Artículo de Eduardo Maestre
El
imaginario es el conjunto de personas
reales, de carne y hueso, que conocemos; bien sea físicamente o a distancia. Es
decir: empieza por nuestra familia; sigue por nuestro círculo de amistades e
incluye a los compañeros de trabajo, a los conocidos del barrio, etc. Por
supuesto, engloba a los actores famosos, los futbolistas, los cantantes y demás
gente célebre que no conocemos personalmente pero que aparece a diario o con
cierta frecuencia en la tele, la radio y los demás medios.
A
estas personas y personajes hay que sumar los de ficción: los héroes de las
novelas y del cine. Incluso aquellos seres difusamente construidos por la
tradición oral, a veces ilusionante (los Reyes Magos, Papá Noel, el Ratón
Pérez…) pero generalmente terrorífica (el Hombre del Saco, el Coco, la Niña de
la Curva…) forman parte, aunque sea en un rincón del subconsciente, de nuestro
imaginario.
Cuando
era pequeño, mi imaginario consistía en los personajes de los tebeos, como
Mortadelo, Pepe Gotera y Otilio, Zipi y Zape; pero también el Fugitivo,
Supermán, mis padres, mis hermanos, mis primos y tíos, y los amigos del barrio
con los que pisaba los charcos de las calles salvajes de la Puerta Carmona, en
Sevilla.
Ya
adolescente, en mi imaginario se incluyeron Don Quijote, los Siete Secretos,
los personajes de Julio Verne y Emilio Salgari; amén de Heidi, Marco, Koji
Kabuto, Mazinger Z y toda la galería de los cómics Marvel, entre los que
destacaba a Dan Defensor, a Spiderman y a Estela Plateada por encima de los
gremiales Cuatro Fantásticos, la Patrulla X y demás. Gracias a mi padre,
también incluí en mi imaginario a Albert Einstein, Beethoven y Diego Velázquez;
así como a Ortega y Gasset, Platón y Ava Gardner.
Con
el paso de los años, me fui dando cuenta de que este imaginario casi nunca
había sido habitado por políticos. Y no porque no los hubiera, y muy
destacados, sino porque se mantenían en un plano distante, administrativo, con muy escasas apariciones en los medios. Por
supuesto, Felipe González, Jordi Pujol y Manuel Fraga estaban en mi imaginario;
pero, y pese a interesarme por la Política desde muy joven, no jugaban un papel
preeminente en la galería de
personajes que me influían.
Hoy,
en las postrimerías de este tremendo 2015, los políticos han saltado la barrera
de lo institucional para hacerse omnipresentes. Y no sólo en los medios
clásicos, sino –y sobre todo- en la televisión. A todas horas ha estado Pablo
Iglesias, durante gran parte del año, en todos los canales a la vez, con un don
de la ubicuidad sólo comparable al que se gasta a día de hoy y tras crecer
exponencialmente en las elecciones catalanas, Albert Rivera, cuya carita de
yerno perfecto, si uno se hace una sopa de sobre por la noche, pugna por salir
a la superficie de inmediato, pues está ya hasta en la sopa!
Lo
que me preocupa no es el hastío que inevitablemente produce esta omnipresencia
en los medios por parte de los políticos, sino la influencia que tal
insistencia tenga en el imaginario de los jóvenes españoles. Y por qué? Pues
porque, si la mayoría de mis amigos, mis primos y mis compañeros del cole
tuvimos aquel imaginario enorme, y de él salió nuestro futuro, que ha devenido
en este presente mediocre que ahora empieza a ser pasado, me pregunto qué futuro les espera a los niños y
adolescentes de hoy, atendiendo al paupérrimo imaginario del que disponen para
construir el universo de mañana?
Porque
-y esto lo dice un pobre docente andaluz que ya ha impartido clases a varias
generaciones- la cultura adquirida por las generaciones más jóvenes se ha ido
reduciendo drásticamente. Por supuesto que hay excepciones, pero basta hablar
con los padres de muchos, muchísimos alumnos para percatarse de que en una gran
parte de los hogares andaluces el imaginario familiar no pasa de Belén Esteban,
Messi, la Pantoja, Pablo Iglesias, Susana Díaz, Cristiano Ronaldo y Pepa Pig: justamente
aquello que arroja la tele con la fuerza de un vómito al salón de las casas;
pero –y es en esta carencia donde surge
el desequilibrio!- sin que en dichos hogares hayan entrado ni vayan a entrar jamás Sancho Panza, Leopold Bloom, Aureliano
Buendía, Fernando Savater, Medea, Hamlet ni Virginia Wolf.
Y
es que todo el que ha tenido contacto puntual o cotidiano con la televisión,
sabe por experiencia que ésta lo banaliza todo. Sin excepción. Banalizada,
pues, la Política a manos de las cadenas televisivas nacionales y con la ayuda
inestimable de las supervedettes
Iglesias, Rivera, Sánchez y todos los demás de la segunda fila; entronizadas por
los programas mal llamados del corazón
las busconas y las zorras, que hablan por esos labios inflamados de silicona
como si tuvieran algo que decir; venerados los futbolistas, que parecen borderlines, como si fueran el Oráculo
cuando en la mayoría de los casos no saben balbucir más allá de un “no pudo ser: el fútbol es así”, y
ausentes por incomparecencia Faulkner, Cervantes, Proust, Voltaire, Santa
Teresa, Quevedo, Balzac, Mondrian, Jackson Pollock y Don Mendo, qué cavernoso
futuro nos espera?
Desde
bien joven me preguntaba para qué hace falta un Ministerio de Cultura. Se hizo acaso necesaria en los Siglos de Oro españoles una institución de tal calibre para
pasar de Garcilaso a Quevedo? De Herrera, a Lope y a Calderón? De Cervantes a
Góngora? De El Greco al Velázquez impresionista de los Paisajes de la Villa Médici? Fue necesario un Ministerio de Cultura
para reunir a Voltaire, a Montesquieu, a Rousseau, a D´Alembert…? No: jamás
hubo que organizar una institución para que los artistas escribiesen Madame Bovary, pintasen Les demoiselles d’Avignon o compusieran Eigth Lines. Y mucho menos, hizo falta subvencionar a Elia Kazan, a
Hitchcock o a Stanley Kubrick desde un organismo público para que alcanzaran
las más altas cotas del Cine!
Hoy,
las generaciones que en el futuro próximo desarrollarán el Poder para
convertirlo en hechos, tienen bailando en su imaginario figuras políticas cercanas
al mundo de la farándula; caras extraordinariamente mediáticas, pero
irresponsables; chusma de partido que no ha acabado de comprender qué sea la
Realidad, qué sea el Individuo, pero dispuesta a hacerse con las riendas de
toda una nación sin saber cómo ni cuándo se maneja el látigo ni dónde se halla
el freno de la carreta.
Cuando
yo era un adolescente tronado, los políticos eran unos señores muy mayores que
aparecían de cuando en cuando por la tele y siempre e indefectiblemente
acompañados por música clásica de fondo. Más adelante, sus comparecencias
públicas, amén de excepcionales, transmitían un halo de seriedad y profundidad
conceptual que me hacían comprender la trascendencia de la labor política. Hoy
día, y atendiendo a lo que sabemos (que Suárez tuvo que asesinar políticamente
a gran parte de los verdaderos demócratas con tal de contentar al
tardofranquismo; que Felipe González ordenó al Fiscal General del Estado no hacer nada contra Jordi Pujol, del
que ya se sabía, por los años 90, que estaba llevándoselo crudo para su
familia; que la Transición no fue otra cosa que una condena a medio plazo para
los españoles no nacionalistas: la inmensa mayoría…); hoy día, digo, me pregunto qué realidad
tendríamos hoy si, además, estos padres de la Patria se hubieran dedicado a
salir en la tele día sí y día también, desatendiendo su trabajo en el
Parlamento y en las demás instituciones.
Qué
imaginario tan barato tiene hoy la juventud española! Qué podrá salir de todo
esto? Ojo: que yo no soy de los que desconfían en la juventud! Siempre he
creído que la crisis que surge inevitablemente en la generación de los viejos
(en la que ya debo incluirme) adopta formas distintas en cada época, pero que
es eternamente la misma: la diferencia generacional. Y que la Humanidad siempre
sale hacia delante, pase lo que pase. Pero qué cutre y descafeinado, el
imaginario con el que cuentan nuestros hijos! Especialmente, en lo que toca a
las figuras políticas.
Me
pregunto si con este imaginario, que es la piedra angular del universo
inmediato, no sería mejor que en Carrefour fueran ya pensando en vender un kit
compuesto por pieles de mamut y piedras para encender un fuego. Porque temo que
las vayamos a necesitar!
Ahora, en general estamos más implicados en las cosas públicas. Diciendo "más" no quiero decir que todo el mundo lo esté, ojo. Y cada uno de su padre y de su madre. Incluso en esta Andalucía de raíces en la sociedad de la Garduña. Lo que cuentas de tu infancia, que es la mía, es típico de las dictaduras de otrora. Recuerda "usted haga como yo, no se meta en política", que decía aquél.
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