca, la
célebre autora del súper ventas Imperiofobia
y Leyenda Negra, un extraordinario libro (extraordinario en muchos
sentidos!) que aborda el espinoso asunto de la leyenda negra que acompaña
siempre a todos los imperios, y en particular la que generó el Imperio español
-leyenda negra que por desgracia perdura hasta nuestros días. La entrevista, si
la quieren ustedes ver –merece la pena absolutamente!-, con teclear en YouTube “Elvira Roca entrevistada en AndalucíaTv por
Jesús Vigorra” podrán disfrutar de la enorme inteligencia de la señora
Roca, algo raro de ver en la televisión nacional e impensable en Canal Sur.
Elvira Roca es una andaluza de mediana edad muy
interesante, con cara de ser muy inteligente y que no abandona la sonrisa
prácticamente en ningún momento. Es malagueña de nacimiento; natural de El
Borge, un pueblo muy pequeño de la Axarquía malagueña. Es profesora de
instituto y da clases en un centro de Alhaurín de la Torre, a escasos diez
minutos en coche desde donde yo vivo ahora. En sus notas biográficas aparece
que ha trabajado para el CSIC y ha dado clases en Harvard, aunque esto último
no quiere que se diga mucho -no sé por qué, aunque sus razones tendrá. El caso
es que es profesora de Secundaria; aunque al leer el libro mencionado arriba
uno piensa que es, sin duda, una de las catedráticas e investigadoras más
importantes del panorama universitario europeo, a tenor de la asombrosa
documentación que aporta en el mismo, y no a base de notas a pie de página,
sino en cada párrafo, en cada aseveración, en cada propuesta.
Imperiofobia es algo más que un libro intenso que revisa la Historia de Occidente
para limpiarla de adiposidades: es un tratado de inteligencia. Porque la autora
no sólo aporta pruebas documentales que son como mazos alegres que van
destruyendo los clichés que nos atenazan a todos desde la niñez, sino que a
veces da su opinión, abre su inteligente corazón e ilumina aspectos de nuestra
política cotidiana con una luz tan clara y potente que al lector no adocenado
por ideologías parasitarias no le cabe duda de que se halla ante un manantial
de lucidez. La visión del mundo que Elvira Roca despliega ante nuestros ojos
emocionados es la de un sherpa acostumbrado a contemplar los inmensos paisajes
desde las cumbres. Todo está relacionado con todo, pero no exactamente como
pensábamos. Las causas de la desventurada percepción que tenemos de nosotros
mismos están claramente identificadas, pero, en rigor, no son las que creíamos!
Para colmo, su forma de escribir es tan directa, tan clara; su sintaxis es tan
orgánica, tan precisa, y su forma de relacionarlo todo es tan fluida y sin
atascos que sin duda de ningún género uno es consciente de que se encuentra
ante la obra de una mujer de altura estratosférica.
La
entrevista
Y en esto, por desgracia, llega Canal Sur.
Concretamente, Andalucía Televisión, una marca blanca del hemorrágico canal
público andaluz. Un programa llamado Andalucía
al día en su sección Cultura, a cargo del cual, como ya he dicho, anda
Jesús Vigorra, el cual abre el programa de pie, bajo una deficiente iluminación
y haciendo una presentación somera del libro Imperiofobia. Después, inicia propiamente la entrevista y, tras
permitir que Roca diserte sobre la aversión a lo español que tuvo la Francia
ilustrada, le espeta “no dejamos de ser unos catetos, porque en la vida… no
sé…” Y sin terminar la frase, Vigorra se chiva a los espectadores y nos dice
que la entrevistada ha dicho que “ahora los analfabetos salen de la
Universidad”, frase que el realizador ya tenía preparada y maquetada para
ocupar la pantalla entera mientras Elvira Roca sigue hablando.
Qué es esto? Qué clase de periodismo es éste que
resalta frases que no ha dicho la
entrevistada durante el curso de la
entrevista? A qué viene destacar una frase que el presentador pone en boca de la entrevistada? A qué
intereses vicarios responde esa puntualización sobreimpresa en la pantalla?
Claramente a predisponer al mundillo universitario contra la entrevistada! No
me cabe duda! Menudo nivel! Sin embargo, la profesora tiene tiempo para diluir la
toxicidad del realizador y además poner en evidencia al programa amonestando
entre sonrisas al tal Vigorra por ilustrar la entrevista con imágenes de
matanzas de indios en Suramérica; que, entre nosotros, amigo lector, hay que
ser torpe, malintencionado o ambas cosas para elegir como ilustraciones de
fondo justo aquellos topicazos que derriba el libro del que se supone que se va
a hablar! El hombrecillo calvo se defiende un minuto y finalmente reconoce que quizás no sean las mejores imágenes para
acompañar esta entrevista.
Pocos minutos después, el de las gafas la interrumpe
para decirle que “vayamos al saqueo
de Roma, que es donde empieza la leyenda negra, no?” Y Elvira Roca le dice “No;
la leyenda negra no empieza ahí…” Más tarde, el cada vez más pequeño Vigorra
incide sobre la figura de Calvino, y luego sobre la de Lutero, que no es que no
tengan nada que ver con la leyenda negra española, pero a mi juicio es emplear
cinco minutos del poco tiempo de la entrevista descentrando el motivo de la
misma. De inmediato, y sin que el espectador sepa muy bien por qué, el calvo
indocumentado le dice “sus alumnos se lo tienen que pasar muy bien con usted”
y, aprovechando que la invitada diserta sobre la esencia del nacionalismo
refiriéndose al origen del protestantismo alemán, Vigorra comienza a
preguntarle sobre la inminente independencia de Cataluña y sobre la entrega de
armas de ETA, temas que –éstos, sí!- nada tienen que ver con el objeto de la
entrevista!
Por fortuna, la sintaxis de Elvira Roca funciona con
la misma organicidad hablando que escribiendo, y en cuanto el presentador la
deja hablar, ella diserta con inusual maestría y claridad preternatural. Hacia
el final de la entrevista, la escritora habla acerca del durísimo trago que
supuso para la España del 98 la pérdida de Cuba y, por lo tanto, la puntilla
final al Imperio, discurso interesantísimo que el tal Vigorra -cómo no?-
interrumpe para dar paso a una compañera de programa que viene a hacerle a la
invitada una serie de preguntas que resultan interesantes porque la invitada lo
es. Quizás esta sección, a pesar de ser la más ligera y de mantenerse en el
tono taquigráfico que siempre tienen estas baterías de preguntas estándar, fue
lo más cercano al periodismo que pude ver en media hora de entrevista. Lo que
no obsta para que, tras esta sección viniera otra que los de realización llaman
el Fotomatón, y que consistía en
cuatro instantáneas cualesquiera de la invitada, viradas al blanco y negro y
sin texto destacado de ningún género. Es decir: cuatro fotos sin pies ni
cabeza; cuatro imágenes que no sólo no presentan gestos significativos de la
entrevistada sino que no destacaban sobreimpresa frase alguna que Roca hubiera
dicho durante esa media hora. Y mira que dijo frases extraordinarias! Pues ni
una, amigo lector; ni una sola idea destacada.
La
ocasión perdida
Qué es esto? Cómo pasa desapercibida para el público
(no para Ana, que me envió el enlace a la entrevista precisamente por
percatarse de ello) la bajísima calidad de la entrevista? A qué nivel tienen
acostumbrados a los andaluces estos gestores de la cosa pública, que nadie
parece darse cuenta del churro de entrevista que realizó el tal Vigorra? Y
gracias a que cada vez que intervenía la interesantísima Elvira Roca parecían
despejarse por unos instantes y como por ensalmo las brumas de vulgaridad y
desdén que la rodeaban, porque de no ser ésta la entrevistada sino cualquier
modelo española de última hornada -de ésas que siempre hablan sin despegar los
dientes- o el clásico futbolista andaluz con el pelo cortado en la peluquería
de una cárcel brasileña el programa habría que echarlo al fuego de la Gehena!
A mi juicio, el calvo de las carísimas gafas no se
había leído el libro; me atrevería a afirmar que quien se encarga de hacerle
los resúmenes -si es que este cargo existe- tampoco se lo leyó. Pero como si
nada: ahí estaba el tío, con un folio en el que había unas notas apuntadas con
las que no dio ni una. Aunque lo que me parece más triste es la oportunidad perdida de hacer una
entrevista gloriosa, el no haberle preguntado a esa fuente de conocimiento por
la influencia española en Europa durante el Imperio, o en qué medida modificó
España la vida y las costumbres europeas durante los Siglos de Oro; o qué
habría sido de los Estados Unidos hoy si en vez de protestantes exterminadores
de indios hubieran sido españoles los que hubieran colonizado aquella inmensa
tierra. O una pregunta que siempre he querido hacerle a don Antonio
García-Trevijano pero que con seguridad hubiera respondido con imaginación fascinante
Elvira Roca: qué habría sido de los españoles de hoy si la invasión napoleónica
hubiera triunfado en España. Incluso, sin tener que abundar necesariamente en
el tema central del libro, bien podría el calvo menguante haberle preguntado
por la calidad de la Enseñanza en las muy deficientes universidades andaluzas
actuales, ligadas la mayoría de ellas por un subvencionado cordón umbilical a
los anticuados y petrificantes dogmas de la Junta de Andalucía.
Pero no. Nada de eso se vio en la entrevista. Así
que a la invitada la dejaron marchar no sin antes equipararla con un grupo de
profesoras catalanas que han recibido un premio por montar un espectáculo
teatral-docente en el que hablan del pasado, presente y futuro de la mujer en
la Ciencia, cosa que me parece muy bien, pero que, en mi opinión, más que
dignificar la profesión del enseñante lo que hace es mostrar el grado de
desesperación del mismo por conectar de alguna manera con el interés del
alumno; en cualquier caso, nada tiene que ver con el concienzudo trabajo
documental y la puesta en pie de este edificio que combina la Historia, la
Lógica y el Pundonor que supone Imperiofobia
y Leyenda Negra, el libro escrito por la entrevistada.
Cuántos andaluces de la talla de Elvira Roca hay en
esta región de más de ocho millones de habitantes? No muchos, ciertamente; pero
con seguridad ha de haber algunos en campos tan dispares como la Ciencia, el
Arte, la Geología, el Derecho o la Medicina; personalidades que, superando la
zafiedad del entorno que respiramos desde que se derramó el socialismo sobre
nuestras vidas, hayan logrado erigirse como figuras punteras en su trabajo y
que, al margen de éste, posean como Elvira Roca una opinión propia, un retablo
de ideas ordenadas, un prisma a través del cual podamos contemplar el mundo
desde otros ángulos. Para esto es para lo que realmente sirve una entrevista. Y
si quienes están al cargo de estos programas de la televisión pública -que pago
yo con mis impuestos!- no comprenden este concepto tan sencillo (enriquecer el espíritu
del espectador a través de la contemplación de inteligencias superiores a la
media), algo está fallando estruendosamente en los medios de comunicación; algo
más, quiero decir!
Imágenes
del subconsciente
El cerebro es muy divertido! E inquietante también,
por supuesto; pero desde el punto y hora en que el que lo lleva puesto asume
que hay varios Yoes y diversas Voluntades disputándose la hegemonía del Yo
principal (si es que hay tal), alguna zona del cerebro, en su libérrima
capacidad de asociación, te regala imágenes, canciones, sonidos y hasta olores
que en principio nada tienen que ver con lo que estás viviendo en un momento
determinado. Pero si mantienes abierta la puerta al mensajero que viene del
subconsciente, puedes aclarar muchísimo lo
que verdaderamente sientes. Digo esto porque veía la entrevista y se me
venían a la cabeza las calles de esa ciudad cuyo nombre no quiero decir;
escuchaba al tal Vigorra interrumpir a la ensayista para meter la pata con una
pregunta mal formulada y mi cerebro me lanzaba la imagen de un vaso de plástico
en una calle desconocida. Qué es esto? –me dije. A qué vienen estos recuerdos
difusos que nada tienen que ver con lo que estoy presenciando? Hasta que me
percaté del mensaje, claro, que venía a ser más o menos éste: “Acuérdate de la
pena que sentiste cuando te pusieron aquella copa de Luis Felipe en aquel vaso
de plástico y tuviste que tomártelo andando por las calles de… Acuérdate,
Eduardo; porque esta entrevista que estás presenciando es equiparable a aquella
sensación”.
Efectivamente! Elvira Roca, su libro, su
extraordinaria sintaxis, su universo de ideas propias constituyendo un Cosmos
estaba siendo equiparada en mi cabeza con el maravilloso milagro que es el
brandy Luis Felipe. Y el mal iluminado estudio de televisión, el mermado
presentador y su inoportunidad a la hora de entrevistar a alguien de esa
categoría intelectual representaban el vaso de poliestireno! Elvira Roca en vaso de plástico! Qué gran
oportunidad perdida! Joder! Con un entrevistador que se hubiera tomado la
molestia de prepararse la entrevista todo habría ido mejor. Incluso si la
invitada se hubiera encontrado frente a alguien que no se hubiera preparado la
entrevista pero que estuviera bien instruido en cuestiones de Historia,
Política y otras disciplinas la media hora de charla habría sido aún más
interesante.
Vividores
Pero para qué van a prepararse los que, como Jesús
Vigorra, llevan en la radiotelevisión pública andaluza desde que floreció el
primer helecho en el planeta? Su carguito está bien blindado. Como el del
indolente Juan Imedio, uno de los presentadores mejor pagados de España pero
del que hace años desapareció todo rastro de interés por su propio trabajo; las
pocas veces que lo he visto me ha transmitido rutina, sopor y una gran ansiedad
por salir del estudio en cuanto acabe la grabación. Y así podríamos seguir
enumerando vividores del dinero público que han olvidado para qué están ahí; gente sin duda muy conocida pero que a la hora
de ponerse frente a una Elvira Roca, un Antonio Escohotado, un García-Trevijano, un Fernando Savater,
un Albert Boadella o cualquiera de los científicos, literatos, empresarios o
directores de orquesta de altura que hay en España –que, aunque no salgan nunca
en la tele, los hay-, se quedan como las liebres ante los faros de un coche:
petrificados.
No soy nada andalucista. Es más, me dan arcadas los
que se envuelven en la bandera de su región -no digamos ya los nacionalistas!
Pero a veces hay que dar un toque de atención a aquellos que, como yo, están
participando de la reclusión ideológica
a la que cualquier Comunidad Autónoma nos somete siempre, que en el caso de
algunas comunidades supone reclusión mayor, y en el de la andaluza -en donde
nos acercamos ya a los 40 años de exposición ininterrumpida al socialismo- la
reclusión se ha convertido en prisión permanente revisable! Digo, pues, que no
podemos permitir que con el dinero público, que sale de nuestro trabajo, se
financie este repugnante entramado que es Canal Sur, verdadera cloaca a la que
van a parar cientos de millones de euros anuales; auténtico sumidero por el que
han desaparecido miles de millones de euros durante los últimos veinte años y
que cada día que pasa está más centrado en reproducir ad nauseam los estereotipos más abyectos, los programas más zafios
y las producciones más groseras. Indefectiblemente, cuando el mando de la tele
está estropeado o el dedo se ha deslizado por donde no debía y aparece Canal
Sur en mi pantalla de televisión, hay siempre una señorita congestionada
cantando copla, o una familia obesa desgranando su vida vulgar ante un público
anestesiado, dirigido por una anoréxica que se esfuerza en sobrecargar un
acento andaluz irreconocible; o unos cuantos niños resabiados y sin puñetera
gracia ni talento diciendo obviedades bajo el mostacho soporífero y cargante de
un aburrido Juan Imedio.
Hasta cuándo tendremos que cargar sobre nuestras
machacadas espaldas el peso que supone mantener un engendro deplorable como es
Canal Sur? ¿Se podrá en el futuro cuantificar no ya los miles de millones
tirados a la basura (que esos están ya tan perdidos para nosotros como Cuba),
sino el inmenso daño cerebral causado a la población, expuesta como está al
ensalzamiento y glorificación de lo peor
de nosotros mismos desde hace dos décadas? ¿Cómo sobrevivir a la certeza de
que la búsqueda de la excelencia es lo único que no va a ser considerado digno
de salir en nuestra televisión pública porque supondría una bofetada general al
abyecto sistema de valores que la rige?
Que compareciera en un programa del castillo
kafkiano de Canal Sur (en su modalidad Andalucía TV) un personaje tan
interesante como Elvira Roca, que personifica el estudio, la disciplina, el
trabajo sin límites horarios, la dedicación exhaustiva, la integridad
intelectual, la rebeldía frente al adocenamiento y, en resumen, la
Inteligencia, cualidades todas que son justo
lo contrario de lo que sacan siempre en este canal de desagüe estomagante
no deja de sorprenderme! Y la única razón que para mí explica que Roca haya
comparecido allí es que su libro, en el momento de la entrevista, ya iba por la
6ª edición. La undécima en el momento
de escribir este artículo!!! Tal es el éxito de Imperiofobia que ni siquiera Canal Sur ha podido meter la cabeza
bajo su tierra yerma, como hace siempre ante los éxitos personales de los
andaluces no sujetos al Régimen, y por lo tanto no han tenido más remedio que
invitarla al programita del calvo! Pero no por ello puedo felicitar a los
realizadores del mismo; porque ni Vigorra ni su equipo se prepararon la
entrevista, ni fueron conscientes de las inoportunas imágenes que utilizaron
para ilustrar la misma, ni se centraron en el tema principal, ni señalaron las
frases esenciales que de la entrevista se iban desprendiendo, ni proporcionaron
a los espectadores una imagen aproximada de la estatura intelectual de la
entrevistada.
Mi subconsciente no me engaña jamás: escuchar a
Elvira Roca frente a ese pólipo con gafas incrustado en la televisión pública
fue como beber Luis Felipe en un vaso de plástico! Esa media hora de entrevista
fue como verter varios siglos de crianza prodigiosa, de tumultuosa historia
política, de aromas y sabores inefables en un recipiente que no está ni estará
nunca a la altura de ese brandy prodigioso. Y desengáñense: lo que ofrece
nuestra televisión pública (salvo contadísimas excepciones) suelen ser
contenidos banales, vulgares, desprovistos de interés. Son vinos baratos,
picados, remontados; en el mejor de los casos, vinos cabezones que pueden servirse en vasos de plástico sin que se eche
de menos una copa de cristal; caldos cosecheros cuyo mejor destino es el de ser
mezclados inmediatamente con gaseosa
de limón bien fría. Esa es la carta de vinos de Canal Sur; están acostumbrados
a servir esos vinos malos a los andaluces porque en su morondanga socialistoide
y amorfa no alcanzan a imaginar que hay personas muy valiosas entre la gente,
que a veces se encuentran individuos excepcionales en los sitios más
insospechados, que aún hay vinos espirituosos, de gran calidad y con un sabor
inesperado. Pero ello insisten en servirnos del
otro. Porque creen que somos bebedores impíos e ignorantes, padres y madres
de familia brutales, gente sin futuro, pollos hacinados que jamás se van a
atrever a levantarse en pie de guerra para meterle fuego a la granja.
Y, claro, cuando por esas puertas de oscuridad y
sumisión entra un verdadero andaluz, de los que sin duda compartirán la Gloria
con los muchos que nuestra Historia nos ha dado, se ve con dolorosa nitidez lo
que en realidad es Canal Sur: un enorme, un hipertrofiado, un descomunal vaso
de plástico!
Magnifico,genial.., como siempre Eduardo¡
ResponderEliminarNo solo Andalucía está sufriendo esta degradación cultural, esta maravillosa España de las autonomías está haciendo que la cultura se vaya por los suelos.Los politicuchos autonómicos no quieren tener grandes pensadores, sino pequeños mercenarios de la cultura, que les creen unas minicivilizaciones a las que poder controlar y educar. Te das un paseo por España y solo verás como cada acto cultural es un acto de autoinflama autonómica, aunque el hecho en sí, tenga transcendencia nacional. Se están creando 17 historias, y 17 culturas avaladas por una serie de personajes autodenominados representantes de la cultura, financiados por el gobierno correspondiente, cuyo único fin es demostrar su razón de ser. Tenemos la educación y los medios de difusión en manos de mediocres subidos al altar. Siempre se ha dicho que no hay nada peor que un tonto que se cree listo, y también consuelo de muchos consuelo de tontos. Cómo sé que no eres tonto, también sé que no será tu consuelo. Tal vez te consuele saber que estamos muchos que pensamos como tú.
ResponderEliminarAún recuerdo cuando aquel tuercebotas de mandil negro me sirvió un Magno en una bonita copa de brandy, desapareció como el rayo para, antes de que me diera cuenta...¡plonc, clinc! soltarme dos cubos de hielo del tamaño de los cubos-dado que adornan los retrovisores de los Seat León canis. Ahora, explícale tú al engominado procariota lo que significa "organoléptico."
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