Artículo de Luis Escribano
Escuchaba ayer a
un conocido periodista de radio decir que los partidos políticos en España
eluden en lo posible el debate ideológico, dado que intentan evitar etiquetas o
incluso que la hemeroteca les juegue una mala pasada al defender hoy lo
contrario de lo que decían ayer.
Y no le falta
razón. La indefinición ideológica ha sido incorporada por los partidos como una
táctica más para confundir al electorado, para que el ciudadano no sepa
realmente qué está votando. Pero esa ceremonia de la confusión llega mucho más
lejos. En mi opinión, lo que realmente ocurre es que la inmensa mayoría de los
españoles no saben qué modelo de país quieren, ya sea por las dudas que la
realidad les suscita o porque desconocen las distintas maneras de poder
organizarse políticamente un país, de lo que se aprovechan los partidos
políticos. Nos hemos –o nos han- enredado en debates estériles de partidos,
elecciones, candidatos, encuestas, etc., (el árbol), que a la partitocracia
actual le interesa, y marginamos el meollo de la cuestión (el bosque), por
miedo, desconocimiento o interés.
A continuación plantearé
algunas preguntas sencillas sobre opciones para una posible organización
política en España, con la intención de abrir otro debate de mayor calado, y
que desde mi punto de vista, deberíamos abordar lo antes posible para salir del
bucle en el que nos encontramos. No intento establecer premisas, sólo abrir un
debate que muchos españoles temen sin motivo.
1) ¿Qué es más beneficioso para España, un Estado unitario o complejo? Es decir,
un Estado con poder político centralizado –aunque administrativamente pueda
descentralizarse en el territorio-, o un Estado con cierta descentralización
política y administrativa, en Autonomías, Regiones o Estados, como prefieran
llamarlo. Y en caso de elegir un Estado descentralizado políticamente, ¿qué
modelo territorial diseñarían? ¿Habría igualdad entre las regiones, sin
distinciones?
Y por supuesto,
es obligado preguntar: ¿admite perder parte de la soberanía cediéndola a
entidades supranacionales (Unión Europea, OTAN, etc.) y hasta qué límites?
2) ¿Qué organización prefiere para el Estado: democracia representativa, participativa
o directa, en el que la titularidad del poder es del pueblo, y se constituye de
abajo hacia arriba, o autocracia, donde
el poder se constituye de arriba hacia abajo?
En sentido amplio,
otra forma de organización sería la república
o gobierno de la ley. En este caso lo
consideraremos más adelante como una forma de gobierno, con separación de
poderes.
3) Si elegimos la democracia para organizarnos, ¿cómo
diseñamos el sistema para evitar riesgos tales como la “tiranía de la mayoría”, o
la degeneración hacia estructuras tales como la partitocracia (deciden los partidos políticos en vez de los representantes
elegidos por la ciudadanía), plutocracia
(toma de decisiones a favor de los que ostentan las fuentes de riqueza, que por
ejemplo pueden financiar inadecuadamente campañas electorales y partidos
políticos), y oclocracia (conocido
por “gobierno de la muchedumbre”, muy relacionada con la tiranía de la mayoría),
que por la existencia de una ignorancia popular, por ejemplo, o de una poderosa
acción demagógica, presenta una voluntad viciada, confusa, injuiciosa o
irracional a la hora de abordar asuntos políticos.
4) ¿Qué forma de gobierno prefiere: monarquía, república, teocracia, etc., y qué tipo de las
posibles en cada una de ellas –monarquía parlamentaria, monarquía
semiconstitucional, república presidencialista, república semipresidencialista,
teocracia cristiana, teocracia islámica, etc.-?
5) ¿Elegimos separar las funciones o facultades del Estado
entre distintos poderes? En caso
afirmativo, ¿cuántos y qué poderes definimos y garantizamos constitucionalmente
para el Estado? Además de los clásicos Legislativo, Ejecutivo y Judicial, podrían
definirse otros, como el Constituyente (originario y derivado), el de Información
(medios de comunicación), el Electoral, etcétera.
6) Si ha elegido la separación de las facultades del Estado en
varios poderes, ¿cómo los diseñamos y qué controles y contrapesos definimos
para evitar abusos o arbitrariedades de todos ellos? ¿Qué funciones o facultades atribuimos a cada poder del Estado? ¿Qué modelo de financiación y autogestión
elegimos para cada poder del Estado? La independencia económica de cada poder,
¿es fundamental? Y por supuesto, ¿cómo deben elegirse los representantes en
cada poder del Estado (régimen electoral)?
7) Si decidimos que lo mejor para España es un Estado complejo:
¿cuántos niveles de gobierno
definimos –estatal, autonómico, provincial, municipal…-, qué grado de autonomía para cada uno y qué distribución de competencias se haría
entre ellos? ¿Qué modelo de financiación
elegimos para cada nivel de gobierno? Tengan en cuenta que en función del
número de competencias que atribuyamos al Estado, de los niveles de gobierno
que elijamos, de la distribución que hagamos de esas competencias entre ellos y
del modelo de financiación, dependerá en gran parte la recaudación de impuestos
y tasas por el Estado.
Podría
plantearles muchas más preguntas, por ejemplo, sobre funcionamiento de cada
poder del Estado, las Administraciones Públicas y su Régimen Jurídico, modelo
de empleo público, si son partidarios de un Estado liberal (más reducido con menos impuestos), conservador o socialdemócrata (menos reducido
y con más impuestos), si es posible o no mantener el Estado del Bienestar,
etcétera, pero creo que las preguntas planteadas anteriormente tienen ya
demasiada enjundia.
Cuando un médico
necesita determinar o identificar una enfermedad grave padecida por un paciente,
su diagnóstico lo realiza en base al examen de los signos y los síntomas que
presenta, investigando sus antecedentes y realizando analíticas. Una vez identificado
el origen de la enfermedad, lo habitual es dirigir el tratamiento para su
erradicación. Si el tratamiento con medicamentos se dirigiera a tratar
exclusivamente los síntomas, la enfermedad no se curaría.
En la política
española no es difícil observar y evaluar los signos y síntomas. Ir a votar
cada cuatro años –o en menos tiempo, como ocurrirá ahora- es algo similar a
tratar los síntomas, y la enfermedad seguirá ahí, oculta para muchos ciudadanos.
Una gran parte de los españoles no llegan a identificar la “enfermedad” que
padece nuestro país, y los partidos políticos intentan distraernos con “fuegos
artificiales” para hacernos olvidar los síntomas de la enfermedad que padece el
país. Pero la enfermedad sigue ahí, sin curarse, y dará la cara una y otra vez
mientras no se erradique la o las causas.
Hace algo más de
un año, Manu Ramos y Paco Bono, dos de los colaboradores de
este diario, nos planteaban que la enfermedad que padece España –una
partitocracia grave, sin libertad política- sólo puede curarse con un nuevo
“medicamento”: un proceso constituyente,
siguiendo las tesis de Antonio
García-Trevijano. Y para ello, defienden la abstención en las elecciones como una fórmula necesaria para poder
incitar el proceso. En el diagnóstico estaba completamente de acuerdo con
ellos, y en el tratamiento –proceso constituyente- también, pero no en la
fórmula para conseguir el “medicamento”: la abstención.
Muchos de
ustedes no ven como solución un proceso constituyente –así me lo han indicado
en varias ocasiones- por miedo a que se instaure en España un sistema peor del
que padecemos actualmente. Pero eso sólo podría pasar si el proceso
constituyente quedara en manos de un sector limitado de la sociedad y en
condiciones anómalas, y eso no es un proceso constituyente, donde necesariamente
tiene que haber representación y participación de amplios sectores de la
sociedad española (intelectual, jurídica, política –nacional e internacional-, económica,
empresarial, judicial, periodística, militar, seguridad, académica, etc.), de
distintas partes del territorio y con unos niveles de conocimiento amplios y
reconocidos, como punto de partida.
Antes no veía la
abstención como un instrumento útil.
Sin embargo, con el análisis permanente de la situación política, de los signos
y síntomas (partitocracia reinante, corrupción generalizada, ausencia de separación
de poderes que provoca impunidad, incultura y fracaso educativo,
administraciones elefantiásicas, afán recaudatorio, medios de comunicación
dependientes, etc.), con las experiencias que he vivido con personajes de la
política española, de los medios de comunicación y de otros ámbitos sociales,
con la lectura y el estudio de obras importantes, con el estudio de
alternativas, mi pensamiento ha evolucionado, y debo reconocer que tenían
razón, tanto Manu Ramos como Paco Bono.
No hay más
fórmula que “deslegitimar” el sistema y la autoridad que, elección tras
elección, cedemos a los partidos políticos, que son “partidos de Estado”, cartelizados
hasta la médula. Los cargos públicos de los partidos se resistirán, porque se
pone en riesgo su modus vivendi. Sus
miembros jamás querrán cambiar su status
actual, y sólo una acción conjunta de los ciudadanos podría provocar el proceso
necesario. Eso sí, creo que además de abstenerse en las elecciones, hay otras
formas que podrían contribuir a generar dicho proceso constituyente, como este
artículo, debatir en público con políticos –lo evitarán- y ciudadanos, dar
charlas o conferencias, etc. En definitiva, creando opinión, explicando a los
ciudadanos por qué debemos fijar la vista en el bosque, no en el árbol, y curar
la enfermedad tratando las causas, no exclusivamente los síntomas o dejándonos
embaucar por los partidos.
Totalmente de acuerdo Luis, muy bien expuestos los motivos y la solución; ¡¡ABSTENCIÓN ACTIVA!!
ResponderEliminarEspaña es simplemente una dictadura socialista, ni un partido propone eliminar impuestos que paralizan la economia,para eliminar corrupcion impune,,,eliminar sector publico parasitario, quitar subvenciones que son un robo ni cerrar las tv publicas y mandar a la calle a sus parasitos ni eliminar normativas y multas que matan la libertad de la gente,ni eliminar la gran estafa que son los gobiernos autonomicos , donde no hay libertad y el pueblo es esclavo fiscal de las castas parasitarias evidentemente No hay que votar
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